lunes, marzo 21, 2011

JAPON: Cruel paradoja




Por Eduardo Zamorano

Abogado laboralista /master en Inteligencia estratégica por la Univ. Nac. de La Plata).  

Columnista de Construcción Plural, el programa de Fernando Mauri.  

Nunca me gustó el “cine-catástrofe”. El rechazo no proviene de una postura intelectualoide desdeñosa de productos comerciales; más bien, se origina en la imposibilidad de “engancharme” con los sucesos calamitosos que conforman sus argumentos: incendios, tormentas, derrumbes, o un ataque de bichos estrafalarios que pretenden acabar con el género humano.


Sin embargo, desde hace unos días, cavilo sobre la existencia de un horror que ni siquiera el cine alucinado pudo representar. Obvio: me estoy refiriendo al terremoto  -Y SUS BRUTALES CONSECUENCIAS-   ocurrido en Japón el 11 de marzo pasado.

No repetiré los datos estremecedores que leemos en los diarios o vemos en la tele. Tampoco me atreveré a reproducir explicaciones completamente ajenas a mis modestos saberes.

La intención de estás líneas es, pues, trasmitirles el profundo malestar que experimento ante la tragedia. Es una sensación que supera la preocupación y desborda la tristeza. Más bien se emparenta con el estupor y la impotencia frente a la injusticia.

A continuación trato de contarles lo que pasa por mi cerebro.

Un desastre de esta magnitud es lamentable siempre; cualquiera sea el país donde se produzca y el pueblo que lo padezca.
Empero, que se haya desencadenado precisamente en Japón se convierte en un ensañamiento insoportable de las “fuerzas naturales” en detrimento de un pueblo digno, voluntarioso, y especialmente sufrido.
Para decirlo en el idioma de la calle: “PATEAR AL CAÍDO”.

Quiero recordar algunas circunstancias que apuntalan el contraste que acabo de puntualizar.



1.-
Hasta mediados del siglo XIX, Japón era una sociedad feudal, basada en una economía primaria.
En menos de una centuria se transformó en una nación industrializada y pujante.
Es cierto que ese vertiginoso progreso vino apareado con un nacionalismo exagerado y afanes expansionistas. Eran los tiempos en que las teorías sobre “espacio vital” dominaban la geoestrategia.

La soberbia llevó al belicismo y éste condujo a involucrarse en la segunda Gran Guerra.



2.-
Japón pagó por su desliz guerrero un precio sin parangón en la historia.

El bombardeo atómico en Hiroshima y Nagasaki fue una aberración desde el punto de vista humanitario y   -si queremos analizarlo desde lo militar-   careció de justificación.

Los esforzados defensores (o “racionalizadores”) de esta medida argumentan que una invasión a las islas hubiera cobrado aún más vidas en ambos bandos; y que el ataque nuclear fue, en todo caso, “el mal menor” (SIC).

Disipados los ecos de la victoria de los Aliados, investigaciones posteriores demostraron la futilidad de esta postura.

(i) Las ciudades bombardeadas no tenían blancos militares relevantes.

(ii)  Por cada seis civiles había un soldado.

(iii)  Si con la exteriorización del poder atómico se buscaba rendir a Japón y ponerle un límite a los soviéticos, la bomba se pudo arrojar en la Bahía de Tokio, sin víctimas, y con iguales efectos disuasorios.

(iv)  En Hiroshima murieron 140.000 personas, y 80.000 en Nagasaki. En su inmensa mayoría fruto de la radiación y no de la detonación en sí misma.

3.-
A pesar de TODO, Japón perdonó a su victimario.
En pocos años reconstruyó el país, alcanzó un formidable desarrollo económico y obtuvo un ponderable nivel de vida para su pueblo.



4.-
¿Cuál es el orígen de la templanza, disciplina y tesón inquebrantable de la sociedad japonesa?

A esta altura de los avances en neurobiología podemos descartar de plano cualquier explicación etnicista, o predicar argumentos geoestratégicos ligados al apoyo norteamericano para convertir a la nación japonesa en un tapón durante la guerra fría.

A mi entender, el secreto está en la cultura imperante la cual, a su vez, se inspira en su religión ancestral: el sintoísmo.

Hay quiénes niegan que se trate de una “religión”, atribuyéndole la condición de “creencia popular”. No es el momento ni el espacio para divagar sobre la semántica de la palabra “religión”.

Pero, en cualquier caso, implica esencialmente la veneración de la naturaleza    -de allí la amarga ironía con la cual titulé esta nota-.

Sus deidades son entre muchas: montañas, lagos, frutos y, desde luego, la tierra y el mar.
No existe un dios supremo o que predomine sobre los restantes; tampoco rezos determinados ú obligación de asistir a los templos. Estos permanecen abiertos y las personas concurren a ellos cuando lo necesitan.

En cada casa existe un pequeño altar para homenajear a los espíritus predilectos así como a los antepasados familiares.
El sintoísmo no busca captar fieles para engrosar sus filas; es una práctica libre y, como tal, respetuosa y sumamente tolerante con los otros cultos existentes en el país (budismo y cristianismo).

Esta forma de vivir la espiritualidad decanta en firmes valores sociales conectados al trabajo, la familia, y el respeto al prójimo.
El comportamiento del pueblo japonés ante esta terrible coyuntura es prueba elocuente de la poderosa vigencia de estos principios rectores.

Seguramente también el viento encarna un espíritu protector.

Desde la Fé, la Energía, o la Voluntad confiemos en que ESE VIENTO no los abandone, los ayude en la terrible encrucijada, y sople hacia la vida.-

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