lunes, julio 31, 2023

Los riesgos de abandonar la experiencia en las relaciones internacionales

 Por Alberto Hutschenreuter







Tal vez debido a un exceso de expectativas centradas en las tecnologías mayores, acaso por la falta de liderazgos de escala, o quizá por el alto grado de discordia existente entre los poderes preeminentes, pareciera que cada vez importa menos la experiencia en las relaciones internacionales, algo que no sólo se refleja en hechos importantes que tienen lugar en el mundo actual, sino que se trata de una realidad que nos lleva a planteos inquietantes sobre el curso del mismo.

  Como en otras disciplinas, la experiencia en las relaciones internacionales es un bien vital al momento de analizar situaciones. Las analogías tienen un carácter estratégico, pues permiten considerar posibles resultados sobre decisiones tomadas, y hasta permiten considerar eventuales escenarios. Podríamos decir que la experiencia es un activo o bien público casi único en las relaciones internacionales. Nadie como Maquiavelo supo advertirlo mejor: "Todo aquel que desee saber qué sucederá debe examinar qué ha sucedido: todas las cosas de este mundo en cualquier época tienen su réplica en la Antigüedad"".

  Por ejemplo, sabemos que sin orden internacional difícilmente habrá estabilidad, incluso si un orden resulta insuficiente o demasiado ideal, pues, precisamente, la experiencia nos permite trabajar sobre errores, omisiones y vulnerabilidades, más hoy cuando la tecnología nos puede aportar mucho en materia de análisis y prognosis estratégica.

  En alguna medida, el orden reduce la condición anárquica de las relaciones entre Estados. Un orden no eliminará nunca la competencia y el principio de la incertidumbre existente entre los "gladiadores", los Estados, pero reducirá el factor de imprevisibilidad y hasta evitará que determinados conflictos intra e interestatales acaben por desbordarse. Por ello, siempre será preferible un orden a una situación de aumento e incluso descontrol de todos los "tensiómetros" en las relaciones internacionales.

  Para utilizar un término de moda, el orden supone la resiliencia de los poderes mayores en lo que se considera la tragedia de la política entre Estados: la anarquía y rivalidad entre ellos. Y esto continúa siendo válido en tiempos de globalización, un fenómeno que para algunos supone cierto relajamiento del patrón clásico en la disciplina, pues, como muy bien sostiene Henry Kissinger: "El sistema económico internacional se ha vuelto global, mientras que la estructura política del mundo continúa basándose en la nación-Estado".

  Para tomar un caso actual que muestra el alejamiento de los poderes preeminentes de la lógica pretérita, la guerra en Ucrania es sin duda pertinente.

  En una situación de orden, e incluso de cierta discordia, dichos poderes habrían mantenido algunos patrones que impidieran el descenso de la seguridad internacional, es decir, nunca un Estado intermedio (como Ucrania en este caso) habría mantenido sus preferencias estratégicas hasta que producir una ruptura. La necesidad de equilibrio lo habría impedido, y el Estado perturbador, más allá de su soberanía e independencia, tendría que considerar otras opciones no desestabilizadoras del nivel superior de las relaciones internacionales.

  Sucede que el lugar del equilibrio ha sido sustituido por el de la supremacía monopolar internacional, un modelo que históricamente ha tendido a la inestabilidad, pues, como advierte Kenneth Waltz, la concentración excesiva de poder provoca, tarde o temprano, acciones de corrección a través de la violencia.

  Además, algo que corrobora también la experiencia, la ausencia de equilibrio dispara el incremento de la desconfianza y, por tanto, el aumento de las capacidades de los Estados, es decir, su grado de autoayuda.

  Nada nuevo aquí, hasta que en materia de capacidades aparece en escena el armamento nuclear. Hasta el momento no hemos vivido un estado de desorden internacional con armas nucleares. Lo estamos haciendo en los años que llevamos en este siglo. Y la realidad se torna cada vez más inquietante, pues los Estados nucleares mayores (Estados Unidos y Rusia) se han marchado de los marcos regulatorios, quedando con vida un solo tratado cuya prórroga vence en poco tiempo.

  En suma, desde hace tiempo las relaciones internacionales se mantienen en una especie de piloto automático, la globalización. Es un sucedáneo de orden, pero no es orden. Implica ganancias económicas, pero no soportes estratégicos. Además, la experiencia no respalda situaciones de estabilidad con base en la globalización. Si así fuera, la Primera Guerra Mundial no habría ocurrido.

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