EL TABLERO POLITICO - Dgo. 26/02/06
Ambas cosas trasuntan, como acontece desde la década del 90, desequilibrios y malformaciones de esta democracia. Kirchner disfrutó de su victoria por dos razones: consiguió mantener intacto el proyecto que había aprobado el Senado, inspirado por Cristina Fernández; dejó en una actitud incómoda, mezcla de impotencia y enojo, a la oposición. Ese espectáculo lo excita.
Reparó bastante menos, en cambio, en los beneficios reales que las modificaciones provocarán en el funcionamiento de la Justicia y en las sombras que las dudas que quedaron luego de la sanción en Diputados echarán sobre buenas obras anteriores, como la remoción de la Corte Suprema. Quizás el Presidente podría tomar nota de algo: por lo menos dos de los cuatro jueces que nombró en esa Corte no aprueban los retoques en la Magistratura.
Kirchner expone argumentos que no se podrían soslayar. La reforma fue consagrada en el Senado y en Diputados por una amplia mayoría. ¿No la tenía entre los diputados en diciembre? No. Pero por entonces el duhaldismo no se había terminado de descuajar como ocurrió más tarde. ¿Aquel disciplinamiento político fue posible gracias a concesiones económicas? Puede ser. Pero esgrimirlo como causa única sería ignorar un axioma de la historia peronista: nadie desafía a un Gobierno propio que acumula poder. Es el caso del de Kirchner.
Tal vez el problema del Presidente radique en su mirada inmediatista. Sigue seducido por los índices de popularidad que le marcan las encuestas. Pero esos índices están alimentados por el vigor con que continúa marchando la economía. Vale, y mucho, la recomposición del sistema productivo y social: pero una democracia requiere de otras vigas para asegurar su perdurabilidad. Las debilidades que hoy se ocultan detrás del PBI podrían quedar al descubierto en momentos de menor bonanza.
El Gobierno demostró en la discusión por la reforma un desprecio por la conciliación. La única vez que la intentó, fracasó: así le ocurrió a Cristina Fernández con los diputados del intendente de Córdoba, Luis Juez. Esa carencia fue el reclamo más atendible que se escuchó en las filas de la oposición y de las organizaciones sociales. Y aquella actitud no es nueva ni casual. Resulta difícil imaginar la reconstrucción de las instituciones si todas las acciones del Presidente fueran a seguir guiadas, de modo exclusivo, por estrategias de poder.
Los socialistas cuestionaron la reforma y participaron incluso de aquella fotografía de toda la oposición que enardeció tiempo atrás a Kirchner. El propio Gobierno los corrió. Pero varios de aquellos dirigentes comulgan con los lineamientos generales de la gestión oficial. En los últimos días un legislador de fuste le sugirió al Presidente la posibilidad de un encuentro informal con los socialistas. "¿Cómo van a votar?", inquirió el mandatario. No bien supo que lo harían en contra salió del paso con un "más adelante vemos...".
La oposición es también un problema de ese paisaje precario. Aquel acto de fuerza de fin de año para resistir a la reforma se deshilachó en días. Elisa Carrió y Mauricio Macri no pudieron arrastrar más que a un puñado de adherentes para protestar frente a los Tribunales. Algunas organizaciones sociales estuvieron solas la semana pasada delante del Congreso. El radicalismo tampoco es el guardián institucional inclaudicable que supo ser.
El radical Mario Negri, al refutar la desde ahora mayor influencia oficial en la Magistratura, afirmó que el sentido mayoritario del Gobierno se expresa en el Parlamento, pero no podría serlo dentro de ese organismo. La propia Carrió mencionó que el Poder Judicial es el único que actúa como contramayoría porque debe controlar a las mayorías. Pero esos fragmentos no terminaron de plasmarse nunca en un proyecto que forzara al poder.
La oposición exhibe algunas figuras, pero esas figuras están separadas y no logran atraer a la sociedad. El Gobierno es casi protagonista solitario. El peronismo, aun con sus matices y discordias, constituye la única fuerza que se despliega en el país. La recuperación económica le ha sacado un abismo de ventaja a la mejora de la calidad política e institucional después de haber sido superado lo peor de la gran crisis.
