Nueva presidencia en Argentina: que la "economía primero" no signifique la "geopolítica por último"
Por Alberto Hutschenreuter
Sin duda, las complejas dificultades internas que afronta la Argentina exigen que el gobierno encabezado por el liberal Javier Milei se concentre en ellas con el fin de desplegar políticas y estrategias superadoras. Nunca antes en el país el desafío doméstico fue tan abrumador. Se trata de una crisis multidimensional (lo que hoy denominan “policrisis”) que llevará mucho tiempo de gestiones inteligentes y resolutivas.
No obstante, ello no debe subestimar y "lateralizar" el frente relativo con los retos internos y externos de cuño geopolítico que acechan y asechan (así, en las dos acepciones de la palabra) a un país que es como todos pero con características diferentes a la mayoría. Es decir, Argentina es un miembro de la comunidad de Estados del mundo, es sujeto de derechos y obligaciones internacionales y su propósito es, siguiendo la Carta de la ONU, trabajar por la paz y seguridad internacional.
Pero Argentina posee un particularismo geopolítico dado por su extensión, ubicación y riquezas naturales. En el léxico de la geopolítica califica en el selecto lote de "países-continentes". Como Brasil, Estados Unidos, China, India, Australia, Rusia, Argelia, Canadá o Arabia Saudita, territorialmente Argentina se "desmarca" de los demás. El rango es por demás interesante, pues en la Unión Europea, por ejemplo, no hay un actor con esa condición.
Sin embargo, hace tiempo que la visión estratégica del país no se encuentra a la altura de esa condición. En general, esos países son o tienden a ser geoestratégicos, es decir, no sólo ostentan el rango de centros o pivotes geopolíticos por tamaño y ubicación, sino que proyectan influencia y poder regional, continental y hasta global. En otros términos, han construido poder agregado o poder nacional (términos que inexplicablemente fueron desterrados) acorde a su condición. Y desde fuera, inspiran deferencia por parte de los demás actores.
Esa falta de visión lleva a que Argentina sea un actor geopolíticamente anómalo. Posee extensión terrestre, oceánica y aérea, pero desarrolla un insuficiente poder en los tres territorios en relación con su resguardo como así con su rentabilización estratégica y su capacidad de proyección. En ninguno de los demás actores-continentes existe esta curiosa y peligrosa situación anti-geopolítica o de "no relación" entre política, interés y territorio.
Si a esos territorios clásicos de la geopolítica sumamos los "nuevos territorios" de la disciplina, es decir, el inconmensurable espacio digital, el espacio exterior y el “territorio” de las denominadas tecnologías mayores, la situación se vuelve más inquietante. Es pertinente recordar aquí el trabajo realizado por Luis Schenoni y Andrés Malamud sobre el sensible ascenso tras la pandemia, el más pronunciado del mundo, de la irrelevancia estratégica de América Latina en esos segmentos.
Consideremos brevemente algunas situaciones generales y particulares en las que se sostiene esta anomalía geopolítica argentina.
En primer lugar, existe dificultad para comprender que en política internacional nada es neutro. Aunque una situación se presente como fuente de oportunidades, siempre encierra una lógica de poder, es decir, ganancias para algún actor y pérdidas para otro. Acaso el mejor ejemplo es la globalización: desde Argentina se la ha asociado casi únicamente con posibilidades, pero casi nunca con un proceso estratégico que tiende a socavar el ejercicio de soberanía. En su momento, el francés Jean-Marie Guéhenno se refirió al efecto de "desentermediación política" que causaba la globalización dirigida (durante los años noventa) al separar la función protectora del Estado sobre su sociedad, quedando ésta inerme frente al fenómeno de poder. Difícilmente la "mano invisible" del mercado se ocupe de esta vulnerabilidad “suave” que supone una geopolítica "por otros medios".
Asimismo, un tercer ciclo de globalización, es decir, el que venga tras el de los años noventa y el de tiempos de pandemia, pospandemia e impactado por la geopolítica, podría no basarse en procesos sutiles y ser mucho más asertivo en relación con acceso a recursos estratégicos y, por tanto, restricción de soberanías. No nos referimos a un imperialismo directo (que bien podría ocurrir) sino a afirmaciones y extensiones geoeconómicas por parte de poderes mayores cuyo movimiento de fichas siga el modo geoeconomía-geopolítica-amparo militar (bastante de ello se puede ver en la proyección de China en Asia del Sur y África).
