Por Eduardo Zamorano
Sí, lector, el título de esta nota evoca al personaje de García Ferré que, junto a Hijitus y Larguilucho, deleitó nuestra infancia.
Neurus era un sabio medio loco pero extraordinariamente creativo y astuto, e inspiró el nombre de guerra del gran escritor y militante revolucionario RODOLFO WALSH.
El viernes 6 de noviembre se estrenó en la SALA LUISA VEHIL del Teatro Nacional Cervantes, la obra de DAVID VIÑAS: “RODOLFO WALSH Y GARDEL”, dirigida por JORGE GRACIOSI. Se trata de un unipersonal de una hora de duración, estupendamente interpretado por ALEJO GARCIA PINTOS que recrea las reflexiones postreras del eximio literato.
La trayectoria de Walsh tiene ribetes novelescos. Nacido en el seno de una familia de orígen irlandés, religiosa y conservadora, fue educado por monjas y curas en un férreo catolicismo. Como tantos intelectuales de la época, su nacionalismo original fue mutando a posturas marxistas a partir del deslumbramiento que le provocó el contacto con la Revolución Cubana.
Si bien se inició como cuentista -obtuvo su primer galardón con “Variaciones en Rojo”, reuniendo notables relatos en la cuerda del “policial negro”- su nombre alcanza resonancia al publicar “OPERACIÓN MASACRE”, investigación en torno a la llamada “Masacre de José León Suárez”, episodio en el cual un grupo de jóvenes peronistas fue capturado por la policía bonaerense y fusilado en los basurales adyacentes a esa localidad del conurbano.
Con esta obra, Walsh inaugura en la Argentina el relato non ficción que ya había desarrollado Truman Capote con “A sangre fría”.
Se trata de exponer investigaciones políticas o policiales con un estilo coloquial despojado de tecnicismos, y con abundantes licencias para construir rasgos ficticios de personajes reales. Rodolfo persevera en esa línea y, años después, publica “El caso Satanowsky” (donde rastrea el misterioso asesinato del prestigioso abogado a manos de sicarios de la SIDE), y “Quién mató a Rosendo” (minuciosa indagación sobre el célebre tiroteo en el bar “La Real” de Avellaneda que termina con la vida de un sindicalista que se lanzaba a competir con El Lobo Vandor por el liderazgo de la poderosa Unión Obrera Metalúrgica).
Pero Walsh combinaba literatura y militancia política. Viaja a la Cuba revolucionaria para crear la agencia de noticias “PRENSA LATINA” e incluso, y esto ya ingresa en el terreno de la leyenda, desarrollar sus excepcionales dotes de criptógrafo para develar documentos que permitieron a la Inteligencia Cubana preveer la invasión a Bahía de Cochinos.
De regreso a la Argentina dirige las publicaciones de la “CGT DE LOS ARGENTINOS” que confrontaba al sindicalismo ortodoxo para, con las pulsiones revolucionarias de comienzos de los setenta, unirse a Montoneros.
En esta organización armada ocupa un puesto clave, tanto en el terreno de la comunicación como en el ámbito de la inteligencia. Hay quiénes afirman que fue el factotum intelectual de las más importantes operaciones de la guerrilla peronista.
La obra de teatro muestra a Walsh en una suerte de soliloquio final. El escenario reconstruye su último refugio -una modesta casa en Guernica- rodeado de objetos simbólicos: libros, tablero de ajedrez, la pala y rastrillo de jardinero vocacional, su apreciada “veintidós” y, desde luego, su portentosa máquina de escribir.
Rodolfo sabe que “los caníbales” lo asechan. Fantasea con un, ya imposible, exilio en Brasil, intenta contactar a sus camaradas pero cae en cuenta que ya no están, evoca a los mayores que le inculcaron el mandato de “vivir (y morir) con DIGNIDAD”, y mantiene diálogos imaginarios con “GARDEL”, personaje que no develaremos para acicatear la curiosidad del lector.
El monólogo trasmite la amargura de la derrota a esa altura imposible de negar. Más aún, el dolor se acrecienta con la evidencia de los errores perpetrados por su grupo de pertenencia; en particular, los desatinos de un liderazgo obcecado en un militarismo suicida que Walsh, sin romper abiertamente con la organización, venía denunciando con desesperada insistencia.
Pese a todo, Rodolfo continuaba una militancia solitaria pero sumamente efectiva. Había creado una suerte de agencia de noticias clandestina que inundaba de cables las redacciones de los diarios de la época con referencias concretas a la ilegal y cruel represión desatada en el país. Los mensajes venían firmados con el acrónimo “ANCLA” que significaba Agencia Clandestina de Noticias.
La obra exhibe la creciente exasperación del escritor, su inclaudicable rebeldía frente a una situación irreparable. Al cumplirse un año del golpe de marzo de 1976, Walsh termina de escribir su “CARTA ABIERTA DE UN ESCRITOR A LA JUNTA MILITAR”; entonces, ya determinado, con varios sobres en sus bolsillos, la veintidós escondida entre sus ropas, se despide de “GARDEL” y afronta su destino.
Rodolfo Walsh murió el 25 de marzo de 1977, al tirotearse con un grupo de tareas de la ESMA que lo emboscó en la esquina de San Juan y Entre Ríos.
Fue el exponente emblemático de una época y la obra lo refleja con fidelidad.
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