Kirchner no es Carlos Menem. Pero ciertas situaciones se asemejan. El ex presidente pretendió sustituir a la oposición confrontando cada vez que pudo con la prensa. Kirchner repite con riesgo el mismo tic. La semana pasada, por distintas razones, arremetió contra Clarín y La Nación. Al Presidente lo fastidian las noticias que escapan a su conocimiento. En cualquier Gobierno, por más hermético que sea, afloran proyectos e ideas que se convierten en decisiones o que también quedan en la nada. Aquella dinámica forma parte de la necesaria pluralidad y debate de la política. El periodismo debe indagar y si lo estima conveniente, divulgarlos.
Ese ejercicio, con aciertos y con errores, no representa ningún acto de oposición. Como tampoco lo representan las opiniones diferentes y antagónicas a las que pueda manifestar el poder. El periodismo no debería, sin embargo, sentirse parte del sistema institucional y cuando se tienta incurre en un serio error. Ese papel corresponde a los partidos políticos. Quizás el vacío existente induce a la confusión repetida de Kirchner.
El placer presidencial por la victoria política tiene también otra cara. Kirchner tuvo que poner su propio cuerpo para salir a flote y esa obligación denunció, mejor que nada, hasta qué punto la reforma generó controversia y reticencias afuera y adentro del peronismo. Cada ademán que el Gobierno haga hacia la Justicia quedará enfocado por una lupa gigantesca.
El Presidente no lo desconoce. Por esa razón empezó a cavilar sobre la Corte Suprema. Quedan en ese cuerpo dos vacantes por cubrir. Augusto Belluscio se jubiló en setiembre del año pasado. Antonio Boggiano resultó destituido por el Senado el mismo mes, aunque tiene presentada una apelación en la Corte de conjueces. ¿Podrían fallar su reincorporación? Las opiniones en ese ámbito están divididas. Pero el regreso de Boggiano sería una afrenta política para Cristina Fernández. Por otra parte está latente la ida de Carlos Fayt, quien ha superado el límite de edad.
Kirchner repasó varias veces la última semana nombres de posibles candidatos. Pero ninguno le convence. Toma como vara de medida a Raúl Zaffaroni, Carmen Argibay o Elena Highton. ¿Podría ser la reducción del número de miembros una solución? Tampoco lo cree. Debería sobrellevar las sospechas que agitará la oposición de haber edificado una Corte a su medida. Además, hay temas vitales pendientes a los cuales todavía les hacen falta votos: por caso, el de la pesificación. El Presidente anda por un laberinto.
No es el único. El conflicto por las papeleras con Uruguay se agrava. Es cierto que las cosas permanecen, con más y con menos, igual que días atrás. Pero el inmovilismo y la impotencia de las dos orillas le otorgan mayor dramatismo. Kirchner ha resuelto no responder la carta que le envió Tabaré Vázquez. ¿Un capricho? El Presidente está muy desencantado con el mandatario uruguayo, pero aquella omisión posee otros motivos.
El Gobierno no quiere como pretende Uruguay —la carta es taxativa— que el pleito se instale en la agenda del Mercosur. Esa misiva plantea una protesta por los bloqueos fronterizos que empiezan a impactar sobre la economía uruguaya. Pero no menciona la construcción de las papeleras. "El problema para la Argentina es ése. O abordamos ambos temas al mismo tiempo o cualquier salida se torna imposible", comentó uno de los hombres que más dialoga con Kirchner.
Tabaré le dio mayor injerencia en el manejo del conflicto a la vicecanciller, Belela Herrera, mujer de su confianza y relegó el papel del socialista Reinaldo Gargano. Entre tanta tensión siempre alguna cuerda se suelta: un senador oficialista —Jorge Saravia— propuso la enseñanza de defensa nacional en los liceos de Uruguay, incluyendo el manejo de armas, en previsión de algún estallido entre los dos países. Su propio Gobierno lo descalificó.
Las empresas han comenzado a moverse para destrabar lo que no consiguen los gobiernos. Botnia y ENCE contrataron en la Argentina a un conocido estudio de abogados. Uno de ellos se entrevistó con un ministro para conocer de cerca la postura del Gobierno. Luego de una hora se retiró entre preocupado y escéptico.
El silencio de Kirchner y Tabaré sigue siendo incomprensible y temerario. ¿Tanto resentimiento acumuló ese vínculo para impedir un diálogo rápido y franco? Sería aventurado hoy predecir cómo evolucionará el conflicto. Será demasiado tarde, si algo impensado ocurre, para cualquier arrepentimiento.
“No tengo nada personal contra nadie, ni siquiera contra los periodistas más críticos”, subraya. “A veces, sólo me divierto”, agrega. Hace una aclaración: sí tiene una cuestión personal contra un periodista, porque siente que lo calumnia.