En relación con el imperialismo directo, esto es, poderes mayores o alianzas político-militares proyectándose militarmente sobre áreas estratégicas soberanas, hay países (por caso, Brasil) que realizan o realizaron hasta no hace mucho tiempo ejercicios militares basados en esa hipótesis que confronta a actores con capacidades asimétricas.
La proyección de poder de actores de escala posiblemente vaya a reafirmarse conforme el escenario internacional se mantenga sin configuración, es decir, la competencia entre aquellos por posicionarse será mayor y más directa, situación que implicará presión sobre actores con bajo grado de poder nacional. En relación con ello, resulta pertinente lo que señala el Global Risks Report 2023 elaborado por el World Economíc Forum:
La fragmentación geopolítica impulsará la guerra geoeconómica y aumentará el riesgo de conflictos multidominio. La guerra económica se está convirtiendo en la norma, con enfrentamientos cada vez mayores entre las potencias globales y la intervención estatal en los mercados. Las políticas económicas se utilizarán de manera defensiva, para reforzar la autosuficiencia y la soberanía de las potencias rivales, pero también se desplegarán cada vez más de manera ofensiva para limitar el ascenso de otras.
La cuestión climática ya tiene, pero tendrá mayores consecuencias en la dimensión de la seguridad de los recursos, pues, como advierte el informe citado, la crisis en el segmento medioambiental podría provocar una escasez de recursos (alimentos, metales, agua y minerales). En este contexto, se afirmaría el escenario relativo con un ciclo imperial por suministros, cobrando más importancia no sólo el accionar de poderes mayores, sino el de las alianzas político-militares con "derechos" para asegurar acceso a fuentes estratégicas.
En estos términos y en este cuadro, es pertinente tener presente que América Latina y la gran “cuba” del Atlántico Sur, un océano aparentemente "quieto", podría convertirse en un escenario de puja entre Occidente y China, muy presentes geoeconómica y militarmente en estos escenarios (sólo considérese que los tres principales poderes de la OTAN, Estados Unidos, Francia y Reino Unido, se encuentran en el subcontinente, en el océano y en la Antártida).
Asimismo, la insuficiencia de Argentina en materia de tecnologías mayores y proyección espacial podría no sólo volverla dependiente de un actor mayor, sino convertirse en escenario de discordia y tensión entre potencias rivales, sobre todo si la estructura de poder internacional afirma su tendencia bipolar.
Finalmente, así como planteamos riesgos provenientes de afuera, es necesario plantear los provenientes del interior. Básicamente, si bien se pueden considerar otros, podemos referirnos a tres.
Por un lado, no se pueden descartar escenarios de discordias nacionales mayores. En una de sus últimas conferencias, a fines de 2021, el profesor Carlos Fernández Pardo se refirió al posible "regreso" de confrontaciones civiles en países de América Latina.
Por otro, el fracaso de la integración, es decir, la continuidad del fuerte sentimiento soberanista y nacionalista en la región. Hasta hoy, ni el tradicional bajo nivel de confrontación militar interestatal, ni la vigencia de regímenes democráticos han implicado un automatismo con el orden, es decir, con lo que podemos denominar paz.
Por último, el incremento del accionar de los denominados poderes fácticos es otro reto hasta hoy no superado. Una de las realidades más impactantes en la región en lo que llevamos del siglo XXI es el desfondamiento del pacto social entre gobernantes y gobernados como factor que acaba fomentando el crimen organizado, el que a su vez termina socavando por "todos lados" la autoridad del Estado, como muy bien lo advertía James Rosenau hace tres décadas.
La economía primero es verdad, pero no dejemos por ello de reflexionar sobre los desafíos geopolíticos en un mundo sin orden, con muy bajo multilateralismo, en estado de tensión interestatal ascendente, con escenarios de guerras y sin ideas sobre cómo salir de allí.
En este contexto, la advertencia de Henry Kissinger cobra enorme vigencia: "Tarde o temprano, la historia castiga la frivolidad estratégica".
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