Por Fernando Mauri
El colega Eduardo Aliverti dedicó su habitual columna semanal de Página 12 el pasado lunes a la ofensiva del kirchnerismo contra la prensa titulado Un poco más de respeto- bajo una línea argumental que concibe que en un país donde se picaneó, se chupó gente -entre ellos a más de 100 periodistas- y se violó, aquel que se manifiesta preocupado y reclamar al Gobierno de los Kirchner por ello, le está faltando el respeto a ese pasado trágico argentino que la gran mayoría de los ciudadanos ha condenado.
Este tipo de razonamiento supone que preocuparse tras la aparición de afiches anónimos, escarches, juicios populares, programas demonizadotes en la TV pública que obran como tribunales populares, así como las intervenciones de patotas cuasi paraestatales, configura una forma de banalizar la tragedia de los 70.
Aliverti, partiendo de la premisa de que para la izquierda que él alienta, el kirchnerismo es lo más que se puede pretender por esa ala política en la Argentina, apoya claramente a los K aunque juegue situarse en una presunta tercera posición -Martín Sabatella es el paradigma de esto en el campo político-
Sin embargo, a los Kirchner ya no sólo se les cuestiona algunas políticas de gestión, sino quizás tanto o más una forma de concebir el uso del poder, su conducción prepotente y soberbia, su manipulación constante de la realidad y el pasado, su deshonestidad…
Lamentamos esta visión ampliamente sesgada de Aliverti, y creemos que en la confrontación del Gobierno K con los medios y periodistas lo más saludable es no ejercer defensa corporativa alguna, y tener en cuenta distintos elementos de juicio básicos:
+ El periodismo como profesión y los periodistas que lo ejercemos al menos en nuestro país configuramos un campo plagado de agachadas, luchas de egos, dobles discursos, hipocresías y prácticas reñidas con la transparencia. Y naturalmente podemos -debemos- ser objeto de respetuosa crítica, especialmente por estar expuestos y siendo -lo querramos o no- actores de la realidad dinámica de cada día.
+ Se debe disociar necesariamente como primera aproximación al mundo de la comunicación, a los dueños de los Medios de los periodistas que se desempeñan en ellos.
Ahora, dentro de estos últimos, no es lo mismo la banca de la que dispone un Joaquín Morales Solá o un Eduardo Aliverti que un Nelson Castro o Ernesto Tenembaum. Los primeros aparecen casi como operadores de determinados intereses justamente contrapuestos, en tanto los segundos desde nuestra óptica ejercen con total libertad su profesionalismo.
+ En esta particular pelea motorizada por los K; el Grupo Clarín resulta indefendible. Sus miradas parten más de negocio basado en la cercanía/distancia del poder de turno, que de una consecuente escala de valores e ideas, como bien puede ser en términos de coherencia ideológica o de clase si cabe de La Nación. Las tendencias monopólicas de Clarín, el antecedente de Papel Prensa, el caso aún no esclarecido pero muy sugestivo de la adopción irregular de dos criaturas por parte de Ernestina Herrera de Noble, hablan por sí solas. Y aún también el cambio de enfoque periodístico operado a partir de pasar a ser un contendiente del poder K.
Sin embargo, conviene recordar que la más reciente tendencia monopólica que cristalizó el Grupo fue avalado por el propio Néstor Kirchner a poco de dejar el poder y traspasarlo por voluntad popular a su esposa Cristina. Estamos hablando de la fusión Cablevisión - Multicanal, que justamente el kirchnerismo pretende echar atrás ahora cuando su ex socio no está en la frecuencia K.
También conviene considerar que la Ley de Medios surge tras ese choque de poderosos, y que bajo la pátina de lo políticamente correcto y aún atendiendo ciertas iniciativas saludables reclamadas hace tiempo por el ambiente comunicacional, no configura otra cosa que eje de choque contra Clarín. .
El kirchnerismo no se pelea por ideología o porque Clarín haya cambiado su forma de manejarse con cada poder de turno; lo confronta abiertamente porque el multimedios no le es más fiel ladero que funcionalmente le fue en tanto el Gobierno tenía aceptación mayoritaria en la población. Roto dicho vínculo popular, como siempre, Clarín viró… Quizás si uno describiera a Clarín y al kirchnerismo hoy enfrentados como dos cara de la misma moneda, dos poderes cuasi mafiosos, no estaría demasiado errado.
La condena tardía respecto de los polémicos afiches contra periodistas por parte de funcionarios de la gestión K sonó culposo.
¿Clarín como el gobierno alega por lo bajo pudo haber puesto esos afiches para victimizarse? No debería descartarse, pero en otro contexto u otra ocasión. Pero en esta es muy claro que fue Néstor Kirchner quien motorizó la movida, ya que si algo tiene el patagónico es su astucia y rapidez. Apenas parecidos los afiches, si sectores K no hubieran sido los responsables, habrían salido veloces a desmarcarse de la jugada que los dejaba mal parados.
La violencia que exuda lo más alto del poder no merece subestimarse, porque además patentiza una línea de conducta, la que se expuso ya hace años en el sur cuando trabajadores estatales reclamaban en las calles al gobierno provincial y eran contrarrestados con agresiones por grupos de choque paraestatales K, y la que fue exhibida especialmente estos dos últimos años con patotas echando a gente que se manifestaba en contra del Gobierno K tanto en la Quinta de Olivos como en de Plaza de Mayo.
Se puede criticar la labor periodística, qué duda cabe. Pero el ataque certero de los K, la demonización al que piensa distinto o critica, hecho que lamentablemente registra distintos antecedentes previos en nuestra historia, merece ser condenado y tenido en cuenta como dato no menor, en tanto aquellos -que en muchos caos se ven beneficiados por la caja K- dicen que no hay que alarmarse porque aquí no ha pasado nada.
Esta postura subestimadora de la ofensiva beligerante K es no menos preocupante que la violencia en sí.
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