La última fase de una gran rivalidad geopolítica
Por Alberto Hutschenreuter
En general, se considera que la discordia entre Rusia y Ucrania (hoy militarmente
enfrentadas en territorio de esta última) se precipitó tras los acontecimientos que
acabaron con la anexión o reincorporación de Crimea a la Federación Rusa. Desde
entonces, la insurgencia prorrusa en el Donbás, con asistencia de Moscú, se afianzó en las
autodenominadas repúblicas de Lugansk y de Donetsk, cuya independencia fue
reconocida recientemente por el Kremlin, previamente al lanzamiento de la "operación
militar especial" en Ucrania el 24 de febrero.
La llegada a la presidencia de Ucrania de Volodimir Zelenski en 2019, supuso en materia
de política exterior una posición cada vez más firme en relación con sumar
(eventualmente) el país de Europa del este a la OTAN. La consolidación de tal política (sin
alternativas) durante el último año implicó lo que podríamos denominar "Doctrina
Zelenski", la que su vez comportó un reto mayor a la "Doctrina Putin", es decir, la
determinación rusa relativa con evitar, si es necesario haciendo uso ascendente del poder
militar, que ex repúblicas soviéticas, particularmente Ucrania, se convirtieran en
miembros de la OTAN. Si bien hay varias razones en tal determinación, la geohistoria, la
geográfica y la geopolítica son las principales.
Ahora bien, más allá del enfoque de "securitización militar" pro-occidental de Kiev, es
necesario apreciar la situación actual dirigiéndonos más atrás de 2014; al final de la
Guerra Fría, cuando Occidente, es decir, Estados Unidos, rentabilizó su victoria por medio
de medidas cuyo propósito estratégico fue impedir que eventualmente una Rusia
restaurada se volviera un poder predominante en Eurasia. La nueva geopolítica era la vieja geopolítica.
La ampliación de la OTAN fue, sin duda, la principal de aquellas medidas. Y en ello no se
reparó en cuestiones como el equilibrio de poder u otras pautas internacionales de
seguridad. Si se hubiera reparado en tales pautas, las fórmulas de cooperación estratégica
alcanzadas durante los años noventa, por caso, el “Acta fundacional de relaciones mutuas
de cooperación y seguridad entre la OTAN y Rusia”, no habrían tenido el destino de
formalidad que finalmente tuvieron.
Tampoco se consideraron los consejos de grandes
expertos cuya raíz conservadora desaconsejaba la ampliación de la OTAN más allá de
Europa central. Quizá un mecanismo, digamos "OTAN plus", que alcanzara a los Estados
del Báltico, que jamás se identificaron con Rusia, y también a Rumanía y Bulgaria, tal vez habría sido suficiente.
¿Por qué no se consideraron autorizados consejos? Si el propósito occidental antes señalado, es decir, evitar el establecimiento de una recuperada Rusia conservadora,
nacionalista y geopolíticamente revisionista afirmada en la masa euroasiática, una concepción y acción geopolítica equilibrada no habría sido suficiente: era necesario una
geopolítica revolucionaria, es decir, que llevará el empuje de la Alianza a la "zona geopolítica reservada" de Rusia, los territorios de las ex repúblicas soviéticas, particularmente Ucrania.
En 2008 sucedió el primer intento occidental de mover piezas en esas zonas, pero la reacción de una Rusia que había reconstruido poder nacional y confianza desde la llegada
de Putin al poder fue categórica. En Georgia quedó claro que si las ex repúblicas consideraban que la independencia suponía un ascenso geopolítico ante Moscú, no había
nada más equivocado: ni siquiera durante la Rusia más débil de tiempos de Yeltsin el Kremlin dejó de aplicar en las ex repúblicas técnicas de poder que desalentaron cualquier
propósito relativo con desafiarla.
Por algún tiempo no se habló de nuevas ampliaciones de la OTAN, hasta que en 2013-2014 la situación política en Ucrania encendió alarmas geopolíticas en Rusia, que decidió
reincorporar (o anexar) Crimea (conquistada por Catalina la Grande en 1783) y unirla a la Federación.
