viernes, enero 28, 2022

Propósitos occidentales más allá de Ucrania

Por Alberto Hutschenreuter




¿Se justifica que las relaciones entre Occidente y Rusia se deslicen hacia una situación de discordia mayor por el empeño a todo o nada de un país en ser miembro de la OTAN?

Por supuesto que no. Pero sucede que no es el deseo de Ucrania el que debemos mirar sino el de Occidente, es decir, de Estados Unidos. Si no fuera así, hace tiempo que la  situación estaría superada; al menos no nos encontraríamos cerca de una confrontación militar como lo estamos hoy.

El hecho relativo con la presencia demócrata en el poder estadounidense es bastante determinante para que la situación haya llegado tan lejos. Generalmente, cada vez que esa fuerza alcanzó el poder, las relaciones con Moscú se deterioraron. Aunque no es exclusivo de los demócratas, en ellos anida un enfoque de "faro y cruzada" sobre el papel de la potencia preeminente en el mundo. Una visión estratégica global redentora que suele tener consecuencias desestabilizadoras para la propia seguridad internacional, pues, como advertía Kenneth Waltz, la excesiva concentración de poder por parte de un actor provoca respuestas (generalmente violentas) por parte de otro u otros, por caso, recordemos el fatídico 11-S, el desmoronamiento del Estado iraquí (y la consecuente emergencia del ISIS), la huida de Afganistán, etc. 

 
El propósito relativo con convertir a Ucrania en un miembro de la OTAN y de la comunidad occidental obedece a esa visión; pero el fin verdadero busca colocar a Rusia en una situación políticamente aislada, geopolíticamente débil, económicamente estrangulada y militarmente comprometida. En estos términos, Rusia podría encaminarse hacia escenarios complejos hacia dentro, un hecho por demás funcional en Occidente para que el país se acerque a la "década tumultuosa" de los noventa, cuando la "potencia", debido a su extrema debilidad, dejó de implicar un reto. El entonces presidente Clinton no pudo expresar mejor la situación del “nuevo país”: "Las posibilidades que tiene Rusia de influir en la política internacional son las mismas que tiene el hombre para vencer la ley de gravedad".

Es difícil encontrar otra razón. Estados Unidos sabe que desde hace tiempo Rusia no atraviesa un buen momento socioeconómico. Las sanciones, la pandemia y la falta de reestructuración económica-tecnológica han hecho mella en la economía nacional; de modo que otro movimiento militar por parte de Moscú, como ser la ocupación del Donbas, podría dejar a Rusia en una situación muy comprometida, sobre todo con un frente de fuertes sanciones (al mismo corazón de los ingresos de divisas al país) y más aislamiento de foros y entidades internacionales. 

Es decir, Occidente no ofrecerá garantía de seguridad a Rusia. Ello seguramente implicará que Moscú decida movilizar sus efectivos hacia el este de Ucrania. La respuesta occidental no sería militar sino a través de puniciones extremas.  

Posiblemente, la estrategia implique admitir la ocupación, situación que tendría semejanza con lo que sucede en la disputa congelada en la región de Transnistria, en Moldavia, pero, aparte del torrente de sanciones, Occidente militarizaría sin límites el este de Europa (donde todavía existen restricciones para el estacionamiento permanente de soldados y armas) y se doblarían las demandas como las establecidas en la Plataforma de Crimea, en la que 46 Estados y organizaciones, entre ellas la OTAN, exigen la devolución de la península a Kiev.  

Salvando diferencias, el propósito de “hacer de Rusia una Cartago”, es decir, que el actor euroasiático nunca más implique un desafío a la supremacía de Occidente, es un propósito que se puede discernir no solamente desde la marcha sin límites de la OTAN al este, que a los rusos les trae el temible recuerdo del Ostheer, la gran columna del Ejército alemán del este marchando sobre la URSS a partir de junio de 1941, sino también desde los interminables rodeos que da Occidente al pedido de garantías hecho por Moscú en diciembre pasado. 

De todos modos, es riesgoso suponer que Rusia será reducida en función de su fragilidad. Los actores preeminentes siempre conservan capacidad de respuesta: aun en el estado de debilidad en que se encontraba, cuya mayor constatación fue la derrota sufrida frente a la insurgencia en Chechenia, en los años noventa Rusia no dejó de aplicar políticas de poder en el entono de las ex repúblicas. 

Más allá de este propósito, podrían existir otras dos orientaciones estratégicas-geopolíticas por parte de Occidente. 

Por un lado, la Unión Europea, el actor que, encerrado en su mundo de instituciones, nuevas temáticas y cuerpos jurídicos, consideró que el mundo exterior podía llegar a basarse en ese modelo. Es decir, un enfoque único, sin precedentes, de un mundo donde no habría geopolítica y sí alguna que otra misión de paz para superar diferencias entre Estados. Casi, “un mundo feliz”. 

