Crónica de una derrota deseada
Por Eduardo Zamorano
pAbogado - Master en Inteligencia Estratégica por
pAbogado - Master en Inteligencia Estratégica por
la UNLP.
Columnista de CONSTRUCCION PLURAL, el programa
radial de Fernando Mauri.
Hoy,
el punto central de la agenda política pasa por la formación de una
coalición o algo similar entre el PRO y el Frente Renovador. La mayoría
de los analistas opina que, en defecto de esa unidad, el oficialismo se
impondría en las próximas elecciones.
El escollo que se opone a la iniciativa es la negativa de Macri a integrarse con Massa.
El
Jefe de Gobierno argumenta que la “gente” está ávida de un cambio,
desilusionada con quiénes desde 1983 gobernaron el país durante 26 años,
y que la incorporación al espacio PRO-UCR-C.C. de dirigentes que
participaron del gobierno kirchnerista perjudicaría sus chances
electorales.
Estos fundamentos lucen endebles, entre otras, por las siguientes razones.
1.-
Hace tiempo las elecciones no se dirimen por cuestiones ideológicas o
programáticas. Las variables decisivas son: el carisma del candidato, la
intuición de que mejorará (o no empeorará) la situación
socio-económica, y la expectativa de gobernabilidad.
2.- Las dos últimas variables, con o sin acierto, se asocian con gobiernos peronistas.
3.-
En el seno del PRO, ocupando posiciones significativas, hay figuras que
vienen del peronismo; a modo de ejemplo: Ritondo, Santilli, Patricia
Bullrich, y hasta el propio Rodríguez Larreta fue funcionario de
Duhalde.
Lole
Reutemann, la última inclusión estelar en el espacio amarillo, fue una
creación menemista, fracción neoliberal del peronismo.
4.-
Massa frustró en 2013 la máxima aspiración kirchnerista: la perpetuación
de Cristina en el gobierno del país. Parece difícil ligar con el
oficialismo al político que le propinó un golpe casi letal al proyecto
sublime; más bien en la memoria de la gente prevalece este brutal
mandoble que su efímero paso por la jefatura de gabinete.
Si son flojas las excusas que apuntalan la negativa, son consistentes, por el contrario, los riesgos que conlleva la misma.
En
efecto, una ponderación realista veda al PRO y aliados toda posibilidad
de ganar la Provincia de Buenos Aires, distrito que concentra un cuarto
de los votos del país. Allí Macri no cuenta con una candidata sólida,
más allá de su simpatía y buenas intenciones, tampoco con una
implantación territorial que le asegure, siquiera, una aceptable
cantidad de votos.
Se trata del
feudo, inmenso y esencial, del peronismo en sus variopintas
modalidades. Un candidato con la estirpe de ese palo podría concretar
una suculenta cosecha de sufragios y hasta alzarse con la gobernación.
En pocas palabras, son altas las probabilidades que la Provincia gigantesca se convierta en el “agujero negro” del Ingeniero.
Ahora
bien, después de este somero repaso de los antecedentes, busquemos una
explicación para esta aparente tozudez del ex presidente de Boca Juniors
que lo conduce a la eventual derrota ante Scioli.
Pensar
que es simplemente un acto de torpeza política sería subestimarlo
injustamente. Macri no es, como suele decirse, “un animal político” pero
ha mostrado perspicacia y fortaleza en condiciones desfavorables.
Entonces ¿por qué no pensar que deliberadamente está jugando a “perdedor”?
¿por qué no sospechar que teme una victoria pírrica?
¿por qué no inferir que en alguna pesadilla, salvando las distancias, se ve espejado como un émulo de De la Rúa?
Vuelco
algunos datos que deben desvelar al marido de Juliana Awada: estamos
inmersos en una “economía de transición”, un puente artificial hasta
llegar a las elecciones, pero con descomunales asignaturas pendientes:
la restricción externa machacando sobre el nivel de actividad, la
irresuelta y compleja situación de la deuda con los buitres, el declive
de la producción industrial, el cepo cambiario, y el déficit fiscal en
crecimiento exponencial por mencionar fisuras en el campo económico. Y
si nos aventuramos al ámbito social: la inseguridad que golpea a los más
vulnerables, la instalación de nodos de narcotraficantes, el desórden
en las calles.
Excepto
el oficialismo fundamentalista, los candidatos presidenciales con
posibilidades saben que deberán encarar, más temprano que tarde, la
solución a estos desajustes. El problema es que ese remedio puede saber
muy amargo para amplias franjas de la población. En un marco de anomia
generalizada como el que padece la Argentina, es sencillo imaginar
fuertes resistencias a cualquier intento de componer el caos.
También es fácil colegir que enfrentar estos obstáculos generará costos políticos de alto impacto.
Es
posible que Macri sea consciente que para una epopeya de esta magnitud
carece de una estructura política, consolidada y compacta, que lo
respalde con la imprescindible contundencia. Igualmente, puede
especular que si es Scioli quién deba salir al toro, habrá rotundos
cortocircuitos en la tropa oficialista que podrían conmover su, hasta
ahora, impenetrable cohesión.
Finalmente, quizás Macri se esté convenciendo que su turno puede esperar.-
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