martes, mayo 10, 2022

Para Rusia el mundo siempre fue (y será) un lugar peligroso

Por Alberto Hutschenreuter





Rusia conmemoró un nuevo aniversario del final de la Gran Guerra Patriótica; una confrontación de exterminio frente a Alemania entre 1941 y 1945.

Sin duda alguna, fue el gran acontecimiento de Rusia en su historia. En juego estuvo nada más y nada menos que la supervivencia del país, pues el propósito del régimen alemán era convertir a la entonces Unión Soviética en un lejano e irrelevante país del Asia, y colonizar la parte europea del país rica en recursos. Solo así, el III Reich podría liderar y mantenerse por años en Eurasia.

Se trató de la "ambición geopolítica del siglo XX". Pero lo que fue una invasión se convirtió en una campaña y, como registra la experiencia, para un invasor (sobre todo para aquel que se adentra en Rusia para someterla) el peor escenario es siempre una campaña en la que las fuerzas del país ocupado no dan batallas, como le sucedió a Napoleón, o bien esas fuerzas (inagotables, aparte) terminan rodeando al invasor, como le sucedió a los ejércitos de Hitler en Stalingrado, o haciéndolas retroceder hasta expulsarlas y perseguirlas hasta su misma capital.

La Primera Guerra Mundial había sido un desastre para Rusia. Perdió cerca de tres millones de hombres, fue derrotada por Alemania y debió firmar un tratado draconiano con esta potencia, perdió tierras y finalmente no fue parte de Versalles. Como dice Dmitri Trenin, para recuperar territorios y repararse, debió ir a una segunda guerra de la que salió victoriosa y convertida en superpotencia, pero a un precio muy alto: 24 millones de muertos. Por ello, cada 9 de mayo Rusia celebra "con lágrimas en los ojos" la gran victoria, según las propias palabras de los rusos.

Resulta un dato curioso el hecho que Rusia sea el país preeminente más grande del mundo, pero, a la vez, que ese territorio, un componente clave de todo poder nacional, nunca llegara a proporcionar a los rusos un firme sentido de fortaleza inexpugnable. Por el contrario, como advirtió una vez el almirante Alfred T. Mahan, el enorme territorio implicó, históricamente, un factor de debilidad y vulnerabilidad para los rusos.

En los últimos cinco siglos las invasiones (e incluso las ocupaciones del mismo poder, como sucedió con los polacos) fueron el lugar común. Pero las incursiones externas también ocurrieron cuando Rusia intentó dominar sitios estratégicos, como sucedió a mediados del siglo XIX cuando Inglaterra, Francia y el Piamonte no sólo impidieron que Moscú se extendiera hacia los estrechos turcos, sino que ocuparon Crimea y ciudades centrales.

La Guerra de Crimea, retratada brillantemente por Orlando Figes, inauguró una línea de reveses y humillaciones de Rusia ante poderes externos que prácticamente se extendió hasta la Gran Guerra Patria (la  antecesora fue la Guerra Patria frente a Napoleón en 1812). Incluso cuando ganó terminó perdiendo diplomáticamente, como sucedió ante Turquía, otro de los grandes rivales de Rusia, retratado magníficamente por Dovstoievski en "Diario de un escritor". Y cuando perdió, como en 1905 frente al ascendente Japón, fue un verdadero desastre, pues la derrota inauguró un tiempo de disturbios nacionales que se extendieron hasta la Revolución Rusa.

Las incursiones de los ejércitos blancos tras la toma del poder por los bolcheviques también se "suman" en Rusia a la extensa lista de peligros que provenían del exterior. Seguidamente, la guerra con Polonia supuso la posibilidad de ser derrotada y ocupada.

Es cierto, como sostiene Alexandr Solzhenitsin en su texto "Los problemas de Rusia", que no pocas veces los dirigentes rusos se involucraron innecesariamente en problemas y conflictos internacionales. Pero, también, que no pocas veces Rusia fue un blanco de fuerzas externas, un dato irrebatible.

Incluso lo fue siendo la poderosa URSS. Según lo cuenta Peter Schweitzer en su obra "Victory: The Reagan Administration's Secret Strategy that Hastened the Collapse of the Soviet Union", mientras la Unión Soviética se encontraba en guerra en el país asiático, existió el propósito por parte de Occidente relativo con provocar levantamientos en el "bajo vientre" del país, es decir, en las repúblicas soviéticas del Asia Central, y así, desde adentro, debilitar al régimen soviético. Pero el plan se descartó porque se consideró que era muy arriesgado.

El final de la Guerra Fría no implicó una era de "tranquilidad geopolítica" para Rusia. Si bien al principio hubo una visión romántica de política exterior, pronto Moscú advirtió que Occidente se proponía llevar su victoria hacia el este. Las ampliaciones de la OTAN volvieron a marcar la regularidad geopolítica histórica: potencias acercándose al territorio de Rusia con el fin de asediarla, contenerla y controlarla.

En buena medida, la operación militar o invasión rusa a Ucrania responde a esa aproximación sobre la que nunca hubo, por parte de Occidente y la OTAN, una determinación categórica de no continuarla, ni siquiera hoy. En otra buena medida, a lo que venía sucediendo en la región del Donbass desde 2014.

En breve, para Rusia el mundo siempre parece ser un lugar peligroso. En rigor, Ucrania y Rusia están determinadas a convivir con la geopolítica y a sufrir a la geopolítica. Una por la ubicación de fragmentación o sensibilidad territorial en la que se encuentra; otra por su posición en Eurasia. Pero la primera desafió su condición sin ninguna necesidad de hacerlo. La segunda no ha tenido alternativas porque, de una u otra forma, desde el exterior siempre se intentará impedir que Rusia se afirme y se convierta en un gran poder euroasiático.

El denominado "pluralismo geopolítico" no significa "buenas intenciones" en términos de política y territorios; supone, ante todo, no subvertir el necesario equilibrio territorial.

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