viernes, enero 30, 2015

En la cuerda floja

Por Eduardo Zamorano
Abogado - Master en Inteligencia estratégica por la UNLPColumnista de CONSTRUCCION PLURAL, el programa radial de Fernando Mauri.

Las circunstancias que rodearon la muerte de Alberto Nisman pusieron en la picota a la Secretaría de Inteligencia-SI (ex SIDE).
El oscuro organismo recibió críticas lapidarias; se reclamaron: reformas drásticas en su estructura funcional, purgas de agentes, atenuación de su derecho al secreto, controles severos, y transferencia de ciertas actividades a entidades públicas presuntamente más confiables.

La denostación fue prácticamente unánime, y logró un milagro: la coincidencia de la Presidenta, las corporaciones mediáticas, y el conglomerado político opositor.  Incluso, en algunos alegatos se insinuó la directa eliminación del espionaje doméstico.
Lejos de mi ánimo intentar una defensa de la SI/SIDE, entidad que desde su creación hasta hoy estuvo justificadamente sospechada de corrupción e ineficiencia.

Simplemente salgo al cruce de ciertos discursos tremendistas que, como en el caso de la izquierda y las irreductibles almas bellas, pretenden tirar el agua sucia de la bañera junto con el niño. Expresado en otros términos: es real que la SI/SIDE está hipertrofiada y representa un peligro para las instituciones y la sociedad en su conjunto. Pero antes de plantear cambios estrafalarios o supresiones absurdas conviene clarificar un punto crucial:

¿Qué es una agencia de inteligencia?
Para echar luz sobre la cuestión, salgamos del engendro autóctono, y admitamos que existen en todos los países del mundo.  Esta evidencia preliminar induce a suponer que alguna utilidad deben brindar así como que su eliminación podría causar más perjuicios que beneficios.

Un segundo paso obliga a detenerse en una de sus funciones básicas: la recolección de la información sensible que, previa depuración y análisis, será entregada al decisor político que la solicitó (recuerdo que se les llama “servicios” por su carácter instrumental en relación con la burocracia política).

¿Qué tipo de información buscan los agentes?

Obviamente, no es aquélla de carácter público a la cual tiene acceso el común de la gente. Se trata de datos clandestinos, ocultos, encriptados, etc que pueden afectar la seguridad, interna o externa, del país.

Ejemplifiquemos con cuatro “blancos” que, en la actualidad, los decisores políticos encomiendan a los agentes: terrorismo internacional; narcotráfico; trata de personas; y comercio ilegal de armas.

¿Cómo se obtiene información de estos oponentes y quiénes lo hacen?

Para una descripción elemental de esta tarea, me valdré de un recuerdo de mi infancia.
En tiempos que añoro, veía una serie televisiva denominada: “EN LA CUERDA FLOJA”, protagonizada por Mike Connors.  Se trataba de un policía infiltrado en las bandas del crímen organizado para conocer sus planes, informarlos a sus superiores, y finalmente desbaratar sus fechorías.
Naturalmente el policía debía mimetizarse con sus enemigos; ello suponía, muy a menudo, perpetrar actos deleznables so pena de ser descubierto y frustrar la maniobra de penetración.
Luego de consumar algún ilícito en aras de su sacrificada misión, el protagonista ponía cara de enorme sufrimiento, expresión que el pobre Connors conseguía a medias ya que era un “madera” en términos actorales.

Pasaron muchos, demasiados años, desde aquella versión edulcorada del agente secreto.  Hoy la sofisticación tecnológica permite recolectar información prescindiendo, en gran medida, del factor humano.
Empero aún existen ámbitos ( vrcia el narcotráfico) que lo requiere. Para ello se utiliza la infiltración de agentes con un perfil adecuado y/o  la cooptación de algunos de los criminales involucrados en los ilícitos, quiénes, atraídos por sobornos o acuciados por extorsiones, se trasmutan en informantes.

De todas formas, cualquiera de ambos procedimientos implica: delinquir, realizar actos moralmente repugnantes, e interactuar con la hez de la sociedad.  Aunque sea escabroso admitirlo, esta función de las agencias, así se trate de aquéllas que cumplen a rajatabla los protocolos de actuación, está teñida por el temible precepto de que “el fin justifica los medios”.  Probablemente rechazaríamos compartir un asado con las personas involucradas en este oficio.

George Smiley, el espía melancólico e insignificante creado por John Le Carre, cuando se sentía superado por el asco, barruntaba: “…pues alguien lo tiene que hacer…”.

Hasta aquí mostré, sin eufemismos, una faceta siniestra aunque legal de las agencias de espionaje.  Va de suyo que el secretismo y la clandestinidad facilitan, con frecuencia, toda suerte de actividades marginales por fuera del marco autorizado.

Finalmente cabe una acotación ya conectada a nuestros espías vernáculos: las agencias permean los valores (o ausencia de ellos) de las sociedades en las cuales se insertan.  En países, como el nuestro, depredados por una anomia generalizada no es esperable que las agencias sean conventos trapenses.
Peor aún si la corrupción se derrama desde la cúspide del poder y  los propios decisores fomentan e impulsan la transgresión de las normas. En esos casos, las agencias se convierten en ejércitos delincuenciales de extrema peligrosidad. Dice el adagio romano: “lo accesorio sigue la suerte de lo principal”.

Por lo tanto el problema de la SI/SIDE no se soluciona con un cambio de nombre o nuevas regulaciones legales voluntaristas.
Un cambio efectivo y sustentable es imposible sin un paradigma de ética y honestidad en el poder político.-

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