Por Alberto Hutschenreuter
En la Unión Europea del siglo XXI existe un asentado sentido anti-geopolítico, es decir, el pasado y el presente han dado lugar (en ese gran territorio de fusión) a un fuerte sentimiento de reluctancia ante todo aquello que implique riesgo de fisión territorial como consecuencia de políticas de poder e influencia ejercidas, eventualmente, por actores políticamente conservadores y geopolíticamente revisionistas.
Aunque en la UE se piensa cada vez menos en él, lo cual es una falta, el pasado está allí para recordar la predominancia de poderosos imperios, nacionalismos activos y biológicos, competencia militarista, Estados orgánicos, revisionismo territoriales, guerras totales por recursos, etc.
En cuanto al presente, las dirigencias de los países de la UE y de las instancias de gobierno de la Unión han crecido en un entorno de normas e instituciones que parece haber superado no sólo el estado de guerra, sino el propio estado de discordia internacional. Es decir, la UE se ha aproximado al ideal de Immanuel Kant de una federación de partes que no solo alcanzaron un estado de paz, sino, siguiendo al filósofo alemán, se encamina, o mejor dicho progresa, hacia lo superior en relación con un destino moral. Ello acaso hace sentir (a la UE y a Alemania en particular) que su modelo de "potencia civil" podría extenderse al mundo y ser la clave de un orden internacional sin precedente.
Pero no en toda la UE existe esta concepción. En los países de Europa del centro, particularmente en Polonia y Hungría, el sentimiento es menos ambicioso, siendo el fuerte patrón nacional religioso conservador el que no sólo determina la "cota" en materia de cesión de soberanía al centro de Bruselas, hecho que ha costado sanciones, sino el que antepone cuestiones relativas con los intereses de seguridad a otros temas.
En otros términos, el proceso de integración europea no ha des-geopolitizado a estos países como a los demás miembros, hecho que permite que en una parte de la UE perviva un realismo del que la entidad supraestatal no podrá prescindir si realmente quiere ser un "actor estratégico del orden internacional" del siglo XXI, orden que, más allá de cuándo finalmente se alcanzará, no se basará en pautas desconocidas. Tal vez, pero solo tal vez, la inteligencia artificial podría facilitar a los “policymakers” tomar decisiones con menos márgenes de error, pero habrá en ese orden más de "lo conocido" que de "lo por conocer".
Polonia ha sido el actor de Europa central más "OTAN-demandante" tras el desplome de la URSS y el final de la contienda bipolar. Dentro de la Alianza, Polonia (que hacía pocos años atrás se encontraba dentro del desaparecido Pacto de Varsovia) lograba contar con la pauta de la seguridad colectiva occidental. Y ello para Polonia era fundamental: siendo un actor que por más de un siglo había literalmente desaparecido del mapa debido al poder de los vigorosos imperios que la rodeaban, solamente las asociaciones estratégicas con otros países podían llegar a garantizar, si es que realmente podían, su supervivencia.
Cuando Polonia “regresó a la historia”, tras la Primera Guerra Mundial, dicho enfoque de seguridad fue perseguido por el líder polaco Josef Pilsudsky, quien reflotó la protohistórica idea centrada en la creación de una federación en el centro y el este de Europa, favorecida ahora por la desaparición de los imperios y el surgimiento (tras los tratados de posguerra) de múltiples actores.
Tal vez había un afán de predominancia regional polaca en los propósitos del mandatario, pero la lógica centrada en la complementación interestatal regional era la única que podía llegar a refrenar los nacionalismos activos y los revisionismos territoriales, y dinamizar la economía regional. El presidente de Checoslovaquia, Tomáš Masaryk, estimaba una Centroeuropa federal, opuesta a la idea centroeuropea con base en Alemania recomendada por el alemán Frederich Naumann durante la guerra. Pero todos estos proyectos acabaron sucumbiendo ante la geopolítica revisionista centro oriental del Tercer Reich.
A partir de 1939 Polonia no solo sería la primera víctima de la puesta en marcha de la ambición geopolítica del siglo, esto es, la proyección de Alemania hacia el gran este, sino de la decisión de la URSS de recuperar lo que había perdido en la guerra entre 1914 y 1917. Tras la Segunda Guerra Mundial, Polonia, una vez más, se encontró bajo un nuevo imperio de cuño totalitario, condición en la que se mantendría hasta fines de los años ochenta.
Los trastornos territoriales de Polonia, ubicada en parte de lo que el geopolítico estadounidense Saul B. Cohen denominó el “cinturón de fragmentación” de Europa, permiten comprender su firme posición en relación con ser uno de los países de la OTAN con más arrebato militar. No solo basta estar en la Alianza, sino que siempre Varsovia ha pretendido que en su territorio se desplieguen soldados y capacidades estadounidenses.
