lunes, septiembre 12, 2011

Argenarcos

Por Eduardo Zamorano

Abogado / Master en Inteligencia estratégica por la Univ. Nac. de La Plata.

Columnista de Construcción Plural, el programa de Fernando Mauri.


Los llamados “carteles” de la droga son la versión latinoamericana de organizaciones más antiguas surgidas en diferentes países, tales como: la “mafia” italiana; la “yacuza” japonesa; o la “bratva” rusa.


A la manera de sus tristemente célebres antecesores, estos grupos que en su momento tuvieron su apogeo en Colombia, ahora han crecido exponencialmente en Méjico y Brasil alrededor del negocio de estupefacientes.


En la mayoría de los casos se sostienen en una estructura tipo clan o tribu.


En este esquema organizativo y de funcionamiento, adquieren importancia decisiva los lazos familiares o amistosos. En efecto, la célula primitiva suele estar conformada por dos o tres familias en el sentido arcaico del término. Vale decir entendida no como familia nuclear o moderna, sino como familia ampliada lo cual incluye parientes en segundo y tercer grado, allegados, etc.


Como condición necesaria aunque no suficiente para la supervivencia y desarrollo del grupo, deben emerger líderes para ocupar la cúpula directriz. Ellos planean las actividades, arman un entramado de protección, e interactúan con los facilitadores externos (policías, reducidores o lavadores, proveedores de documentación apócrifa, etc.).


Inmediatamente después de los líderes viene la “tropa”. Son quiénes transportan el producto base, lo refinan, y actúan como agentes de de distribución. También, por mandato de los líderes, se encargan de las actividades violentas o de choque.


En nuestro país, con epicentro en el conurbano bonaerense y las villas instaladas en la Ciudad Autónoma, existen organizaciones de este tipo con diferentes niveles de desarrollo; actualmente, en su gran mayoría no traspasan una etapa “embrionaria” que las ubica lejanas en la comparación con sus pares brasileñas o mejicanas.


La villa funciona como base territorial; eventualmente como aguantadero de integrantes que estén en riesgo de captura policial o represalias de bandas rivales; también como canal de reclutamiento de nuevos componentes y centro de distribución doméstico.


Los grupos importantes -que en nuestro país no pasan de dos o tres- son aquéllos que “exportan” la droga y, para ello, anudaron conexiones con organizaciones basadas en el exterior y/o en los países de destino.


Empero también existen núcleos menores, los cuales pueden ser apéndices de las organizaciones mayores a quiénes se confía la comercialización doméstica dotándolos de una relativa autonomía; o bien lo que anteriormente denominamos “grupos embrionarios”, con estructuras más precarias, logística rudimentaria, lazos poco confiables con las fuerzas de seguridad, y planificación que no trasciende lo táctico.


Es factible hipotetizar que el secuestro y asesinato de Candela Sol Rodríguez fue consecuencia de la interacción de estos grupos embrionarios, o de la disputa entre uno de estos núcleos con aquéllos que funcionan como tentáculos de las organizaciones mayores.


Este planteo-que no pasa de un ejercicio conjetural- se sustenta en estos datos aparecidos como información de público conocimiento.


1.- El entorno familiar de la víctima tiene contactos -cuya profundidad, importancia, y compromiso todavía no es posible dimensionar con exactitud- con sectores operativos del comercio de drogas.


2.- Las “guerras” o retaliaciones entre grupos por disputa de territorios, punteros, traiciones o violación de “pactos preexistentes” son frecuentes en este nivel, aunque rara vez trascienden. Hace poco se registró un episodio de esta índole involucrando a gente relativamente próxima a la niña.


También, a la sombra del tráfico local, apareció una modalidad delictiva, emparentada con la llamada “mejicaneada”, consistente en que bandas (generalmente mixtas, con dirección y/o participación policial) extorsionan (incluyendo secuestros) a los narcos de poca monta para apropiarse de una porción de sus ganancias.


Las abrumadoras cifras de muertos en Méjico son consecuencia de enfrentamientos entre bandas, más que fruto de la represión de las fuerzas de seguridad.


3.- La intervención de personas con buena reputación en su medio barrial (en logística, traslados, o inteligencia) no debe desorientar o confundir el análisis. Los grupos narcotraficantes buscan que la distribución al menudeo se vehiculice a través de individuos del común sin antecedentes penales, mediana edad o, incluso, cercanos a la ancianidad, con residencia estable y alguna forma de ocupación conocida. Va de suyo que se trata de personas con una posición económica modesta que sucumben ante las ganancias derivadas de una actividad ilegal, la cual suponen - equivocadamente- que los expone a un riesgo bajo.


Las organizaciones de mediano porte utilizan como “mulas” (transportadores al exterior, con frecuencia mediante la ingesta de cápsulas conteniendo el estupefaciente) a sujetos de perfil anodino.


4- Bajo estos presupuestos -insisto- no fehacientemente comprobados, podría trazarse esta secuencia del caso Candela.


4.1 La niña fue tomada como rehén para obtener dinero o mercancía que el grupo captor reivindicaba como propia.


4.2 Existía en los secuestradores una fuerte convicción que los detentadores del botín reclamado -fueran directamente familiares de la chica, o actuando éstos como intermediarios- cederían de manera relativamente rápida a la extorsión.


4.3 Las actitudes desafiantes de la madre, el primitivo silencio del padre y/o de los familiares implicados en el asunto, así como el descomunal y estentóreo despliegue policial/ mediático provocaron una peligrosa combinación de resentimiento y pánico en los líderes del grupo. Ello condujo a la determinación trágica.


Este episodio doloroso y conmocionante pone al descubierto un fenómeno estremecedor: la “naturalización” del comercio de drogas, su incorporación como medio de vida (principal o complementario) en sectores de clase media baja.


Ello introduce un nuevo factor de incertidumbre que alimenta la (justificada) paranoia ciudadana: nuestro vecino de años puede ser un argenarco.

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