lunes, diciembre 13, 2021

No habrá orden internacional sin equilibrio geopolítico

 Por Alberto Hutschenreuter




Durante las últimas semanas, la situación entre Ucrania, Occidente y Rusia dejó bastante claro que será muy difícil en los próximos años contar con una configuración u orden internacional que proporcione estabilidad.

La paz entre las naciones es un propósito más formal que real. Por ello, como bien sostiene Henry Kissinger, es el orden internacional, esto es, una disposición mayor pactada y respetada por los poderes de escala, el que posibilita una convivencia que podríamos denominar "paz".
Uno de los componentes clave de cualquier orden es el equilibrio geopolítico, es decir, la (siempre relativa) satisfacción de los actores, preeminentes e intermedios, en relación con seguridades y amparos de cuño territorial.
La experiencia es categórica aquí: toda vez que se pretendió un orden con base en insatisfacciones territoriales, el orden pretendido, más tarde o más temprano, acabó desmoronándose. Recordemos las previas político-territoriales en los Balcanes antes de 1914, donde ya se habían iniciado los pasos de guerra. O lo que sucedió con el orden de Versalles en Europa centro-oriental, donde la aplicación del principio de autodeterminación nacional acabó siendo una de las causas del derrumbe mundial en 1939. En Oriente Medio, África, más recientemente de nuevo los Balcanes, o en la misma URSS, el gran seísmo geopolítico después de la IIGM, en todos los casos la "contradicción territorial" implicó desestabilización regional, continental e incluso mundial.
El gran Raymond Aron, un pensador desafortunadamente cada vez más olvidado, decía que "todos los órdenes internacionales son órdenes territoriales"; podríamos decir, por tanto, que todos los desórdenes internacionales implican desórdenes territoriales.
El "desorden territorial" que tiene lugar en Europa oriental sucede porque se privilegió una estrategia basada en "rentabilizar la victoria más allá de la victoria", y esto terminó por provocar un desequilibrio geopolítico de escala del que cada vez se torna más difícil hallar estrategias de salida..
Es decir, Occidente nunca consideró que, tras el final de la Guerra Fría y la desaparición de la URSS, debió pensarse en un orden de posguerra. El final de una guerra, y la Guerra Fría lo fue, necesariamente exige siempre pensar estratégicamente en relación con el orden que la sucede. Es verdad que el lado ganador goza del derecho que da la victoria, pero si no lo hace con sentido de equilibrio, entonces lo que habrá será un orden blando, cuestionado y crecientemente inestable. Fue lo que ocurrió tras 1919: luego de un efímero periodo de cooperación internacional, surgieron los reclamos de los vencidos que, además, marcharon juntos (Alemania, el principal derrotado, y la URSS, el derrotado por el derrotado y el marginado en Versalles).
Tras su victoria en la Guerra Fría, Occidente se comporta como los vencedores de 1918, y el trato a Rusia es como el que se proporcionó a la Alemania entonces. La ampliación de la OTAN es la principal manifestación de victoria sin estrategia pro-orden internacional.
Si hoy Maquiavelo nos acompañara se habría preguntado: ¿era necesario llevar la Alianza hasta las mismas puertas de Rusia?
No lo era si se hubiera apreciado la pauta territorial como baza de una nueva configuración entre Estados. Pero Occidente, sin considerar el pasado ni los sabios consejos de estrategas de Estado que desaconsejaron llevar la OTAN más allá de lo conveniente, optó por una "vía Cartago", es decir, por una decisión que evitara para siempre (como hizo el general Escipión cuando en la antigüedad conquistó la ciudad africana enemiga de Roma y sembró sal en los surcos) que una Rusia políticamente conservadora y geopolíticamente revisionista volviera a representar un reto a la preponderancia de Occidente.  
“Echar sal en los surcos de Rusia” por parte de la OTAN significa acabar con sus activos territoriales que siempre le significaron barreras geopolíticas y tiempo estratégico. Es decir, cuestiones que atañen a los intereses vitales de Rusia; por ellos Rusia fue a la guerra en 2008 en Georgia y en 2014 mutiló el territorio de Ucrania.
En esta cruzada de Occidente no interesan los equilibrios geopolíticos. Lo acaba de advertir el secretario general de la OTAN al rechazar el pedido de Moscú relativo con retirar la idea de invitación de adhesión de Ucrania: “La relación de la OTAN con Ucrania la decidirán los 30 aliados de la OTAN y Ucrania, y nadie más. No podemos aceptar que Rusia intente restablecer un sistema en el que las grandes potencias, como Rusia, tengan esferas de influencia”. 
Occidente (y Ucrania) no contempla ninguna diagonal, por caso, que Ucrania no forme parte de ninguna alianza política miliar y, sin llegar a un estatus de neutralidad, mantenga relaciones con ambas partes, como sucedía antes de que se iniciara el conflicto, cuando existía una interesante relación económica con Rusia. Esta posibilidad prácticamente ha desaparecido, por tanto, el conflicto adoptó un carácter irreductible. Es comprensible que Kiev quiera ser parte de todas las seguridades que proporciona Occidente; pero no asumir que por su ubicación está constreñida a mantener una calibrada diplomacia de deferencia le ha costado territorio y podría costarle mucho más. En ello reside su condición de "Estado-pivote".
En este conflicto no resulta muy útil detenerse en el tipo régimen o el liderazgo. La clave, en términos del desaparecido Kenneth Waltz, es considerar la estructura internacional, y ello, en esta singular región o “placa territorial”, significa no desbordar el mandato de la geopolítica y los necesarios equilibrios que ella reclama a los poderes, algo que no ha venido ocurriendo y que inquieta cada día más. 

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