Por Alberto Hutschenreuter
La cota de tensión entre Occidente y Rusia se ha elevado como consecuencia de que Ucrania ha mostrado su última carta: ser parte de la OTAN; otra alternativa parece descartada en Kiev. A ello, Occidente no sólo no se ha opuesto, sino que sostuvo que la Alianza se comprometerá con la seguridad del país de Europa del este.
Por su parte, Rusia también ha exhibido cartas: las ex repúblicas forman parte de los intereses vitales rusos. Seguidamente, el número de efectivos en la frontera con Ucrania se elevó, totalizando cerca de 140.000 hombres.
Ahora bien, más allá del desenlace que pueda llegar a tener esta delicada situación en la que están involucrados nada más y nada menos que los mayores poderes nucleares y convencionales del mundo, ¿implica este tipo de conflicto el regreso de clásicos enfrentamientos interestatales, o bien se trata del último de un ciclo militar entre Estados?
La pregunta es tal vez pertinente, pues existen hipótesis como la de Graham Allyson, que sostienen que en el mundo del siglo XXI ya no son posibles "nuevas Normandías", esto es, conflictos militares interestatales directos basados en "fuerzas contra fuerzas" desplegadas territorialmente, es decir, prácticamente "soldados de a pie", con sustento logístico, operaciones de inteligencia, avances y, finalmente, la capitulación (que puede o no incluir la toma de la capital) de uno de los actores.
Por otro lado, existen conjeturas que advierten que es prematuro "archivar los expedientes" sobre conflictos entre Estados preeminentes en términos clásicos. Sostienen estos expertos, como Christopher Lynne, que "las tormentas pueden regresar".
Unas y otras hipótesis cuentan con respaldos: en relación con la primera, desde 1945 no volvió a suceder una gran guerra, es decir, un choque entre actores preeminentes, ni tampoco hubo un país que desafiara la estabilidad continental como sucedió con Alemania, cuyo régimen de poder estaba dispuesto a lograr "la ambición geopolítica del siglo", esto es, apoderarse del territorio de la URSS. Claro que, desde 1945, el "factor nuclear" pasó a desempeñar un papel crucial en la restricción de la guerra.
Pero desde los enfoques reluctantes a considerar la guerra tradicional como una posibilidad remota, se recuerda que desde 1945 hubo confrontaciones entre poderes mayores, por caso, entre China y la URSS. Además, consideran que la existencia de un régimen internacional, el de la Guerra Fría, implicó un factor de moderación internacional entre los grandes poderes y de amortiguamiento de conflictos inter e intraestatales (por ello se sostiene que una guerra como la que tuvo lugar en Siria desde 2011, nunca se hubiera extendido dentro de aquel régimen de bloques geoestratégicos).
Aquí tenemos una cuestión clave que está por encima de los debates relativos con las nuevas formas de la guerra, pues los cambios en la forma de pensar y llevar adelante la guerra son una de las regularidades de la historia. En su reciente obra, "La guerra. Cómo nos han marcado los conflictos", la especialista Margaret MacMillan es categórica en relación con ello: la guerra siempre se transforma, pero no deja de ser ella misma.
Esa cuestión lave es la ausencia de un régimen internacional. Un régimen internacional, pactado y acatado por los poderes centrales sobre unos pocos pero cruciales temas, implica orden, y el orden supone paz relativa, un descenso de la discordia. Pero hoy no tenemos nada parecido a un orden; por tanto, la posibilidad de una guerra mayor vuelve a ser tema de preocupación y reflexión estratégica.
En buena medida, esta es otra de las tragedias en las relaciones interestatales: la confrontación como factor habilitador del orden. Hace poco lo advirtió el profesor Carlos Fernández Pardo: no existió nunca un proyecto de paz (orden) importante, grande y respetable si no hubo detrás una guerra grande e importante. "No se conoce un caso de pacificación si no hay una decisión militar antes".
