viernes, noviembre 20, 2020

So Latin, so emotional: God only knows

 Por  Gustavo Ferrari Wolfenson 


Albert Einstein llegó a la Argentina el 25 de marzo de 1925. Tenía a la sazón
46 años, vivía en Berlín, estaba casado con su prima Elsa, tenía dos hijas (Ilse
y Margot) y, probablemente, ya padecía de la insuficiencia cardíaca que se
manifestaría muy pocos años después. Como es bien sabido, a esta altura ya
había formulado su Teoría de la Relatividad Especial y General (1905 y 1915,
respectivamente) y era depositario del Premio Nobel de Física de 1921 por su
descubrimiento del efecto fotoeléctrico. Hacia mediados de la década de 1920,
el físico había alcanzado celebridad mundial: miembro de la Real Academia de
Ciencias de Prusia y director de investigaciones en el Kaiser Wilhelm lnstitut,
había "silbado su Teoría de la Relatividad" -como él mismo decía- en Estados
Unidos, Holanda, Suecia, Inglaterra, Francia, Checoeslovaquia, Palestina,
Japón y España.
La Sociedad Científica fue creada en 1872 y fue el primer esfuerzo para
coordinar el desarrollo científico en la Argentina e incluía estatutariamente a
todas las manifestaciones científicas y tecnológicas de su momento. Es un
centro totalizador de la promoción y divulgación de la mejor ciencia y en su
casi siglo y medio de vida se constituyó en la institución científica más
importante del país perteneciendo y actuando en ella los hombres más
relevantes de la ciencia nacional e internacional.
Un 10 de abril de 1925 Einstein disertaba en la Biblioteca Domingo Faustino
Sarmiento de esa institución, ante la propia comunidad científica, su teoría de
la relatividad. Un 23 de noviembre de 2010, en la misma biblioteca Sarmiento,
tuve el honor de recibir ante un destacado público presente mi nombramiento
como Académico de Número de la Academia Argentina de Ciencias del
Ambiente, en reconocimiento por mis antecedentes profesionales y trabajos en
torno a lo que he llamado la “democracia sustentable, el fortalecimiento
municipal y su componente ambiental”.
Debo reconocer que la emoción me venció ese día. El presidente de la
Academia, el embajador Raúl Estrada Oyuela tomó la palabra con la
formalidad del caso explicando el motivo de la sesión especial. Inmediatamente
le cedió la palabra al Ing. Enrique Inhouds, un destacado profesional sanitarista
miembro también de la academia, quien leyó mis antecedentes y perfil. Con
Inhouds tuve la oportunidad de trabajar en algunas consultorías
internacionales. Un hombre muy parco, institucional, metódico. Siempre he
creído que pudo haber dado más profesionalmente pero su misma estructura
de pensamiento lo frenó en su potencial y en su visión de profundizar las
realidades. La ausencia de papá, el Ing. Bruno V. Ferrari Bono, también
académico, ya delicado en ese momento flotaba permanentemente en el
ambiente. Era la primera vez en la historia académica del país en que un padre
e hijo compartían un sitial de honor en una institución de esas características y
eso le daba un tono mucho más emocional a la ceremonia. Terminó la
presentación formal y la disertación con posterioridad a la designación traía
consigo una carga de sentimientos difíciles de explicar. Había preparado con

anticipación y en un power point lleno de efectos tecnológicos, muchas
imágenes pero todo, ante mi sorpresa quedó el aire. Una autoridad muy
gentilmente me indicó que en ese recinto no se permitían las proyecciones, ni
fotos, ni las platicas interactivas. Que parte del ritual de ese salón, era
precisamente exponer oralmente los conceptos a partir de una de las riquezas
más importantes que tiene el hombre, que es el don del habla. Así que de
improviso me encontré en medio de la magnitud de esa aula magna cargada de
historia, donde los próceres de la ciencia parecían mirarme y escucharme y no
me quedó otra cosa que trasladar mis memorias, recuerdos, sentimientos,
teorías a través de la palabra fluída.
Empecé con los agradecimientos propios institucionales, del honor que me
correspondía recibir tan alta distinción, precisamente en ese recinto. Recordé a
Sarmiento y los relatos de sus viajes por el mundo y fui llevando, bajo esa
misma tónica, las experiencias recogidas y trasladas en mi vida profesional y
en los casi 40 países que llevo ya trabajados. Tuve una especial mención a mis
maestros, sus enseñanzas y consejos y abordé de lleno el trabajo desarrollado
en los últimos años en la península de Yucatán, especialmente en Quintana
Roo y en Centroamérica. Hablamos de ese potencial que hoy representa ante
los ojos del continente y las estadísticas internacionales la Rivera Maya, sus
niveles de crecimiento y los propios límites de ese crecimiento. Se mezclaron
las culturas con las tradiciones, la necesidad de entender que el componente
ambiental significa, en la gestión de gobierno, una mejor calidad de vida para la
gente. No hay opciones y sólo entendiendo esas consideraciones, uno puede
sentir que ha cumplido como gobernante.
Comenté que la labor en los últimos años se ha concentrado hacia una
sociedad demasiada compleja en donde se mezclan las tradiciones ancestrales
culturales, las dinámicas corrientes migratorias internas y externas que
siempre fluctúan en busca de una mejor calidad de vida. Que ordenarla e
imprimirle un sentido con rumbo, con un espíritu de democracia y apertura y
con un cuidado y respeto al medio ambiente, es una tarea igualmente compleja
y llena de desafíos y que con esta conciencia de las dificultades que implica
gobernar esos municipios en pleno crecimiento y desarrollo, es lo que me ha
fortalecido todo este tiempo.
Continué señalando que los desafíos de esta democracia sustentable - como la
he llamado- están basados en los procesos de cambio institucional,
modernización administrativa y mejoramiento de dotación de servicios en
beneficio de la comunidad pero, sobre todo, en la construcción de vínculos más
respetuosos y cooperativos con los ciudadanos, lo cual, siento profundamente,
es requisito indispensable para generar las innovaciones estructurales e
indispensables para aumentar su capacidad de satisfacer las necesidades y
exigencias de la propia sociedad.
Terminada la ceremonia fui a ver a papa a su casa, le llevé el diploma, me
empezó a preguntar cómo había sido todo, le fui narrando algunas en sintonía,
o tras lamentablemente no. Lo busqué todo el tiempo esa noche, sé lo que para
él significaba esa designación y no dudo que hoy en ese espacio celestial que
lo acompaña, aún lo está disfrutando con especial orgullo.

Esta historia de hace diez años que guardo con especial recuerdo quizá se
refleje en el testimonio de un documento en borrador de mi investigación
realizada en Harvard sobre las tendencias terceristas de la política
internacional. Mis tutores Henry Kissinger y Samuel Huntington una vez que la
leyeron, me escribieron de puño y letra: “So latin, so emotional” (demasiado
latino, muy sentimental). Quizá sea ese el camino que ha marcado mi vida, la
pasión, las emociones y los sentimientos que vivo día a día con lo que hago.
Esa noche en el salón Domingo Faustino Sarmiento de la Sociedad Científica
Argentina, me sentí muy honrado de ser parte de una historia aún no concluida
ya que a mis 66 años recién cumplidos, creo que lo que sigue aún….. sólo Dios lo sabe.





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