viernes, septiembre 29, 2023

La geopolítica por todas partes

 Por Alberto Hutschenreuter





Hace poco más de treinta años, algunos pensadores decretaron el fin
de varias disciplinas y actividades. Se trató de algo bastante
habitual, pues casi siempre que un ciclo internacional va llegando a
su final surgen enfoques que nos adelantan cuál será el escenario que
nos aguarda y qué podremos esperar del mismo.


 Pero cuando la Guerra Fría llegó a su fin y la URSS se desplomó, hubo
un "exceso de certidumbre" sobre el rumbo del mundo. No sólo
predominaban conjeturas de colores, como las relativas con los bloques
comerciales, la justicia internacional y la aldea global, sino que no
pocos expertos consideraron que había llegado el momento terminal de
múltiples temáticas.


 Por supuesto, la geopolítica, una disciplina nacida hacía menos de un
siglo, fue una de las que más sufrió el impacto de esa arrogancia
intelectual, y así fue que se determinó "el fin de la geopolítica". A
partir de entonces, la geopolítica pasó a ser todo menos política y
territorio, es decir, era todo menos geopolítica, pues si hubo un
retorno de la geopolítica tras el final del bipolarismo, como se
sostuvo, ese retorno implicó la desnaturalización de la disciplina.


 Además, al tratar intereses de los Estados en relación con el
territorio, la geopolítica era incompatible con el "régimen" de la
globalización que trataba sobre la complementación geoeconómica de los
Estados, hecho que redundaba en el interés o ganancia de todos.


 En los noventa, la globalización fue un fenómeno tan extendido como
totalizante, de modo que solo podían ser aceptadas aquellas realidades
y situaciones que fungían favorables a la misma. En su sentido
tradicional, claramente la geopolítica no tenía lugar en ese nuevo
escenario.


 Sin embargo, mientras la globalización predominaba, en el sur de
Europa no solamente predominaba la geopolítica en la disgregación de
Yugoslavia, sino que lo hacía desde sus términos más deletéreos:  la
concepción suelo-racial, como sucedió en la Srebrenica, Bosnia, "zona
protegida" por la ONU donde miles de personas pertenecientes a la
etnia bosnia-musulmana fueron masacrados por grupos paramilitares
serbios.


 En paralelo ocurrían otras situaciones de cuño geopolítico en
distintas partes del mundo. Pero fue acaso el mismo proceso de
globalización el caso más categórico de geopolítica ejercida por otros
medios, es decir, captación de mercados (los territorios de la
globalización) a escala global. La propia doctrina estratégica de la
principal potencia del mundo se refería a ello, una concepción basada
en una "geopolítica suave".


 Finalmente, la década y el siglo se cerraron con un hecho
categóricamente geopolítico, la ampliación de la OTAN, un hecho que
con el tiempo tendría serias consecuencias, y el siglo nuevo despuntó
con un acontecimiento geopolítico, la actividad del terrorismo
transnacional a escala global y perpetrando ataques sobre el
territorio más protegido del planeta.


 En los años siguientes, la geopolítica no sólo continuó siendo la
geopolítica, sino que se ampliaron actividades de los Estados en el
espacio exterior, hecho que Everett Dolman ha denominado
“Astropolitik”, y se sumó el inconmensurable "territorio" de las
redes. Asimismo, también se afirmó la cuestión relativa con los
territorios ancestrales, es decir, territorios relativos con las
identidades y pueblos.


 Por ello, no fue un acierto sostener que tras la anexión o
reincorporación de Crimea por parte de Rusia hubo un  "retorno la
geopolítica", pues nunca podía estar de vuelta aquello que jamás se
había marchado. Es cierto que el escenario internacional se deterioró
sensiblemente a partir de aquel acontecimiento, pero las cuestiones
asociadas con intereses, territorios y poder eran una constante desde
principios de los años noventa, cuando la geopolítica de tiempos de
Guerra Fría dejó de estar centrada en las ideas y prácticas de los dos
polos, para diversificarse o pluralizarse sin que por ello sufriera
cambios en sus términos esenciales.


