jueves, abril 14, 2016

Los riesgos de la racionalidad.

Por BERNARDO POBLET


El tiempo pasa, el futuro se hace presente y en nuestra Argentina fragmentada uno tiene la vivencia de que quieren asomar tímidamente las cosas buenas para la convivencia social, la vocación de construir un país organizado, eficaz en la gestión, donde la ideología se focalice en generar riqueza y se distribuya con razonable equidad, donde la libertad sea un valor y las instituciones sean más fuerte que los funcionarios pero, pero….también observamos, con tristeza, que las cosas malas persisten y a veces sentimos que se consolidan, No podemos apelar a la ignorancia como explicación. La ignorancia tiene solución: nos informamos, disponemos de muchos medios, aunque se focalicen en los centros poblados, particularmente en las grandes ciudades. Cuando uno sabe y sigue haciendo lo que se considera malo para vivir en una república, la conducta roza la irresponsabilidad o, tal vez, siendo benevolente, la fe. La fe no requiere pruebas, si uno cree en algo, ese algo existe, no importa lo que afirman los que lo niegan. Es muy fuerte el gusto por el caudillismo como manera de liderar, casi es instintivo, no nos parece que robar sea un pecado capital, la leyenda de que todos roban nos atrapa, la mentira no nos llega, es parte de lo normal, todos mienten todo el tiempo. La anestesia es muy fuerte. En ese contexto el pensamiento racional en la toma de decisiones, algo deseable y necesario, tiene sus riesgos. Se supone que se trabaja para tener un objetivo de mediano plazo en la estrategia y se buscan alternativas para alcanzar una meta de corto plazo en esa dirección, en la táctico. Se evalúan los riesgos de cada alternativa y se decide por la que permite alcanzar lo buscado aceptando las consecuencias adversas y tomando previsiones para bancarla. Perfecto. Eso dice el manual y los técnicos eficientes siguen esa línea de pensamiento. Manda el cerebro. El problema es el corazón. Tenemos en el actual gobierno buenos técnicos, profesionales serios que parecen confundir la realidad con un escrito o una estadística. No parecen considerar un dato de la realidad porque, no pocas veces, no queremos verla: la tendencia de muchos a mirar el pasado, lo emocional, las sensaciones, sentir que ese concepto confuso que llamamos pueblo –confuso porque cada uno lo interpreta a su manera- legitima esa recurrente vocación de no cumplir con la ley, ignorar la Constitución para criticar o apoyar determinadas medidas. Las mejores decisiones en el plano racional suelen fracasar porque les falta tener en cuenta los problemas potenciales de esa subjetividad que ejercitamos como sujetos que somos. Es clave la percepción de la oportunidad, el modo y el contenido de la comunicación que no es enviar o leer un texto escrito. No escuchamos hablar en el lenguaje cotidiano a la gente de las cosas que las afectan, insistiendo en el difícil pero vital propósito de que se entienda en el plano intelectual y se comprenda en el emocional. ¡Si los datos son racionales y están claros! Se da por obvio. Nuestros técnicos deben comprender que es imprescindible trabajar sobre lo obvio.

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