¿Hacia las relaciones pos-internacionales?
Por Alberto Hutschenreuter
Hay cuestiones internacionales y mundiales relativamente nuevas que muchas veces tienden a ser consideradas en clave favorable para salir de la situación de extravío estratégico en el que se encuentra el
mundo de hoy, profundamente dañado por el impacto de la pandemia: un mundo sin régimen internacional, con crecientes niveles de conflictos
entre poderes preeminentes, con alto grado de acumulación de capacidades (convencionales y nucleares), cada vez más dividido entre lógicas globalistas y lógicas patriota-soberanistas y con un multilateralismo devaluado.
La misma percepción sobre la guerra, la ecología, la globalización comercio-tecnotrónica, el territorio digital, la revolución industrial de internet, la inteligencia artificial (IA), etc., han ido fomentando una creencia relativa con el advenimiento de una nueva era en la que
los patrones tradicionales que han mantenido históricamente separados a los Estados perderán gran parte de sustento, pues el grado de conectividad entre las sociedades (antes que entre los Estados) no se basará solamente en la profusión de redes, sino en un orden de
preferencias y requerimientos de las mismas determinado por un complejo sistema de inteligencia que cada vez más se irá acercando a la frontera pos-humana.
Acaso el concepto de lo que se denomina "sociedad 5.0" nos proporcione alguna aproximación sobre cómo sería ese mundo sin precedentes.
Desde 2015 Japón está trabajando para convertirse en una "sociedad 5.0", una estación última tras la 1.0 (caza y recolección, 2.0 (agrícola), 3.0 (industrial) y 4.0 (informática). Según lo describe el especialista Andrés Ortega, del Real Instituto Elcano, se trata de un propósito ideal hacia el que debe moverse el país asiático para aprovechar íntegramente la tecnología. Una "sociedad 5.0" está
centrada en colocar a la persona en el centro de las grandes
transformaciones tecnológicas, con el fin de que todas sus necesidades sean plenamente satisfechas.
Pero, más allá de “equilibrar el avance económico con la resolución de problemas sociales mediante un sistema que integra espacio digital con espacio físico”, una “sociedad 5.0” implicará una nueva forma de pensamiento que integrará (fundamentalmente) economía y medio ambiente
con el fin de alcanzar un bienestar general, sano e integral; es decir, una sociedad que llevaría el “contrato social” más allá de la tradicional transacción basada en proporcionar desde el poder bienes (mayormente) económicos a la sociedad.
En Alemania existe algo parecido desde 2013 que lleva por nombre “cuarta revolución industrial” (4R), pero en Japón la prueba, concentrada en algunas pocas ciudades, estaría un poco más avanzada y las expectativas son bastante favorables.
Ahora bien, más allá de los resultados nacionales, ¿es posible que algo similar pueda suceder en las relaciones entre los Estados? Es decir, ¿podría ocurrir que los adelantos tecnológicos aplicados a dichas relaciones acabe “licuando” la competencia en profusas, complejas y extendidas redes multidimensionales? Planteado de otro
modo: ¿se podría desde un segmento de inteligencia mayor alcanzar un orden mundial con base en decisiones de precisión sin precedentes, al punto incluso de llegar a crear un grado de conciencia global colectiva (CGC) prácticamente desligada de patrones estato-céntricos?
En el mundo de hoy se trata de preguntas casi de ficción. Pero tal vez sea pertinente hacerlas (e intentar responderlas) porque posiblemente las expectativas en relación con el advenimiento de una nueva era para
la humanidad están creciendo más allá de lo congruente, dando incluso por hecho que el mundo que hemos conocido quedará para siempre atrás (para algunos, que consideran perimido el mismo concepto de anarquía
internacional, ya está quedando en el pasado).
Lo primero que deberíamos decir es que una cosa son las unidades políticas hacia dentro y otra cosa son las relaciones entre ellas.