Pero algunas situaciones bien tangibles, por caso, Crimea, Siria, ISIS, nor-África, la posibilidad de guerra en territorio europeo, etc., hicieron volver a la UE a la realidad habitual del mundo: las relaciones internacionales no son lo que uno desea, sino lo que siempre han sido. Durante los últimos años, en la UE surgieron voces relativas con la necesidad de reconsiderar la geopolítica, ese “veneno intelectual”, según la calificación de un geógrafo estadounidense, que implicó la fragmentación internacional en la primera mitad del siglo XX, particularmente en el territorio europeo. 

La recuperación de la geopolítica suponía que la UE debía desarrollar una reflexión política-territorial propia, no basada en los intereses de Estados Unidos, el “pacificador”, según la expresión de John Mearsheimer. Pues no hacerlo implicaba que Europa correría riesgos de quedar atrapada en lógicas de conflictos y retos ajenos. Además, en un mundo con nuevos centros de poder, no era del todo congruente continuar dentro de una lógica de confort estratégico correspondiente a otro tiempo. 

Aunque sin proponérselo, el ex presidente Trump favoreció la orientación europea en relación con trazas e intereses propios, pero la UE hizo muy poco para aprovechar el momento, hasta que con la llegada de los demócratas se regresó al patrón clásico atlántico antes que occidental: Estados Unidos adentro y arriba, Europa subordinada. 

El ascendente estadounidense en Europa tiene varios propósitos, entre ellos, desacoplar a los países de la UE, particularmente a Alemania, del suministro de energía proveniente de Rusia. Si bien Berlín logró imponer en 2021 su voluntad y defender el emprendimiento Nord Stream II con Rusia, el deterioro de la relación entre Occidente y Rusia podría hacer que se reconsidere la situación. Además, una Europa desprovista de geopolítica propia favorece los intereses de Washington en relación con el alejamiento de Rusia de Europa. En este sentido, situaciones como el envenenamiento del opositor ruso Alekséi Navalni en 2020 fungieron para afirmar dicho propósito. De hecho, fue esta situación la que llevó a considerar a algunos tanques de ideas en Rusia si no era momento para pensar más en Asia.  

Finalmente, Estados Unidos necesita re-fortalecer alianzas y formular nuevas, y aquí los países de la UE son imprescindibles, no tanto por el poder que pueden aportar, sino por cuestiones relativas con el aporte de “legitimidades” en “procedimientos internacionales” y con actos relativos con el noble “principio de proteger” bienes mayores, por caso, derechos humanos de pueblos, como sucedió en su momento en Libia. 

Por otro lado, la marcha de la OTAN hacia el este también podría tener relación con los emprendimientos de China en el corredor o puente terrestre asiático-europeo, que se complementa con el corredor marítimo a través del Índico.  

Estados Unidos no forma parte de la “BRI” (Belt and Road Initiative), un emprendimiento que, al menos en clave geoeconómica, podría proporcionar cierto régimen internacional regional, además de potenciar a China y a otros actores, incluidos países de la UE.  

Es cierto que, debido a la pandemia, a cambios de orientación en la economía china, a la crisis de las cadenas de suministros, etc., la BRI ha perdido relevancia. Pero podría tratarse de una pausa, sobre todo tratándose de China, un actor con tiempos diferentes, paciencia estratégica y que rehúye el enfrentamiento directo. 

La crisis en Europa del este podría hacerse sentir más fuertemente en Eurasia y llegar a tener consecuencias sobre la BRI, pues un descenso de la seguridad regional, particularmente en esta gran placa geopolítica del globo, podría ralentizar proyectos e incluso detener acercamientos entre países, por caso, entre las mismas Rusia y China, Rusia y Turquía, etc. Por tanto, la crisis con Rusia por la situación en Ucrania podría fungir como un hecho favorable para que la fragmentación acabe predominando sobre el movimiento de cohesión, para utilizar el término de Robert Kaplan, que supone el proyecto de Pekín (en el que ya hay varios millones de dólares invertidos). 

En otros términos, si en la zona terrestre interna de Eurasia se está creando una concepción geopolítica nueva que implicará ganancias de poder e incremento de liderazgo para los actores implicados en ella, principalmente para China, nada más funcional que una crisis mayor que no llegará a dinamitar el proyecto, pero sí tal vez lo resienta. 

En breve, es necesario mirar el conflicto central entre Occidente y Rusia por Ucrania; pero también es importante dirigirnos más allá de éste. Porque en las relaciones internacionales, la búsqueda de ganancias de poder por parte de los centros preeminentes implica el despliegue de estrategias que muchas veces resultan poco visibles y hasta impensadas.  








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miércoles, enero 19, 2022

¿Dónde está Wally (Alberto)?

