viernes, abril 01, 2022

El difícil camino para alcanzar la "no guerra" entre Rusia y Ucrania

 

Por Alberto Hutschenreuter







En momentos de escribirse estas reflexiones, 31 de marzo de 2022, Rusia anunció una desescalada militar en las regiones de Kiev y Tcherniguiv.  Aunque ya ha sucedido que ambas partes anunciaron que podían estar cerca de un acuerdo y luego nada pasó, las conversaciones
que tiene lugar en Estambul, considerando la situación en el terreno,podrían estar relativamente cerca de alcanzar un estado de "no guerra" entre las partes.

"No guerra" sería el posible umbral para un acuerdo que ponga fin a la guerra sobre la que no existen cifras confiables del número de muertos y heridos. Disponemos sí de cifras relativas con la dimensión humanitaria del conflicto (más de cuatro millones de ucranianos
abandonaron el país, más otra gran cantidad de civiles desplazándose dentro del convulso país). Pero en otras cuestiones vinculadas a operaciones, ataques, control de ciudades, centrales atómicas, propósitos, entre otras, la información siempre es dudosa o tendenciosa.

Un estado de "no guerra" supone que en el territorio, aún lográndose un cese de la confrontación, predominará una precaria situación que no será de guerra pero menos aun de paz. Incluso en caso de que al cese
siga un acuerdo ampliado en temas y actores que satisfaga a las partes, hecho que requerirá las mejores voluntades, el estado de "no guerra" persistirá.

Hay varias condiciones mayores que exige Moscú: por un lado, la adopción por parte de Ucrania del estatus internacional de neutralidad, hecho que supone que el país, por Constitución, no formará parte de ninguna alianza político-militar ni dispondrá de armas nucleares (en la última Conferencia de Seguridad de Múnich,
irresponsablemente el presidente Zelensky deslizó que en el futuro Ucrania podría poseer armas nucleares); por otro lado, el reconocimiento de las repúblicas de Lugansk y de Donetsk y la aprobación de una legislación territorial que proporcione un importante grado de autonomía a los óblast del este (en los que se encuentran las repúblicas); finalmente, el reconocimiento de Crimea como territorio de la Federación Rusa.

En cuanto a las demandas de Ucrania, las mismas implican el cese de los ataques, el retiro de las fuerzas rusas del territorio, la garantía de seguridad para una eventual neutralidad y el reconocimiento de la integridad territorial de sus fronteras internacionalmente reconocidas.

Como se puede apreciar, se trata de condiciones muy encontradas por parte de ambos.

Pero también Occidente tendrá que proporcionar algunas medidas, particularmente en relación con dar por terminado el proceso de ampliación de la OTAN al este y sur de Europa. Asimismo, aunque sea reluctante a ello, Occidente deberá alcanzar con Rusia acuerdos de
efectividad real en materia de seguridad continental. En los años noventa se lograron pactos entre ambos, aunque los mismos acabaron siendo formales, es decir, nunca Rusia fue tratada como parte con la que había que mantener consultas en cuestiones relativas con deterioros en el campo de la seguridad y en materia de conflictos
(recordemos, por ejemplo, el Acta fundacional sobre las relaciones mutuas de cooperación y seguridad entre la OTAN y Rusia firmada en 1997, y también recordemos Kosovo).

Finalmente, por su propia supervivencia y la de "los demás", Estados Unidos y Rusia deberán retornar a la mesa de conversaciones en cuestiones relativas con armas de rango intermedio (siempre desestabilizantes para las "cortas distancias" que existen entre Portugal y la parte europea de Rusia, y en cuestiones que reparen posibles desajustes (por abandono de tratados) que podrían haber "fisurado" el necesario equilibrio nuclear.

Pero será complejo avanzar en estos acuerdos. La invasión u operación militar rusa se debió, ante todo, a la situación que venía ocurriendo en el este de Ucrania, como de manera impecable lo analizó el experto suizo Jacques Baud. Asimismo, la invasión fue también en respuesta a
la "Doctrina Zelensky", es decir, a la decisión del mandatario
ucraniano de llevar el país a la OTAN como única opción de seguridad; finalmente, fue también una respuesta a la política de Occidente de continuar asediando a Rusia.

Por supuesto, nada de esto exime al régimen ruso de su responsabilidad por agresión y violento atropello del principio de integridad territorial. Pero hace bastante tiempo que Rusia venía demandando 
garantías a la OTAN en relación con no llevar adelante nuevas incorporaciones, es decir,  que se respetara el principio internacional de seguridad indivisible (que la Alianza siempre sostuvo que había que defender). Nunca hubo una respuesta firme, ni siquiera
se plantearon iniciativas (como una moratoria)  cuando era inminente la decisión rusa de invadir Ucrania (tal como lo anunciaba una y otra vez el presidente Biden).

En Ucrania ocurrió una tragedia innecesaria. No falló la diplomacia: antes del 24 de febrero no hubo voluntad de respetar la geopolítica a través de ese gran activo internacional, pues hacerlo habría
significado conceder a Rusia ganancias de poder, algo que para el ganador de la Guerra Fría y para los institucionalistas- liberales internacionalistas del ala dura del Partido Demócrata era inadmisible.
Para estos sectores, no existe otro modo de enfocar a Rusia que no sea como un actor conservador, geopolíticamente revisionista, anti-occidental y retador de todo orden internacional.

En el mejor escenario, podría detenerse la guerra y, como decía Churchill, "hablar, hablar y hablar". Pero por no poco tiempo persistirá entre Ucrania y Rusia una delicada situación de "no guerra". Y  también entre Occidente y Rusia, el nivel estratégico o superior que mucho debe considerarse si queremos comprender esta 
crisis en su génesis, proceso y presente.

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