martes, junio 09, 2015

Crónica de una derrota deseada

Por Eduardo Zamorano 
pAbogado - Master en Inteligencia Estratégica por 
la UNLP.

Columnista de  CONSTRUCCION PLURAL,  el programa 
radial de  Fernando Mauri. 




Hoy, el punto central de la agenda política pasa por la formación de una coalición o algo similar entre el PRO y el Frente Renovador. La mayoría de los analistas opina que, en defecto de esa unidad, el oficialismo se impondría en las próximas elecciones.

El escollo que se opone a la iniciativa es la negativa de Macri a integrarse con Massa.
El Jefe de Gobierno argumenta que la “gente” está ávida de un cambio, desilusionada con quiénes desde 1983 gobernaron el país durante 26 años, y que la incorporación al espacio PRO-UCR-C.C. de dirigentes que participaron del gobierno kirchnerista perjudicaría sus chances electorales.

Estos fundamentos lucen endebles, entre otras, por las siguientes razones.

1.- Hace tiempo las elecciones no se dirimen por cuestiones ideológicas o programáticas. Las variables decisivas son: el carisma del candidato, la intuición de que mejorará (o no empeorará) la situación socio-económica, y la expectativa de gobernabilidad.

2.- Las dos últimas variables, con o sin acierto, se asocian con gobiernos peronistas.

3.- En el seno del PRO, ocupando posiciones significativas, hay figuras que vienen del peronismo; a modo de ejemplo: Ritondo, Santilli, Patricia Bullrich, y hasta el propio Rodríguez Larreta fue funcionario de Duhalde.

Lole Reutemann, la última inclusión estelar en el espacio amarillo, fue una creación menemista, fracción neoliberal del peronismo.


4.- Massa frustró en 2013 la máxima aspiración kirchnerista: la perpetuación de Cristina en el gobierno del país. Parece difícil ligar con el oficialismo al político que le propinó un golpe casi letal al proyecto sublime; más bien en la memoria de la gente prevalece este brutal mandoble que su efímero paso por la jefatura de gabinete.

Si son flojas las excusas que apuntalan la negativa,  son consistentes, por el contrario,  los riesgos que conlleva la misma.

En efecto, una ponderación realista veda al PRO y aliados toda posibilidad de ganar la Provincia de Buenos Aires, distrito que concentra un cuarto de los votos del país.  Allí Macri no cuenta con una candidata sólida, más allá de su simpatía y buenas intenciones, tampoco con una implantación territorial que le asegure, siquiera, una aceptable cantidad de votos.

Se trata del feudo, inmenso y esencial,  del peronismo en sus variopintas modalidades.  Un candidato con la estirpe de ese palo podría concretar una suculenta cosecha de sufragios y hasta alzarse con la gobernación.
En pocas palabras, son altas las probabilidades que la Provincia gigantesca se convierta en el “agujero negro” del Ingeniero.

Ahora bien, después de este somero repaso de los antecedentes, busquemos una explicación para esta aparente tozudez del ex presidente de Boca Juniors que lo conduce a la eventual derrota ante Scioli.

Pensar que es simplemente un acto de torpeza política sería subestimarlo injustamente. Macri no es, como suele decirse, “un animal político” pero ha mostrado perspicacia y fortaleza en condiciones desfavorables.
Entonces ¿por qué no pensar que deliberadamente está jugando a “perdedor”?
¿por qué no sospechar que teme una victoria pírrica?
¿por qué no inferir que en alguna pesadilla, salvando las distancias, se ve espejado como un émulo de De la Rúa?

Vuelco algunos datos que deben desvelar al marido de Juliana Awada: estamos inmersos en una “economía de transición”, un puente artificial hasta llegar a las elecciones, pero con descomunales asignaturas pendientes: la restricción externa machacando sobre el nivel de actividad, la irresuelta y compleja situación de la deuda con los buitres, el declive de la producción industrial, el cepo cambiario,  y el déficit fiscal en crecimiento exponencial por mencionar fisuras en el campo económico. Y si nos aventuramos al ámbito social: la inseguridad que golpea a los más vulnerables, la instalación de nodos de narcotraficantes,  el desórden en las calles.

Excepto el oficialismo fundamentalista, los candidatos presidenciales con posibilidades saben que deberán encarar, más temprano que tarde, la solución a estos desajustes.  El problema es que ese remedio puede saber muy amargo para amplias franjas de la población.  En un marco de anomia generalizada como el que padece la Argentina, es sencillo imaginar fuertes resistencias a cualquier intento de componer el caos.

También es fácil colegir que enfrentar estos obstáculos generará costos políticos de alto impacto.
Es posible que Macri sea consciente que para una epopeya de esta magnitud carece de una estructura política, consolidada y compacta, que lo respalde con la imprescindible contundencia.  Igualmente, puede especular que si es Scioli quién deba salir al toro, habrá rotundos cortocircuitos en la tropa oficialista que podrían conmover su, hasta ahora, impenetrable cohesión.

Finalmente, quizás Macri se esté convenciendo que su turno puede esperar.-

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