Aquí, entonces, crece la inquietud: si no hay orden y régimen, ni siquiera un esbozo y, más aún, los actores no parecieran estar interesados en ello, ¿se están creando las condiciones para que tenga lugar un acontecimiento mayor fungible para alcanzar un régimen internacional?
Las alarmas aumentan: en un artículo publicado el 6 de enero pasado en "Proyect Syndicate", Richard Haass se muestra escéptico sobre el curso del mundo. Y como efectivamente no existen perspectivas de orden, sugiere una "lista de tareas" para evitar un futuro definido por el desorden. "Una lista corta incluiría la vacunación generalizada contra COVID-19 y nuevas vacunas eficaces contra variantes futuras; un avance tecnológico o diplomático que reduciría drásticamente el uso de combustibles fósiles y ralentizaría el cambio climático; un acuerdo político en Ucrania que promueva la seguridad europea y un resultado con Irán que evite que se convierta en una potencia nuclear o incluso casi nuclear; una relación entre Estados Unidos y China capaz de poner barreras para gestionar la competencia y evitar conflictos; y un Estados Unidos que logró reparar su democracia lo suficiente como para tener la capacidad de concentrarse en los acontecimientos mundiales".
Desde una plaza más esperanzadora el analista ruso Sergei Arteyev considera que es posible que vayamos hacia una "globalización 3.0" que acabe sujetando el mundo a una dinámica de orden, pues la misma implicaría vibrantes instituciones supranacionales y transnacionales globales, consensos sobre armas de exterminio masivo y acuerdos en el marco de entidades no convencionales, por ejemplo, en el N-11, formado por países emergentes.
En breve, estas posiciones, entre muchas, revelan un estado de inquietud e incertidumbre sobre un escenario internacional en crisis en el que se están agotando las estrategias de salida.
Por ello, lo relevante no es tanto contar con datos para pensar el perfil de las eventuales guerras del futuro, sino cómo evitar que el necesario orden se construya tras una guerra, como ha sucedido siempre en la historia, aunque si hoy tuviera lugar, sin duda ingresaríamos a territorios desconocidos.
Por su parte, Rusia también ha exhibido cartas: las ex repúblicas forman parte de los intereses vitales rusos. Seguidamente, el número de efectivos en la frontera con Ucrania se elevó, totalizando cerca de 140.000 hombres.
Ahora bien, más allá del desenlace que pueda llegar a tener esta delicada situación en la que están involucrados nada más y nada menos que los mayores poderes nucleares y convencionales del mundo, ¿implica este tipo de conflicto el regreso de clásicos enfrentamientos interestatales, o bien se trata del último de un ciclo militar entre Estados?
La pregunta es tal vez pertinente, pues existen hipótesis como la de Graham Allyson, que sostienen que en el mundo del siglo XXI ya no son posibles "nuevas Normandías", esto es, conflictos militares interestatales directos basados en "fuerzas contra fuerzas" desplegadas territorialmente, es decir, prácticamente "soldados de a pie", con sustento logístico, operaciones de inteligencia, avances y, finalmente, la capitulación (que puede o no incluir la toma de la capital) de uno de los actores.
Por otro lado, existen conjeturas que advierten que es prematuro "archivar los expedientes" sobre conflictos entre Estados preeminentes en términos clásicos. Sostienen estos expertos, como Christopher Lynne, que "las tormentas pueden regresar".
Unas y otras hipótesis cuentan con respaldos: en relación con la primera, desde 1945 no volvió a suceder una gran guerra, es decir, un choque entre actores preeminentes, ni tampoco hubo un país que desafiara la estabilidad continental como sucedió con Alemania, cuyo régimen de poder estaba dispuesto a lograr "la ambición geopolítica del siglo", esto es, apoderarse del territorio de la URSS. Claro que, desde 1945, el "factor nuclear" pasó a desempeñar un papel crucial en la restricción de la guerra.
