Por Alberto Hutschenreuter
La rivalidad actual entre Rusia y Estados Unidos en buena medida es más peligrosa que la que existía entre Estados Unidos y la Unión Soviética en tiempos de Guerra Fría, la “paz larga”, como la denominó el experto John Lewis Gaddis.
Entonces, los dos poderes mayores del globo mantenían una confrontación irreductible, pues no sólo se trataba de dos concepciones diferentes, sino que la URSS era portaba una ideología revolucionaria que sólo llegaba a pactar o negociar por presión o por necesidad táctica: así lo hizo en la crisis de los misiles, en 1962, cuando retiró sus complejos de Cuba, y en la Conferencia de Helsinki, en 1975, donde se comprometió a reconocer fronteras en Europa, pero más allá de este continente continuó con su marcha revolucionaria.
Pero, además, los dos países desarrollaron tanto poder de exterminio que crearon una "cultura estratégica", es decir, tanto poder hacía funcionar la disuasión: "no intentes atacarme porque tomo la decisión de suicidarme". Un mensaje tremendo, pero efectivo para la estabilidad interestatal. Al lejanísimo tratado ABM (Antiballistic Missiles) y los acuerdos SALT (Strategic Arms Limitations Talks) se llegaron (a principios de los setenta), precisamente, porque en los años sesenta se estaban produciendo desajustes en el equilibrio atómico.
Por último, el régimen que se forjó tras la Segunda Guerra Mundial no impidió guerras, pero también a través del mismo se logró "amortiguar" conflictos. Más aún, dentro de ese régimen, el sistema de la ONU podía cumplir no pocos de sus propósitos.
Esta rivalidad y el estado de "ni guerra ni paz" que caracteriza hoy a la relación entre Estados Unidos y Rusia es cada vez más peligrosa. Un incidente como el que sucedió esta semana con el dron estadounidense “MQ-9 Reaper”, que sobrevolaba aguas internacionales sobre el Mar Negro y fue derribado por un caza ruso “SU-27”, podría empujar la situación a una confrontación directa; si bien es cierto que, tras el hecho, las comunicaciones entre las partes al más alto nivel siguen abiertas, como destaca el sitio digital Geopolitical Futures. Y si ocurriera un choque directo, los escenarios se vuelven totalmente inciertos. Tal vez, si ello pasara sólo se podrían evaluar los niveles de catástrofes, pues la dimensión de la seguridad humana se desplomaría, aun considerando el daño que provocaría el uso de armas nucleares tácticas (es decir, esas capacidades que "encapsulan" territorialmente los casos de muertes y lesiones).
A esta innecesaria guerra entre rusos y ucranianos se llegó porque no se pudo, no se supo o no se quiso detener la dinámica geopolítica. Y ello sucedió porque la rivalidad entre Estados Unidos y Rusia se alejó de patrones de "deferencia" que tienden a ser observados en una rivalidad interestatal simétrica. Es verdad que hoy ningún poder podría competir con Estados Unidos, la única potencia grande, rica y estratégica del mundo. Pero ningún orden internacional podrá ser alcanzado lateralizando a otros centros: gusten o no, China, Rusia, India, etc., son "actores estratégicos de orden internacional", no sólo "actores de orden internacional".
Pero sin duda lo más inquietante es el casi desmoronamiento de la cultura estratégica. La ruptura de tratados centrales para la seguridad mundial es la manifestación más espectral de ello (recientemente, Moscú anunció que suspendería el New START). Pues, sin estado de disuasión lo que predomina es una carrera por obtener capacidades que impidan que quien sea atacado con armas nucleares tenga capacidad de respuesta. Así, un mundo sin el “factor MAD” (Mutual Assured Destruction), aunque literalmente se traduzca por “loco”, se aproxima a una situación apocalíptica.
El hecho relativo con que Rusia y Estados Unidos puedan llegar a pasar de una confrontación latente a un choque directo nos muestra, categóricamente, las consecuencias de una situación internacional sin régimen y con poderes mayores en estado de tensión. También nos muestra lo insostenible de aquellas hipótesis que anunciaban la casi imposibilidad de nuevas guerras entre actores preeminentes.
Lo importante es considerar la experiencia, no los deseos. Y lo que la experiencia nos dice es que la estabilidad internacional relativa solo es posible cuando los poderes “que hacen lo que pueden” logran acuerdos mayores en relación con la cogestión de las relaciones internacionales. El punto es que también la experiencia nos dice que ello solamente ocurrió tras una situación de disrupción mayor en las relaciones internacionales.
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