viernes, noviembre 05, 2021

El impacto medioambiental y los disfraces de la geopolítica

 Por Alberto Hutschenreuter




Dejémoslo en claro al comienzo: sin duda alguna, el medio ambiente es una de las principales dimensiones de la seguridad mundial (más que internacional). Dicho ascenso no es reciente; sucede que los niveles de contaminación del planeta han disparado alarmas que, de no llevarse adelante medidas y cumplirse pactos, pondrían a la humanidad en riesgos mayores.


Según datos que nos proporciona el experto Stewart Patrick, el informe de evaluación más reciente sobre el Estado de la ciencia climática, publicado hace pocos días por el Panel Intergubernamental para el Cambio Climático, advierte que es imperativo reducir las emisiones de gases de efecto invernadero para evitar una (relativamente) pronta catástrofe. En cualquier escenario concebible, las temperaturas medias continuarán aumentando durante las próximas décadas. Dicho informe, basado en aportes de 234 científicos como así en más de 14.000 artículos de investigación sobre los orígenes antropogénicos del calentamiento global y los probables impacto del cambio climático, concluye que las concentraciones de dióxido de carbono en la atmósfera son mayores que en cualquier otro momento de los últimos dos millones de años, mientras que las temperaturas globales promedio han aumentado 1,1 grados Celsius desde el comienzo de la Revolución Industrial.


El informe abunda en datos categóricas sobre el deterioro del medioambiente y sobre lo que nos aguarda si no se realizan los mayores esfuerzos.


Ante tal situación de emergencia mundial, llama la atención que la cuestión medioambiental no se encuentra en el primer nivel de temas de las políticas exteriores de las potencias preeminentes. Las declamaciones y las advertencias sí son habituales, sobre todo en tiempos de encuentros internacionales; pero en los hechos, lo que vemos son incumplimientos, desavenencias, desresponsabilizaciones, etc.


Pero ello no debería llamar tanto la atención: sin duda alguna, el tema medioambiental ha ascendido al segmento de la denominada "alta política" en las relaciones internacionales. Pero aún allí el tema no se halla entre las cuestiones más sensibles para los Estados: seguridad e interés nacional, capacidades, retos de actores estatales y no estatales, propósitos relativos con ganancias de poder, etc.


Baste echar una mirada al estado de las relaciones interestatales entre los centros preeminentes, al gasto militar, a las doctrinas de seguridad nacionales, a las adquisiciones de armas, a las posturas nacionalistas, al hermetismo de las soberanías, al descenso del multilateralismo, etc., para tener una idea suficiente sobre la situación de lateralización del "tópico ecología".


A ello hay que sumar la carencia de una configuración internacional; y sin orden entre Estados muy difícilmente se alcancen órdenes internacionales temáticos. Basta considerar que en el segmento de las armas nucleares todo pende de un solo acuerdo que, vencido en 2021, con mucho esfuerzo fue "empujado" para más adelante. Es decir, sin orden internacional tenemos un precario orden estratégico en el segmento más crítico de la seguridad mundial, pues las potencias han ido despertando de varios tratados clave (Tratado ABM, Régimen de Control de Plutonio, Tratado de Armas de Alcance Intermedio, Tratado de Cielos Abiertos...).


En este contexto, hay que decir que los actores se esfuerzan pon el cumplimiento de pactos en materia medioambiental, y no todo pasa por los intereses individuales. Pero es necesario advertir algunas realidades que (en el tema en cuestión) están más asociadas a "los intereses nacionales primero" que a las lógicas colectivas-aspiracionales.


En primer lugar, resulta muy complejo que en determinadas plazas estratégicas globales predominen acciones basadas en la cooperación y en lograr aumentar presencia multinacional con el fin de preservar sitios "para la humanidad". Por caso, el Ártico, un escenario donde las pujas de poder son cada vez mayores y donde "plantar soberanía" es política de Estado. Rusia reclama en relación a cientos de miles de kilómetros cuadrados (y no es el único). Cerca, en Groenlandia, las pretensiones estadounidenses para "adquirir" soberanía al reino de Dinamarca también es una realidad.


