El mundo después de la guerra: ¿cooperación o la peor de las tormentas?
Por Alberto Hutschenreuter
¿Puede haber algo peor que la falta de un orden internacional? Probablemente sí: un orden internacional excluyente y fragmentado, es decir, una configuración entre Estados preeminentes que excluyen y penen a otros porque estos últimos han sido responsables de una guerra o bien porque sostienen una concepción que desafía dicho orden.
No hay que pensar demasiado para retrotraernos un siglo atrás y recordar el orden de Versalles, el primer gran intento internacional de sostener la paz y seguridad mundial desde una base de percepción colectiva frente a eventuales amenazas.
Pero se trató de "una paz de vencedores", como la definió Gueorgui Chicherin, el entonces ministro de Exteriores de Rusia, pues implicaba que la derrotada Alemania debería pagar su "responsabilidad de guerra", y Rusia, derrotada por la finalmente derrotada y bajo el poder revolucionario bolchevique retirada de la guerra, no sería parte de dicha paz.
Con estas exclusiones y (más tarde) el retiro de Estados Unidos de la Sociedad de las Naciones, el orden perseguido solo perduraría hasta que comenzaran a impactar en él las inestabilidades propias de su mal diseño. Es cierto, como sostiene Margaret MacMillan, que hubo unos pocos años de cooperación internacional, pero si no había un cerrado compromiso de las potencias europeas para garantizar la seguridad, los "parias" de Versalles, fundamentalmente Alemania, buscarían por las suyas la reparación y reubicación internacional.
Más todavía, esos actores excluidos, Alemania y Rusia, regresarían juntos al mundo a partir de 1922 y mantendrían una larga asociación que Alemania rompería violentamente en junio de 1941.
Este muy rápido panorama sobre un orden internacional disruptivo que finalmente colapsó de la peor manera, resulta pertinente en relación con el posible orden que seguirá al desenlace de la guerra que tiene lugar en Ucrania como consecuencia de la invasión rusa, la que, más allá de lo desmedida y violatoria del principio internacional de integridad territorial, necesariamente hay que considerarla en términos del segmento estratégico superior, esto es, la crisis entre Rusia y Occidente, y del segmento local, es decir, los sucesos en la región del Donbass.
No podemos saber cuándo acabará esta confrontación, e incluso aun logrando un cese de fuego la situación no será de paz sino de una tensa y precaria "no guerra". Lo que sí posiblemente suceda es que las relaciones entre estados continúen desde una lógica de exclusión internacional de Rusia en la que probablemente seguirían y se incrementarán las puniciones (el desacople energético de Europa de Rusia pareciera ser una cuestión de tiempo).
En estos términos, la construcción de un orden tendrá bases frágiles y será cuestionado por el principal excluido; además, Rusia buscará incrementar vínculos con aquellos que rivalizan con Occidente o mantienen reservas frente a éste; es decir, profundizará el "curso asiático" de su política exterior como bien advirtieron especialistas de ese país tras el caso Navalny en 2020, hecho que marcó un punto de inflexión en las relaciones de Europa (particularmente de Alemania) con Moscú.
Hoy se pueden encontrar semejanzas con el orden internacional que se intentó construir tras la Primera Guerra Mundial: una guerra en Europa (Ucrania), un responsable (Rusia) otro que acrecentó su desafío (China), ambos que se acercan, y una superpotencia que impulsa las puniciones (Estados Unidos). Pero para mantener a Estados Unidos en esta analogía es necesario agregar otro momento del siglo XX: la primacía estadounidense tras el final de la Guerra Fría.
El experto estadounidense Robert Kagan sostiene que hoy, con lo que ha sucedido en Ucrania, es el momento en el que Estados Unidos podría reducir la gravedad de los desafíos que plantean Rusia y China. Y recuerda que por no hacerlo en los años veinte y treinta se produjo la agresión de Alemania, Italia y Japón, la que no fue controlada hasta que Alemania invadió Polonia en 1939. Kagan agrega que no hacerlo en los últimos años llevó a Putin a tomar Crimea. En breve, para este reputado neoconservador, Estados Unidos debe impedir que Rusia y China (desde su enfoque dos actores invariablemente revisionistas y retadores) “tomen los caminos imperiales que tomaron aquellos países”.
Frente a esta posible "tentación de la primacía" por parte de Estados Unidos, Esteban Werthein, otro especialista estadounidense, considera que dicha eventual tentación debería abandonarse, pues Estados Unidos ya no ostenta el poder que tenía en los años noventa, y advierte que tal intento significaría que este país lleve adelante una doble contención, en Europa y en Asia, una estrategia que exigiría incrementar sensiblemente el gasto de defensa.
Werthein concluye diciendo que, si Estados Unidos adopta el curso de la primacía, ello supondrá incrementar las sanciones con el riesgo de desencadenar una recesión mundial o provocar un nuevo ciclo de estanflación. Es decir, la peor de las tormentas: descenso económico y de seguridad a escala mundial.
Frente a estos posibles contextos, la mejor opción sería evitar la construcción de un orden de primacía, fragmentado y excluyente. Una vez más, la experiencia es aleccionadora frente a ello: la Francia pos-napoleónica no fue excluida del orden que siguió a la convulsión en Europa: se la integró al anillo de actores preeminentes con el fin de evitar nuevas inestabilidades.
Werthein sostiene que Occidente no debe defender a Ucrania sino ayudarla a defenderse y presionar para que se alcance un acuerdo que ponga fin a la guerra. Si hay logros, entonces reducir gradualmente las sanciones.
En breve, se abren dos caminos tras la guerra. Por un lado, fragmentar las relaciones internacionales y redoblar la rivalidad y las tensiones, es decir, excluir a Rusia, continuar con las sanciones e incluso extenderla a sus socios. Por otro, presionar por un acuerdo de paz, alcanzar las mejores garantías de seguridad para una Ucrania neutral y, con tanto vigor como el que se dispuso para articular las sanciones a Rusia, poner en marcha un gran diálogo estratégico entre todos los poderes preeminentes.
A partir de allí se podrá determinar si es posible la construcción de una configuración internacional que proporcione estabilidad. Pero si antes predomina la lógica excluyente y fragmentadora, entonces podremos estar seguros que adelante nos aguardan las peores tormentas.
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