Por Gustavo Ferrari Wolfenson





Dónde está Wally?  es una serie de libros
creados por el dibujante británico Martin
Handford, en cuyas páginas ilustradas hay
que encontrar al personaje de Wally en
escenas con miles de personajes y detalles
que despistan al lector.





En un continente altamente presidencialista como o es
América latina, la figura del primer mandatario marca las líneas de su visión política, estratégica,
geopolítica, internacional y hasta económica.
Generalmente se lo ve en actos públicos, haciendo declaraciones, marcando las líneas en reuniones de gabinete, exponiendo los planes que ha pensado para su gestión y marcando un parte aguas entre su
liderazgo y las metas que impulsen al país hacia un rumbo.
Alberto Fernández (Wally) fue electo presidente de la Argentina, asumiendo el cargo con un considerable apoyo popular que prometía encauzar al país a partir de las adversidades y errores que heredaba de su antecesor.


Detrás de su figura se presentaba la mujer más amada y cuestionada de la Argentina quien lo había designado para llevar a cabo una misión que, ante la opinión pública, ella no podía cumplir.
Desde los primeros días, el dualismo cosmogónico de este gobierno, nos ha mostrado un presidente ausente, cuyo único libreto ante su propia incapacidad de conducir está signado por la permanente crítica y justificación hacia los 4 años de intervalo en que ellos estuvieron
fuera del poder. Sin embargo, y si pudiésemos aceptar esa corriente acusatoria, tampoco se han hecho o se están haciendo cosas que reflejen que existe una verdadera voluntad de enterrar ese pasado a partir de cosas nueva.
Me voy a los hechos. No ha habido durante la pandemia un plan no sólo sanitario sino de contingencia que permitiera planificar los tiempos que se avecinaron. El país a 24 meses de gobierno, aún no sabe cómo hacer las cuentas y su único interés económico es seguir
dándole vuelta a la manija de la emisión para poder seguir financiando toda la maquinaria política partidaria que los sostiene.

No hay relación, ni diálogo con los sindicatos, el congreso, mucho menos con la oposición. Su obsesión es acomodar para su redil a una justicia que ha respondido tan prebendariamente a cualquier gobierno
de turno y no quieren ser la excepción. Los gobernadores estiran y aflojan sobre un presupuesto que no existe y que depende de una peregrinación de rodillas a Washington rasgándonos las vestiduras.
Los leones del cono urbano acomodan sus fichas para su
perpetuación, demostrándole que son ellos realmente los que
acarrean los votos y sostienen el aparato. La industria sigue siendo el explotador del trabajador, la universidad es mejor seguir teniéndola cerrada así no critican la gestión y hasta las cajas políticas se van agotando porque ya no tienen de donde exprimirlas. Me olvidaba que hasta Dylan perdió protagonismo y que, desde el norte, llegó como
salvador del sistema un Jefe de Gabinete que se ha desdibujado de tal forma que ya ni me acuerdo como se llama y que mucho menos controla a las y los funcionarios.
No me preocupa si el camino es Cuba, Venezuela o Nicaragua, porque por los menos en Venezuela y Nicaragua, no hay limitaciones a la compra de divisas y si uno las consigue fruto del trabajo o de la
prebenda, nadie lo considera un traidor al orden económico
internacional, ni le pone limitaciones a comprar lo que en el mercado interno es prohibitivo.
El presidente Alberto Fernández (Wally) aún se esconde tras la fiesta de su amada Fabiola en plena pandemia. Perdió la capacidad de reaccionar, de sentir y que lo sintieran presidente y como bien lo dijo en uno de sus últimos actos políticos (que no son actos públicos) “yo le hice caso a Cristina en todo”.

¿Dónde está Alberto o Wally?, es la pregunta de los próximos 24 meses. Si alguien sabe la respuesta, me fascinaría que me la comparta.

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domingo, enero 09, 2022

La guerra: lo importante no es el modo sino la posibilidad que ocurra

 Por Alberto Hutschenreuter




La cota de tensión entre Occidente y Rusia se ha elevado como consecuencia de que Ucrania ha mostrado su última carta: ser parte de la OTAN; otra alternativa parece  descartada en Kiev. A ello, Occidente no sólo no se ha opuesto, sino que sostuvo que la Alianza se comprometerá con la seguridad del país de Europa del este.

Por su parte, Rusia también ha exhibido cartas: las ex repúblicas forman parte de los intereses vitales rusos. Seguidamente, el número de efectivos en la frontera con Ucrania se elevó, totalizando cerca de 140.000 hombres.

Ahora bien, más allá del desenlace que pueda llegar a tener esta delicada situación en la que están involucrados nada más y nada menos que los mayores poderes nucleares y convencionales del mundo, ¿implica este tipo de conflicto el regreso de clásicos enfrentamientos interestatales, o bien se trata del último de un ciclo militar entre Estados?

