La guerra de los roces...
"Cuando nos sentimos agredidos por un hecho, difícilmente nos quedemos focalizados en lo que generó la situación, surgen, como torrentes, todos los rencores acumulados y se pierde un riesgo cierto: perder de vista el objetivo esencial".
"El Estado tiene recursos muy difíciles de igualar, es poderoso, y cuando uno sabe que quienes lo ocupan no tienen el menor escrúpulo en utilizarlos para sus intereses sectoriales o personales, sean las fuerzas de seguridad o la justicia o los organismos como la Afip y tantos otros, como ejemplo, que son direccionadas de manera ostensible y descarada para presionar a quienes se les oponen o para congelar cuando afectan a personas del entorno propio, tiene que actuar sobre este dato de la realidad, no con actitud de resignación sino para confrontar con inteligencia".
"Hay muchas personas que están reflexionando pero hay muchas más que no parecen -por ahora- registrar hechos que, en un contexto con vigencia del derecho, serían escándalos nacionales: la virtual inmovilidad de las causas que afectan a funcionarios, desde Skanzka, la valija del avión oficial, el paquete de F. Micheli, las causas penales que tiene el Sr. Jaime, los dineros de Santa Cruz, el enriquecimiento ostentoso de la pareja presidencial, las denuncias contra De Vido y tantos más".
"Hay claras acciones de desinformación que obstruyendo la difusión, cambiando el sentido de los hechos o mezclándolos con otras cosas que nada tienen que ver, diluyen la verdad y generan nuevas verdades falsas, hasta la manipulación de conceptos que las personas valoran, como la utilización de los derechos humanos o las acciones que contradicen de manera notoria lo que se dice".
"No es igual asaltar una comisaría bajo la protección de ser funcionario público; no es lo mismo violar leyes internacionales cortando durante meses un puente, incontables cortes en las calles y rutas de todas partes que, el mismo acto (evidentemente ilegal, cualquiera sea el protagonista, quede claro) lo haga un adversario".
"Los dirigentes del campo se han equivocado porque, sabiendo que son muchos y que la esencia de sus reclamos es legítima se envalentonaron -las multitudes parecen producir un efecto hipnótico- y produjeron actos -le dejaron la pelota frente al arco- que fueron utilizados por un rival que tiene claro que no puede perder públicamente, está en juego la estructura de su poder centralizado que exige para permanecer, precisamente, obediencia debida, está en la naturaleza primaria de su filosofía de conducción caudillista".
"La vulnerabilidad del gobierno no está en su capacidad de resistir la ofensiva -es poderoso, tiene caja y todos los recursos, incluyendo la manipulación de la comunicación- sino en el efecto de su accionar sobre la confianza de los ciudadanos".
"El gobierno, probablemente, aparezca como ganador, más allá del enorme costo de su credibilidad afectada. Muchos ciudadanos -espero- aprenderán a separar: el gobierno electo tiene el derecho a elegir la alternativa que le parezca la más adecuada para un objetivo compartido por la mayoría, eso es una DECISIÓN, uno puede compartirla o no pero debe respetarla; no tiene derecho a no reconocer un error humano, técnico o de oportunidad y no rectificarlo con autoridad; si persiste tozudamente en el error eso es CAPRICHO político (político con minúscula) que debiera merecer el rechazo de la ciudadanía".
"El Estado perderá, con el deterioro de sus intereses comerciales, las oportunidades dilapidadas, el desprestigio como proveedor confiable, las condiciones para que los capitales serios se radiquen".
"La Nación perderá, porque las divisiones en la sociedad se profundizarán, la inflación generará cada día más pobres, se consolidará que la conducta normal es el desconocimiento de la ley, y sus dramáticos efectos sobre el ánimo del ciudadano con el avance del desánimo, el pesimismo, el temor o la indolencia".
"La República y la democracia perderán, porque la gente, que cree en conductas y no en dichos, observará con escepticismo que no funcionan las instituciones, que a las palabras se les cambia el sentido cada vez que sea necesario para confirmar que “yo tengo razón”, que el bien común es una frase vacía y los intereses sectoriales ganan espacio destruyendo al otro y que no surgen promesas de estadistas para gerenciar el Estado. Se corre el riesgo de que, frente a esta carencia, se espere al Mesías prometido que nos asegure la salvación (es decir, “mi salvación”)".
NOTA COMPLETA: La guerra de los roces...
