Por Gustavo Ferrari Wolfenson
Debo confesar que aún me cuesta entender la realidad de
quienes quieren seguir recetando aspirinas a un enfermo
en estado terminal. Faltan escasas 72 horas para un
proceso electoral que marcará una nueva etapa de los 40
años de esta democracia sufridamente conseguida. El dólar
Fiat 600, la desgarradora escena del asalto-asesinato de
una niña cuyo único pecado era, en un país sin clases,
querer ir a la escuela, la fotos posteriores del canje del
celular robado por droga, y un gobierno sin reacción que
ha fortalece su incapacidad y las manifestaciones de una
población que, arrastrada por la crisis, se siente con la
potestad de exigir sus derechos intentando hacer justicia
por su cuenta.
Y con esas imágenes, mi recuerdo se transportó hacia
1983, en donde, a través de la democracia recuperada, se
conseguiría un armonioso desarrollo colectivo y la
realización personal de los individuos: “Con la democracia
se come, se educa y se cura”. La postura compartida por la
mayoría de un país que se levantaba de años de
autoritarismos, violencia y de desencuentros, era que
democracia y recuperación económica se retroalimentarían
recíprocamente, que la vigencia del sistema constituiría la
garantía para que la población tuviera salarios justos, pan,
salud, vivienda, educación y justicia. Sin embargo, cada
día ese idealismo se fue tornando más difuso al ritmo de
las crecientes debilidades institucionales que fueron
surgiendo desde el inicio mismo del proceso. Estamos en
una etapa en donde el próximo domingo 13 de agosto nos
encontrará con un progresivo sentimiento de “desencanto”
como resultado, una vez más, del creciente contraste
entre la diversidad de expectativas que había despertado el
actual régimen y sus nefastas posibilidades reales de
satisfacerlas. Los niveles de ausentismo mostrados en
algunas provincias son un reflejo de estos tiempos. Ya no
es “con democracia” sino “en democracia”, no en el
autoritarismo de la señora todopoderosa, donde podrán
buscarse las soluciones a nuestros problemas.
La Argentina “reloaded” 2023, que estamos viviendo se ha
consumido en la discusión sobre temas temporales cuya
trascendencia es tan efímera como la propia coyuntura.
Jamás se han logrado definiciones precisas que nos
permitan, de una vez por todas, encaminarnos en un
proceso de fortalecimiento institucional, crecimiento
sostenido, bienestar colectivo y que nos aleje de los límites
de la marginación, la pobreza, los índices patéticos de
inflación, emisión e inseguridad y la exclusión.
Yo me pregunto, dónde quedó el por fin comeremos asado
y las rejas de la Casa Rosada se convertirían en parrillas
para el pueblo, que fue de aquel viernes donde se
anunciaba con bombos y platillos que se acababa la joda
del alza de precios. Dónde quedaron los muchachos
sindicalistas que saldrían a la calle para defender la patria y
sancionar a los especuladores. Que pasó con el fidelero
que iba a terminar con los ñoquis. Que rincón institucional
se tragó al presidente que se sintió la reencarnación
democrática de Raúl Alfonsín, y sometió con dos años y
más de cien mil muertos, al aislamiento forzado de un país
mientras daba rienda suelta a sus fiestas privadas,
aventuras felinas y vacunatorios VIP.
Por eso nuestra democracia trastabilla todos los días,
porque necesita algo más que normas, leyes y formas de
organización. Nunca pudo constituirse en una cultura
política, es decir un cuerpo de creencias sustentada por
valores y expresada colectivamente a través de actitudes y
conductas. No se han logrado ningún tipo de consenso
políticos (más que algunos electorales para apetencias
personales) y sociales para el logro de acuerdos de
gobernabilidad que permitan cambiar los viejos parámetros
de la asignación de recursos públicos y se los destinara a
los que realmente los necesitaban. No se ha podido
erradicar el clientelismo, el eterno corporativismo sindical,
el histórico protagonismo caudillista, ni generar
mecanismos de participación organizada de los
ciudadanos, principios fundamentales de todo proceso de
consolidación política.
Nunca la dirigencia ha entendido que nuestra democracia
necesita crear expectativas hacia un futuro estable y que
no puede hacerlo con instituciones débiles, con procesos
económicos muy lejanos a la búsqueda del bienestar
colectivo, con la falta de un marco de seguridad y con
ineficiencias que generan mayor pobreza y desigualdades.
Agosto 2023 será la reacción a la suma de estos años de
errores, de apetencias de poder sin límites, de corrupción
institucionalizada, de caudillismo prebendario y clientelismo
asistencialista. Quizá el lunes por la mañana nos
levantemos con la noticia que la voluntad y la razón de un
país que de una vez por todas ha entrado en razón y quiere
entender que nadie es dueño del voto, ni mucho menos del
poder eterno y que los caminos por los cuales se ha
transitado, desde el comienzo de la democracia, han sido
por el esfuerzo, lucha y respaldo de todos los ciudadanos
que exigen, cada día, un mayor compromiso con esos
valores republicanos hoy tan olvidados y enterrados.
Como epílogo, y ante las voces condenatorias al salvaje
asesinato de Morena, me pregunto si con estos niveles de
pobreza, de ruptura del tejido social, de la debilidad
institucional, y la inmoralidad e impunidad pública,
podemos pretender vivir entre monaguillos y ángeles.
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