Por Eduardo Zamorano
Abogado - Master en Inteligencia estratégica por la UNLP
Columnista de CONSTRUCCION PLURAL, el programa radial de Fernando Mauri.
El
sábado 14 de marzo, la Convención Nacional de la Unión Cívical Radical
resolvió, por una módica diferencia de votos, que el venerable partido
se sume al espacio que ya integran la Coalición Cívica y Propuesta
Republicana para disputar las Primarias Abiertas Simultáneas y
Obligatorias-PASO. Asimismo ungió candidato a Presidente de la Nación
para competir en dichas primarias al Senador Ernesto Sanz.
(El 14/11/2014 ya en este espacio, bajo el título “Un clásico: el divisionismo radical”http://abordajes.blogspot.com.ar/2014/11/un-clasico-el-divisionismo-de-la-ucr.html,
pronosticamos esa circunstancia).
Los
analistas “VIP” confieren gran trascendencia a esta decisión de los
boinas blancas dado que presumen que Macri triunfará con holgura en
dicha primaria, y que la UCR le aportará a su candidatura presidencial
la estructura territorial que hoy carece así como un caudal de votantes
nada despreciable.
La conjetura es
cierta en lo relativo al soporte del aparato radical en las provincias y
las eventuales alianzas locales que permitirían ganar algunas
gobernaciones e intendencias. Empero, es un tanto prematuro afirmar que
las bases radicales (o los simpatizantes habituales de ese cuadrante
político) entregarán su voto a Macri, al menos en el primer turno
comicial.
La
Convención celebrada en Gualeguaychú mostró la vigencia de una
tradición radical: la existencia líneas internas que, desde tiempos
remotos, conviven con encomiable esfuerzo aunque, en varias
oportunidades en el curso de su historia centenaria, las divergencias
fueron insuperables y derivaron en fracturas partidarias. Omito recordar
los desgajamientos del tronco común ya que no son pertinentes a los
fines de esta nota.
(Remito a la nota antes mencionada, en la cual reseño estos acontecimientos)
Aquí
me limito a precisar que, como pudo constatarse en la última
Convención, cotejan dos fracciones básicas: una línea minoritaria de
sesgo suavemente conservador inspirada en Alvear (ayer Fernando De la
Rua, hoy Ernesto Sanz), y otra mas numerosa en las bases y cuadros
intermedios que posee una orientación con matices populistas al modo de
Yrigoyen (Ricardo Alfonsín, Gerardo Morales, Cobos, etc), tendencia muy
marcada en las vertientes juveniles y universitarias.
Ese
sector, que suele ser ganador en las internas partidarias -aunque con
excepciones, como Gualeguaychú-, reconoce afinidades con el peronismo
en tópicos tales como: rol del Estado en la economía, proteccionismo
económico, política exterior, e incluso manejo de las relaciones
laborales.
Estos puntos de
contacto no desmerecen la rivalidad global entre ambas agrupaciones ya
que -reitero- la UCR en su conjunto reivindica como rasgo
identitario: el republicanismo y su consiguiente proyección
institucional. Y, sorprendentemente para los tiempos que transitamos, lo
lleva a la práctica con meritoria frecuencia.
A
la luz de estos antecedentes, la propuesta aliancista que prevaleció en
la Convención de Gualeguaychú, con magra diferencia y dejando un tendal
de caras largas, más que una cercanía ideológica con el PRO, reconoce
tres razones pragmáticas ligadas a la supervivencia partidaria.
En
primer término la UCR carece de un líder en condiciones de incursionar
en la pelea presidencial. Va de suyo que en una compulsa electoral para
dirimir la primera magistratura esa orfandad se expande a los restantes
puestos en juego por la tracción fenomenal que ejerce el candidato al
premio mayor. Es un motivo atendible para resignar heroísmos solitarios y
aceptar un rol secundario frente al macrismo.
Como
segundo elemento debe ponderarse que el kirchnerismo en su versión
“cristinista” concita rechazos vigorosos y nutridos en las clases
medias, clientela habitual del radicalismo. Más aún, en los últimos
tiempos, dentro de ese conglomerado social, ha revivido un sentimiento
“antiperonista” originado en la crispación inducida por el discurso
intemperante del gobierno. En el marco de esta polarización, una actitud
dubitativa del radicalismo volcaría hacia Macri las preferencias de
estas franjas de votantes.