La caja de Pandora está abierta, y junto con lo que queríamos sacar, se filtra, inevitablemente, lo indeseable, lo inoportuno, lo que obstruye el propósito inicial y entramos en el torbellino de la guerra de los roces.
Cuando nos sentimos agredidos por un hecho, difícilmente nos quedemos focalizados en lo que generó la situación, surgen, como torrentes, todos los rencores acumulados y se pierde un riesgo cierto: perder de vista el objetivo esencial.
El gobierno
El Estado tiene recursos muy difíciles de igualar, es poderoso, y cuando uno sabe que quienes lo ocupan no tienen el menor escrúpulo en utilizarlos para sus intereses sectoriales o personales, sean las fuerzas de seguridad o la justicia o los organismos como la Afip y tantos otros, como ejemplo, que son direccionadas de manera ostensible y diría, descarada, para presionar a quienes se les oponen o para congelar cuando afectan a personas del entorno propio, tiene que actuar sobre este dato de la realidad, no con actitud de resignación sino para confrontar con inteligencia.
Uno podría preguntarse ¿cómo no reacciona la gente frente a estas conductas? Así planteada, tal vez no sea correcta la pregunta porque engloba diversidad de temas. Hay que analizar, por un lado que, efectivamente hay muchas personas que están reflexionando pero hay muchas más que no parecen –por ahora- registrar hechos que, en un contexto con vigencia del derecho, serían escándalos nacionales; hay ejemplos tales como la virtual inmovilidad de las causas que afectan a funcionarios, desde Skanzka, la valija del avión oficial, el paquete de F. Micheli, las causas penales que tiene el Sr. Jaime, los dineros de Santa Cruz, el enriquecimiento ostentoso de la pareja presidencial, las denuncias contra De Vido y tantos más. Por otro lado, hay claras acciones de desinformación que obstruyendo la difusión, cambiando el sentido de los hechos o mezclándolos con otras cosas que nada tienen que ver, diluyen la verdad y generan nuevas verdades falsas, hasta la manipulación de conceptos que las personas valoran, como la utilización de los derechos humanos o las acciones que contradicen de manera notoria lo que se dice, desde la discriminación, no es igual si muere un empleado de las fuerzas de seguridad como en Neuquén o en una trifulca es lastimado un manifestante considerado “del pueblo” (como si hubiera dos pueblos), o asaltar una comisaría bajo la protección de ser funcionario público; no es lo mismo violar leyes internacionales cortando durante meses un puente, incontables cortes en las calles y rutas de todas partes que, el mismo acto (evidentemente ilegal, cualquiera sea el protagonista, quede claro) lo haga un adversario. No es lo mismo la execrada obediencia debida en las fuerzas de seguridad que la inapelable obediencia debida que exige el señor Kirschner para su tropa, propia o alquilada. Ni hablar de las predecibles crisis que se están construyendo –a contramano de la evolución del mundo- en temas tales como las fuentes de energía, el deterioro de la educación priorizando al “trabajador de la educación” sobre el maestro y el alumno, la maraña de procedimientos burocráticos que subsidian casi todo de la peor manera, porque concentran la arbitrariedad en manos de funcionarios mediocres. No se habla, en realidad se oculta o se miente sobre valores de la deuda externa, programada y pendiente y la espada de Damocles que nos amenazará cuando los plazos de acorten y el superávit comience a flaquear; ni hablar del tema central que es negado como realidad: la inflación; solemos negar lo que no sabemos manejar; el problema de equipos basados en la “subordinación y valor” es que se integran con personas que, más allá de su formación profesional, son mediocres mentales porque se dejan humillar con tal de mantener la secretaria, el coche, el chofer y el celular; muchos de los que pontifican como hay que hacer las cosas, han pasado las últimas décadas como empleados del Estado en confortables posiciones defendiendo el modelo del gobernante de turno. La lista es larga.
El campo
Los dirigentes del campo se han equivocado porque, sabiendo que son muchos y que la esencia de sus reclamos es legítima, (y digo esencia porque siempre hay distraídos que filtran desvíos de intereses sectoriales aprovechando la volada) se envalentonaron –las multitudes parecen producir un efecto hipnótico- y produjeron actos –le dejaron la pelota frente al arco- que fueron utilizados por un rival que tiene claro que no puede perder públicamente, está en juego la estructura de su poder centralizado que exige para permanecer, precisamente, obediencia debida, está en la naturaleza primaria de su filosofía de conducción caudillista. Olvidaron que cuando se tiene acorralado a un gato en una pieza es mejor abrir una ventana, porque el riesgo de ser rasguñado es alto. La vulnerabilidad del gobierno no está en su capacidad de resistir la ofensiva –es poderoso, tiene caja y todos los recursos, incluyendo la manipulación de la comunicación- sino en el efecto de su accionar sobre la confianza de los ciudadanos. Y todos sabemos que hay dos clases de confianza, la que surge de la autoridad moral que tienen determinadas personas y entonces creemos en lo que dicen y hacen y la confianza en las instituciones que están, precisamente, como reaseguro cuando hay personas que defraudan esa confianza. Se están concentrando en los deseos de aprovechar el envión y sumar reivindicaciones y eso puede debilitar porque se pierde el foco; los protagonistas, los que están cerca, observando y los que están lejos –mirando lo que hace uno y otro bando- tienen que tener claro cuales son los objetivos y sus fundamentos (pocos, claros, comprensibles para todos) porque sino el tiempo jugará a favor de quienes construyen desinformación. ¿Por qué estoy haciendo esto? Debe tener una respuesta clara para los protagonistas y comunicada para que se comprenda y se respete, se comparta o no. ¿Todos tienen claro la situación de los pequeños productores sean de ganado o de leche o de agricultura, cualquiera sea su explotación?, muchos medios sólo hablan de soja y sus retenciones, una parte importante pero no la única y seguramente no la más importante para muchos que están sufriendo frío al costado de las rutas. No estoy seguro que sea así a esta altura de los hechos.
La unidad basada en la bronca, como sabemos, es vulnerable. Es fuerte cuando se basa en compartir de manera suficiente, ideas, filosofía, principios fundamentales; podremos discutir o debatir procedimientos, pero si lo compartido es sólido, la unidad y la fuerza se mantienen. En el campo conviven una enorme diversidad de intereses, como sabemos, sería bueno, con criterio ABC, precisar cuales son, para cada sector, los objetivos A y concentrarnos en esos, hay tentaciones de sumar todos, los A, los B y los C (y la dispersión es un enemigo de la efectividad) mientras, confusamente, se habla “”como historia oficial” de las retenciones.
Actuar fuerte con hechos -en la línea de no afectar intereses de los que miran-, comunicar con la persistencia de la gotita de agua -no sólo pensando en hoy sino con horizonte-, y moderación en las palabras, creo que es el camino.
Los conflictos se resuelven siempre, pero quedan las consecuencias del hecho y su manejo ¿Qué nos espera a los ciudadanos en el corto y mediano plazo?
El gobierno, probablemente, aparezca como ganador, más allá del enorme costo de su credibilidad afectada. Muchos ciudadanos –espero- aprenderán a separar: el gobierno electo tiene el derecho a elegir la alternativa que le parezca la más adecuada para un objetivo compartido por la mayoría, eso es una DECISIÓN, uno puede compartirla o no pero debe respetarla; no tiene derecho a no reconocer un error humano, técnico o de oportunidad y no rectificarlo con autoridad; si persiste tozudamente en el error eso es CAPRICHO político (político con minúscula) que debiera merecer el rechazo de la ciudadanía.
El Estado perderá, con el deterioro de sus intereses comerciales, las oportunidades dilapidadas, el desprestigio como proveedor confiable, las condiciones para que los capitales serios se radiquen.
La Nación perderá, porque las divisiones en la sociedad se profundizarán, la inflación generará cada día más pobres, se consolidará que la conducta normal es el desconocimiento de la ley, y sus dramáticos efectos sobre el ánimo del ciudadano con el avance del desánimo, el pesimismo (“esto no se arregla más” ya es una frase que ha regresado a las conversaciones familiares) el temor o la indolencia.
La República y la democracia perderán, porque la gente, que cree en conductas y no en dichos, observará con escepticismo que no funcionan las instituciones, que a las palabras se les cambia el sentido cada vez que sea necesario para confirmar que “yo tengo razón”, que el bien común es una frase vacía y los intereses sectoriales ganan espacio destruyendo al otro y que no surgen promesas de estadistas para gerenciar el Estado. Se corre el riesgo -una vez más- de que, frente a esta carencia, se espere al Mesías prometido que nos asegure la salvación (es decir, “mi salvación”).
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