domingo, noviembre 27, 2011

La historia dice que de la bonanza al ajuste hay un paso corto


Por Israel Lotersztain


Master en Historia de la Universidad Torcuato Di Tella / Empresario / Ex director de Investigaciones del INTI

Columnista de Construcción Plural, el programa de Fernando Mauri.
  

El denominado "primer peronismo" (1946-1955) nació bajo un fuerte viento de cola internacional, un creciente desarrollo industrial lanzado merced a la crisis mundial de 1929 y luego la Segunda Guerra Mundial. En el Banco Central "se pateaban las barras de oro", al decir del propio General Perón, y se registaban magníficos precios para la  exportación de alimentos.

Se aplicó en ese entonces de la mano de la gestión del titular del IAPI (Instituto Argentino de Promoción e Intercambio) y empresario Miguel Miranda una política fuertemente heterodoxa bajo el llamado Plan Quinquenal: redistribución del ingreso via notables aumentos salariales, compensados a los industriales con grandes créditos a tasa muy baja, fuerte protección arancelaria, etc. Estas políticas obviamente dispararon el consumo pero al mismo tiempo generaron una preocupante situación inflacionaria, que podía afrontarse gracias al diferencial de precios del que se apropiaba el IAPI, entre los de exportación y lo que pagaba aquí a los productores.

Sin embargo, la bonanza duró poco y hacia 1950 los precios internacionales habían caído y las barras de oro se habían vendido. Llegó entonces la aplicación de un fuerte ajuste, pero que se anunció y comenzó a aplicarse recién cuando Perón fue reelecto para una segunda presidencia. Los sueldos y el gasto público fueron congelados. Si se me permite la anécdota personal, recuerdo que yo fui de aquellos que en 1952 comía "pan negro" a fin de generar saldos exportables de trigo. 


La ortodoxia económica así iniciada siguió con Alfredo Gomez Morales. Ya no había espacio para el populismo inicial. Pero los problemas de fondo de la economía argentina no se resolvían: baja productividad y cada vez mayor estrangulamiento de la balanza de pagos, por importaciones imprescindibles. Perón, que entendía lo que estaba pasando, trató de resolverlo, el famoso Congreso de la Productividad de 1954 fue un ejemplo. Pero hasta la CGT calificable de obsecuente se le opuso, al no aceptar ligar salarios a la productividad, y continuar reclamando aumentos que volvieran a los altísimos salarios reales de 1949.

Otro problema nodal fue la falta de petroleo, que se iba deglutiendo buena parte de los ingresos de divisas por exportaciones que se reducían ante la caída de precios y la baja productividad agrícola, y generaba además serios problemas a la red eléctrica. Perón propone entonces el contrato con la Standard Oil californiana, medida por demás sensata pero que operaba en clara contradicción con su discurso de hasta entonces. Sus mismos partidarios se oponían, sus diputados se negaron a tratarlo, ni que decir los opositores.


Si bien Perón cae por razones políticas (fundamentalmente el conflicto con la Iglesia Católica), más de un historiador atribuye la pasividad de sus partidarios naturales a defenderlo ante la citada ruptura con la política redistribucionista y el discurso nacionalista que él había implementado y tan entusiastamente defendido en su primera presidencia.

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