Hay que recordar que en 2007 se iniciaron las negociaciones para el despliegue en territorio polaco de una base norteamericana que es parte esencial del sistema o escudo de defensa antimisilística. En 2016, comenzó en la parte norte de Polonia, a 250 kilómetros del enclave ruso de Kaliningrado donde Rusia desplegó los misiles Iskander capaces de portar ojivas atómicas, la construcción de la tercera fase del escudo. En esta base, se estacionó una fuerza de 300 soldados estadounidenses y 250 polacos que disponen de capacidades como equipos de comunicaciones, lanzaderas de misiles interceptores tipo SM-3.
Continuando con la “americanización” de la seguridad polaca, en 2019 ambos países anunciaron la construcción de seis nuevas bases militares; asimismo, se enviaron 1000 soldados estadounidenses que se encontraban en Alemania, totalizando así en 4.500 el número de efectivos norteamericanos en el país de Europa central.
Pero Polonia también ha desplegado iniciativas de asociación con otras partes. Impulsó una brigada conjunta con Ucrania y Lituania, la que debía estar operativa en 2013. Dicho cuerpo fue concebido como una fuerza de más de 4.000 efectivos con un Estado Mayor ubicado en la ciudad de Lublin. En 2020, en esta ciudad los tres países firmaron un acuerdo con el fin de crear sistemas de consultas periódicas.
En el marco de la OTAN, Polonia es uno de los pocos países que destina el 2 por ciento del PBI a defensa (la suma exigida por Washington a sus socios). Ello explica que pueda sostener el plan de modernización militar anunciado en 2016 por un monto de casi 15.000 millones de dólares, lo que permitirá reemplazar las viejas armas soviéticas por modernos sistemas armamentísticos occidentales. Gradualmente, el plan es ir aumentando el gasto de defensa hasta llegar al 2,5 por ciento del PBI en 2030.
Pero en paralelo al esfuerzo de acumulación militar y de “asociación estratégica especial” con Estados Unidos casi “al margen de la OTAN”, Polonia lleva adelante dinámicas de complementación con los países de Europa central y del este. En 2016 doce países de dichas geografías encabezados por Polonia, lanzaron un proyecto cuyo propósito es afirmar y reforzar la interdependencia económica regional, modernizar el complejo industrial e incrementar la cooperación en materia de cooperación política, cibernética y seguridad energética.
En buena medida, con esta iniciativa de complementación regional Polonia intenta reproducir en el siglo XXI el histórico proyecto conocido como “Intermarium”, esto es, una federación en el centro y el este de Europa con Polonia al frente (como lo intentó el Mariscal Pilsuldsky). Dicha entidad política se proponía asociar Estados con costas en el Báltico, el Adriático y el Mar Negro. Hoy, la propuesta se denomina “Iniciativa de los Tres Mares” (“TSI”).
Recientemente, a fines de octubre de 2021, el hombre fuerte de Polonia, el viceprimer ministro Jaroslaw Kaczynski, presentó planes destinados a que el Parlamento apruebe leyes para “defender la patria” y “fortalecer radicalmente a las fuerzas armadas”.
Aunque difícilmente se hubiera modificado la situación, muchos en Polonia creen que cuando Alemania la invadió, en septiembre de 1939, Polonia no estaba militarmente preparada para la guerra. Ello explica la acumulación militar que tiene lugar hoy en este país, como asimismo sus esfuerzos para soldar la relación estratégica militar con Estados Unidos, la cooperación regional y toda iniciativa de Varsovia para lograr más y más seguridad.
Napoleón sentenciaba que la geografía gobierna a las naciones. Casi como ninguna, Polonia sabe de ello. Puede que su situación estratégica hoy le sea favorable, pues varios de los actores imperiales que en el pasado fueron una pesadilla para el país hoy no existen, y el país se encuentra en la UE y “securitizado” por la OTAN. Pero para Varsovia el reto continúa al este de su frontera. Nunca nada parece garantizar totalmente su supervivencia En esto radica su condición de “pivote geopolítico”: Polonia está obligada a cohabitar con la geopolítica, aunque todo se encuentre “apacible” en derredor, que no es precisamente lo que sucede hoy. Es verdad que Rusia es un actor de geopolítica terrestre vital, real; pero también es verdad que la OTAN se ha extendido más allá de lo conveniente.
Por ello, no sorprenden las palabras de Kacynski: “Si queremos evitar lo peor, que es una guerra, tenemos que actuar de acuerdo con la vieja regla: si quieres la paz, prepárate para la guerra”. Los pacifistas, institucionalistas y antigeopolíticos, que son muchos en la UE, deberían considerar con más seriedad estas palabras.
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