lunes, junio 01, 2015

Los hechos y el contexto

Por Eduardo Zamorano 

"SACCO Y VANZETTI- Dramaturgia sumaria de documentos sobre el caso”, de Mauricio Kartun se reestrenó en el Teatro Nacional Cervantes.
Como reza el subtítulo, la obra recrea el célebre episodio de dos inmigrantes italianos anarquistas, residentes en Nueva York, que en 1928 fueron condenados y ejecutados por un crímen que no cometieron; la peculiaridad del trabajo de Kartun, a diferencia de otras versiones cinematográficas y teatrales sobre el suceso, finca en que el texto discurre a través de la documentación de la época, sean actas judiciales y policiales, cartas de los imputados a sus familiares, notas de los periódicos, etc.

El autor escribió esta obra en 1994; posiblemente en aquel momento (el contexto inmediato era la Corte de la “mayoría automática” y el presidente que propugnaba por la pena de muerte) la puesta en escena hubiera enfatizado la venalidad judicial así como la temible irreversibilidad de pagar con la vida por ciertos crímenes.

Sin embargo, en estos días la visión del conocido director Mariano Dossena carga los acentos dramáticos en la discriminación, prejuicio y xenofobia que empujan e inducen la sentencia contra los italianos. Es posible que el énfasis en estos aspectos que rezuma la actual puesta se conecte con el debate mundial sobre la lucha (y sus desbordes legales y éticos) contra el terrorismo islámico así como las limitaciones que se imponen a la inmigración clandestina proveniente del Magreb hacia Europa,  o de Centroamérica a los Estados Unidos.

En este sentido, más allá de la síntesis exigida por la teatralización de un acontecimiento, la obra de Kartun hace alusiones parciales e incompletas al contexto histórico que enmarcan a los hechos y sus protagonistas; esta omisión perjudica la comprensión profunda de sentimientos y conductas.  La ausencia de historicidad muestra a los autores de la colosal injusticia (jueces, fiscales, políticos y hasta testigos) como intrínsecamente perversos cuando, sin ánimo de justificarlos, estaban rodeados de un clima de época fuertemente condicionante.

Hago referencia a que el movimiento anarquista, cuyos comienzos a mediados del siglo XIX fueron utópicos y pacifistas (recordar los falansterios de Fourier, o la lógica persuasiva de Proudhon), ya ingresados en la centuria siguiente había adoptado la teoría de la “propaganda por el hecho”, la cual planteaba que el impacto de una acción violenta es más eficaz que la palabra a la hora de despertar las energías rebeldes del pueblo.
Esta postura era sostenida con singular vehemencia por Enrico Malatesta y logró multitudinarias adhesiones en los grupos anarcos italianos; como suele pasar con la violencia política aquello que nace como proselitismo para ganar adeptos ingresa en una escalada peligrosa cuyo vértice superior es el terrorismo.

Primero fueron huelgas, movilizaciones, sabotajes pero los buenos resultados y la inercia violenta culminaron con “expropiaciones”; bombazos; y tiranicidios.

Buena parte del mundo se convulsionó: durante los primeros años del siglo XX, fanáticos anarquistas ultimaron al presidente francés Sali Carnot, la emperatriz Isabel de Baviera, el rey Humberto I, y el presidente norteamericano William Mc Kinley.
Vale aclarar que fue, precisamente, en los EEUU donde se produjo la huelga del 1 de mayo de 1886 en reclamo de las ocho horas de trabajo diarias, la cual fue salvajemente reprimida e incluso implicó la pena de muerte para varios anarquistas.

Las réplicas no se demoraron; hacia 1920, hubo una seguidilla de atentados anarquistas en Norteamérica, los cuales eclosionan con las bombas en Wall Street que provocan 38 muertos y 400 heridos.

Todos estos episodios fueron previos al arresto de Sacco y Vanzetti, quiénes resultaron el chivo expiatorio de una sociedad atemorizada y cegada por el deseo de venganza.

Alguien dijo con razón que un fascista no es otra cosa que un burgués asustado. El miedo nubla la razón y erosiona la ética. Son pocos  -como el noble abogado defensor de los italianos-   quiénes pueden sustraerse a la obnubilación que conduce a criminalizar por sospechas endebles y a brutalizar el escarmiento.

Ayer el miedo social culminó en la silla eléctrica para Sacco y Vanzetti, hoy todavía es Guantánamo para islámicos sospechados de terrorismo. Los italianos fueron irracionalmente inmolados; los musulmanes, en atroz paradoja, luego de años de soportar sevicias y encierro, son exportados a Uruguay con las mejores referencias.  Detrás de estas aberraciones hay una responsabilidad social que, como en la obra que comento, suele difuminarse.

La obra de Kartun escamotea la mitad del contexto, descansa en el simplismo que los malos son siempre los poderosos. Es una postura cómoda y, en algunos casos, demagógica.
El repudio hacia las injusticias basadas en el prejuicio y la discriminación no excluye  -por el contrario, torna obligatorio para quiénes piensan la realidad desde cuadrantes diversos, entre ellos: el teatro-   indagar el contexto histórico, comprenderlo y divulgarlo en su integralidad.  Quizás ver el huevo de la serpiente ayude a evitar la repetición de la tragedia.-

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