Los
unos y los otros. No se discute que la autoridad para ejercer el poder ha sido
y es imprescindible para conducir un estado, pero algunos han generado y
generan con su ejercicio desequilibrado, guerras, asesinatos, traiciones,
divisiones, odios entre los pueblos y menudencias parecidas, y los otros, en
el marco de las limitaciones del derecho -y no de hecho- han logrado construir,
integrar, progresar.
Queremos
hablar de los primeros porque están ganando por goleada.
La
necesidad de tener influencia para obtener algo de los demás viene con el envase
de origen. Desde nuestros tiempos de bebé desarrollamos variadas y casi siempre
efectivas técnicas, desde obsesivas repeticiones de algún pedido hasta
histéricos berrinches. Claro que, a medida que crecemos, a ese deseo se le suma
a no pocos humanos un potente acelerador: la ambición. La pasión para obtener
poderío deriva –parece una ley- en la necesidad de acumular bienes. El uso y
abuso del poder para enriquecerse parece transformarse en un impulso
irrefrenable.
Surgen
muchos autores modernos --entre nosotros fue popular Lacleau- que elaboran
presuntas teorías sobre el tema. No les creo. Sospecho que aggiornan cosas
viejas, muy viejas. Explican con términos nuevos enfoques que han aplicado
innumerables personajes desde que comenzó la historia en Sumer, durante un largo
recorrido por todos los continentes, en múltiples culturas y en todas las
épocas históricas. En ese entorno, América Latina hizo y sigue haciendo un
inestimable aporte con algunos de los gobernantes que supimos
conseguir.
Lo
realmente curioso, en realidad, dramático, es que todos, pero todos, con
distinta intensidad y matices han utilizado los mismos métodos. Como si
existiera un Manual compartido que contiene pensamientos, estrategias,
tácticas y puntos clave para lograr poder. Prácticas que, hay que admitirlo, no
son para cualquiera, dirían en el barrio, se requieren aptitudes específicas
para calificar.
Lo
que sigue son sólo algunos consejos, solo algunos, de ese valorado manual no
impreso pero vigente. Los conceptos no me pertenecen, son de innumerables
autores, antiguos algunos, muchos de ellos anónimos, que perduran por su probada
eficacia:
“La
gente tiene una irrefrenable necesidad de creer en algo. El que busca poder debe
trabajar para convertirse en el centro de esa necesidad ofreciéndoles una causa
o una nueva convicción. Es preciso que sea formulada en términos vagos pero
lleno de promesas, enfatizando el entusiasmo por sobre el pensamiento claro y
racional.
Una
de las principales técnicas es el engaño que es un desarrollado arte de la
civilización y una de las armas más poderosas en el juego del
poder.
Hay
que disimular las intenciones, la clave es decir una cosa, hacer otra y que la
gente se confunda. Un instinto muy fuerte de la gente es creer en las
apariencias.
Es
muy eficaz dar pistas falsas, sostener una causa que está en el lado opuesto a
los verdaderos sentimientos, eso despista a sus enemigos que se perderán en
suposiciones y cálculos errados.
Otra
herramienta poderosa es la franqueza falsa. El aparentar que uno cree en lo que
dice confiere un gran peso a las palabras.
Apelar
a la fantasía de la gente es una fuente inmensa de poder. La verdad suele ser
dura y desagradable, la desilusión genera ira. Mejor estimular ilusiones que
enfrentar a la gente con la realidad. No hay que apelar a la gratitud de la
gente sino a su egoísmo
Es
bueno ser deliberadamente impredecible. Los hechos que aparentemente carecen de
coherencia o de propósito desconciertan a los demás que se agotarán tratando de
explicar sus movimientos y acciones. Llevada a un extremo esta estrategia logra
intimidar.
Se
necesita ser audaz al tomar decisiones. Cualquier error se corrige rápidamente
con más audacia. Todo el mundo ama al audaz, nadie honra el
timorato.
Es
importante organizarse para que todo dependa del líder. Hay que lograr que se lo
tema o que se lo quiera pero, fundamentalmente, que dependan de él para su
prosperidad. Nunca hay que enseñarles demasiado, pueden caer en la terrible
tentación de arreglárselas sin la ayuda del amo.
Hay
que llamar la atención a cualquier precio. A segmentos importantes de la
sociedad le encantan las figuras sobredimensionadas. Es mejor ser agredido que
ignorado. Una vez que haya logrado que la gente caiga bajo su fascinación, los
tendrá domesticados.
Deben
armarse espectáculos imponentes. Rituales, eventos, gestos simbólicos que
enfaticen la presencia del poderoso. Las imágenes unen a la gente, los encandila
y desalienta las preguntas que siempre son peligrosas.
Revolver
las aguas para asegurarse una buena pesca. Cuando hay calma, los enemigos
tienen tiempo para organizarse y tomar la iniciativa. No hay que dejarlos.
Cuantos más furiosos estén los adversarios menos controlarán la
situación.
Tener
un enemigo es clave. Si no se lo tiene conviene armarlo aunque para ello haya
que transformar a un amigo en enemigo. Hay que presentarlo si es necesario
como una lucha entre el bien y el mal. Suele ser un argumento más fuerte que
cualquier cantidad de palabras que se utilicen.
Cuanto
más información se tenga del adversario más control se tendrá sobre él.
Descubrir el talón de Aquiles del otro, es contar con una poderosa herramienta
de presión para manejarlo discrecionalmente.
También
hay advertencias:
Inevitablemente
se genera alrededor del poderoso una corte. Suele ser riesgosa si predominan
los mediocres. Al competir entre si para satisfacer los deseos del líder,
explícitos o inferidos pueden cometer errores.. Eso si, hay que asegurarse que
tengan claro que, quienquiera haga los trabajos, los laureles son siempre para
el amo.
Hay
que tener cuidado al elegir enemigos. Si uno se equivoca, hay gente que dedicará
toda su vida para vengarse.
Si
surge un enemigo real, hay que aplastarlo. Si se deja encendida alguna brasa,
por más débil que sea, siempre hay un riesgo de que vuelva a desencadenarse un
incendio
Hay
que manipular las emociones del enemigo pero hay que tener cuidado con las
furias propias. Los estallidos de ira pueden parecer una muestra de poder pero
su repetición las puede mutar en impotencia. Puede ser el principio de la
caída.”
Esto
es sólo una muestra, como dijimos, hay decenas de estas ideas, pero me parece
representativa como botón…Si uno mira alrededor….
Como
puede apreciarse, una condición necesaria para acumular poder sin límites es
tener actitudes y conductas que espantarían a las personas honestas, sinceras,
transparentes, digamos, lo que llamaríamos buenos tipos. Ya el amigo
Maquiavelo le advertía al príncipe: “Todo hombre que intente ser bueno todo el
tiempo terminará arruinado entre la gran cantidad de hombres que no lo son”
Por
último, para los que sientan la tentación de intentarlo, una reflexión de un tal
Nietzche:
“…el
que quiere poder no advierte que el poder vuelve estúpidos a los hombres”
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