Macri y los sindicatos
Por Eduardo Zamorano
Abogado laboralista
Después de una tregua inicial, la cual se prolongó aproximadamente hasta fines de 2016, el gobierno nacional se embarcó en una creciente disputa con un vasto sector del sindicalismo, reyerta que viene escalando de modo preocupante.
En su meollo, se centra en la reticencia gremial a “colaborar” o “facilitar” los intentos gubernativos para disminuir la inflación; en particular, su desprecio por las pautas oficiales (u oficiosas) tendientes a limitar -“poner un techo”, en la jerga coloquial- a los incrementos de sueldos surgidos de las negociaciones paritarias anuales.
La confrontación hace que los gremios propalen críticas furibundas a la gestión económica de CAMBIEMOS, pero también ejecuten vías de hecho como marchas y paros. El gobierno, a su vez, replica con conductas (explícitas o solapadas) orientadas a erosionar la posición de las cúpulas sindicales tales como: investigación, enjuiciamiento y encarcelamiento preventivo de dirigentes por actos de corrupción; proyectos de ley para bloquear las reelecciones indefinidas; obligación de presentar declaraciones juradas tanto al comienzo como al final de sus mandatos; y severas auditorÍías sobre las obras sociales, entre otras iniciativas, algunas ya consumadas y otras en avanzada preparación.
Principio por señalar que, salvo escasas y honrosas excepciones, el sindicalismo argentino es básicamente anacrónico, y padece una imagen social pésima tal como lo confirman las encuestas de opinión, prácticamente unánimes en este punto.
Más allá de posibles prejuicios clasistas, las críticas que se le endilgan a la dirigencia son difícilmente rebatibles: perpetuación indefinida en sus cargos, en varios casos con sesgos dinásticos (ejemplos: camioneros, encargados de casa de renta, etc); elecciones amañadas; enriquecimiento ilícito;graves episodios de violencia verificados entre fracciones rivales, y prácticas extorsivas en detrimento de las empresas.
Sentada esta breve descripción -efectuada para exhibir que el autor de estas líneas considera imprescindible un cambio profundo del modelo sindical argentino, así como una amplia renovación de su dirigencia-, en los párrafos siguientes resaltaré que los avances para revertir, por las buenas o por las malas, esta colosal estructura burocrática, culminaron en rotundos fracasos e implicaron serios costos para sus impulsores, fueran gobernantes o sectores sindicales que antagonizaron con la dirigencia tradicional.
Con las prevenciones del caso, acudo a mi memoria.
DECADA DEL SETENTA
“Se va acabar, la burocracia sindical”
Esta consigna era levantada por el sector de izquierda del peronismo (conocido, en ese entonces, como “Tendencia Revolucionaria” o “La Tendencia” a secas), cuyo correlato sindical recibía la denominación de “Juventud Trabajadora Peronista-JTP”.
En estos años trágicos, la metodología para defenestrar a la dirigencia tradicional consistió en el ejercicio de la violencia en su más cruda expresión (asesinatos de Vandor, Alonso, Coria y el mismísimo Rucci, entre muchos otros). Desde luego la reacción de la ortodoxia fue igualmente brutal y nutridos contingentes de “culatas” gremiales integraron la temible “Triple A” o “Alianza Anticomunista Argentina”, prohijada por encumbrados sectores del tercer gobierno de Perón, que ejecutaba a los “infiltrados” en sus organizaciones. Vale decir que, en el sangriento combate entre peronistas de diverso pelaje, la dirigencia sobrevivió con amparo gubernamental. Más aún durante el mandato de María Estela Martínez de Perón, los dirigentes acentuaron su influencia sobre el gobierno, llegándose a hablar de una “Patria Sindical o Patria Metalúrgica”.
EL PROCESO MILITAR
“Nuestros enemigos son los subversivos y los corruptos”
La Dictadura instaurada en marzo de 1976, incluyó dentro de la categoría de “corruptos” a los dirigentes sindicales peronistas, muchos de los cuales fueron privados de su libertad (en el buque-prisión “Granaderos”, llegaron a convivir Lorenzo Miguel con el padre del actual Ministro de Trabajo). Además, se intervinieron todos los gremios y la huelga fue criminalizada.
Pero, con el correr del tiempo y sus incontables desaciertos, la Dictadura se desbandó, fijó fecha de elecciones, los dirigentes gremiales recuperaron su libertad y, por supuesto, volvieron a ocupar sus puestos dentro de las organizaciones.
