miércoles, mayo 24, 2023

El giro forzoso de la política exterior rusa

Por Alberto Hutschenreuter




            Por medio de un decreto firmado por el presidente Putin, el 31 de marzo de 2023 se aprobó el nuevo Concepto de la Política Exterior de la Federación Rusa; un documento que proporciona una visión del mundo, sus problemas, retos y necesidades, y en el que se establecen los principios básicos, metas estratégicas y áreas prioritarias de la política exterior nacional.


            Con la Estrategia de Seguridad Nacional y la Doctrina Militar, el Concepto de la Política Exterior completa la estructura oficial relativa con la concepción política, estratégica y militar de la Federación Rusa.


             Se trata de la primera revisión desde el último enfoque presentado en 2016. Considerando la situación de fondo, centralmente la guerra, los múltiples anillos de sanciones, el deterioro de la relación con Occidente y el frente socioeconómico, en el enfoque de política externa 2023 hay dos cuestiones que destacan por su (cierta) novedad. Por un lado, la apreciación en relación con Occidente; por otro, el giro de dicha política hacia los actores del Asia (principalmente), del mundo islámico, de África y América Latina.


            En cuanto a la primera cuestión, el extenso documento considera que los grandes cambios que tienen lugar en el mundo son, en general, favorables. “Pero no son, sin embargo, bien recibidos por una serie de Estados acostumbrados a la lógica de la dominación global y al neocolonialismo. Estos países se niegan a reconocer las realidades de un mundo multipolar […] Una forma generalizada de interferencia en los asuntos internacionales de los demás Estados soberanos se ha convertido en la imposición de actividades ideológicas neoliberales destructivas que van en contra de los valores espirituales y morales tradicionales”.


            En términos más directos y en relación con la situación de confrontación, el enfoque señala: “Considerando el fortalecimiento de Rusia como uno de los principales centros de desarrollo en el mundo moderno y su política exterior independiente como una amenaza para la hegemonía occidental, los Estados Unidos y sus satélites utilizaron las medidas tomadas por la Federación Rusa en lo que respecta a Ucrania para proteger sus intereses vitales como pretexto para agravar la política antirrusa de larga data y desatar un nuevo tipo de guerra híbrida”.


            Claramente, el enfoque adopta una posición abiertamente antagónica con respecto a Estados Unidos. Es el dato a destacar, pues si bien en anteriores concepciones Rusia se refirió a la rivalidad y al reto que implicaban para sus intereses las alianzas político-militares, a partir de ahora no queda margen para considerar relaciones basadas en pacíficos desacuerdos. Existe una confrontación indirecta entre Occidente y Rusia que podría transformarse en una guerra, es decir, una nueva y en buena medida desconocida guerra mundial.


            Pero aun sin llegar a tal desplome de la seguridad internacional, también resulta bastante claro que prácticamente se bloquean las posibilidades de configurar un orden (relativamente estable) entre Estados; es decir, el conflicto entre Occidente y Rusia, que se inició mucho antes de 2014, se ha orientado hacia una lógica casi irreductible. También la Guerra Fría se fundó en una lógica intransigente, pero entonces había régimen internacional y se mantenía la cultura estratégica.


            El documento no se expresa en términos antagónicos con Europa, acaso porque Rusia la considera un vasallo estratégico, pero también porque aún considera que podrían restablecerse los lazos. De hecho, considera a la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE), entidad fundada en 1975 a la que (aun) pertenece Rusia, como un posible ámbito de regreso al diálogo.


            El otro dato relevante es el giro de la política exterior rusa hacia el Asia. El  documento plantea la necesidad de potenciar todas las entidades y organizaciones políticas, económicas y de seguridad del continente euroasiático, pero destaca a China y la India como los actores con los que hay que fortalecer los vínculos para alcanzar lo que denomina la Gran Asociación Euroasiática.


            Aquí hay que decir que se trata de un giro forzado por las consecuencias de las múltiples sanciones que como una gran compuerta fue cerrando Occidente a Rusia. Pero como las sanciones no tuvieron una dimensión universal, Rusia giró hacia el Asia, logrando prácticamente colocar allí sus principales productos de exportación.


            También hay que decir que para los países asiáticos la guerra implicó cierta “funcionalidad económica”, pues aquellos dos países ampliaron sus compras de gas y petróleo a precios ventajosos. De hecho, hoy China es el principal socio comercial de Rusia (antes de la guerra lo era la UE), mientras que India incrementó sensiblemente sus compras de gas (en 2023 el país surasiático se convirtió en el tercer socio comercial más importante para Rusia). En buena medida, ambos poderes de Asia han compensado la interrupción de la energía rusa a Europa.


            El giro comenzó a producirse antes de la guerra, desde que Rusia advirtió que Europa se volvió más asertiva ante ella a partir de Crimea, de las políticas antisistema que Moscú impulsaba en Europa y también como consecuencia del “trato” que Rusia daba a sus enemigos políticos en Europa y en Rusia, siendo el caso Navalny un punto límite. Considerando esta situación, algunos expertos, por ejemplo Andrey Kortunov, del Consejo de Relaciones Internacionales de Rusia (RIAC), señalaban que Rusia debería volcarse más al Asia para hacerse económica y tecnológicamente fuerte y desde allí “regresar” a Europa.


            Volviendo a China e India, hay que destacar que, además de la “funcionalidad económica” que tiene para estos actores la guerra, hay realidades que Rusia debería considerar.


            Pekín puede estar muy interesado en la energía que proporciona Rusia, pero su pragmatismo lo lleva a diversificar sus fuentes. Además, en el total de las exportaciones chinas, Rusia representa menos del tres por ciento. No obstante la ventaja económica que le aporta la guerra a Pekín, es posible que al poder asiático le inquiete que un aumento de la relación con Rusia pueda dejarla ante  sanciones de Occidente. Como señala el experto Bobo Lo, ello explicaría que China no aporte armas a Rusia.


            En cuanto a India, un país que mantuvo importantes relaciones con la Unión Soviética, sin duda que logró ganancias: el precio descontado significó que más del 50 por ciento de sus importaciones de crudo provenga de Rusia. Pero es importante considerar que la iniciativa “India autosuficiente” podría restringir las expectativas de Moscú, incluso en uno de los temas que más asocia a los dos países: el suministro de equipos y armamento por parte de Rusia. Además, la rivalidad entre India y China lleva a que Nueva Delhi no se desenfoque de Estados Unidos, como lo prueba su participación en el Diálogo de Seguridad Cuadrilateral (QUAD, que reúne a Estados Unidos, India, Australia y Japón).


            En breve, la nueva orientación de la política exterior rusa supone un sensible incremento del antagonismo con Estados Unidos y un vuelco forzoso hacia el espacio euroasiático y los países del Asia-Pacífico. En buena medida, ello muestra que la invasión rusa a Ucrania no implicó un automatismo mundial para sancionar a Rusia.


En Asia, Medio Oriente-países del Golfo Pérsico, África y América Latina hubo numerosas abstenciones. Ello resultó “funcional” para Moscú. Pero no necesariamente significa que Rusia se asegurará su porvenir: tendrá que hacer mucho para convertirse en un actor de escala en dichos escenarios, particularmente en Asia donde el poder de China podría (eventualmente) significarle menos cooperación de la que espera.




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