Por Eduardo Zamorano
La primera vuelta de la elección presidencial deparó un resultado imprevisto.
Las
encuestan asignaban un triunfo directo del oficialismo o, en su
defecto, un balotage con ocho puntos de diferencia mínima a favor de
Scioli. Obviamente, también consideraban favorito a Aníbal Fernández
para gobernador de la Provincia de Buenos Aires.
Nada de esto aconteció, y no me detendré en los guarismos que suscitan el asombro porque los lectores los conocen de sobra.
Simplemente
busco alguna explicación al insólito fenómeno y esbozo una provisoria
especulación sobre la continuidad del proceso electoral en curso.
Luego
de la gran crisis 2001/2 explotó el sistema de partidos en la
Argentina. A partir de ese momento, a expensas de sus prácticas
clientelares y su fuerte presencia territorial, el peronismo -ahora en
una versión “populista de izquierda”- se consolidó como fuerza
electoralmente prevaleciente. Ese dominio del sistema político se
facilitó por una oposición diezmada y sin un líder aglutinante. Durante
los doce años de gobierno kirchnerista, los espacios políticos
antioficialistas experimentaron: diásporas, reacomodamientos, mudanzas
al bando contrario, ocasionales coaliciones, fugaces acercamientos, etc.
Empero,
pese a su tendencia mayoritaria y a la inopia opositora, el
“perokirchnerismo” pagó el precio irreversible que frena a todos los
populismos con líder providencialista: la dificultad para encontrar un
sucesor. Así, luego de incontables volteretas, la Presidenta optó por
un personaje colateral al núcleo duro gobernante, nunca aceptado de buen
grado pero con indiscutible popularidad.
Valga
este introito para expresar que, más allá de una opinable calidad
técnica de las encuestadoras y sus presumibles parcialidades a título
oneroso, no es fácil hacer pronósticos serios en el escenario electoral
de nuestro país, precisamente por la ausencia de partidos políticos
orgánicos y con propuestas sustentables. Esta carencia genera un voto
personalizado, volátil, efímero, y esencialmente coyuntural, cuya
medición puede transformarse en una entelequia.
Desde
luego el concepto anterior es útil para plantear una dificultad
genérica pero notoriamente insuficiente para avanzar en la comprensión
de la gran sorpresa del domingo 25 de octubre.
A
mi ver, el “extra-ordinario” desenlace de la elección del domingo 25
obedeció, centralmente, a una “oleada relámpago de votos” a favor de
Macri y Vidal, la cual se aceleró con énfasis alrededor de las 72 horas
previas al comicio, fenómeno que naturalmente no pudo detectarse en las
encuestas.
La
procedencia de estos votantes es incierta. Obviamente, la mayoría
engrosaban el elevado porcentual de indecisos que cantaban las
encuestas, pero es posible que hayan fluído de la alianza
“Progresistas”, cordobeses delasotistas, y hasta algunos sciolistas
renegados.
Quizás resulte más sencillo hipotetizar sobre sus motivaciones. Habría dos causas predominantes:
-
Esa oleada postrera interpretó las ambigüedades de Scioli más como
continuidad plena del kichnerismo que como una diferenciación moderada y
con algún arresto de autonomía.
-
La segunda cuestión, ya localizada en la Provincia de Buenos Aires pero
con proyección nacional, se conecta a los temores en torno a la
gobernación en manos de Aníbal Fernández. El nombrado exhibe,
objetivamente, condiciones adversas en cualquier candidato: prepotencia;
discurso sobrador; argumentaciones forzadas y hasta inverosímiles
(recordar su histórica: “sensación” de inseguridad) para justificar los
errores oficiales, etc. A esta imagen contraproducente, se suma una
serie de imputaciones sobre presuntos vínculos con el narcotráfico,
lanzadas por los medios opositores pero con el influyente respaldo de la
más alta jerarquía católica.
Sin
duda se ha producido un cambio significativo en la política argentina;
ello, con prescindencia del final de la historia que tendrá lugar el
22/11.
Dos
datos altamente positivos son: el balotage que dotará de mayor
legitimidad al nuevo presidente y le permitirá afrontar en mejor
posición las previsibles presiones; y el debate público entre ambos
contendientes, deuda largamente postergada con la ciudadanía por seguir
la línea de la “viveza criolla”, al cual no podrán rehusarse a riesgo de
perder la chance.
Por
último, si incluso antes del sorprendente resultado del domingo se
conjeturaba con la necesidad de pactos entre las fuerzas políticas para
garantizar la futura gobernabilidad, cualquiera sea el epílogo de la
elección vamos inexorablemente a una suerte de gobierno de coalición.
Ya
quedó plasmado un cierto equilibrio político entre las fuerzas
principales (vrcia: el gobierno de la Provincia de Buenos Aires, Ciudad
Autónoma, así como eventuales aliados en Córdoba y Mendoza que estarán
bajo dominio de los hoy opositores harán de contrapeso al control del
Senado y a la primera minoría en Diputados bajo la batuta de quiénes
hasta hoy fungen como oficialistas); a esta paridad en el plano político
debe añadirse la necesidad de acuerdos amplios para afrontar las varias
incongruencias macroeconómicas que deja el kirchnerismo así como un
panorama internacional que no luce favorable para el país
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