La postura de afirmación nacional de Rusia proporcionó a Putin un aval social sin precedente. Rusia no sólo había sepultado al país extraño, débil y humillado de los años
noventa, sino que contaba con un líder dispuesto a todo para mantener distante al Occidente liberal-globalista y amparar los intereses de una Rusia nacional-civilizacional.
Pero Occidente no renunció al propósito relativo con acercar la OTAN a Rusia para debilitar las posibilidades de una eventual Rusia robusta y geoestratégica en Eurasia; por
ello, la oposición de Ucrania a Rusia fue funcional para mantener dichos objetivos.
La "guerra de baja intensidad" que tuvo lugar en el este de Ucrania desde 2014, implicó que Kiev no sólo estaba dispuesta a luchar por la recuperación de las autodenominadas República de Lugansk y República de Donetsk, sino también por la restitución de la
emblemática y estratégica península.
Para ello, Ucrania adoptó el modo económico soviético: inversión y mejora del sector de
defensa (con muy importante asistencia occidental) en desmedro de la economía civil o de
consumo, opción que, en parte, explica el mal estado de su economía durante todos estos años. En otros términos, Ucrania continuó sosteniendo el patrón histórico de oposición y desafío a Rusia.
Dos situaciones fungieron favorables para Occidente: por un lado, la ralentización de la economía rusa en los años previos a la pandemia, consecuencia en medida creciente de
las sanciones por Crimea; por otro, la llegada de Zelenski a la presidencia en 2019. A poco de asumir, el nuevo mandatario manifestó el deseo de que el país adhiriera a las
estructuras de seguridad occidentales, propósito que pronto se convirtió en alternativa única; asimismo, se debilitaron los nexos que se mantenían con Moscú en relación con
explorar otros posibles cursos para Ucrania.
Por último, la vuelta de los demócratas a la presidencia de Estados Unidos implicó la revigorización del ya viejo propósito estratégico iniciado en tiempos de predominancia
demócrata en ese país. Desde el enfoque demócrata, y particularmente del de Joseph Biden, Rusia no solo está gobernada por una autocracia conservadora y retadora, sino que no es un país como los demás, pues (desde siempre) predominan sus instintos geopolíticos revisionistas-expansionistas, por lo que es necesario hacerla entrar en
razones por medio de la fuerza; asimismo, es preciso separarla de Europa.
En 2021, los acuerdos de Minsk habían quedado muy atrás y regenerarlos, de acuerdo a los intereses rusos, implicaba la inclusión de cláusulas relativas con el renunciamiento (o al
menos una moratoria) de Ucrania para ser parte de la OTAN. Pero esa suerte de "Minsk III" no sólo no sucedió, sino que cuando la concentración de fuerzas rusas en torno a
Ucrania presagiaba el peor escenario, se reactivó una frenética diplomacia que abarcó
cuestiones que el propio Putin consideró interesantes, pero que en ningún caso hacían lugar a la "petición cero" rusa. Entonces, Moscú puso fin a la diplomacia y pasó a la
operación militar.
Desde el contexto seguido, es decir, la estrategia occidental que se inició con los “dividendos de la victoria” de la Guerra Fría, ¿podríamos conjeturar que la apresurada
decisión militar rusa de invadir Ucrania el 24 de febrero ha fungido favorablemente para los intereses de Occidente?
Frente a los hechos que han venido sucediendo, se podría responder afirmativamente. Al poner en marcha la intervención militar y avanzar hasta la fase cuatro de la misma, es decir, sobre todo el país de Europa del este, Rusia está determinada a lograr el control de la mayor parte del país, principalmente de su capital, y así lograr una ganancia geopolítica mayor: acabar con el reto de una Ucrania eventualmente en la OTAN, es decir, erradicar el
escenario de una Rusia colindante con la alianza política-militar.
Pero hasta el momento Rusia no ha logrado tal control; por tanto, aquí hay que hacer lugar a la conjetura relativa con la contingencia de ganancias geopolíticas por parte de
Occidente, a un alto precio humanitario en Ucrania y en la seguridad internacional, sin duda. Pero de ocurrir tal escenario, el propósito relativo con restringir las posibilidades de un control de Eurasia en clave rusa se incrementa sensiblemente.
