El eterno retorno
Por EDUARDO ZAMORANO
El filósofo rumano Mircea Eliade escribió un libro polémico: “El mito del eterno retorno”,
en el cual postula que en el devenir histórico hay un principio del
tiempo y un fin, que vuelve a generar a su vez un principio. De este
modo, desdeña tanto la visión lineal del progreso indefinido como la
dialéctica de las oposiciones para plantear que los mismos
acontecimientos se repiten en el mismo orden, tal cual ocurrieron, sin
ninguna posibilidad de variación.
Esta idea, si bien que rodeada de una poética literaria, puede encontrarse en algunos cuentos de Borges (“El tiempo circular”), e incluso en la base argumental de la célebre novela de García Márquez: “Cien años de soledad”.
Aclaro
que no adhiero a la postulación del rumano; empero, reconozco que la
historia de nuestro país muestra acontecimientos que, con lógicas
matizaciones, parecen repetirse en el tiempo. Un ejemplo es la
reiteración de episodios donde el poder político es controlado por un
matrimonio.
A las pruebas me remito.
Hasta
la muerte de su esposa: Encarnación Ezcurra, Rosas la escuchaba con
unción y muchas de sus decisiones requerían el visto bueno de la señora.
Huelgan
los comentarios sobre la extraordinaria influencia de Evita en el
primer peronismo, experiencia que -con escasa fortuna- el General
intentó replicar, años después, con Isabel.
Por
último, el matrimonio Kirchner había proyectado una larga permanencia
en el gobierno, mediante sucesivas alternancias, estrategia frustrada
por la prematura muerte de Néstor.
Otra característica histórica reiterada, especialmente en el peronismo, es el “presidente formal” que ocupa la primera magistratura de manera cuasi protocolar debido a que, altri tempi por vetos dictatoriales o límites constitucionales hoy, no puede hacerlo el/la líder de turno.
Esto
aconteció en 1973 cuando Héctor José Cámpora fue una suerte de
testaferro político de Perón, cuya candidatura fue bloqueada por la
Dictadura Militar encabezada por Lanusse.
El
FREJULI (alianza hegemonizada por el Partido Justicialista) ganó las
elecciones del 11 de marzo de 1973 en base a la consigna: “Cámpora al gobierno, Perón al poder”.
La
promesa no demoró en cumplirse superando, incluso, las expectativas más
optimistas. Pocos meses después, Perón ocupaba por tercera vez la
presidencia del país.
¿Cómo
se implementó la maniobra legal para posibilitarlo? Desde luego con la
renuncia de Cámpora. Pero, debido a la lucha de fracciones que se
libraba dentro del peronismo, era necesario que la persona que sucediera
al odontólogo de San Andrés de Giles perteneciera a la ortodoxia y
guardara una indubitada fidelidad al General.
Ello
obligó a que también hicieran mutis por el foro los dos sucesores
constitucionalmente habilitados para suceder a Cámpora. El
Vicepresidente Solano Lima no era estrictamente peronista ya que
pertenecía al Partido “Conservador Popular”; y el Presidente del
Senado: Alejandro Díaz Bialet generaba incertidumbre por una presunta
cercanía con grupos izquierdistas que actuaron a mediados de la década
del sesenta, e incluso los servicios de inteligencia habían detectado,
para esa misma época, su estadía clandestina en Cuba.
El
apartamiento de los nombrados despejó el camino para que el presidente
interino fuera Rául Lastiri, a la sazón titular de la Cámara de
Diputados y con una impecable credencial verticalista: era el yerno de
José López Rega.
Naturalmente, Lastiri convocó a elecciones y por una abrumadora mayoría de sufragios triunfó la fórmula: “Perón-Perón”.
Como también es habitual en nuestro país, no faltaron los ingenuos que
suponían que el General designaría como Vicepresidente al pope radical,
Ricardo Balbín, para dar una señal de pluralidad política. Todavía deben
estar esperando…ya que, fiel al sesgo dinástico del Movimiento, fue
Isabel la segunda en la fórmula triunfante.
Salvando los diferentes contextos, la novísima fórmula “Scioli-Zannini” como “precandidatos”
(es un decir ya que no existirá competencia en las primarias) por el
Frente para la Victoria, replica el episodio narrado precedentemente. En
caso de resultar triunfante el ex motonauta, el verdadero poder
político continuará ejerciéndolo Cristina Fernández de Kirchner, en
principio guardando una moderada discreción.
En
este sentido, la nominación de Zannini -que tanto alborota a
editorialistas, empresarios, y a todo género de almas bellas que hacen
catarsis en los correos de lectores- va completando el cerco sobre el
probable “primer mandatario” que venía gestándose hace tiempo:
nombramientos de gurkas de La Cámpora en todos los niveles de la
administración pública centralizada o no, cooptación de jueces y
fiscales en los distintos fueros judiciales, y aquietamiento de las
ínfulas investigativas de algunos jueces federales reactivos.
Este
corralito político en torno al habitante de “La Ñata” se perfeccionará
cuando el hábil dedo de Cristina se garantice abundantes cuadros fieles
en las listas de parlamentarios nacionales, y la frutilla sobre la crema
estará representada con la definición de la candidatura a gobernador de
Buenos Aires del candidato papal -Julián Domínguez- , sea
porque la bendición de Francisco le permita imponerse en las urnas a
Aníbal Fernandez y Fernando Espinosa, o bien porque a estos últimos la
presidenta les propine un nuevo “baño de humildad” que despeje el camino del devoto Julián.
Llegada
la elección general, con los plácemes de Cristina y el Vaticano, es
difícil imaginar que aparezca un opositor que le arrebate la gobernación
de la provincia fundamental.
El 21 de octubre de 2014 anticipé la táctica que, a la postre, adoptaría la Presidenta en la nota titulada “Scioli al gobierno, Cristina al poder”, escrita para el blog. El tiempo me está dando la razón.
En el ínterin, la denominada “oposición”
se embarcó en una competencia de cargos y vanidades digna de mejor
causa, rosqueó con impresentables ediles suburbanos, edificó endebles
alianzas cupulares que no garantizan el voto de las bases respectivas, y
alardeó sobre una pureza de orígen que debía preservarse virginal(¿?).
Este
accionar errático, inconducente, y soberbio tiró por la borda la
posibilidad de unificar personería mediante una interna amplia y sin
mezquindades, única alternativa realista de vencer al oficialismo en la compulsa de octubre.
La magnitud de esta equivocación justifica ciertas suspicacias (ver mi nota anterior “Crónica de una derrota deseada”,
en este blog) en torno a que el referente opositor mejor
posicionado piensa que en 2016 el sillón de Rivadavia adquirirá
peligrosas similitudes con la silla eléctrica y, desde luego, prefiere
no apoyar su trasero en la misma.
Si
estas prevenciones fueran válidas, resulta políticamente impecable la
jugada de Cristina. En efecto, un Scioli presidente no sólo le permitirá
retener el poder sino que -en la eventualidad que la fuerza de los
hechos imponga un ajuste en la economía- se convertirá en el perfecto
fusible que absorba los inevitables costos políticos.-
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