sábado, abril 14, 2018

Trump el diletante, los ataques sobre el tablero sirio y Rusia




  • Por Alberto Hutschenreuter.
  • Geopolitòlogo, doctor en Relaciones Internacionales. Autor del reciente libro "Horizonte incierto" de Edit. Almaluz y Columnista radial de CONTRUCCION PLURAL


Finalmente, en represalia por el (presunto) uso de armamento químico sobre centros civiles en Siria (presuntamente) por parte del régimen de Damasco, el mandatario de Estados Unidos ordenó “ataques de precisión” (también denominados “violencia de precisión”) sobre la capital y otras ciudades. La acción fue acompañada por los “incondicionales estratégicos” de aquel país, cumpliéndose así las advertencias que (vía Twitter) vociferó durante los últimos días el presidente.
Muchos mandatarios utilizan dicho medio para expresar sensaciones y hasta para adelantar decisiones; pero una cosa es que lo haga el presidente de un país lateral o sub-estratégico del mundo, y otra que lo haga el presidente de la potencia preeminente mayor del globo. Se trata, cuanto menos, de una falta de responsabilidad.
Seguramente Trump posee un instinto singular para multiplicar negocios, pero en cuestiones entre Estados y temas de cuño geopolítico es un diletante. Y a veces un peligroso diletante. Los mandatarios de los actores que cuentan y de potencias medias pueden practicar cualquier afición, menos las relativas con la preservación y promoción del interés nacional.
No obstante la afición “twittera” de Trump en cuestiones de alta sensibilidad, es necesario no engañarse: él es un diletante pero no lo son sus consejeros, particularmente el recientemente nombrado consejero de Seguridad Nacional, John Bolton, quien prácticamente completa el relevo del arco de funcionarios estratégicos complacientes que acompañaron al presidente republicano en el segmento de  seguridad nacional y política exterior.
Es habitual que consideren al flamante funcionario como un neo-conservador.  En rigor, el concepto más apropiado es revolucionario, que es lo contrario a conservador o neo-conservador. Un revolucionario tiene como fin cambiar el orden vigente; y ese ha sido y continúa siendo el propósito del movimiento radical o revolucionario al que pertenecen Bolton y otros intelectuales como William Kristol, Robert Kagan, Paul Wolfowitz, William Bennet, etc.
Se trata de pensadores de escala que abrevaron de concepciones doctrinarias básicamente trotkistas, hegelianas y straussistas, es decir, lucha permanente, finalidad histórica y exclusividad de elite, respectivamente, y que alcanzaron su momento estratégico durante las presidencias de Ronald Reagan y George W. Bush, cuando Estados Unidos remilitarizó su seguridad y derrotó a la Unión Soviética, y cuando (tras el 11-S) casi alcanzó la hegemonía internacional.
Para estos hombres, el “peligro presente” para Estados Unidos no es un país o un poder fáctico como el terrorismo. El verdadero peligro es que el país, “llevado por la despreocupación, la parsimonia o la indiferencia, permita que el orden liberal, que el mismo ha creado y protege, se desmorone. Nuestro peligro reside en el declive de nuestra fuerza militar, en una voluntad languideciente y en la confusión sobre nuestro papel en el mundo”, según rezan los principios del orden radical.
En breve, se trata de iluminados estratégicos que, ante todo, se interrogan sobre qué es relevante para el interés nacional y cómo lograr ganancias de poder relativas frente a otros competidores que le aseguren la hegemonía, esto es, el único amparo estratégico nacional, según su visión estratégica.
Es posible que en un mundo donde el poder es más difuso y surgen nuevos centros geopolíticos de poder, estas consideraciones sean menos probables de ser alcanzadas, por caso, la hegemonía; pero no por ello deberían ser descartadas, sobre todo en relación con aquellas premisas clásicas del poder estadounidense en el exterior: el forzamiento de cambios de régimen cuando estos se tornan adversos para sus preferencias estratégicas.
En Siria se están moviendo piezas en relación con lo que podría ser el curso terminal de la guerra o de una parte de la guerra. En el tablero, el posicionamiento con más ventajas corresponde a Damasco, Moscú y Teherán (y los “apéndices estratégicos” de este actor). Los tres han logrado ganancias de poder que incluyen la permanencia de Bachar el Asad al frente del país, cuestión esta última que comenzó a ser admitida por algunos de los poderes occidentales. En efecto, lo que podríamos denominar “Doctrina Macron” sentencia que el enemigo de Francia no es el régimen de Damasco sino el terrorismo de cuño múltiple que opera en Siria, pero con capacidad de territorializar sus acciones en cualquier sitio de Europa y con propios nacionales.
Así la situación, son los intereses occidentales los que están retrocediendo en el tablero sirio, más todavía si consideramos la posible retirada de efectivos estadounidenses en Siria, según el anuncio hecho por Trump hace pocos días.  Por tanto, ¿se puede aceptar esta situación en Occidente? Sí, pero sobre todo no.
Sí porque sabemos que la relativa estabilidad en la región de Oriente Próximo se funda en la predominancia de hombres fuertes (patrón que incluye a Israel), siendo Bachar el Asad uno de los fríos garantes de dicha estabilidad en un espacio geopolítico del globo donde hay conflictos de carácter irreductible. Salvo para los intereses del terrorismo, ¿a quién favorece un “Syriastán”, es decir, una plaza fragmentada y exportadora de violencia regional y extrarregional?
No porque el régimen de Damasco implica posibles diseños geo-energéticos no favorables para intereses occidentales. No porque la continuidad de Bachar implica el incremento de la influencia iraní, y finalmente no porque Rusia no solo obtiene reparación estratégica ante Occidente, sino que afirma presencia incluso más allá de la “plaza siria”.
Porque Rusia en Siria no es un hecho al que solo hay que considerar desde la asistencia a un viejo Estado cliente en la región, sino que implica la afirmación de una concepción geopolítica más amplia que conecta Ucrania, Mar Negro y Turquía, esto es, un espacio que abarca buena parte del Mediterráneo del este; espacio que cobra relevancia por dinámica propia, por proyección de intereses y potencialmente en función de la concepción geo-energética, geo-económica y geopolítica china conocida como “Una franja, una ruta”.
En buena medida, este cuadro es el que debemos considerar cuando calibramos el deterioro de la situación en Siria, la (incierta) responsabilidad en el reciente ataque con armas químicas en Duma y el ataque lanzado ayer por la noche por Estados Unidos con la asistencia de Francia y Reino Unido.
Remover la relativamente y últimamente “quieta arena” en Siria asegura la continuidad de la guerra y, en parte, la “licuación” de las ganancias de poder por parte de Rusia e Irán, al tiempo que coloca de nuevo al régimen sirio en un lugar de repudio y condena al responsabilizarlo del ataque con armas de exterminio masivo.
En breve, Trump puede ser un diletante aparentemente irresponsable en cuestiones de amparo y promoción del interés nacional a escala global selectiva. Pero hay que ir más allá de las bravuconadas del mandatario para intentar comprender que en el tablero sirio se juega una partida que no solo podría acotar intereses de actores extra-zonales y zonales, sino hasta replantear el propio resultado de la Guerra Fría en esa placa geopolítica.
En clave de perspectivas, es difícil saber (nos referimos a la relación Estados Unidos-Rusia) hasta dónde podrían llegar hombres cuya concepción de poder es de carácter radical y dispuesta a revertir pérdidas de poder. La experiencia nos dice que un enfrentamiento o querella militar directa entre ambos será contenida antes por la diplomacia. Pero este activo es precisamente el que se extraña de los expertos conservadores.

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