Pero desde los enfoques reluctantes a considerar la guerra tradicional como una posibilidad remota, se recuerda que desde 1945 hubo confrontaciones entre poderes mayores, por caso, entre China y la URSS. Además, consideran que la existencia de un régimen internacional, el de la Guerra Fría, implicó un factor de moderación internacional entre los grandes poderes y de amortiguamiento de conflictos inter e intraestatales (por ello se sostiene que una guerra como la que tuvo lugar en Siria desde 2011, nunca se hubiera extendido dentro de aquel régimen de bloques geoestratégicos).
Aquí tenemos una cuestión clave que está por encima de los debates relativos con las nuevas formas de la guerra, pues los cambios en la forma de pensar y llevar adelante la guerra son una de las regularidades de la historia. En su reciente obra, "La guerra. Cómo nos han marcado los conflictos", la especialista Margaret MacMillan es categórica en relación con ello: la guerra siempre se transforma, pero no deja de ser ella misma.
Esa cuestión lave es la ausencia de un régimen internacional. Un régimen internacional, pactado y acatado por los poderes centrales sobre unos pocos pero cruciales temas, implica orden, y el orden supone paz relativa, un descenso de la discordia. Pero hoy no tenemos nada parecido a un orden; por tanto, la posibilidad de una guerra mayor vuelve a ser tema de preocupación y reflexión estratégica.
En buena medida, esta es otra de las tragedias en las relaciones interestatales: la confrontación como factor habilitador del orden. Hace poco lo advirtió el profesor Carlos Fernández Pardo: no existió nunca un proyecto de paz (orden) importante, grande y respetable si no hubo detrás una guerra grande e importante. "No se conoce un caso de pacificación si no hay una decisión militar antes".
Aquí, entonces, crece la inquietud: si no hay orden y régimen, ni siquiera un esbozo y, más aún, los actores no parecieran estar interesados en ello, ¿se están creando las condiciones para que tenga lugar un acontecimiento mayor fungible para alcanzar un régimen internacional?
Las alarmas aumentan: en un artículo publicado el 6 de enero pasado en "Proyect Syndicate", Richard Haass se muestra escéptico sobre el curso del mundo. Y como efectivamente no existen perspectivas de orden, sugiere una "lista de tareas" para evitar un futuro definido por el desorden. "Una lista corta incluiría la vacunación generalizada contra COVID-19 y nuevas vacunas eficaces contra variantes futuras; un avance tecnológico o diplomático que reduciría drásticamente el uso de combustibles fósiles y ralentizaría el cambio climático; un acuerdo político en Ucrania que promueva la seguridad europea y un resultado con Irán que evite que se convierta en una potencia nuclear o incluso casi nuclear; una relación entre Estados Unidos y China capaz de poner barreras para gestionar la competencia y evitar conflictos; y un Estados Unidos que logró reparar su democracia lo suficiente como para tener la capacidad de concentrarse en los acontecimientos mundiales".
Desde una plaza más esperanzadora el analista ruso Sergei Arteyev considera que es posible que vayamos hacia una "globalización 3.0" que acabe sujetando el mundo a una dinámica de orden, pues la misma implicaría vibrantes instituciones supranacionales y transnacionales globales, consensos sobre armas de exterminio masivo y acuerdos en el marco de entidades no convencionales, por ejemplo, en el N-11, formado por países emergentes.
En breve, estas posiciones, entre muchas, revelan un estado de inquietud e incertidumbre sobre un escenario internacional en crisis en el que se están agotando las estrategias de salida.
Por ello, lo relevante no es tanto contar con datos para pensar el perfil de las eventuales guerras del futuro, sino cómo evitar que el necesario orden se construya tras una guerra, como ha sucedido siempre en la historia, aunque si hoy tuviera lugar, sin duda ingresaríamos a territorios desconocidos.
Lamentablemente la disputa de los espacios de poder entre naciones no se logran con diplomacia cuando está en juego la geopolitica y el dominio del mundo en un orden mundial a pedido del que gana
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