Informe semanal del Banco Ciudad
LA SEMANA EN POCAS PALABRAS
La inflación se tomó un respiro en el segundo trimestre y volvió a las andadas en el tercero. El mes de agosto mostró una nueva aceleración de la inflación minorista, con un aumento de 2% mensual y 23% anual según las mediciones privadas.
Según FIEL, los “precios libres” (excluyendo los bienes y servicios estacionales y regulados) siguen creciendo a un ritmo del 25% anual. Asimismo, a nivel desagregado, la inflación de agosto fue impulsada por alimentos, indumentaria y vivienda, que en conjunto explicaron el 80% de la suba mensual. Los precios de alimentos se incrementaron 2% en agosto (34% interanual) y explicaron 1/3 de la variación del IPC. El 87% de los productos dentro de este rubro registraron subas, dando cuentas de un fenómeno de inflación generalizada.
El IPC-INDEC refleja una realidad distinta. En agosto registró una suba de 0,7% mensual y 11,1% anual. Con estos datos, desde la intervención del INDEC en 2007, el IPC oficial acumula un crecimiento de 35% versus 100% en las estimaciones privadas.
La oferta monetaria mostró en agosto un crecimiento anual del 29%, superior incluso a la inflación minorista (23%) y las expectativas inflacionarias (25%). Así, desde una visión estrictamente monetaria del fenómeno, es difícil que las presiones inflacionarias puedan ceder significativamente en los próximos meses.
Por otro lado, los datos muestran que resulta cada vez más costoso en términos inflacionarios lograr reducciones adicionales del desempleo. Esto implica que los beneficios sociales netos de la estrategia de política económica comienzan a reducirse, con mayor peso relativo de sus costos (la inflación) y menor peso relativo de sus beneficios (la creación de empleo).
El dato más preocupante quizás sea que la inflación se mantiene elevada a pesar del congelamiento del tipo de cambio, que en el último año se devaluó apenas un 2,6%. La estabilidad del tipo de cambio parece impedir la espiralización inflacionaria, pero no consigue forzar una desaceleración.
Por varias razones, el tipo de cambio no está resultando un ancla ni creíble ni efectiva para frenar el fenómeno inflacionario. El temor es que esta dinámica continúe aún cuando la apreciación cambiaria haya comenzado a resultar excesiva para muchos observadores. Con la actual combinación de inflación y devaluación, el tipo de cambio real convergería al nivel de la Convertibilidad hacia fines del próximo año. Muchos países de Latinoamérica (también beneficiados por el boom de materias primas) tienen hoy monedas más apreciadas que en la década pasada. Pero en los países vecinos este fenómeno ha coincido con mejoras notables en materia de infraestructura, productividad sistémica y costo de capital para las industrias, de los que Argentina carece por completo.
La discusión es clave. De ella dependerá la formación de expectativas el próximo año, cuando el ciclo electoral se vaya acercando y los mercados comiencen a especular sobre el rumbo futuro del dólar en la Argentina. Una expectativa devaluatoria exagerada podría revivir la fuga de capitales o empujar un ritmo de devaluación, que sólo servirá para consolidar un proceso inflacionario gestado a fuego lento durante los últimos 5 años.
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