Recordando las clásicas premisas de las relaciones internacionales: mientras hacia dentro de los Estados las leyes y las instituciones restringen el poder, hacia afuera es el poder el que restringe las leyes e instituciones. Y ello difícilmente vaya a sufrir un cambio de
escala, al menos hasta bastante entrado el siglo XXI.
Cabe agregar que los análisis prospectivos realizados recientemente son más que inquietantes en relación con deterioros en prácticamente
todos los segmentos de la política internacional (ver, por caso, el informe del Consejo Nacional de Inteligencia de Estados Unidos: “Tendencias globales 2040: un mundo más disputado”, abril de 2021,
https://www.worldpoliticsrevie w.com/articles/29583/for-u-s-i ntelligence-threats-cloud-the- horizon-in-global-trends-2040) .
Por otra parte, suponiendo que se logren avances en relación con los modelos internos, ello no implica que dichos avances vayan en el mismo sentido para todos: posiblemente, las democracias afirmadas logren un
nivel de descentralización política. Pero es muy difícil considerar que las autocracias desplieguen tecnologías que debiliten el centro; por el contrario, lo más probable es que asistamos a una división más granítica entre democracias inteligentes en relación con proporcionar
bienes sociales, y autocracias inteligentes en relación con el control social.
Esta última situación también nos permite advertir que las
investigaciones en materia de IA son de carácter selectivo: hoy los dos principales actores que realizan investigaciones son Estados Unidos y China, hecho que, aparte de afirmar usos diferentes en uno y en otro, tiende a respaldar la nueva configuración internacional bipolar o nueva rivalidad (no nueva guerra fría) en el mundo actual y próximo.
En el mejor de los casos, el escenario que se plantea para dicha configuración nos dice que no habrá mejoras en la relación entre ambos poderes; que, a lo más, se podría mantener en el nivel actual de rivalidad por los próximos diez años, mientras ambos, particularmente
China, aumentarán y perfeccionarán sus capacidades.
En el peor de los casos, seguro Estados Unidos de su primacía estratégica-militar sobre su rival, podría intentar llevar a una China cada vez más arrebatada por la contención y vigilancia occidental a una querella o prueba de fuerza en su zona de extensión patriótica, el Mar de la China, logrando Estados Unidos, a pesar del seísmo global
que un choque entre ambos provocaría, ganancias de poder y prestigio, y demostrando que el ascenso chino estaba apoyado en una estrategia consistente en mostrarse fuerte y hasta decidido a afrontar nuevos desafíos militares (algo parecido, salvando diferencias, hizo la URSS
de Stalin entre 1945 y 1949 cuando el país se encontraba extenuado tras la victoria frente a Alemania y Estados Unidos ejercía la supremacía nuclear absoluta).
Lo anterior nos permite también advertir que los ensayos domésticos relativos con avanzar hacia sociedades cada vez inteligentes no han modificado, prácticamente en nada, su enfoque relativo con las relaciones entre Estados como relaciones de poder antes que relaciones de confianza.
En el propio Japón, el propósito del gobierno es elevar sensiblemente el gasto militar a 100.000 millones de dólares (pasar del 1 al 2 por ciento del PBI). Cada vez más inquieto ante la acumulación militar regional, los movimientos de China y el poder atómico de Corea del Norte, el país asiático que ha intentado crear una cultura social de
pacifismo y convivencia internacional vuelve a pensar el mundo “como de costumbre”, al tiempo que “reflota” su cultura estratégica naval.
Asimismo, en el otro país que aspira a lograr una sociedad avanzada, Alemania, los acontecimientos mundiales, regionales e incluso intra-europeos han recentrado cada vez más la geopolítica, un término repudiado e incluso hoy olvidado en Europa. El dato no deja de ser
relevante, pues Alemania no solo considera la construcción de una “nueva sociedad” nacional, sino también una “nuevo orden internacional” con base en el modelo jurídico-institucional de la Unión Europea; es decir, extender al resto del mundo su modelo de “potencia civil”, una categoría por cierto desconocida en la historia.