Se divierte, es cierto. El número de votos con que contaba el oficialismo, antes de la votación, era un secreto similar a una clave nuclear. La paliza a la oposición fue notable. Algunos radicales, ciertos duhaldistas, varios macristas, algunos aliados de López Murphy, todos terminaron sufragando la victoria presidencial. ¿Tiene toda la razón por eso? Kirchner cree que sí.
Lo que tiene, sin embargo, es una reforma con legítima aprobación parlamentaria. Las mayorías y las minorías son siempre -o pueden serlo- circunstanciales. ¿Por qué no buscó el consenso para un asunto constitucional, como lo es el Consejo de la Magistratura?
Lo busqué. Cristina y Alberto Fernández les ofrecieron a los diputados de Luís Juez que la oposición, y no sólo ellos, propusieran una modificación al artículo sobre las representaciones. La respuesta de la oposición fue que era un ardid nuestro para que el proyecto volviera al Senado y aprobara el proyecto original con los dos tercios. Había mucha desconfianza. La respuesta es de Kirchner.
No se ha tocado nada inmaculado: el Consejo de la Magistratura no andaba bien. El Presidente dice que el mejor discurso de la oposición lo pronunció el ex ministro Jorge Reinaldo Vanossi. Vanossi padeció al Consejo, cuando fue ministro de Justicia, en carne propia.
Kirchner quiere un Consejo con mayor representación política y la reforma le da al oficialismo, además, la posibilidad de trabar las destituciones y las designaciones de los jueces. Esta clase de organismos se han creado en otros países precisamente para menguar, o directamente anular, la injerencia del poder político sobre la justicia. El debate se ciñe entonces a si es la política o si son los jueces y abogados los que conducirán la justicia.
Kirchner llama a estos últimos las viejas corporaciones. Se sigue divirtiendo. ¿O lo nuevo son las viejas y más rancias caras del duhaldismo que lo apoyaron? Hay que escuchar a Kirchner y a López Murphy, por separado desde ya, para advertir que suelen coincidir en más cosas de las que se cree. López Murphy no deja que el rencor enturbie su análisis: Es un potente adversario. No lo voy a subestimar, dice de Kirchner.
El Presidente se inclina ante su adversario: López Murphy es un hombre honesto y el único de la oposición que sabe de qué habla. La definición presidencial es anterior a aquella figura de López Murphy sobre la rendición opositora.
Los duhaldistas se han quedado sin ideas, sin liderazgo y sin expectativas de poder. Duhalde está encerrado en Montevideo, no atiende el teléfono ni lee los diarios, com abatido estado anímico. Algunos duhaldistas serán presidentes de comisiones importantes de la Cámara de Diputados, otros podrán ofrecer obras públicas en sus distritos.
El radicalismo había dado la impresión de una renovación incipiente. El presidente partidario, Roberto Iglesias, y los nuevos líderes parlamentarios son caras nuevas, con discursos más modernos y con trayectorias exitosas en la política.
El radicalismo se encargó de fagocitarlos en poco tiempo. Los gobernadores y los intendentes de ese partido se alejaron de Iglesias. ¿Los seduce Kirchner con sus orondas arcas públicas? Sí. Pero el problema no es sólo Kirchner; se cifra también en los que confunden el dinero con los principios.
Y la convivencia entre López Murphy y Macri se acerca peligrosamente a la imposibilidad. Todo eso explica que el número de votos haya sido un entretenimiento de Kirchner y una ignorancia de la oposición.
Uruguay. Kirchner no habla en público de ese conflicto con el país más cercano a la Argentina. El silencio es político, explica; y agrega: No quiero poner ni una coma más en la tensión que hay, no lo he hecho ni lo haré. Mi vocación es que la Argentina siga siendo solidaria con Uruguay. Es un mandato de la sociedad, además.
¿Quiere o no quiere las fábricas papeleras? Mi posición es no a la contaminación. Punto. Nadie puede negarle a Uruguay una inversión que significa el diez por ciento de su PBI, aclara.
Tiene palabras de comprensión para el gobernador Busti, pero también de diferenciación con él. Yo me opuse a los hielos continentales en la época de Menem, pero fue una oposición solamente institucional. Jamás permití que se cortara en mi provincia una ruta a Chile.
