Por Eduardo Zamorano
Abogado / master en inteligencia estratégica por la Univ. Nac. de La Plata.
Columnista de Construcción Plural, el programa de Fernando Mauri.
El denominado “kirchnerismo”, entre otras cosas que se le adjudican, revivió al alicaído periodismo de investigación en nuestro medio, modalidad que se eclipsó pasada su hora más gloriosa en la década del noventa.
Debe reconocerse que aquélla época fue pródiga en personajes y situaciones que alimentaron, hasta la saciedad, este género literario.
Pues a partir del 2006 aproximadamente, renació el fenómeno editorial, al punto que en la actualidad la lista de best-sellers está liderada por dos obras de este tenor: una es “EL DUEÑO” de Luis Majul (ya comentada en esta página), en tanto que el nuevo prodigio de ventas lleva por título “QUE LES PASÓ” (Editorial Sudamericana), reconociendo la firma del periodista ERNESTO TENEMBAUM.
Si “El Dueño” ponía la lupa en los presuntos actos de corrupción así como los misteriosos enriquecimientos de la pareja gobernante y su entorno empresario, el trabajo de Tenembaum discurre en torno a lo que podría motejarse como: apogeo y caída de la dinastía Kirchner, evaluación practicada desde lo político y personal.
Más concretamente, el autor confiere al libro un tono intimista, ajeno al ensayo académico pero también diferenciado de las típicas crónicas non ficción tan transitadas por el periodismo.
La intención de buscar el acercamiento -casi la complicidad- con el lector queda patentizada con esta confesión liminar del autor:
“Estas páginas contienen una dosis de frustración, de desencanto, de pena, y de bronca. Quizás por ello rompen con los manuales clásicos de periodismo que desprecian la utilización de la primera persona”.
En otras palabras, Tenembaum construye su discurso desde el lugar del progresista bienpensante, aquél que votó a Néstor en 2003 con cierta desconfianza, motivado más que por sus posibles virtudes para evitar el bochorno de un balotage entre Menem y López Murphy. Empero, ese espécimen de izquierda rosa y políticamente correcta (entre los que se cuenta Tenembaum según confiesa en su obra), luego de su voto dubitativo, experimentó un incontenible alborozo al presumir que esta vez no se había equivocado: el ignoto santacruceño que los había salvado de la pesadilla de una segunda vuelta entre “neoliberales”, comenzó a exhibirse como el líder de centroizquierda largamente esperado.
En efecto, la blitzkrieg reivindicatoria de este Kirchner remixado, embistiendo contra la Corte menemista, arrasando con la cúpula del Ejercito, convirtiéndose en el hijo dilecto de Las Madres, impulsando la anulación de indultos y leyes de perdón, tratando con displicencia -y hasta con argentina soberbia- a poderosos empresarios europeos, planteando en duros términos la renegociación de la deuda en default desbordaba las expectativas más optimistas de este cuadrante ideológico.
Como era esperable, un hombre capaz de esos gestos inéditos en la política vernácula entusiasmó a la progresía local (Tenembaum incluído) que se ilusionó con que, finalmente, había llegado el demorado mesías que construiría una argentina más justa, republicana y democrática.
Bajo esta propuesta, surcada por lo emocional, nuestro periodista elabora su tesis que, en obligada síntesis, es más o menos la que sigue:
Néstor Kirchner tiene una trayectoria política oscilante, lo cual obedece tanto a su oportunismo cuanto a su temperamento iracundo. Así hubo un primer Kirchner, gobernador de Santa Cruz, que manejó la provincia con puño de hierro, se despreocupó totalmente de los derechos humanos, y brindó un apoyo entusiasta a la dupla Menem-Cavallo. Pero ese Kirchner de centro derecha trasmutó en populista de izquierda cuando, por esas locas martingalas de la política criolla, se alzó con la presidencia de la Nación. Las causas de la curiosa voltereta estarían ligadas al objetivo de diferenciarse de sus vituperados antecesores así como subirse a los vientos antiliberales que soplaban con fuerza en Latinoamérica. Ese nuevo Kirchner sedujo a movimientos sociales de base, sindicatos, empresarios nacionales, e incluso a la pequeña pero influyente clase media intelectual (Tenembaum, con plausible sinceridad, se presenta como paradigma de este último sector), heterogéneo colectivo que le brindó su voto en 2005 y ratificó su imponente liderazgo consagrando presidenta a su cónyuge en 2007. Pero, oh sombra maldita que pesa sobre el progresismo….. cuando el personaje experimentó la sensualidad del poder absoluto retornó a sus fuentes: hipócritas, agresivas, y autoritarias.
