martes, abril 29, 2014

Lo que nos pasa, puede causar espanto, más no sorpresa

Por Miguel Schiariti 


Un viejo dicho en política, al menos en Argentina, dice que el “que se va, no pone”. A pesar de eso, en la prensa no vemos otra cosa que especulaciones acerca de los futuros sucesores de la presidenta CFK.

Que ya eligió a su sucesor, que le conviene un sucesor y no otro, que Macri, Scioli, UNEN, Masa, todos intentando (salvo Macri, a mi entender) de desmarcarse de una época política a la que estuvieron demasiado apegados a través de discursos, cargos públicos, cargos electivos y hasta acompañando con votos legislativos cuestiones clave, amodorrados por los cánticos de sirena de un discurso progresista mediante el cual se encubrieron expolios de lo más conservadores.

Esto nos dice algunas cosas, sanas para la República: la primera es que no debemos temer ninguna cosa rara, la presidenta respetará la institucionalidad y se irá en el plazo constitucional; su actitud y discurso son claros en este sentido y los tiempos de la "Cristina eterna"  han quedado definitivamente atrás.

Se trata ahora de la transición ordenada, del sucesor que permita mantener la continuidad, de reservarse algo de injerencia en la política que sigue, de no agotarse en la intrascendencia.

Y yo les digo: Ojalá. Sí. Ojalá. Que un presidente deje el gobierno y mantenga cierta influencia real en la política sería un gesto de normalidad en un país trastocado. Pero lamentablemente, los argentinos no nos podemos hacernos ninguna ilusión en ese sentido. En los últimos 40 años al menos de eso no tuvimos nada. Todos nuestros presidentes constitucionales se han retirado de modo escandaloso, en medio de conflictos graves, y no han tenido un lugar en el desarrollo posterior de los acontecimientos históricos.

Todos nuestros cambios se han dado a partir de profundas rupturas.

Salvo la figura de Alfonsín -que fue revalorizada a través de los años, sobre todo al morir, pero no inmediatamente a su alejamiento del poder- nuestros últimos primeros mandatarios se han ido del poder tan o más odiados de lo que fueron queridos al ser elegidos, cercados por denuncias de corrupción, inoperancia y autismo mientras sus asesores, en muchos casos, afrontaron procesos penales o se acomodaron con los nuevos vencedores, renegando de su pasado con la ferviente fe de los conversos y no quieren ni oír hablar de su vida pasada, ni saludar a sus aliados de entonces.

Y nosotros, el común de la gente, generalmente no queremos ni oír hablar de los ex presidentes una vez que se van. Es como que nos hartan. Es cierto que hacen un enorme mérito para lograr despertar en nosotros el fastidio y el rechazo. 


Este de ahora no es el primer caso en el cual nos sentimos maltratados y ninguneados mientras un presidente baila, nos comparte sus síntomas intestinales y nos habla como si viviera en otro planeta bajo el maravilloso país que tenemos. La inflación nos come el ingreso y los sueños la inseguridad es brutal una y otra vez, mientras los políticos siguen en campaña, pergeñando estrategias para asegurarse impunidades.

Así, los diarios pueden seguir hablando de la sucesión y la estrategia, pero a mi no me convencen. La historia indica que si Cristina piensa poner un sucesor que le responda y le de un lugar de decisión en serio en el gobierno futuro, lo más probable es que el sucesor le responda a ella como ella le respondió al "zabeca de Banfield"  ¿Cuál sería la motivación para no hacerlo? ¿Lealtad? ¿Principios? ¿Responsabilidad histórica?

Nuestra política no tiene nada de eso. Acaso lo que más profundo nos ha dejado de "Década ganada" es esa grieta por donde se nos cayeron  todos los principios, ideas, ideales, el respeto por el otro y por el espacio común, por la cosa pública y por la vida.

Esa grieta muchos dicen que fue hecha a palabras y arengas, pero yo creo que está hecha del pragmatismo más fanático, del vale todo con tal de quedarse en el poder. Y hay que ver cómo les sale.
mientras tanto, nuestros y nuestras adolescentes mueren a golpes de puño de sus compañeros de escuela, y tenemos también -oh sorpresa- linchamientos públicos de delincuentes agarrados in fraganti, siempre ante la consternación de las autoridades de todos los niveles. 


Y es hora de preguntarles, de preguntarnos como sociedad, ¿qué esperábamos?
Si la regla de la vida pública ha sido patotear, escrachar, descalificar, anular al otro y vanagloriarse de la avivada y del "la tenés adentro", ¿por qué razón nos consternamos cuando esas mismas cosas se reproducen en las relaciones de las personas comunes entre sí?  Una chica de 17 años en Junín ha sido asesinada a golpes en plena calle por sus compañeras de curso, murió luego de agonizar en terapia intensiva ...y los medios de comunicación -consternados- resaltan que esto ocurrió "por hacerse la linda", como si el justificativo tuviera relevancia. 

¿Si le hubieran pegado hasta matarla porque habló bien de Videla estaría justificada la agresión que sufrió? ¿Y si le hubieran pegado hasta matarla por robar?
¿Realmente estamos pensando que hay un justificativo posible para la violencia en plena calle?

Las autoridades que se consternan ante la violencia pública deberían dedicar algún minuto a mirar lo que pasa en las ciudades y pueblos a los que dicen gobernar. En una de esas, podrían hacer alguna política más efectiva que regalar títulos secundarios pensando que con aumentar un número de mentiritas en las estadísticas, están solucionando de verdad alguna cosa.  Es lo mismo que pensar que mentir con el Indec de verdad disminuye la cantidad de pobres y marginales.
Es hora de que vean que con mentir en los papelitos no solucionan la pobreza, la exclusión, la violencia y la falta de educación.  Porque son papelitos y se los lleva el viento.
Y que lo que está pasando puede causar espanto, pero no sorpresa. No podía esperarse otra cosa.

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