Y
en tercer lugar, más allá de las imputaciones tremendistas procedentes
de usinas gubernamentales y núcleos izquierdistas, el macrismo dista de
lucir como un conservadurismo rancio “estilo Alsogaray”, y hasta se
permite algunos guiños populares así como discretos apoyos a medidas de
aggiornamiento en cuestiones de vida cotidiana. Empero esos efluvios
progresistas no alcanzan a las posiciones macroeconómicas respecto a las
cuales resulta ostensible su adscripción liberal.
En
resúmen, la mayoría de los convencionales optó por el mal menor. Saben
que Macri ganará con comodidad la candidatura presidencial en las PASO,
pero aspiran como pretensión mínima a cosechar una buena cantidad de
cargos, y como apetencia máxima a una suerte de co-gobierno donde
impongan su mayor experiencia para la rosca política respecto de la
gente del PRO.
Sin
embargo, Sanz y sus conmilitones serán observados con ojo crítico por
la línea populista del radicalismo. Habrá fuertes exigencias
“programáticas”, aspecto en el cual el PRO siempre se ha mostrado
esquivo, ya que su rasgo fundacional es “la gestión” y no las proclamas
doctrinarias. De igual forma, se demandará que el PRO sea generoso a la
hora de abrir sus listas de candidatos a nivel de Diputados y Senadores
Nacionales a la militancia radical.
Finalmente,
aún cuando el perseverante Sanz salga airoso de esta difícil prueba de
equilibrios y consensos, queda el misterio del cuarto oscuro y la
tentación del corte de boleta.
En
este punto cabe admitir que en el imaginario de buen número de
radicales y afines, Macri simboliza al empresario opulento, heredero sin
beneficio de inventario de negocios no siempre transparentes. Debe
reconocerse que Mauricio hizo esfuerzos por conseguir un perfil popular:
su paso por Boca Juniors; el paulatino abandono de la corbata como
resabio de atildamiento; su reciente y renovada paternidad; y el
patrocinio a los recitales de “Violetta”, entre otras iniciativas
tendientes a mostrarse como un político descontracturado.
Pero
estos saludables empeños colisionan con su estilo discursivo, la
modulación barrionortista de su voz, ciertos ademanes de colegio pituco,
y sobre todo su probable adhesión a un credo liberal, rasgos que lo
convierten en un trago amargo para el tradicional votante radical.
No
puedo concluir el comentario sin mencionar una objeción más sutil,
mezcla de realismo y paranoia, que se escuchó de algunos intelectuales
cercanos al radicalismo.
Arguyen
estos dignos pensadores que, aún cuando la entente “radical-macrista”
llegara a la Presidencia, dicha circunstancia estaría lejos de perturbar
a la actua líder y su entorno cercano. Dicha hipótesis -continúan
estos suspicaces analistas- sería, valga el oxímoron, una “derrota
triunfal”, pues Cristina habría matado “dos pájaros de un tiro”: su
bestia negra (Massa) y su dudoso delfín (Scioli).
La
falencia política de los dos peronistas presidenciables la convertiría
en jefa de la oposición, consolidándola como dueña exclusiva del
peronismo.
Esta
línea argumental discurre por carriles aceptablemente sensatos: un
Massa victorioso activaría la ley de hierro peronista tipificada por la
verticalidad frente al nuevo líder validado por el pueblo; y un Scioli
triunfante, suceso sólo imaginable si contara con el respaldo explícito
de la Presidenta, presentaría dos inconvenientes: Cristina quedaría en
una posición incómoda para cuestionarlo, y surgirían tentaciones
hamletianas, también caras a los muchachos del General, vinculadas con
aquéllo de la patada histórica.
Por
el contrario, con Macri en el sillón presidencial, Cristina, además
del rol central que retendría en el seno del Movimiento, explotaría las
diferencias políticas -hasta el límite del antagonismo- con el novel
gobierno, fueran ellas reales o “relatadas”, en fervorosas arengas
abominaría de la restauración conservadora, y rodeada de peronistas,
viejos y nuevos, velaría sus armas para un posible OPERATIVO RETORNO.-
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