Por otro lado, considerar un mundo desde perspectivas que licúan patrones tradicionales implicaría considerar que la guerra, por tomar una de las principales regularidades en las relaciones entre Estados, se volverá un hecho obsoleto, incompatible con los “nuevos valores” a los que nos conducirá la tecnología y la IA.
Tal consideración se ve favorecida por un enfoque que ha ido ganando lugar durante las últimas décadas: la imposibilidad de guerras interestatales mayores; lo cual es verdad, pero no por razones relativas con la disminución de la violencia y el ascenso de cuestiones que exigen nuevos valores. Si no han ocurrido guerras mayores (algo que no es cierto porque han tenido lugar, por ejemplo, entre China e India, URSS y China, India y Pakistán) ello no se debió a que han ocurrido cambios en la naturaleza humana, sino debido a las armas atómicas, a la existencia de un régimen internacional y al sistema multilateral de la ONU.
Para hacerse realidad, aquel enfoque requeriría un cambio radical en la naturaleza humana, es decir, situarnos una vez más en el territorio de las aspiraciones; porque, de lo contrario, se trataría de un voluntarismo asistido por técnicas nuevas, algo que ya sucedió en el pasado cuando se decidió “renunciar a la guerra como medio para solucionar conflictos”, una ingenuidad que pronto se deshizo frente a la realidad.
Por otro lado, la "pluralización" de la geopolítica no redujo
precisamente el conflicto entre poderes sino que amplifica el arco del mismo, pues a los tradicionales territorios de la disciplina se ha sumado el inconmensurable territorio digital que, a su vez, diversifica la modalidad de la guerra.
Por último, los ensayos que apuntan a conseguir sociedades
ultra-avanzadas que desplazarán todo sentido individual e instaurarán una cultura colaborativa, tal vez lo están haciendo desde una concepción excesivamente optimista, es decir, segura y benéfica en relación con las nuevas tecnologías, la robótica y la IA en sus diferentes alcances inteligentes. Más allá de la confianza en la ciencia, es necesario considerar hipótesis inciertas y “de fracaso”.
En paralelo con la existencia de hipótesis muy tecnoescépticas en relación con alcanzar niveles de inteligencia mayor, hay que decir que
no existe un horizonte definido sobre cuándo la ciencia logrará propósitos de escala, particularmente en el segmento más osado, esto es, un sistema inteligente dueño de su propio destino, una “vida 3.0” en los términos del profesor sueco Max Tegmark.
En otros términos, nos hallamos en un territorio de conjeturas y aspiraciones en el que prácticamente se desdeña la experiencia. Pero también hay otra cuestión a la que tal vez debemos prestar una mayor atención: las señales de alerta en materia de las nuevas tecnologías, particularmente en el terreno de la IA.
En su muy recomendable libro “Nueve gigantes. Las máquinas inteligentes y su impacto en el rumbo de la humanidad”, el futurista estadounidense Amy Webb advierte que la IA es excluyente, es decir, no se la trata como un bien público. Es un bien que está concentrando el
poder en manos de pocos. Por ello, “el futuro de la IA es una
herramienta de poder explícito y de poder blando y, a instancias de las tribus de IA, es objeto de manipulación con miras a obtener ganancias económicas y apalancamiento estratégico. Los marcos gubernamentales de nuestros países –al menos en el papel- pueden parecer correctos en un comienzo para el futuro de las máquinas
pensantes. En el mundo real, sin embargo, lo que están haciendo es crear un riesgo”.
Pero Webb, “viajando al futuro” (2040-2060, aproximadamente), advierte algo más inquietante: la inteligencia artificial general (IAG) y la
super-inteligencia artificial (SIA) podrían tener consecuencias sobre nuestra misma civilización si se produjera una “explosión de inteligencia”, esto es, que máquinas ultrainteligentes diseñen máquinas mejores, una situación en la que la inteligencia humana quedaría totalmente rezagada.
En breve, es posible que algunos países alcancen por medio de las nuevas tecnologías mejorar significativamente el orden y la optimización social-económico. Pero de allí a considerar saltos en relación a modificaciones de escala en la naturaleza humana es algo que forma parte más de los deseos y las aspiraciones, una situación algo similar a la que se dio entre fines del siglo XIX y principios del siglo XX, cuando se vislumbró que los avances tecnológicos
superarían casi todos los “vicios” de la humanidad.
Considerar que posibles logros en el nivel doméstico pueden suceder en el nivel de las relaciones interestatales no solo es algo más complejo porque aquí ningún Estado reconoce otra autoridad o soberanía sobre el suyo, sino que, aun considerando que las tecnologías podrían
proporcionar decisiones más inteligentes en relación con diferentes cuestiones, para ello se necesitaría, como mínimo, una disposición u orden internacional, algo que no solamente no es posible por ahora, sino que aquellos que deberían configurarlo, los actores preeminentes,
se encuentran entre sí en estado de discordia variable o de “no guerra”, que es una situación o diagonal entre lo que no es ni guerra ni paz.
Además, si en algún momento se consideró que la pandemia fungiría como un impacto de escala que impulsaría por sobre las desconfianzas y rivalidades un nuevo sistema de valores colectivos, sabemos que ello no solo no ha ocurrido, sino que el mundo continúo con la pulsión
geopolítica que se reactivó y extendió desde bastante antes de la pandemia.
Es posible, en el mejor de los casos, que la conectividad, la IA, etc., afirmen lo que hace décadas el británico Hedley Bull denominó “sociedad internacional”, es decir, un mundo de Estados con los “códigos hobbesianos”, pero que ha restringido los conflictos por medio de normas e instituciones comunes. Los adelantos tal vez podrán
perfeccionar la diplomacia, las normas e instituciones, pero de allí a pensar (como lo hacen nuevos enfoques) que el mundo está dejando atrás la anarquía clásica para ir hacia una “anarquía cooperativa” o hacia “anarquías operativas” no solo es un error, sino un exceso que podría resultar frustrante y riesgoso.
mundo de hoy, profundamente dañado por el impacto de la pandemia: un mundo sin régimen internacional, con crecientes niveles de conflictos
entre poderes preeminentes, con alto grado de acumulación de capacidades (convencionales y nucleares), cada vez más dividido entre lógicas globalistas y lógicas patriota-soberanistas y con un multilateralismo devaluado.
La misma percepción sobre la guerra, la ecología, la globalización comercio-tecnotrónica, el territorio digital, la revolución industrial de internet, la inteligencia artificial (IA), etc., han ido fomentando una creencia relativa con el advenimiento de una nueva era en la que
los patrones tradicionales que han mantenido históricamente separados a los Estados perderán gran parte de sustento, pues el grado de conectividad entre las sociedades (antes que entre los Estados) no se basará solamente en la profusión de redes, sino en un orden de
preferencias y requerimientos de las mismas determinado por un complejo sistema de inteligencia que cada vez más se irá acercando a la frontera pos-humana.
Acaso el concepto de lo que se denomina "sociedad 5.0" nos proporcione alguna aproximación sobre cómo sería ese mundo sin precedentes.
Desde 2015 Japón está trabajando para convertirse en una "sociedad 5.0", una estación última tras la 1.0 (caza y recolección, 2.0 (agrícola), 3.0 (industrial) y 4.0 (informática). Según lo describe el especialista Andrés Ortega, del Real Instituto Elcano, se trata de un propósito ideal hacia el que debe moverse el país asiático para aprovechar íntegramente la tecnología. Una "sociedad 5.0" está
centrada en colocar a la persona en el centro de las grandes
transformaciones tecnológicas, con el fin de que todas sus necesidades sean plenamente satisfechas.