Aquí los intereses están orientados a la explotación de recursos (principalmente hidrocarburos), a la competición y a obtener ganancias económicas. Rusia tiene grandes esperanzas en que el proceso de descongelamiento en el Ártico permitirá aprovechar la región para dinamizar el transporte y el comercio entre Occidente y la pujante zona del Asia-Pacífico. Se trata de la "ruta Rusa de la seda", que, aunque poco se dice sobre ello, podría implicar rivalidad creciente con la iniciativa de la ruta de China (dato para considerar cuando se habla de la "asociación estratégica" chino-rusa).


En estos casos, la ecología se torna secundaria frente a semejantes intereses geopolíticos y geoeconómicos. Estamos frente a actores (Estados Unidos, Rusia, China, India, Turquía, e incluso algunos de la misma geopolíticamente híbrida UE, como Polonia) para los que la cuestión intereses-territorios-seguridad-poder es vital y real, aunque algunos exhiban un marcado compromiso con el amparo del medioambiente.


Pero hay otras situaciones donde la defensa de los intereses podría ser más grácil y hasta seductora en relación con extensiones terrestres y oceánicas consideradas vitales para la supervivencia de la humanidad.


Si bien el tema viene de bastante antes, los grandes incendios que sufriera hace unos años la Amazonia recentraron la cuestión referida a la "relativización de las soberanías". Entonces, cuando aquello, el presidente de Francia, E. Macron, acusó al presidente Jair Bolsonaro de "ecocidio", es decir,  de cometer un "crimen contra el planeta".


Se abría una situación delicada y peligrosa, pues ello quería decir que, en términos de relativos con el medioambiente, si un gobierno no podía, no quería o no sabía "gestionar" una catástrofe, "otros actores podrían o deberían hacerlo con o por él" porque las externalidades afectaban la seguridad ecológica global.


Para Brasil no se trató de un nuevo riesgo, puesto que en ocasiones muy anteriores tuvo (más que) la percepción de formas sutiles de injerencia multilateral. Ello explica sus hipótesis de conflicto relativas con la posibilidad de que actores más fuertes ocupen eventualmente partes de su territorio (ricas en recursos) bajo pretexto de que allí no se están amparando debidamente "bienes mayores de la humanidad".


Frente a situaciones como esta, evidentemente estamos ante un patrón intervencionista en el que los "custodios" disponen de una potestad sobre los "dueños", utilizando términos del especialista estadounidense Richard Haass, el mismo que en tiempos de la lucha estadounidense contra el terrorismo transnacional se refirió a la relativización de las soberanías para aquellos actores reluctantes a cooperar en esa lucha.


Pero esta forma de imperialismo ecológico podría adoptar formas extremadamente “suaves”, por ejemplo, a través del apoyo a "custodios" activos que realizan actividades para mantener incontaminados los mares y áreas oceánicas, debido a que los actores ubicados (a diferencia del "custodio") en estos espacios no lo podrían hacer por falta de capacidades, problemas económicos, etc. Por ejemplo, el Reino Unido ha desplegado la denominada "diplomacia de defensa", consistente, precisamente, en mostrarse como un actor comprometido con la seguridad en mares y océanos y con la protección del mediambiente. Dicha diplomacia le proporciona no solamente prestigio, sino presencia o reafirmación de presencia en zonas distantes de la metrópoli.


Concluyendo, el panorama del medioambiente es alarmante por la acción indiscriminada del hombre, sin duda. Hay esfuerzos reales para evitar catástrofes, pero también hay actividad geopolítica soterrada o disfrazada de ecología por parte de actores con claros intereses.


Los "países de geopolítica cero", esto es, aquellos con grandes extensiones terrestres, litoral marítimo y espacio aéreo, pero que no desarrollan poder nacional acorde con ello, son los más expuestos a padecer este modo de imperialismo ecológico, pues casi nunca consideran (y este es otro rasgo de los “Pdg-cero”) que los procesos o fenómenos que tienen lugar en el mundo no son neutros sino que encierran, aún los más sensitivos en relación con "bienes de la humanidad", férreas lógicas de poder. 

1 comentario:

  1. Muy bueno el concepto de " custodio". Una nueva hipótesis de conflicto. Los industrializados generan el daño ambiental y castigan al patio trasero por no generar bosques suficientes para neutralizar el daño que los custodios realizaron.

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