ALFONSIN Y EL REORDENAMIENTO SINDICAL
“Queremos sindicatos fuertes pero democráticos”
El líder radical Raúl Alfonsín triunfó en las elecciones de octubre de 1983. Una de sus exitosas muletillas de campaña fincó en denunciar un presunto“pacto militar-sindical”, el cual, luego de la victoria, pasó al arcón de los recuerdos.
Empero, intentó cumplir la promesa de democratizar los gremios al punto que su primera gran iniciativa parlamentaria fue un proyecto innovador para remover las vetustas estructuras, impulsado por su Ministro de Trabajo, el sindicalista gráfico Antonio Mucci.
El proyecto Mucci fue aprobado en Diputados pero por una escasa minoría no pudo sortear el Senado.
Menciono sucintamente alguna de sus nonatas disposiciones:
-Representación de las minorías en los consejos directivos y cuerpos de delegados.
-Voto directo, secreto y obligatorio para todos los cargos sindicales, con veeduría del Ministerio de Trabajo.
-Limitación a una sola reelección inmediata para los miembros de consejos directivos, condicionado su eventual reelección mediata a una efectiva reincorporación a su trabajo durante el lapso intermedio en que no se ejerciera el cargo.
-Posibilidad de que pudieran ser delegados de personal los no afiliados.
Alfonsín abandonó el sueño de horizontalizar la vida gremial pero debió pagar los costos del emprendimiento: los sindicatos boicotearon su gobierno y se llevó el record de trece paros generales en cinco años de gestión.
DE LA RUA Y LA LEY DE REFORMA LABORAL
“A los senadores los arreglo con la Banelco”
El desafortunado exabrupto del Ministro de Trabajo, Carlos Flamarique, marcó el comienzo del acelerado deterioro del gobierno de la Alianza (coalición entre radicales y peronistas disidentes).
El Gobierno de Fernando De la Rua prosiguió la política económica basada en la absurda Convertibilidad del peso en paridad con el dólar, estrategia válida para una coyuntura hiperinflacionaria pero que ameritaba ser abandonada una vez lograda la normalización del problema; por el contrario, su mantenimiento cual dogma de fé, implicó desindustrializar el país y disparó al infinito el desempleo. Para intentar recuperar competitividad sin despegarse de la paridad peso/dólar se resolvió bajar el costo laboral mediante una reforma profunda del sistema de negociación colectiva. A eso apuntaba la ley que el Gobierno logró sancionar, entre gallos y medianoche, y acudiendo a suculentos incentivos monetarios para “persuadir” a senadores peronistas. Pero, como suele suceder con frecuencia, se produjo una filtración, apareció el primer “arrepentido” de la historia político-delictual argentina, y estalló un escándalo descomunal.
La ley - que, dicho sea de paso, arrastraba una pésima redacción, con algunos artículos indescifrables (caso del cese de la ultractividad de los convenios colectivos)- nació herida de muerte.
Su vigencia real fue prácticamente inexistente, pero los avatares de su rebuscada sanción produjeron dos consecuencias políticas significativas: la renuncia del Vicepresidente Carlos “Chacho” Alvarez, y el encumbramiento -que, al parecer, se prolonga hasta nuestros días- de un dirigente sindical combativo e impredecible: Hugo Moyano.
Estos acontecimientos corroyeron el prestigio del gobierno y coadyuvaron a su pronta debacle.
A MODO DE CONCLUSIÓN
Salvando las distancias históricas y los diversos contextos políticos, Macri parece empeñado en reproducir los sucesos históricos que hemos reseñado.
En este sentido, algún memorioso bien intencionado, con toda humildad, le aconsejaría que: en el vínculo con el Movimiento Sindical también acuda al“gradualismo”, mida con objetividad la relación de fuerzas, evalúe el curso del proceso económico, y valore la virtud de la prudencia.
“…porque caminando los hombres casi siempre por vías ya batidas por otros, y procediendo en sus acciones por imitación (aunque a menudo no es posible seguir del todo los caminos de los demás, ni llegar a alcanzar la virtud de aquellos a quienes imitas), el hombre prudente debe intentar siempre seguir los caminos recorridos antes por los grandes hombres; e imitar a aquellos que han sobresalido de manera extraordinaria sobre los demás, para cuando aun cuando su virtud no alcance la de éstos, se impregne, al menos un poco, en ella; y debe hacer como los arqueros prudentes, que cuando el lugar que quieren alcanzar les parece demasiado alejado, conociendo además hasta dónde llega la potencia de su arco, ponen el punto de mira muy por encima del lugar de destino, no para alcanzar con su flecha tanta altura, sino para poder, con la ayuda de tan alta mira, llegar al lugar que se hayan propuesto.”(Nicolás Maquiavelo, “El Principe”, Editorial Losada, 1985, pags 89-90).
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