Por Gustavo Ferrari Wolfenson
Estamos a horas de un nuevo proceso electoral donde los
argentinos nuevamente elegiremos a partir de un proceso de
selección primaria, los representantes al Parlamento para los
próximos años.
Como ha sido una constante en los últimos tiempos,
seguramente la jornada electoral se caracterizará una vez
más por la sola obtención de resultados generando las
consecuencias conocidas: el incremento del desprestigio de
la clase política, la falta de confianza y certeza en la
administración pública y el derrumbe sin freno de nuestras
instituciones.
Y ese resultado nos condicionará el camino hacia dónde
iremos o hacia dónde no queremos volver.
La agenda política, económica y social de nuestro país está
condicionada a este proceso, sin intención, desde ninguna de
las dos veredas, de construir prácticas colectivas de diálogo
y de cooperación que superen los discursos individuales entre
oficialismo y oposición.
Me duele ver que siendo una sociedad supuestamente
democrática, hemos perdido u olvidado todo tipo de premisa
basada en que los adversarios discuten y disienten
cooperando.
Desgraciadamente seguimos festejando triunfos electorales
sin analizar para nada lo que significaba ganar una elección.
No creo que el proceso del próximo domingo represente el
cierre de un ciclo que pueda enterrar los anuncios
grandilocuentes y los grandes planes seguidos de la
frustración por la ausencia de resultados.
Hoy la gente está desilusionada, desesperanzada y ha sido
invadida por la desidía y la apatía. Solo basta tomar nota del
vocabulario de los futuros representantes del pueblo, para
darse cuenta el nivel de responsabilidad y calidad institucional
de cada uno de ellos.
Un gobierno no debe distinguirse por los discursos de sus
funcionarios, sino por las acciones y resultados de su trabajo
en equipo.
Y creo que, una vez más, estamos frente a un capitulo
pendiente. Nos agotan los discursos, las culpas mutuas, las
responsabilidades no asumidas y los resultados están a la
vista: una pobreza extrema, la falta de rumbo y la cada día
más fortalecida presencia de un sistema clientelar y
prebendario que va más allá de cualquier color o ideología
política
Seguimos depositando la confianza en jugadas mágicas o
salvadoras y mucho más preocupante, en genialidades
aisladas, de los que se suponen llegarán a partir del próximo
domingo.
Es tiempo de que pensemos que es posible cambiar, sin
destruir. Podemos sumar cambios sin generar más divisiones
ni grietas. Cambiar es convivir con las diversidades sin
anularlas, o denigrarlas.
La democracia argentina necesita mucho trabajo y esfuerzo
plural, para reconciliarse con la política, y la sociedad reclama
muchos más ejemplos y compromisos para reconciliarse con
la política.
Por eso no creo que el resultado del próximo domingo de las
PASO cambie nada por el solo hecho de que se vaya a votar,
si aún van a persistir los ámbitos de impunidad y la violación
permanente de las leyes que no tienen castigo legal ni social.
Hay que volver a leer y respetar la Constitución, porque la
seguridad jurídica debe ser para todos, no solamente para los
que sienten con el poder en sus manos y caen en la peor de
las debilidades políticas: la tentación autoritaria.
Quisiera que el próximo domingo cada voto signifique un país
justo, solidario, participativo, inclusivo, libre en todas sus
expresiones sociales, políticas y económicas.
Quisiera creer y soñar. Espero, aunque lo dudo, no tener una
nueva pesadilla.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario