Por Eduardo Zamorano
El título de este comentario procura sintonizar con el espíritu del libro de JORGE FERNÁNDEZ DÍAZ (Secretario de Redacción de La Nación y Director de su revista cultural “ADN”) bautizado: “LA LOGIA DE CÁDIZ” (Editorial Planeta-2008); es que la obra de marras presenta una nueva versión de San Martín: la del “aventurero de capa y espada”.
Nuestro prócer emblemático fue construído de muy diversas maneras por historiadores y ensayistas. Hubo, desde luego, una imagen oficial tempranamente cincelada por Mitre -prevaleciente hasta hoy- exhibiéndolo como un héroe broncíneo de vida estoica consagrada a servir a su patria, abnegado y ajeno a cualquier apetito carnal, fiel a sus ideales emancipatorios al extremo de asumir el renunciamiento para asegurarlos.
En suma: la síntesis perfecta del hombre probo digno de emulación por quiénes, luego de la interminable sangría de nuestras guerras internas, habrían de construir el país de los argentinos.
Empero, bibliografía reciente no erudita ha comenzado a hurguetear por ciertos aspectos de su vida que, sin mella de su estatura de gigante, tienden a dotarlo de carnadura humana.
Así, como a vuelo de cóndor andino, memoramos algunas investigaciones valiosas.
1.- EMILIO CORBIÈRE, en sus dos tomos sobre “LA MASONERÍA” (Editorial Sudamericana) muestra, con profusión de detalles, su trayectoria en relación con logias de masonería política, bastante frecuentes en aquellos tiempos.
Esta probable y consecuente militancia despertó serios recelos de la Iglesia Católica en la medida que diera pábulo para dudas sobre su condición de creyente.
Por cierto que, en el caso de San Martín como de otros tantos personajes históricos, ambas pertenencias resultaban compatibles ya que, en aquél contexto, las hermandades masónicas eran más operativas que filosóficas.
2.- RODOLFO TERRAGNO, en “MAITLAND y SAN MARTÍN” (Universidad Nacional de Quilmes), da cuenta que el plan liberador (cruce de los Andes, liberación de Chile, e invasión por mar a Perú) fue en rigor pergeñado por el militar inglés Sir Thomas Maitland.
San Martín habría tomado contacto con este proyecto durante su breve estancia en Londres, previa a su regreso a estas comarcas.
3.- Más atrevida aún resulta la tesis de JUAN BAUTISTA SEJEAN (“SAN MARTÍN Y LA TERCERA INVASIÓN INGLESA”, Editorial Biblos), quién sugiere que se trataba de un agente de la Corona Británica, encargado de concretar el designio imperial consistente en desmembrar la unidad territorial, étnica, lingüística y religiosa del antiguo virreinato.
4.- En “HIJOS DEL PAÍS- San Martín-Yrigoyen-Perón”, Editorial Emece, el ensayista HUGO CHUMBITA escandaliza afirmando la filiación adulterina del Libertador; en efecto, nuestro prohombre sería fruto de una relación circunstancial entre Don Diego de Alvear y la india misionera Rosa Guarú.
Para esta versión, basada en documentos de descendientes de Alvear, Don Juan de San Martín y Doña Gregoria Matorras habrían adoptado al futuro prócer resultando, entonces, medio hermano de sangre del ambicioso Carlos María de Alvear.
5.- Por último, IGNACIO GARCÍA HAMILTON, en “DON JOSÉ-La vida de San Martín” Editorial Sudamericana, pone una pizca de pimienta en el circunspecto derrotero amoroso del héroe al referir insospechados arrebatos donjuanescos.
Ya era bastante conocido su romance con Rosa Campusano, una sensual belleza de insinuantes ojos celestes, quién además realizó tareas de espionaje para el General. Empero, García Hamilton, informa de otros amoríos del prócer -aunque siempre en discretísimo perfil- los cuales, de todas formas, jamás podrían compararse con la inagotable cantera del venezolano Simón Bolívar.
Retornando a nuestro libro, Fernández Díaz directamente elude, o roza de soslayo, estos recodos polémicos del héroe, prefiriendo realzar su gallardía como combatiente temerario e indomable.
En la mejor tradición de las novelas de caballería, aparece como un arrojado soldado ya defendiendo el rojo estandarte español de los embates napoleónicos, o arremetiendo contra dicha divisa bajo el cobijo de la libertaria bandera celeste y blanca de los pueblos americanos.
El San Martín de Fernández Díaz parece brotar -y así lo confesó reiteradamente el propio autor- de la mítica colección “ROBIN HOOD” que muchos veteranos lectores atesoramos entre nuestros más entrañables recuerdos.
Si Emilio Salgari, Jack London, Julio Verne, o Mark Twain diseñaron arquetipos románticos que hicieron las delicias de varias generaciones de niños y adolescentes: ¿por qué no emprenderla con nuestro San Martín?
Con la mira puesta en este objetivo, el autor se concentra en batallas, escaramuzas, encerronas callejeras, dibuja con maestría un jinete bravío siempre al frente de sus tropas, revoleando el sable corvo y bramando: “¡a degüello!” para espanto del ocasional enemigo. Así mezclando realidad y ficción, la pluma de Fernández Díaz busca convertir a nuestra magna figura -sin desmedro de sus muchas virtudes- también en un espadachín más próximo a las inventivas de Pérez Reverte que a la prosa severa de Ricardo Rojas.
A la hora del balance, a nuestro entender, este objetivo se logra a medias; parecería que Fernández Díaz se acobarda al momento de librar su imaginación; como si el peso del bronce terminara por imponerse a las travesuras de la fantasía.
En cualquier caso, este best-seller veraniego, entretiene y enseña lo cual no es poca cosa en tiempos de caños tinellianos, fútbol soporífero, play stations y tragamonedas non sanctas.
Ideal para chicos (y no tanto) con ansias aventureras e inquietudes históricas.-
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