Pero, más allá de “equilibrar el avance económico con la resolución de problemas sociales mediante un sistema que integra espacio digital con espacio físico”, una “sociedad 5.0” implicará una nueva forma de pensamiento que integrará (fundamentalmente) economía y medio ambiente
con el fin de alcanzar un bienestar general, sano e integral; es decir, una sociedad que llevaría el “contrato social” más allá de la tradicional transacción basada en proporcionar desde el poder bienes (mayormente) económicos a la sociedad.
En Alemania existe algo parecido desde 2013 que lleva por nombre “cuarta revolución industrial” (4R), pero en Japón la prueba, concentrada en algunas pocas ciudades, estaría un poco más avanzada y las expectativas son bastante favorables.
Ahora bien, más allá de los resultados nacionales, ¿es posible que algo similar pueda suceder en las relaciones entre los Estados? Es decir, ¿podría ocurrir que los adelantos tecnológicos aplicados a dichas relaciones acabe “licuando” la competencia en profusas, complejas y extendidas redes multidimensionales? Planteado de otro
modo: ¿se podría desde un segmento de inteligencia mayor alcanzar un orden mundial con base en decisiones de precisión sin precedentes, al punto incluso de llegar a crear un grado de conciencia global colectiva (CGC) prácticamente desligada de patrones estato-céntricos?
En el mundo de hoy se trata de preguntas casi de ficción. Pero tal vez sea pertinente hacerlas (e intentar responderlas) porque posiblemente las expectativas en relación con el advenimiento de una nueva era para
la humanidad están creciendo más allá de lo congruente, dando incluso por hecho que el mundo que hemos conocido quedará para siempre atrás (para algunos, que consideran perimido el mismo concepto de anarquía
internacional, ya está quedando en el pasado).
Lo primero que deberíamos decir es que una cosa son las unidades políticas hacia dentro y otra cosa son las relaciones entre ellas.
Recordando las clásicas premisas de las relaciones internacionales: mientras hacia dentro de los Estados las leyes y las instituciones restringen el poder, hacia afuera es el poder el que restringe las leyes e instituciones. Y ello difícilmente vaya a sufrir un cambio de
escala, al menos hasta bastante entrado el siglo XXI.
Cabe agregar que los análisis prospectivos realizados recientemente son más que inquietantes en relación con deterioros en prácticamente
todos los segmentos de la política internacional (ver, por caso, el informe del Consejo Nacional de Inteligencia de Estados Unidos: “Tendencias globales 2040: un mundo más disputado”, abril de 2021,
https://www.worldpoliticsrevie
Por otra parte, suponiendo que se logren avances en relación con los modelos internos, ello no implica que dichos avances vayan en el mismo sentido para todos: posiblemente, las democracias afirmadas logren un
nivel de descentralización política. Pero es muy difícil considerar que las autocracias desplieguen tecnologías que debiliten el centro; por el contrario, lo más probable es que asistamos a una división más granítica entre democracias inteligentes en relación con proporcionar
bienes sociales, y autocracias inteligentes en relación con el control social.
Esta última situación también nos permite advertir que las
investigaciones en materia de IA son de carácter selectivo: hoy los dos principales actores que realizan investigaciones son Estados Unidos y China, hecho que, aparte de afirmar usos diferentes en uno y en otro, tiende a respaldar la nueva configuración internacional bipolar o nueva rivalidad (no nueva guerra fría) en el mundo actual y próximo.
En el mejor de los casos, el escenario que se plantea para dicha configuración nos dice que no habrá mejoras en la relación entre ambos poderes; que, a lo más, se podría mantener en el nivel actual de rivalidad por los próximos diez años, mientras ambos, particularmente
China, aumentarán y perfeccionarán sus capacidades.
En el peor de los casos, seguro Estados Unidos de su primacía estratégica-militar sobre su rival, podría intentar llevar a una China cada vez más arrebatada por la contención y vigilancia occidental a una querella o prueba de fuerza en su zona de extensión patriótica, el Mar de la China, logrando Estados Unidos, a pesar del seísmo global
que un choque entre ambos provocaría, ganancias de poder y prestigio, y demostrando que el ascenso chino estaba apoyado en una estrategia consistente en mostrarse fuerte y hasta decidido a afrontar nuevos desafíos militares (algo parecido, salvando diferencias, hizo la URSS
de Stalin entre 1945 y 1949 cuando el país se encontraba extenuado tras la victoria frente a Alemania y Estados Unidos ejercía la supremacía nuclear absoluta).
Lo anterior nos permite también advertir que los ensayos domésticos relativos con avanzar hacia sociedades cada vez inteligentes no han modificado, prácticamente en nada, su enfoque relativo con las relaciones entre Estados como relaciones de poder antes que relaciones de confianza.
En el propio Japón, el propósito del gobierno es elevar sensiblemente el gasto militar a 100.000 millones de dólares (pasar del 1 al 2 por ciento del PBI). Cada vez más inquieto ante la acumulación militar regional, los movimientos de China y el poder atómico de Corea del Norte, el país asiático que ha intentado crear una cultura social de
pacifismo y convivencia internacional vuelve a pensar el mundo “como de costumbre”, al tiempo que “reflota” su cultura estratégica naval.
Asimismo, en el otro país que aspira a lograr una sociedad avanzada, Alemania, los acontecimientos mundiales, regionales e incluso intra-europeos han recentrado cada vez más la geopolítica, un término repudiado e incluso hoy olvidado en Europa. El dato no deja de ser
relevante, pues Alemania no solo considera la construcción de una “nueva sociedad” nacional, sino también una “nuevo orden internacional” con base en el modelo jurídico-institucional de la Unión Europea; es decir, extender al resto del mundo su modelo de “potencia civil”, una categoría por cierto desconocida en la historia.
Por otro lado, considerar un mundo desde perspectivas que licúan patrones tradicionales implicaría considerar que la guerra, por tomar una de las principales regularidades en las relaciones entre Estados, se volverá un hecho obsoleto, incompatible con los “nuevos valores” a los que nos conducirá la tecnología y la IA.
Tal consideración se ve favorecida por un enfoque que ha ido ganando lugar durante las últimas décadas: la imposibilidad de guerras interestatales mayores; lo cual es verdad, pero no por razones relativas con la disminución de la violencia y el ascenso de cuestiones que exigen nuevos valores. Si no han ocurrido guerras mayores (algo que no es cierto porque han tenido lugar, por ejemplo, entre China e India, URSS y China, India y Pakistán) ello no se debió a que han ocurrido cambios en la naturaleza humana, sino debido a las armas atómicas, a la existencia de un régimen internacional y al sistema multilateral de la ONU.
Para hacerse realidad, aquel enfoque requeriría un cambio radical en la naturaleza humana, es decir, situarnos una vez más en el territorio de las aspiraciones; porque, de lo contrario, se trataría de un voluntarismo asistido por técnicas nuevas, algo que ya sucedió en el pasado cuando se decidió “renunciar a la guerra como medio para solucionar conflictos”, una ingenuidad que pronto se deshizo frente a la realidad.
Por otro lado, la "pluralización" de la geopolítica no redujo
precisamente el conflicto entre poderes sino que amplifica el arco del mismo, pues a los tradicionales territorios de la disciplina se ha sumado el inconmensurable territorio digital que, a su vez, diversifica la modalidad de la guerra.
Por último, los ensayos que apuntan a conseguir sociedades
ultra-avanzadas que desplazarán todo sentido individual e instaurarán una cultura colaborativa, tal vez lo están haciendo desde una concepción excesivamente optimista, es decir, segura y benéfica en relación con las nuevas tecnologías, la robótica y la IA en sus diferentes alcances inteligentes. Más allá de la confianza en la ciencia, es necesario considerar hipótesis inciertas y “de fracaso”.
