Por Alberto Hutschenreuter
El gobierno ruso anunció hace tiempo que no prorrogaría el acuerdo sobre granos que mantiene con Ucrania desde mediados de 2022. Junto con los pactos sobre prisioneros y entrega de muertos y heridos, la denominada "Iniciativa de granos del Mar Negro", alcanzada entonces con la mediación de Turquía y la ONU, es el único punto de entendimiento entre Kiev y Moscú. Después, todo es guerra, acusaciones y búsqueda de ganancias que permitan lograr alguna ventaja que pueda resultar decisiva en esta prolongada confrontación entre pueblos eslavos.
Dicho acuerdo se venía renovando cada cuatro meses, hasta que en marzo Moscú advirtió que, si no se levantaban algunos obstáculos para el comercio ruso, el crucial entendimiento no sería prorrogado.
La caída del acuerdo provocaría un impacto de escala en esa otra dimensión de la seguridad que es la alimentaria: se calcula que entre 15 y 22 millones de personas en Asia, Medio Oriente y sobre todo en el este de África se encontrarán pronto ante uno de los jinetes descritos en el libro del Apocalipsis: otra gran hambruna. Y si bien es cierto que hay alimentos suficientes para afrontar la interrupción proveniente de los dos grandes graneros del mundo, Ucrania y Rusia (este último también un actor clave en materia de fertilizantes), las distancias (un dato para aquellos que hablan sobre "la muerte de las distancias" o "el mundo plano”), los precios de los seguros del transporte marítimo y la logística, dificultarán el relevo de emergencia humanitaria mayor. Incluso si Ucrania se decidiera por utilizar vías como el Danubio, podrían surgir descontentos y barreras por parte de los granjeros del este de Europa (un dato que deberían registrar aquellos optimistas de otras latitudes sobre acuerdos comerciales con la UE).
Rusia sabe que el momento es favorable para ejercer presión: Ucrania está sufriendo pérdidas en el frente de guerra; podría haber aumentado en Occidente (sobre todo en países con elecciones próximamente y también en aquellos en los que de súbito regresaron los interrogantes y fantasmas geopolíticos) la inquietud sobre hasta cuándo hay que seguir con el apoyo financiero y militar a un país con altos índices de corrupción y obstinado empeñamiento en marchar hacia la OTAN; hay mayor visibilidad sobre la no universalidad de las sanciones; Ucrania se encuentra en plena cosecha de maíz, colza, pronto de trigo, etc.; China ha mostrado más preocupación; y los precios de los alimentos sufrirían aumentos (fueron, precisamente, las renovaciones del acuerdo sobre “el corredor del Mar Negro” las que mantuvieron los precios hacia abajo).
Sin duda que las sanciones pesan, pero según fuentes del Departamento de Agricultura de Estados Unidos, Rusia exportó más de 45 millones de toneladas de trigo durante el ciclo comercial 2022-2023, y se aguarda que esa cantidad sea mayor para 2023-2024. Por supuesto que si se dejaran caer las sanciones para aquellas entidades de Rusia vinculadas al comercio de granos, como el Banco Agrícola del Estado, los ingresos se multiplicarán. Pero ello significaría “aflojar” (en parte) con una de las piezas clave de las sanciones de primera generación: el sistema SWIFT, que facilita los pagos internacionales.
Tal vez, las negociaciones lograrán encontrar una salida para una situación que deja más que claro que la guerra la libran y sufren rusos y ucranianos, pero sus externalidades impactan cada vez más en dimensiones críticas de un mundo al que sólo el segmento geoeconómico pareciera estar preservándolo de no hundirse más.
Dicho acuerdo se venía renovando cada cuatro meses, hasta que en marzo Moscú advirtió que, si no se levantaban algunos obstáculos para el comercio ruso, el crucial entendimiento no sería prorrogado.
La caída del acuerdo provocaría un impacto de escala en esa otra dimensión de la seguridad que es la alimentaria: se calcula que entre 15 y 22 millones de personas en Asia, Medio Oriente y sobre todo en el este de África se encontrarán pronto ante uno de los jinetes descritos en el libro del Apocalipsis: otra gran hambruna. Y si bien es cierto que hay alimentos suficientes para afrontar la interrupción proveniente de los dos grandes graneros del mundo, Ucrania y Rusia (este último también un actor clave en materia de fertilizantes), las distancias (un dato para aquellos que hablan sobre "la muerte de las distancias" o "el mundo plano”), los precios de los seguros del transporte marítimo y la logística, dificultarán el relevo de emergencia humanitaria mayor. Incluso si Ucrania se decidiera por utilizar vías como el Danubio, podrían surgir descontentos y barreras por parte de los granjeros del este de Europa (un dato que deberían registrar aquellos optimistas de otras latitudes sobre acuerdos comerciales con la UE).
Rusia sabe que el momento es favorable para ejercer presión: Ucrania está sufriendo pérdidas en el frente de guerra; podría haber aumentado en Occidente (sobre todo en países con elecciones próximamente y también en aquellos en los que de súbito regresaron los interrogantes y fantasmas geopolíticos) la inquietud sobre hasta cuándo hay que seguir con el apoyo financiero y militar a un país con altos índices de corrupción y obstinado empeñamiento en marchar hacia la OTAN; hay mayor visibilidad sobre la no universalidad de las sanciones; Ucrania se encuentra en plena cosecha de maíz, colza, pronto de trigo, etc.; China ha mostrado más preocupación; y los precios de los alimentos sufrirían aumentos (fueron, precisamente, las renovaciones del acuerdo sobre “el corredor del Mar Negro” las que mantuvieron los precios hacia abajo).
Sin duda que las sanciones pesan, pero según fuentes del Departamento de Agricultura de Estados Unidos, Rusia exportó más de 45 millones de toneladas de trigo durante el ciclo comercial 2022-2023, y se aguarda que esa cantidad sea mayor para 2023-2024. Por supuesto que si se dejaran caer las sanciones para aquellas entidades de Rusia vinculadas al comercio de granos, como el Banco Agrícola del Estado, los ingresos se multiplicarán. Pero ello significaría “aflojar” (en parte) con una de las piezas clave de las sanciones de primera generación: el sistema SWIFT, que facilita los pagos internacionales.
Tal vez, las negociaciones lograrán encontrar una salida para una situación que deja más que claro que la guerra la libran y sufren rusos y ucranianos, pero sus externalidades impactan cada vez más en dimensiones críticas de un mundo al que sólo el segmento geoeconómico pareciera estar preservándolo de no hundirse más.
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