Dio orden de no aceptar la mediación de la OEA, pero no porque no confíe en su secretario general, José Miguel Insulza, una de las cabezas más inteligentes de América latina. Cree que la Argentina y Uruguay no necesitan de un tercero.
Uruguay cometió errores y la Argentina cometió el suyo, que es el corte de los puentes, explica. Está convencido de que los asambleístas de Gualeguaychú se han envuelto en una razón épica que los alejó de cualquier noción de sensatez. ¿No puede hacer él una gestión ante los revoltosos? No puedo pedir lo que no me darán, sentencia.
La solución podría estar cerca. Necesito 60 o 90 días de parálisis de las obras y poner las cosas en manos de los mejores técnicos ambientalistas del mundo. Debe encontrarse una fórmula de acuerdo con Uruguay sobre esas líneas. Sesenta días no son nada, trata de convencer. ¿Y Tabaré Vázquez? Tabaré Vázquez sigue siendo mi amigo y no quiero perjudicarlo, responde tajante.
Reconoce que este conflicto se ha convertido en Uruguay en una causa nacional; pondera la voz racional y contemporizadora del ex presidente Julio María Sanguinetti en cada una de sus apariciones públicas y, también, escritas.
Retumban los motores del helicóptero presidencial en la destemplada noche del viernes. ¿Qué hará con las vacantes en la Corte Suprema de Justicia? Responde: Me gustaría dejar la Corte con siete miembros. Nadie pudo explicarme nunca por qué es mejor que haya nueve jueces.
“Por primera vez, quedó cristalizada institucionalmente la fuerza del Gobierno”, dijo uno de sus integrantes más destacados a Página/12, al evaluar la aprobación de la reforma al Consejo de la Magistratura y al Jury de enjuiciamiento.
El presidente Néstor Kirchner reunió a sus principales centuriones parlamentarios el viernes a la mañana, para compartir con ellos el momento de la promulgación en tiempo record de la ley de marras. Además del jefe de Gabinete, Alberto Fernández, el secretario de Legal y Técnica, Carlos Zannini, y el ministro de Justicia, Alberto Iribarne, se sentaron a la mesa presidencial el presidente provisional del Senado, José Pampuro, el jefe de bloque de senadores, Miguel Angel Pichetto, el titular de la Cámara baja, Alberto Balestrini, y el presidente de la bancada oficialista, Agustín Rossi. Faltó el demiurgo de la ley, Cristina Fernández de Kirchner, quien acababa de llegar de unas vacaciones.
En un despacho contiguo esperaba a Alberto Fernández otro de los premiados, el titular del bloque Peronista Federal, José María Díaz Bancalari, a quien Kirchner recibirá mañana. El Presidente ingresó al antedespacho luego de participar de un acto en el Salón Blanco, saludó con cordialidad a los presentes y convocó al diputado para el lunes.
–Vengo como presidente del Partido Justicialista bonaerense –chicaneó Díaz Bancalari.
–¿Eso existe todavía? –respondió sonriente Kirchner, mientras daba la vuelta en dirección a su oficina.
El ánimo que campeaba el viernes en la Casa Rosada era distendido y flotaba una cierta satisfacción.
Díaz Bancalari tributó a que 18 de sus conducidos votaran a favor de la reforma, impulsado por el deseo de varios diputados duhaldistas de mostrarse propensos a sostener las políticas oficiales. El propio Presidente ayudó en esta empresa al abrazarse con un ex halcón duhaldista, el ex jefe de Gabinete de la presidencia de Eduardo Duhalde, Alfredo Atanasof.
“Ese saludo fue uno en medio de veinte que hizo el Presidente en ese acto. Atanasof supo utilizar bien esa foto. Si usted me pregunta si me gusta, le digo que no, que no nos gusta, pero eso ayudó bastante a conseguir los votos necesarios para aprobar esta reforma”, justificaba un destacado integrante del gabinete nacional.
–¿No se paga un costo alto por un par de votos? –preguntó Página/12.
–No lo nombramos en ningún cargo, no lo propusimos para algún lugar destacado en la cámara, sigue siendo un diputado raso, no fue premiado. Sólo fue la foto. Y su voto vale tanto como el de (Elisa) Carrió o (Mauricio) Macri –respondió la fuente.
Hay, en el oficialismo, quien sostiene que el costo ha sido alto, pero pasado el jueves, día de la votación en Diputados, las opiniones al respecto se han morigerado a la luz de la cantidad de votos obtenidos en el recinto. Una mirada pragmática muy cara al peronismo.
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