En paralelo con la existencia de hipótesis muy tecnoescépticas en relación con alcanzar niveles de inteligencia mayor, hay que decir que
no existe un horizonte definido sobre cuándo la ciencia logrará propósitos de escala, particularmente en el segmento más osado, esto es, un sistema inteligente dueño de su propio destino, una “vida 3.0” en los términos del profesor sueco Max Tegmark.
En otros términos, nos hallamos en un territorio de conjeturas y aspiraciones en el que prácticamente se desdeña la experiencia. Pero también hay otra cuestión a la que tal vez debemos prestar una mayor atención: las señales de alerta en materia de las nuevas tecnologías, particularmente en el terreno de la IA.
En su muy recomendable libro “Nueve gigantes. Las máquinas inteligentes y su impacto en el rumbo de la humanidad”, el futurista estadounidense Amy Webb advierte que la IA es excluyente, es decir, no se la trata como un bien público. Es un bien que está concentrando el
poder en manos de pocos. Por ello, “el futuro de la IA es una
herramienta de poder explícito y de poder blando y, a instancias de las tribus de IA, es objeto de manipulación con miras a obtener ganancias económicas y apalancamiento estratégico. Los marcos gubernamentales de nuestros países –al menos en el papel- pueden parecer correctos en un comienzo para el futuro de las máquinas
pensantes. En el mundo real, sin embargo, lo que están haciendo es crear un riesgo”.
Pero Webb, “viajando al futuro” (2040-2060, aproximadamente), advierte algo más inquietante: la inteligencia artificial general (IAG) y la
super-inteligencia artificial (SIA) podrían tener consecuencias sobre nuestra misma civilización si se produjera una “explosión de inteligencia”, esto es, que máquinas ultrainteligentes diseñen máquinas mejores, una situación en la que la inteligencia humana quedaría totalmente rezagada.
En breve, es posible que algunos países alcancen por medio de las nuevas tecnologías mejorar significativamente el orden y la optimización social-económico. Pero de allí a considerar saltos en relación a modificaciones de escala en la naturaleza humana es algo que forma parte más de los deseos y las aspiraciones, una situación algo similar a la que se dio entre fines del siglo XIX y principios del siglo XX, cuando se vislumbró que los avances tecnológicos
superarían casi todos los “vicios” de la humanidad.
Considerar que posibles logros en el nivel doméstico pueden suceder en el nivel de las relaciones interestatales no solo es algo más complejo porque aquí ningún Estado reconoce otra autoridad o soberanía sobre el suyo, sino que, aun considerando que las tecnologías podrían
proporcionar decisiones más inteligentes en relación con diferentes cuestiones, para ello se necesitaría, como mínimo, una disposición u orden internacional, algo que no solamente no es posible por ahora, sino que aquellos que deberían configurarlo, los actores preeminentes,
se encuentran entre sí en estado de discordia variable o de “no guerra”, que es una situación o diagonal entre lo que no es ni guerra ni paz.
Además, si en algún momento se consideró que la pandemia fungiría como un impacto de escala que impulsaría por sobre las desconfianzas y rivalidades un nuevo sistema de valores colectivos, sabemos que ello no solo no ha ocurrido, sino que el mundo continúo con la pulsión
geopolítica que se reactivó y extendió desde bastante antes de la pandemia.
Es posible, en el mejor de los casos, que la conectividad, la IA, etc., afirmen lo que hace décadas el británico Hedley Bull denominó “sociedad internacional”, es decir, un mundo de Estados con los “códigos hobbesianos”, pero que ha restringido los conflictos por medio de normas e instituciones comunes. Los adelantos tal vez podrán
perfeccionar la diplomacia, las normas e instituciones, pero de allí a pensar (como lo hacen nuevos enfoques) que el mundo está dejando atrás la anarquía clásica para ir hacia una “anarquía cooperativa” o hacia “anarquías operativas” no solo es un error, sino un exceso que podría resultar frustrante y riesgoso.
Etiquetas: geopolìtica
1 Comentarios:
Excelente. Muy interesante la referencia a Webb. También Harari en Homo Deus trata este tema.
2:52 p.m.
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