En función de lo que hasta el momento Rusia no ha logrado en el terreno, el conjunto de medidas por parte de Occidente destinadas a castigar y aislar a Rusia supone cada día más
aislamiento para este país, aunque para autores como Martin van Creveld las sanciones no van a disuadir a los rusos. Pero la falta de resultados contundentes en la guerra
también implicará que una frustrada Rusia sume más acumulación y eleve sensiblemente el nivel de violencia para alcanzar la decisión, disposición que, consecuentemente, elevará el número de ucranianos y rusos caídos, es decir, eslavos caídos.
Si realmente Rusia ha evaluado en términos integrales las consecuencias de la intervención, entonces estaría dispuesta a ejercer la técnica del aislamiento internacional.
En el marco de concepciones geopolíticas que existen dentro de Rusia, ello supondría algo así como la adopción de un “conservadurismo aislacionista”, concepción defendida por
autores como Alexandr Solzhenitsyn, y desde la misma no se puede prescindir de Ucrania.
Pero en el siglo XXI, esa opción no solo sería riesgosa, sino que podría implicar que China, país en el que Moscú confía como el que suplirá a Occidente como importador de las
materias primas rusas, obtenga una cuota importante de influencia sobre Rusia. En estos términos, el especialista Evan Ellis considera que probablemente China emerja como el ganador del conflicto ruso-ucraniano.
En conclusión, la guerra entre Rusia y Ucrania necesariamente debe considerarse desde lógicas geopolíticas y de ganancias de poder. Su inicio viene de mucho antes de 2014 y se trata de una pugna basada en propósitos de poder de Occidente y Rusia, aunque correspondió a Occidente la decisión de marchar hacia el este y alterar el equilibrio
geopolítico (Thomas Friedman ha reflexionado recientemente sobre las responsabilidades
de Estados Unidos y la OTAN en esta “guerra de Putin”). Para el primero es primordial que
Rusia no se convierta en un poder hegemónico en Eurasia; para el segundo es imperativo
que la OTAN no se extienda a las ex repúblicas.
Es posible que Rusia se haya apresurado en utilizar sus capacidades militares para resolver
el conflicto. La decisión sorprendió a reputados especialistas. Ya van varios días de enfrentamiento y las medidas de punición podrían resultar casi catastróficas para la
economía rusa en menos tiempo de lo que se cree. Aunque no podemos saber si Rusia escalará el grado de violencia hasta aproximarlo al “modelo Grozny”, es decir, una
destrucción de magnitud, si finalmente Rusia no consigue que Kiev capitule, entonces la compulsa se inclinará hacia Occidente. En este contexto, ello no solo podría significar
problemas mayores para Rusia, sino que, como sostiene Mykhailo Minakov, podría ponerse en marcha el juego final para el mismo régimen de Putin en Rusia.
Más allá de las conjeturas, el desenlace de esta fase final de la rivalidad entre Occidente y Rusia comprometerá la cooperación y el multilateralismo. Al menos en lo que queda de los años veinte, las relaciones internacionales estarán atravesadas por la discordia y la desconfianza.
Referencias
Martin van Creveld, “Guerra en Ucrania”, Defensa y Seguridad, 26/02/2022,
https://deyseg.com/analysis/43
wL5CI_cyNxzzTjioGMdRqIszn8
Thomas L. Friedman, “Esta es la guerra de Putin, pero Estados Unidos y
la OTAN no son enteramente
inocentes”, La Nación, Buenos Aires, 23 de febrero de 2022.
Evan Ellis, “El impacto de la invasión rusa en el ambiente estratégico
global y en América Latina”, CEEEP,
Perú, 28 de febrero de 2022,
https://ceeep.mil.pe/2022/02/2
el-ambiente-estrategico-global
Mykhailo Minakov, “The War on Ukraine: The Beginning of the End of
Putin’s Russia”, Wilson Center, Kennan
Institute, February 28, 2022,
https://www.wilsoncenter.org/b
Etiquetas: geopolìtica
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