Los hechos y el contexto
Por Eduardo Zamorano
"SACCO Y VANZETTI- Dramaturgia sumaria de documentos sobre el caso”, de Mauricio Kartun se reestrenó en el Teatro Nacional Cervantes.
Como
reza el subtítulo, la obra recrea el célebre episodio de dos
inmigrantes italianos anarquistas, residentes en Nueva York, que en 1928
fueron condenados y ejecutados por un crímen que no cometieron; la
peculiaridad del trabajo de Kartun, a diferencia de otras versiones
cinematográficas y teatrales sobre el suceso, finca en que el texto
discurre a través de la documentación de la época, sean actas judiciales
y policiales, cartas de los imputados a sus familiares, notas de los
periódicos, etc.
El autor escribió esta obra en 1994; posiblemente en aquel momento (el contexto inmediato era la Corte de la “mayoría automática”
y el presidente que propugnaba por la pena de muerte) la puesta en
escena hubiera enfatizado la venalidad judicial así como la temible
irreversibilidad de pagar con la vida por ciertos crímenes.
Sin
embargo, en estos días la visión del conocido director Mariano Dossena
carga los acentos dramáticos en la discriminación, prejuicio y xenofobia
que empujan e inducen la sentencia contra los italianos. Es posible que
el énfasis en estos aspectos que rezuma la actual puesta se conecte con
el debate mundial sobre la lucha (y sus desbordes legales y éticos)
contra el terrorismo islámico así como las limitaciones que se imponen a
la inmigración clandestina proveniente del Magreb hacia Europa, o de
Centroamérica a los Estados Unidos.
En
este sentido, más allá de la síntesis exigida por la teatralización de
un acontecimiento, la obra de Kartun hace alusiones parciales e
incompletas al contexto histórico que enmarcan a los hechos y sus
protagonistas; esta omisión perjudica la comprensión profunda de
sentimientos y conductas. La ausencia de historicidad muestra a los
autores de la colosal injusticia (jueces, fiscales, políticos y hasta
testigos) como intrínsecamente perversos cuando, sin ánimo de
justificarlos, estaban rodeados de un clima de época fuertemente
condicionante.
Hago
referencia a que el movimiento anarquista, cuyos comienzos a mediados
del siglo XIX fueron utópicos y pacifistas (recordar los falansterios de
Fourier, o la lógica persuasiva de Proudhon), ya ingresados en la
centuria siguiente había adoptado la teoría de la “propaganda por el hecho”,
la cual planteaba que el impacto de una acción violenta es más eficaz
que la palabra a la hora de despertar las energías rebeldes del pueblo.
Esta
postura era sostenida con singular vehemencia por Enrico Malatesta y
logró multitudinarias adhesiones en los grupos anarcos italianos; como
suele pasar con la violencia política aquello que nace como proselitismo
para ganar adeptos ingresa en una escalada peligrosa cuyo vértice
superior es el terrorismo.
Primero
fueron huelgas, movilizaciones, sabotajes pero los buenos resultados y
la inercia violenta culminaron con “expropiaciones”; bombazos; y
tiranicidios.
Buena
parte del mundo se convulsionó: durante los primeros años del siglo XX,
fanáticos anarquistas ultimaron al presidente francés Sali Carnot, la
emperatriz Isabel de Baviera, el rey Humberto I, y el presidente
norteamericano William Mc Kinley.
Vale
aclarar que fue, precisamente, en los EEUU donde se produjo la huelga
del 1 de mayo de 1886 en reclamo de las ocho horas de trabajo diarias,
la cual fue salvajemente reprimida e incluso implicó la pena de muerte
para varios anarquistas.
Las
réplicas no se demoraron; hacia 1920, hubo una seguidilla de atentados
anarquistas en Norteamérica, los cuales eclosionan con las bombas en
Wall Street que provocan 38 muertos y 400 heridos.
Todos
estos episodios fueron previos al arresto de Sacco y Vanzetti, quiénes
resultaron el chivo expiatorio de una sociedad atemorizada y cegada por
el deseo de venganza.
Alguien
dijo con razón que un fascista no es otra cosa que un burgués asustado.
El miedo nubla la razón y erosiona la ética. Son pocos -como el noble
abogado defensor de los italianos- quiénes pueden sustraerse a la
obnubilación que conduce a criminalizar por sospechas endebles y a
brutalizar el escarmiento.
Ayer
el miedo social culminó en la silla eléctrica para Sacco y Vanzetti,
hoy todavía es Guantánamo para islámicos sospechados de terrorismo. Los
italianos fueron irracionalmente inmolados; los musulmanes, en atroz
paradoja, luego de años de soportar sevicias y encierro, son exportados a
Uruguay con las mejores referencias. Detrás de estas aberraciones hay
una responsabilidad social que, como en la obra que comento, suele
difuminarse.
La
obra de Kartun escamotea la mitad del contexto, descansa en el
simplismo que los malos son siempre los poderosos. Es una postura cómoda
y, en algunos casos, demagógica.
El
repudio hacia las injusticias basadas en el prejuicio y la
discriminación no excluye -por el contrario, torna obligatorio para
quiénes piensan la realidad desde cuadrantes diversos, entre ellos: el
teatro- indagar el contexto histórico, comprenderlo y divulgarlo en su
integralidad. Quizás ver el huevo de la serpiente ayude a evitar la
repetición de la tragedia.-
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