martes, julio 25, 2023

La geopolítica como casi única vía para salir de la guerra

 Por Alberto Hutschenreuter


 



            Se cumplen diecisiete meses de guerra en Ucrania. Si bien no hay cifras precisas sobre el número de muertos, se calcula que cerca de 240.000 militares rusos y ucranianos han caído. A ello hay que sumar la muerte de civiles, los heridos, los desplazados y la destrucción material del país. En clave comparativa, en los casi diez meses que duró la batalla más larga y violenta de la Primera Guerra Mundial, la que enfrentó a galos y germanos en Verdún, murieron más de 300.000 soldados.


Además del descenso de la seguridad humana, la guerra ha implicado un descenso de la seguridad regional, europea y mundial, pues cualquier incidente casual o deliberado, por ejemplo, en el Mar Negro, Polonia o en alguno de los Estados del Báltico, el anillo sensible del teatro ucraniano, podría ampliar el número de participantes en la guerra y llevarla a otro nivel.


En este cuadro, se multiplican los debates sobre el curso de la guerra. Básicamente, hay dos posiciones: aquellos que consideran que hay que buscar la predominancia militar de Kiev, y para ello es imperativo no sólo continuar con el suministro de armas y dinero a Ucrania, sino pasar a otro grado de armamentos que le permitan a las fuerzas ucranianas recuperar el territorio del Donbas, incluida Crimea; y aquellos que consideran que ninguna de las dos partes podrá doblegar a la otra, es decir, la guerra continuará en un punto estático hasta que el desgaste y las impresionantes pérdidas impondrán un cese.


En relación con el primer escenario, hay que considerar que no hay un automatismo entre el incremento de armas a Ucrania y la capitulación rusa. Es cierto que durante un tiempo ello pareció funcionar, logrando Ucrania contraofensivas exitosas. Pero actualmente esto no se está repitiendo, y eso que Ucrania ha recibido capacidades mayores como misiles de largo rango, más artillería y poder aéreo. Además, no hay que olvidar que la relación en materia de recursos humanos favorece significativamente a Rusia. Por último, más capacidades implican más violencia y, por tanto, aumentan las  posibilidades de pluralización de la guerra, un escenario reluctante para los valedores de Kiev.


En cuanto al segundo escenario, no sólo es más realista, sino que significaría el fin de la guerra. Tras el fracaso de Rusia en relación con no poder capturar la capital en las semanas siguientes al 24 de febrero de 2024, Moscú pasó a un plan (tal vez originario): el de conquistar y hacerse fuerte en las provincias del este del país (donde ya desde 2014 se libraba una guerra), las que integró unilateralmente al territorio de la Federación Rusa.


Parte del realismo de este escenario es que supone la posible salida de la guerra desde la fórmula "geopolítica por geopolítica", sin duda, difícil de digerir para Ucrania y para Occidente, e imposible de aceptar desde el derecho internacional. Para la primera, porque ello significará aceptar la mutilación territorial, el precio del desafío geográfico y geopolítico; para el segundo, porque Rusia habrá logrado ganancias de poder en una pugna con Occidente que lleva tres décadas; para el tercero, porque ello significaría pisotear los grandes principios de la norma internacional, y ello podría ser un renovado aliciente para otras situaciones de conflictos.


Pero esta guerra tiene una génesis geopolítica que, desde la lógica jerárquica interestatal, podía haberse evitado: la determinación a todo o nada de Ucrania por marchar hacia la OTAN (ahora en Occidente dicen que la admisión de Ucrania podría no suceder, pero desde 2008 mantuvo abierta la posibilidad de sumarla y nada dijo cuando Rusia comenzó a concentrar fuerzas en los meses previos a la operación militar).


Lo de obtener ganancias por parte de Rusia es ciertamente relativo. El escenario más congruente para Moscú (y casi para todos) habría sido el de una Ucrania neutral (pero no desarmada). Si finalmente hay un cese con Rusia en el Donbas, la protohistórica inseguridad territorial de este país se mantendrá, pues la garantía de seguridad de Europa oriental implicará un grado de militarización posiblemente superior al establecido por Estados Unidos en Asia-Pacífico (los análisis refieren cada vez más a los casos de la frontera entre las dos Coreas y el despliegue de fuerzas extranjeras en Corea del Sur y en Japón), panorama que inquieta económicamente a Occidente y tranquiliza estratégicamente a China en la región del Asia-Pacífico.


Además, un eventual final de la guerra no supondrá el final de las hostilidades entre Ucrania y Rusia (por muchas décadas las heridas entre los dos pueblos eslavos se mantendrán abiertas).


Asimismo, las consecuencias de la guerra llevarán a la primacía de un orden internacional basado en los Estados y en las capacidades militares, es decir, el multilateralismo podría quedar más lateralizado todavía. No es que alguna vez haya existido una primacía de este último sobre aquel, pero sí hubo tiempos de una relativa moderación de intereses y fuerza y un mayor lugar para la cooperación, incluso cuando hubo un mal orden internacional, por caso, durante los años veinte, como lo demuestra un estudio de la historiadora británica Margaret MacMillan.


En breve, así como la geopolítica viene a nosotros en forma de guerra, también puede venir en forma de salida de la guerra, no justa con base en los principios, claro, aunque sí desde la política de poder, los intereses y la seguridad. La diplomacia será sumamente exigida entonces y sobre todo después de la guerra, pero es el único bien público internacional del que se dispone para llegar a configurar un ansiado orden, es decir, conseguir eso que denominan paz.

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