 La pandemia no implicó ningún cambio de valores relativos con un
estado internacional de colaboración extendida, y durante la infección
global la geopolítica no sufrió cuarentena alguna. Más todavía, en
paralelo a la cooperación internacional se registró una rivalidad que
dio lugar a dos nuevos conceptos: por un lado, la “geopolítica de las
responsabilidades”, esto es, marcar al causante del virus; por otro,
la "geopolítica de las vacunas", esto es, una situación de pugna entre
los poderes por lograr ganancias regionales, continentales y globales
en términos de influencia.


 Poco tiempo después ocurrió la invasión rusa a Ucrania (una operación
defensiva desde la concepción doctrinaria de Moscú) y comenzó la
guerra, otro fenómeno que, como la geopolítica, es una regularidad en
la historia. Ninguna de las "dos G" retornan: siempre están.


 Hay geopolítica por todas partes, incluso en aquellos sitios con poca
tradición de enfrentamientos interestatales, por caso, América Latina,
donde el retroceso de la complementación geoeconómica reduce las
posibilidades de la región como actor relevante en el mundo. En buena
medida, ello se debe a que en la región sí hay un retorno de la
geopolítica, hecho que se constata en el fortalecimiento de las
soberanías nacionales.


 Más allá, las cuestiones internacionales e interestatales con anclaje
en la geopolítica son numerosas. Desde la placa que se extiende entre
el Báltico y el Mar Negro-Cáucaso hasta la placa del
Indo-Pacífico-Nor/Asia, pasando por la del Mediterráneo
oriental-Oriente Medio-Golfo Pérsico y la franja del Sahel, los
intereses políticos con sentido territorial son abrumadores.


 Se trata de una realidad completamente opuesta a una configuración
internacional, pues el estado de tensión, conflictos latentes y
choques intermitentes (como los que suceden entre India y Pakistán o
entre China e India por cuestiones categóricamente territoriales)
supone un desorden internacional y mundial disruptivo.


 No obstante la fuerte concentración de temas con base en el factor
político-territorial, hay perspectivas que tienden a relativizar dicho
factor como consecuencia del ascenso de la conectividad, la
inteligencia artificial, las nuevas ideas y hasta la denominada
"geopolítica de las partes compartidas". De allí que se hable de una
"geopolítica constructivista”, pues con aquellas cuestiones en ascenso
el territorio o el “engaño territorial” sucumbirán a la necesaria
cooperación internacional.



 Pues bien, como advierten Angela Kane y Wendell Wallach, no se sabe
cómo la IA, para tomar lo principal en materia de cambio de escala y
potencialidad, transformará la geopolítica y las relaciones
internacionales. Pero los escenarios no colocan demasiado el acento en
la ética y la cooperación, pues se considera que la IA contribuirá a
nuevas formas de inequidad. Asimismo, se aprecia que el
posicionamiento de compañías tecnológicas implicará tensiones entre
éstas y los Estados (es lo que Ian Bremmer denomina “tecnopolaridad”).
Por último, la IA aumentará sensiblemente la utilización del
“territorio” digital con fines relativos con la manipulación intra e
internacional.



 Concluyendo, sin duda que están ocurriendo cambios en el mundo. Es la
primera vez que la humanidad se encuentra frente a un horizonte
verdaderamente nuevo e incierto. Pero más allá de las expectativas que
despiertan los “nuevos tópicos”, lo que difícilmente suceda en las
próximas décadas son cambios relacionados con los intereses, las
ambiciones, las rivalidades, el poder y el Estado. Es decir, nada
neutral ocurrirá en la política internacional; y ello supone,
seguramente a través de otros medios y bajo otra naturaleza, la
continuidad de la geopolítica.

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