¿Se espesa la niebla de la guerra en Ucrania?
Por Alberto Hutschenreuter
Durante los últimos días se produjo una "fuga hacia delante" en la guerra que tiene lugar en Ucrania, pues hubo voces y hechos que podrían terminar de excluir la lógica de la diplomacia y afirmar la lógica de la escalada de violencia.
Tanto desde Rusia como desde Occidente, es decir, el segmento estratégico de la guerra en Ucrania, los mensajes provenientes desde las mayores autoridades como asimismo los hechos que en paralelo sucedieron, por primera vez han empujado más la confrontación hacia un escenario casi irreductible, el peor sin duda de los posibles cursos. Es decir, el escenario donde (todas) las partes van soltando los amarres que todavía sujetan la confrontación a posibles salidas negociadas, para buscar la victoria final de una de las partes.
Un escenario de confrontación irreductible implica que otros posibles cursos se cierren, por caso, el de una salida sin victoriosos ni derrotados, es decir, un equilibrio entre la posibilidad geográfica y la imposibilidad geopolítica para Ucrania, y la posibilidad geopolítica y la imposibilidad geográfica para Rusia. Ello, básicamente, significa que Kiev marche finalmente hacia Occidente, pero "pagando" el precio territorial, mientras que Moscú lograría un poco de profundidad estratégica frente a una OTAN en sus adyacencias.
Hay que reconocer que este esquema es complejo, pues Ucrania no está dispuesta a realizar tal sacrificio; además, la desconfianza relativa con los propósitos de Moscú es muy grande. Por último, ello significaría un categórico golpe al derecho internacional y una muy precaria seguridad en el futuro.
Pero si se agota la asistencia occidental, difícilmente Kiev pueda sostener la guerra. Incluso si llegara a contar con asistencia, deberá hacer frente a la falta de soldados. De modo que podría ser la parte que termine por "capitular".
Ahora, sucede que Europa parece haber despertado de su largo letargo antigeopolítico y parece decidida a evitar el desmoronamiento de Ucrania. Europa cada vez se muestra más firme en impedir que Rusia logre consolidar ganancias. Consideremos los siguientes hechos: el audio en el que el mismo Inspector de la Fuerza Aérea de Alemania conversa con otras altas autoridades de la Bundeswehr sobre la necesidad de suministrar misiles de alta precisión Taurus (de un rango de 500 kilómetros) para atacar el "puente del este", que no puede ser otro que el Puente de Kerch que une el territorio de la Federación Rusa con la península de Crimea; los dichos del presidente Emmanuel Macron sobre un eventual envío de efectivos a Ucrania; en paralelo al mayor ejercicio que realiza la OTAN desde el fin de la Guerra Fría, esta semana la Alianza inició las maniobras militares Nordic Response 2024 al norte de Noruega, Finlandia y Suecia, cerca de la frontera rusa; en clave casi alarmante y con el horizonte electoral en Estados Unidos, se levantaron voces en Europa en relación con la construcción de una capacidad de respuesta puramente europea para "recuperar" los "treinta perezosos", como los denomina el británico François Heisbourg a las tres últimas décadas durante las cuales Europa continuó apacible en su zona de confort estratégico; recientemente, Europa amplió sanciones a Rusia, etc.
Resulta curioso que sea Europa la que se muestre más proactiva que Estados Unidos en continuar y aumentar la asistencia a Ucrania, sobre todo en un momento de fatiga de guerra y con tenues señales de disposición a conversaciones. Más todavía, sea Europa la que por su condición de potencia normativa no intente blandir su mayor activo desde esa calidad de actor internacional distintivo: la diplomacia.
Sin duda que Europa debe estratégica y geopolíticamente pensarse a sí misma si verdaderamente aspira a ser potencia cabal y trabajar por un robusto marco de seguridad continental. Pero acaso la situación no es para afirmar el "momento estratégico europeo", como lo denominó George Friedman, sino para intentar un cese de la violencia, alguna tregua, congelamiento, moratoria, pues de lo contrario podría no solo continuar la guerra, sino sufrir un escalamiento. Y una escalada de la guerra podría volver realidad los escenarios más temidos, es decir, la extensión del teatro bélico y, muy posiblemente, el descenso de lo que hasta hoy ha sido el segmento estratégico de la guerra, la confrontación latente entre Occidente y Rusia, hacia segmento táctico. En semejante escenario, el número de muertos y heridos se elevaría hasta el paroxismo.
En breve, pareciera que se espesa la niebla en la guerra, pero no en el sentido de confusión al que se refería Clausewitz en su gran obra, sino en el sentido de complejidad sobre el rumbo de la guerra. La confrontación se encuentra en un punto muerto engañoso. Es cierto que ninguna de las partes puede imponerse totalmente a la otra, pero la violencia prosigue. En este cuadro, tres escenarios se despliegan: continuidad militar especulatoria, cese (precario de fuego, pero cese al fin) y radicalización de la guerra, casi un Armagedón otra vez en Europa.
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