Por Eduardo Zamorano
Abogado - Master en Inteligencia estratégica por la UNLPColumnista de CONSTRUCCION PLURAL, el programa radial de Fernando Mauri.Las circunstancias que rodearon la muerte de Alberto Nisman pusieron en la picota a la Secretaría de Inteligencia-SI (ex SIDE).
El
oscuro organismo recibió críticas lapidarias; se reclamaron: reformas
drásticas en su estructura funcional, purgas de agentes, atenuación de
su derecho al secreto, controles severos, y transferencia de ciertas
actividades a entidades públicas presuntamente más confiables.
La
denostación fue prácticamente unánime, y logró un milagro: la
coincidencia de la Presidenta, las corporaciones mediáticas, y el
conglomerado político opositor. Incluso, en algunos alegatos se insinuó
la directa eliminación del espionaje doméstico.
Lejos
de mi ánimo intentar una defensa de la SI/SIDE, entidad que desde su
creación hasta hoy estuvo justificadamente sospechada de corrupción e
ineficiencia.
Simplemente
salgo al cruce de ciertos discursos tremendistas que, como en el caso
de la izquierda y las irreductibles almas bellas, pretenden tirar el
agua sucia de la bañera junto con el niño. Expresado en otros términos:
es real que la SI/SIDE está hipertrofiada y representa un peligro para
las instituciones y la sociedad en su conjunto. Pero antes de plantear
cambios estrafalarios o supresiones absurdas conviene clarificar un
punto crucial:
¿Qué es una agencia de inteligencia?
Para
echar luz sobre la cuestión, salgamos del engendro autóctono, y
admitamos que existen en todos los países del mundo. Esta evidencia
preliminar induce a suponer que alguna utilidad deben brindar así como
que su eliminación podría causar más perjuicios que beneficios.
Un
segundo paso obliga a detenerse en una de sus funciones básicas: la
recolección de la información sensible que, previa depuración y
análisis, será entregada al decisor político que la solicitó (recuerdo
que se les llama “servicios” por su carácter instrumental en relación
con la burocracia política).
¿Qué tipo de información buscan los agentes?
Obviamente, no es aquélla de carácter público a la cual tiene acceso el
común de la gente. Se trata de datos clandestinos, ocultos,
encriptados, etc que pueden afectar la seguridad, interna o externa, del
país.
Ejemplifiquemos
con cuatro “blancos” que, en la actualidad, los decisores políticos
encomiendan a los agentes: terrorismo internacional; narcotráfico; trata
de personas; y comercio ilegal de armas.
¿Cómo se obtiene información de estos oponentes y quiénes lo hacen?
Para una descripción elemental de esta tarea, me valdré de un recuerdo de mi infancia.
En
tiempos que añoro, veía una serie televisiva denominada: “EN LA CUERDA
FLOJA”, protagonizada por Mike Connors. Se trataba de un policía
infiltrado en las bandas del crímen organizado para conocer sus planes,
informarlos a sus superiores, y finalmente desbaratar sus fechorías.
Naturalmente
el policía debía mimetizarse con sus enemigos; ello suponía, muy a
menudo, perpetrar actos deleznables so pena de ser descubierto y
frustrar la maniobra de penetración.
Luego
de consumar algún ilícito en aras de su sacrificada misión, el
protagonista ponía cara de enorme sufrimiento, expresión que el pobre
Connors conseguía a medias ya que era un “madera” en términos actorales.
Pasaron
muchos, demasiados años, desde aquella versión edulcorada del agente
secreto. Hoy la sofisticación tecnológica permite recolectar
información prescindiendo, en gran medida, del factor humano.
Empero
aún existen ámbitos ( vrcia el narcotráfico) que lo requiere. Para ello
se utiliza la infiltración de agentes con un perfil adecuado y/o la
cooptación de algunos de los criminales involucrados en los ilícitos,
quiénes, atraídos por sobornos o acuciados por extorsiones, se trasmutan
en informantes.
De
todas formas, cualquiera de ambos procedimientos implica: delinquir,
realizar actos moralmente repugnantes, e interactuar con la hez de la
sociedad. Aunque sea escabroso admitirlo, esta función de las agencias,
así se trate de aquéllas que cumplen a rajatabla los protocolos de
actuación, está teñida por el temible precepto de que “el fin justifica
los medios”. Probablemente rechazaríamos compartir un asado con las
personas involucradas en este oficio.
George
Smiley, el espía melancólico e insignificante creado por John Le Carre,
cuando se sentía superado por el asco, barruntaba: “…pues alguien lo
tiene que hacer…”.
Hasta
aquí mostré, sin eufemismos, una faceta siniestra aunque legal de las
agencias de espionaje. Va de suyo que el secretismo y la clandestinidad
facilitan, con frecuencia, toda suerte de actividades marginales por
fuera del marco autorizado.
Finalmente
cabe una acotación ya conectada a nuestros espías vernáculos: las
agencias permean los valores (o ausencia de ellos) de las sociedades en
las cuales se insertan. En países, como el nuestro, depredados por una
anomia generalizada no es esperable que las agencias sean conventos
trapenses.
Peor aún si la
corrupción se derrama desde la cúspide del poder y los propios
decisores fomentan e impulsan la transgresión de las normas. En esos
casos, las agencias se convierten en ejércitos delincuenciales de
extrema peligrosidad. Dice el adagio romano: “lo accesorio sigue la
suerte de lo principal”.
Por lo tanto el problema de la SI/SIDE no se soluciona con un cambio de nombre o nuevas regulaciones legales voluntaristas.
Un cambio efectivo y sustentable es imposible sin un paradigma de ética y honestidad en el poder político.-
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