¿Un mundo amenazador o un mundo menos inseguro?
Por Alberto Hutschenreuter
Siempre ha sido un reto complejo (y hasta riesgoso) adelantar acontecimientos en materia de relaciones internacionales. La principal dificultad es la inexistencia de aquello sobre lo que pretendemos anticipar: el porvenir.
El historicismo consideraba que no sólo podía explicar lo que sucedía, sino también lo que sucedería. Sabemos que ello no es posible: para tomar una situación reciente, en 2020 un patógeno altamente contagioso colocó a la humanidad en un estado de fragilidad nunca experimentado. Si alguna vez otra enfermedad diezma la población al punto que el hombre tenga casi que "reiniciarse", concepciones historicistas como "el fin de la historia" podrían ser vistas casi como alucinaciones.
Sin embargo, a pesar de la complejidad, sí podemos considerar tendencias, y para ello contamos con los acontecimientos que están teniendo lugar y con aquellos que ocurrieron, es decir, la experiencia, la gran maestra de los tiempos, según las concepciones realistas en la disciplina.
Hay situaciones que ayudan a simplificar los análisis, pues, al establecerse determinados patrones y restricciones por parte de poderes preeminentes que pactan y acatan, los márgenes de situaciones fuera de control y hechos inesperados quedan reducidos. Precisamente, los regímenes internacionales proporcionan relativa estabilidad internacional e intraestatal: bajo un régimen entre estados, difícilmente hubiera tenido lugar una guerra como la de Siria; tampoco se habrían producido desequilibrios geopolíticos que provocaran confrontaciones como la que tiene lugar en Ucrania.
Pero cuando no existe régimen u orden internacional, como sucede desde hace tiempo en el mundo, realizar prognosis se vuelve un desafío de proporciones, pues no se cuenta con lógicas de previsibilidad. Más todavía sí existe, como hoy, un desorden confrontativo mayor, es decir, las relaciones entre los poderes preeminentes se hallan atravesadas por la discordia, la casi-guerra y hasta por la misma guerra, pues si bien en Ucrania confrontan Rusia y Ucrania, sabemos que ese no es el único anillo de choque.
En un contexto disruptivo como el actual, las posibilidades de alcanzar un orden en los próximos años no solo se ven bastante remotas, sino que nos encontramos casi frente a lo que se denomina un "elefante negro", es decir, una situación visible para casi todos, ante la que nadie quiere hacerse cargo aun sabiendo que la misma tendrá consecuencias devastadoras.
El diplomático español Jorge Dezcallar sintetiza con mucha precisión lo que venimos diciendo cuando sostiene que se va afirmando un sistema mundial que acentuará la incertidumbre y la inestabilidad globales: un sistema multipolar que no tiene ninguna de las características de un sistema multilateral. Si este último "se basa en normas y en reglas claras de comportamiento, en la cooperación entre los países, en alianzas, en la existencia de foros potentes donde tratar temas de interés común y de instancias internacionales respetadas por todos para solventar las disputas que puedan surgir, el sistema multipolar no tiene ninguna de estas características. En él, los países compiten entre sí, las normas se discuten, son inexistentes o pierden fuerza coercitiva, se imponen con descaro los intereses nacionales egoístas, prima el proteccionismo, se levantan barreras al comercio e incluso se desencadenan guerras comerciales , no hay foros internacionales para resolver controversias o están muy debilitadas, como le ocurre hoy a la OMC, y, en definitiva, se instaura una especie de ley de la selva donde cada uno va a lo suyo y el pez grande se come al pez chico".
Será difícil, al menos en lo que resta de la década, que el curso de las relaciones internacionales se aparte de esta lógica de fisión geopolítica. Una mirada a los hechos actuales, desde Ucrania a la zona del Índico-Pacífico, pasando por Europa, la energía, el Ártico, Taiwán, China-Estados Unidos, la rivalidad tecnológica, el gasto militar, la desglobalización, la militarización del espacio, las doctrinas estratégicas, etc., no dejan mucho margen de dudas.
Además la casi inexistencia de escenarios con base en el optimismo significa que la realidad no proporciona datos que permitan trabajar en esa perspectiva.
Sin embargo, hay enfoques que, desde el propio realismo, estiman posible alcanzar un principio de orden o configuración que permitan que las relaciones internacionales se mantengan relativamente estables.
En este sentido, resultan pertinentes las reflexiones del experto alemán Marc Saxer en relación con un eventual curso de las relaciones entre Estados Unidos, China y Rusia hacia cierta convergencia por conveniencia, particularmente del segundo.
Para el especialista, el propósito estadounidense es desangrar a Rusia, derrocar a Putin y advertir a China que mantenga sus manos fuera de Taiwán. China nunca se mostró demasiada interesada en la ofensiva rusa sobre Ucrania, pues su enfoque e interés es centralmente económico o, mejor dicho, de serenidad económica. Es decir, en Pekín hay desacuerdo sobre si realmente es conveniente para el país “desaparecer” tras una nueva Cortina de Hierro junto a una paria y debilitada Rusia. Ello no beneficiaría mucho a China.
“En cambio, acaso sería mejor examinar juntos cómo podría ser un orden multilateral basado en reglas, uno que proporcionaría un marco dentro del cual los intereses centrales y las preocupaciones de seguridad de todas las potencias pudieran negociarse y reconciliarse pacíficamente. Quienes piensan que esto no es realista deberían recordar la última parte de la Guerra Fría: entonces, también tuvo éxito la cooperación entre rivales sistémicos dentro del marco de reglas básicas acordadas”.
Las consideraciones no dejan de ser interesantes, aunque no parece que hoy sea de interés de los tres, particularmente de Estados Unidos y Rusia, tomar ese camino. Aunque ya no puede regir unilateralmente el mundo, Washington mantiene una política exterior activa frente a sus dos rivales; Rusia no puede ser derrotada en Ucrania, pues ello implicaría no solamente el posible fin de Putin, sino el descenso estratégico de Rusia, y China se encuentra en ascenso estratégico, incluso en lo que siempre ha sido una dificultad: proyectar poder e influencia suave. Además, en la última parte de la Guerra Fría, China no era la que es hoy y la entonces URSS ya no estaba en condiciones de competir.
Se trata de dos tendencias bastante opuestas, pero no parece que otras finalmente se impongan por encima de estas dos. Una tercera que implique una mixtura entre ambas difícilmente vaya a perdurar y aportaría (mientras) poca seguridad; y una cuarta basada en una afirmación del modelo institucional, ya sea “onusiano” o europeo, es prácticamente inviable, menos aun con la crisis y guerra en Ucrania, donde el activo mayor de una potencia institucional o normativa, su diplomacia, nunca estuvo a la altura de los hechos.
En breve, así vamos transitando la tercera década del siglo XXI, sin régimen internacional, con seis impactos desestabilizantes (11-S, crisis financiera de 2008, Ucrania-Crimea 2013-2014, pandemia global, guerra interestatal y rivalidad mundial entre patriotas y globalistas). Claramente, más que nunca es necesario un gran acuerdo interestatal que sea el umbral de una configuración
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