Por Alberto Hutschenreuter
La guerra en Ucrania recentró el fenómeno de la confrontación militar entre Estados. "Un choque de grandes intereses, que se resuelve con el derramamiento de sangre”, según la clásica definición de guerra que nos aporta Carl von Clausewitz en su obra más influyente.
Sobre la guerra también se consideró que era un acontecimiento cada vez menos frecuente. Ello sucedió tras el final de la Guerra Fría. Fueron tales las expectativas, que la guerra del Golfo en 1991 fue considerada una confrontación entre un actor que no llegaba a comprender el despertar de un orden nuevo, Irak, y otros que defendían la justicia internacional, Estados Unidos y su coalición, es decir, el orden que ascendía y que no toleraría desafíos.
El "régimen de la globalización" reafirmó ese curso favorable, pues el mismo no sólo anclaba el mundo a la prosperidad del comercio y la tecnología, sino que aseguraba crecimiento y desarrollo económico (en poco tiempo) para aquellos que se sumaran a sus bondades.
Con el siglo XXI fueron ganando lugar aquellos enfoques que sostenían que la violencia intra e interestatal había disminuido y que ya no eran posibles enfrentamientos como las guerras integrales del siglo XX. Además, la robotización y la conectividad robustecían el comercio internacional, aumentando la condición inhibidora de conflictos o rupturas entre Estados que siempre comportaba el mismo.
Por entonces, antes que se produjeran los acontecimientos de Ucrania-Crimea en 2013-2014, ese aparente estado de retracción de la guerra llevó a que en Europa, el territorio de la supraestatalidad, prácticamente se descartaran confrontaciones entre Estados, algo que quedó reflejado en los textos o libros blancos elaborados por las carteras de defensa de los miembros de la Unión Europea.
Sin embargo, si se echaba una mirada menos estrecha a determinados hechos, se hubieron sacado conclusiones algo menos apresuradas y sí más inquietantes. Por ejemplo, nadie en materia de capacidades militares parecía dispuesto a realizar ajustes a la baja. Las partidas destinadas a la defensa, es decir, a la autoayuda nacional, continuaban en ascenso en la mayoría de las regiones del mundo, al tiempo que se posicionaban nuevos poderes en la carrera, por caso, Arabia Saudita e India, dos poderes que atravesaron situaciones de guerra. Y en el caso del segundo, sus capacidades incluyeron el desarrollo de armas atómicas (en 1998, India y Pakistán realizaron once pruebas nucleares).
Las situaciones de guerra no fueron tan infrecuentes desde el fin de la Segunda Guerra Mundial como suelen destacar aquellos que consideran que los grandes hechos (como el fin de una guerra o de un régimen internacional) tienden acelerar la historia en términos evolutivos, o aquellos que tienden a asociar la globalización con paz internacional, pues consideran que las "dos G" fragmentadoras en la historia, la geopolítica y la guerra, son completamente inapropiadas en un mundo globalizado.
Hay que recordar que la guerra no fue infrecuente desde 1945, sino que no solo hubo guerras entre poderes mayores, China-URSS, India-China, o poderes intermedios como Irán-Irak, sino que las propias potencias que rivalizaban y dominaban el globo estuvieron cerca del desastre a principios de los años sesenta. Pero también estas potencias se enfrentaron a través de terceros, por ejemplo, en Vietnam, y antes en la guerra de Corea, donde técnicamente se continúa en guerra. Y en Afganistán, la URSS luchó contra insurgentes apoyados con armas occidentales destinadas a “dar muerte al soldado soviético” (como recordara Brzezinski) y que, en buena medida, sirvieron para definir la confrontación. Más todavía, en su obra Victory: The Reagan Administration's Secret Strategy that Hastened the Collapse of the Soviet Union, el estadounidense Peter Schweizer sostiene que en Washington se llegó a evaluar la posibilidad de aprovechar la guerra para provocar disturbios en las ex repúblicas soviéticas de Asia Central, el bajo vientre del imperio, con el fin de desestabilizar a la URSS, plan que fue descartado por ser muy peligroso.
En un contexto de creciente discordia entre Occidente y Rusia, en febrero de 2022, este país puso en marcha sobre Ucrania lo que denominó Operación Militar Especial. Sin considerar las realidades que impulsaron semejante decisión por parte de Moscú, la guerra, una vez más, "había venido hacia el hombre".
Lo que queremos decir con esto es que la guerra, como advertía Clausewitz, es parte de la existencia social del hombre. Casi en esta línea, otro gran experto en las confrontaciones armadas, Martín van Creveld, sostiene que “Por mucho que a los corazones sangrantes les desagrada el hecho, la guerra y su cultura forman un elemento integral de la vida humana y es probable que lo sean en todo el futuro por venir”.
Por otra parte, aunque citemos en algunos casos autores que, como en el caso del prusiano, hayan realizado sus reflexiones a partir de las guerras de su tiempo, ello no afecta en lo más mínimo dichas reflexiones porque la guerra tiene una cambiante naturaleza. Volviendo a Clausewitz, “La guerra es como un camaleón: cambia su apariencia. Se adapta a la situación. Pero el concepto de lucha permanece sin cambios”.
En suma, la guerra es una de las regularidades de la historia, no lo es la paz, un concepto abstracto, pues nunca ha existido un periodo de paz total, aunque sí han existido guerras totales. El equivalente de paz es el orden internacional, es decir, una disposición de los poderes preeminentes a pactar y acatar determinados compromisos que, a veces, pueden significar sostener ciertas insatisfacciones, pero que redundan en beneficio de la seguridad de todos.
Nada de esto tenemos hoy; por el contrario, el lugar del orden lo ocupa la discordia internacional, la acumulación militar y hasta una situación precaria de “no guerra” entre Occidente y Rusia sobre la que nadie podría asegurar si finalmente habrá vía de salida o si habrá una fuga hacia adelante.
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