viernes, febrero 27, 2015

La cacería

Por Bernardo Poblet - ensayista/columnista de Construcción Plural

…está en marcha, la presa es el voto; En alguna época se elegían partidos; se agotaron, no hay más. Alguna vez se publicaban plataformas, es decir, propuestas de programas; resultó un producto perecedero. Ahora nos concentramos en elegir personas; la clave es la imagen, hay que construirla e imponerla; tenemos especialistas trabajando a full.

Elegir a quién darle el mandato para que conduzca la nación durante cuatro años, con alta probabilidad de que se extienda a ocho, debiera ponernos nerviosos. Condiciona nuestro futuro y nos hemos demostrado que somos electores falibles.

¿Cuántos ciudadanos decepcionados una y otra vez mascullan su bronca?

“¡Al diablo con el voto!..¡Nunca veo a nadie que me represente!.. ¡Nos faltan el respeto!… todo surge de trenzas internas o del dedo del caudillo de turno… Cualquier salame se siente candidato… Si reflexiono mi voto, enfrente tengo otro que lo hace sin el menor análisis  y que anula el mío… Si voto en blanco se que le hago el juego a la mayoría… Valorar lo institucional es perder el tiempo, a pocos les interesa, la mayoría mira los mangos del corto plazo…!”

Para muchos, no es suficiente saber que, si bien nos defrauda no encontrar quien nos genere genuina confianza,  también es una poderosa herramienta para evitar que alguien suba o para lograr que se vaya el que está. Para otros, pese a sus restricciones, es de un enorme valor  poder hacerlo. Lo posible se impone, la democracia es imperfecta.

Sin duda, el liderazgo es clave, pero es bueno recordar que las instituciones eficaces son  imprescindibles.  Ni en la tierra de Darwin ni en el reino del Nunca Jamás, las cosas pueden ser totalmente dependientes de una persona. Los sistemas inteligentemente diseñados deben serlo para proteger a la sociedad de los capaces con deseos de poder sin límites y de los incompetentes que se miran el ombligo y no construyen.

Nos limitan arraigados preconceptos, un clásico: para gobernar en este país se necesita un tipo de carácter fuerte porque si no lo pasan por encima. Ese perfil suele resultar desbordado, irritable, agresivo; ejerce el mando inspirando temor, reemplaza argumentos por la ira, el insulto o la descalificación.  En el  extremo hemos tenido ejemplares del modelo pasivo, inmóvil, débil. ¡Muchachos, miren lo que nos pasó con ambos!

Pero aquí y ahora estamos hablando de candidatos a Presidente.

¿Qué debemos exigir en los postulantes? ¿Qué no debemos aceptar?

Cada uno deberá buscar sus propias respuestas.

A mí, ciudadano común, sin ninguna pertenencia partidaria, que quiere vivir en una república, me parece que deberíamos tratar de, por un lado,  recuperar el valor de la coherencia, ese concepto algo difuso, medio perdido en la inflación de las palabras de los tiempos electorales y por otro, poder identificar con claridad a los que son dogmáticos. La tolerancia a las mentiras y las obsoletas discusiones teóricas entre ideologías de todo tipo nos han hecho mucho daño.

Además, es clave mirar de quienes se rodean. Marca su nivel. El viejito Confucio decía: “muchos gobernantes no se elevan sobre los demás porque prefieren como colaboradores a hombres que acepten sus enseñanzas, en lugar de nombrar a otros que pudieran enseñarles”


No son tiempos fáciles. Los conocimientos, experiencias, habilidades y actitudes necesarias para quién se postule, deben serlo para asumir tamaña responsabilidad en el mundo real, con los problemas propios y  con los países del planeta con los que tenemos irremediablemente que competir. La lírica de vivir con lo nuestro, aislarnos  o domesticarnos con los que nos financian, lo estamos y estaremos pagando por un largo tiempo. Debiéramos haber aprendido.

En ese marco, quiero dar mi voto a quién, por lo que hizo y como lo hizo y la viabilidad de lo que promete hacer, me trasmita:

Que en sus conductas se percibe firmeza y equilibrio.Qué en el marco de una sola ideología: la constitución,  esté convencido que la educación, como desarrollo de las capacidades de los jóvenes, es imprescindible; que tiene la convicción de que el ejemplo hacia abajo es fundamental, los chicos aprenden imitando, los ciudadanos adultos también. Que no negocia políticas de estado; una vez consensuadas,  está dispuesto a poner  primera   y aplicarlas. Que si, sabe negociar acuerdos en temas que  son controvertidos, deben permanecer en el tiempo o afectan al futuro del país. Que tiene claridad conceptual, que toma riesgos cuando es necesario  pero que no improvisa,  sabe consultar a expertos y aceptar ideas sensatas. Que delega autoridad en personas capacitadas, que forma equipos, sabiendo que lo que no puede delegar es la responsabilidad de los impactos, buenos o malos. Que se hace cargo de sus decisiones, es capaz de reconocer errores; a mí, mandante, me da seguridad: el que está en el timón sabe maniobrar para evitar a tiempo una colisión..

Un perfil de estadista - que es lo que necesitamos- es siempre un ideal.  Es probable  que nos desaliente pensar que nadie califica totalmente, siempre faltan cinco para el mango,  pero tenerlo claro ayuda a arrimar la bocha a quién se acerca más a lo buscado, a tener un filtro que nos defienda del marketing que nos manipula. ¿Qué terminamos viendo  si  no focalizamos la mirada,  buscando, examinando? La última foto que es la imagen que nos quieren vender.

Mejor, revisemos la película, seleccionemos la que nos parezca la mejor alternativa y, hasta que las instituciones funcionen, prendamos una vela.     

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