Por Bernardo Poblet
¡El estado ha regresado! Para algunos es una buena nueva para otros una desgracia. El mismo título sirve, además, para expresar cosas diferentes y en algunos casos, opuestas: estado protector y estado confiscador, estado interventor temporario para equilibrar situaciones y estado empresario permanente porque se considera mejor administrador, estado que busca generar condiciones para que los privados generen riqueza y ocuparse de su distribución y estado ávido de ingresos que generan otros para consolidar su propio poder, cuando no los negocios de los ocupantes de turno. ¿La sociedad lo capta? ¿O se confunde en el cambalache Discepoliano que algunos gobernantes se ocupan de desinformar bajo un manto de buenas intenciones?
Se habla mucho de la la sociedad, de la empresa o el estado como si fueran entes con vida propia.
La sociedad es la proyección de los individuos, por eso sin el desarrollo individual no habrá sociedad mejor.
Qué una empresa sea eficaz y tenga una cultura de productividad en un buen clima laboral, donde la gente se sienta bien haciendo su trabajo, es la consecuencia de la gestión de quienes la conducen.
Qué un estado actúe para proteger a los individuos y a la sociedad en su conjunto, creando condiciones para proteger los derechos individuales de los ciudadanos, para arbitrar cuando se afecte el interés del conjunto, para gestionar eficazmente las políticas económicas, sociales y el ejercicio de su soberanía integrándose en el mundo o, por el contrario, que use el poder para deformarlo, para confiscar riqueza de los ciudadanos, para intervenir como empresario sin tener capacidad de gestión en empresas no estratégicas, para direccionar la ley a favor de amigos y perpetuarse, abuso de la autoridad concedida por la constitución, es la consecuencia de la capacidad, la honestidad intelectual y los propósitos de quienes, en un sistema democrático, ocupan las posiciones de una estructura jurídica que no tiene vida per se.
Ningún estado es mejor que la calidad humana y profesional de quienes lo integran y la claridad conceptual de quienes –rotando democráticamente- lo conducen.
Conducir requiere no sólo conocimientos adquiridos académicamente sino también una sólida experiencia que implica: habilidades adquiridas por el ensayo y error que enseña a interpretar la realidad como realmente es y no como muchos quieren que sea, y respeto por las ideas divergentes de otros porque enriquecen las propias y, condición imprescindible, trabajo, esfuerzo, dedicación.
Como toda organización, el estado requiere gente que sepa, pueda y quiera hacer las actividades requeridas y tomar las decisiones que hagan a los objetivos establecidos en el marco de lo que habitualmente se toma como un papel y no como lo fundacional, lo no negociable, que es la Constitución Nacional.
Los resultados no son cosas de magia, es el trabajo de gente que genera ideas en el marco de las estrategias que -–voto mediante- el pueblo a preferido. Quienes han sido electos tienen el derecho de señalar los rumbos a las estructuras del estado en la dirección - filosofía, metas, planes, acciones- que han propuesto. . No son dueños con poder discrecional, y si lo ejercen así, es un delito al que nos hemos acostumbrado tanto, que no lo vemos ni nos parece que lo sea.
Revisemos nuestro rol de ciudadanos porque perderemos, si no, nuestro derecho a quejarnos.
El estado ineficiente tampoco es cosa de magia. La eficacia y la eficiencia se construyen, la ineficacia y la ineficiencia también. Si estas premisas no se dan, si la improvisación reemplaza a la profesionalidad, si los factores de poder internos ligados a negocios prevalecen sobre los objetivos de interés nacional, si se negocia con métodos casi mafiosos –o sin casi-, si el día a día es lo que manda y las decisiones son impulsos para resolver la coyuntura sin coherencia con las metas y los objetivos de la estrategia global –que frecuentemente brillan por su ausencia- no es necesario ningún profundo análisis para tener el diagnóstico de las causas de un estado débil en términos Republicanos. Un estado autoritario no es un estado fuerte, es, solamente, un estado opresivo.
Insistimos con lo obvio: ningún estado es mejor que la calidad humana y profesional de quienes lo integran y la claridad conceptual de quienes –rotando democráticamente- lo conducen.
Tomemos conciencia de esto: hoy es el momento de observar las conductas y las líneas de decisión de quienes ya parecen postularse. No vaya a ser que nos acordemos –tarde- en el 2011.
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