El periodista, para apuntalar su tesis, contrapone las conductas políticas del Kirchner progresista de los primeros tiempos con las protagonizadas por aquél, a su juicio: inescrupuloso y totalitario, que lo habría sucedido.
Veamos algunos ejemplos de la supuesta metamorfosis:
• Recibió y contuvo a Blumberg, pero hizo mutis por el foro ante la tragedia de Cromagnon.
• Desalojó de la Corte al cardumen menemista (expresión de uno de sus consejeros predilectos de la primera etapa: Horacio Verbitsky) pero manipuló a su antojo el Consejo de la Magistratura.
• Impulsó los juicios contra los represores de los setenta en el jubileo de los derechos humanos, pero a su turno apañó a su adlátere Daniel Varizat, quién con su camioneta había embestido intencionalmente una manifestación de docentes.
• Buscó formar un amplio movimiento transversal depurado de los vicios y corruptelas del inefable “Pejota”, pero terminó respaldándose en su vetusto aparato clientelar.
• Realizó una digna renegociación de la deuda defaulteada, pero despedazó el INDEC privando a los agentes económicos y a la sociedad toda de datos estadísticos confiables.
Los paradojas de está índole proliferan en el libro aunque devendría ocioso entretenernos en ellas.
Por lo dicho hasta aquí, debe concluirse que la visión de Tenembaum -si bien crítica del kirchnerismo- a diferencia de otros trabajos sobre la misma temática (por ejemplo, los recientemente editados de Fernando Iglesias y Daniel Gatti, entre otros), luce equilibrada y despojada de cualquier ensañamiento. Resalta los claroscuros del personaje y de su gestión, pero evitando dogmatismos, prejuicios, y descalificaciones maniqueas.
Nuestra objeción a su libro estriba en que incurre en una conclusión prematura y, a nuestro humilde entender, un tanto ingenua: la inexorable decadencia del kirchnerismo.
En efecto, al epilogar el libro, Tenembaum afirma que el ciclo Kirchner está irreversiblemente terminado, situación que atribuye a tres factores:
(i) Su compulsión a perpetuarse en el poder
(ii) El dogma de que el conflicto social abre las compuertas del progreso y la equidad.
(iii) La corrupción que amenaza emular, y hasta superar, aquélla sufrida en los noventa.
Se coincida o no con los reparos del periodista, discrepamos cuando pontifica el declive terminal de la pareja gobernante.
Luego de la elección de junio de 2009, muchos connotados colegas de Tenembaum proclamaban a los cuatro vientos que los K eran muertos políticos. Hoy esos prestigiosos formadores de opinión prefieran olvidar (y, con escasa autocrítica, disimular) sus categóricas afirmaciones de hace meses. Kirchner no pereció por aquel notable revés electoral; muy por el contrario, retomó la iniciativa apoderándose, con buenas o malas artes, del manejo de la agenda política ante una oposición estupefacta y al borde del ataque de nervios. No se produjeron las anunciadas deserciones en los bloques legislativos del Frente para la Victoria. Más aún, varias iniciativas legales astutamente seleccionadas (Ley de Medios, Decreto instaurando la Asignación Universal por Hijo, proyecto de Despenalización del aborto y las que vendrán) siembran confusión en el arco opositor al ser apoyados, incluso, por legisladores que militan en este bando.
Desde este prisma de análisis, Tenembaum ofrece una visión lineal, esquemática, y hasta involuntariamente naif de la dinámica política argentina.
Resulta temerario (como ya lo comprobó en el mundo real Monseñor Bergoglio) otorgar la extremaunción a quién todavía muestra arrestos de vitalidad.
Por el contrario, una mirada más realista (recuerde el lector que Sancho Panza no era cínico, tan sólo veía el mundo tal como era y no como lo soñaba El Quijote) indicaría que Néstor Kirchner cuenta con dos elementos fuertes para recuperar el terreno perdido y seguir en carrera hacia el 2011. A saber:
(i) Una reactivación económica evidente, motorizada por la sostenida demanda de materias primas y buenos niveles de actividad en determinados sectores de la industria.
(ii) Una oposición caótica, carente de ideas, huérfana de una mínima estrategia de mediano plazo para alcanzar el poder, embretada en un torneo de egolatrías pocas veces vista. En este sentido, con humildad, disentimos con el escritor culterano Santiago Kovadloff (ver nota “Del repudio a la impaciencia”, en La Nación del 19/3/10) en cuanto a su justificación de la conducta del conjunto opositor.
Llegando a 2011 en un marco similar al descripto, ceteris páribus, la derrota por paliza de los Kirchner pronosticada por un vasto sector de cientistas políticos, encuestadores, e incluso periodistas -tal el caso de Tenembaum- podría revertirse y hasta quizás sonaría el Clarín llamando a retirada.
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