La pregunta es tal vez pertinente, pues existen hipótesis como la de Graham Allyson, que sostienen que en el mundo del siglo XXI ya no son posibles "nuevas Normandías", esto es, conflictos militares interestatales directos basados en "fuerzas contra fuerzas" desplegadas territorialmente, es decir, prácticamente "soldados de a pie", con sustento logístico, operaciones de inteligencia, avances y, finalmente, la capitulación (que puede o no incluir la toma de la capital) de uno de los actores.

Por otro lado, existen conjeturas que advierten que es prematuro "archivar los expedientes" sobre conflictos entre Estados preeminentes en términos clásicos. Sostienen estos expertos, como Christopher Lynne, que "las tormentas pueden regresar".

Unas y otras hipótesis cuentan con respaldos: en relación con la primera, desde 1945 no volvió a suceder una gran guerra, es decir, un choque entre actores preeminentes, ni tampoco hubo un país que desafiara la estabilidad continental como sucedió con Alemania, cuyo régimen de poder estaba dispuesto a lograr "la ambición geopolítica del siglo", esto es, apoderarse del territorio de la URSS. Claro que, desde 1945, el "factor nuclear" pasó a desempeñar un papel crucial en la restricción de la guerra.

Pero desde los enfoques reluctantes a considerar la guerra tradicional como una posibilidad remota, se recuerda que desde 1945 hubo confrontaciones entre poderes mayores,  por caso, entre China y la URSS. Además, consideran que la existencia de un régimen internacional, el de la Guerra Fría, implicó un factor de moderación internacional entre los grandes poderes y de amortiguamiento de conflictos inter e intraestatales (por ello se sostiene que una guerra como la que tuvo lugar en Siria desde 2011, nunca se hubiera extendido dentro de aquel régimen de bloques geoestratégicos).

Aquí tenemos una cuestión clave que está por encima de los debates relativos con las nuevas formas de la guerra, pues los cambios en la forma de pensar y llevar adelante la guerra son una de las regularidades de la historia. En su reciente obra, "La guerra. Cómo nos han marcado los conflictos", la especialista Margaret MacMillan es categórica en relación con ello: la guerra siempre se transforma, pero no deja de ser ella misma.

Esa cuestión lave es la ausencia de un régimen internacional. Un régimen internacional, pactado y acatado por los poderes centrales sobre unos pocos pero cruciales temas, implica orden, y el orden supone paz relativa, un descenso de la discordia. Pero hoy no tenemos nada parecido a un orden; por tanto, la posibilidad de una guerra mayor vuelve a ser tema de preocupación y reflexión estratégica.

En buena medida, esta es otra de las tragedias en las relaciones interestatales: la confrontación como factor habilitador del orden. Hace poco lo advirtió el profesor Carlos Fernández Pardo: no existió nunca un proyecto de paz (orden) importante, grande y respetable si no hubo detrás una guerra grande e importante. "No se conoce un caso de pacificación si no hay una decisión militar antes".

Aquí, entonces, crece la inquietud: si no hay orden y régimen, ni siquiera un esbozo y, más aún, los actores no parecieran estar interesados en ello,  ¿se están creando las condiciones para que tenga lugar un acontecimiento mayor fungible para alcanzar un régimen internacional?

Las alarmas aumentan: en un artículo publicado el 6 de enero pasado en "Proyect Syndicate", Richard Haass  se muestra escéptico sobre el curso del mundo. Y como efectivamente no existen perspectivas de orden, sugiere una "lista de tareas" para evitar un futuro definido por el desorden. "Una lista corta incluiría la vacunación generalizada contra COVID-19 y nuevas vacunas eficaces contra variantes futuras; un avance tecnológico o diplomático que reduciría drásticamente el uso de combustibles fósiles y ralentizaría el cambio climático; un acuerdo político en Ucrania que promueva la seguridad europea y un resultado con Irán que evite que se convierta en una potencia nuclear o incluso casi nuclear; una relación entre Estados Unidos y China capaz de poner barreras para gestionar la competencia y evitar conflictos; y un Estados Unidos que logró reparar su democracia lo suficiente como para tener la capacidad de concentrarse en los acontecimientos mundiales".

Desde una plaza más esperanzadora el analista ruso Sergei Arteyev considera que es posible que vayamos hacia una "globalización 3.0" que acabe sujetando el mundo a una dinámica de orden, pues la misma implicaría vibrantes instituciones supranacionales y transnacionales globales, consensos sobre armas de exterminio masivo y acuerdos en el marco de entidades no convencionales, por ejemplo,  en el N-11, formado por países emergentes.

En breve, estas posiciones, entre muchas, revelan un estado de inquietud e incertidumbre sobre un escenario internacional en crisis en el que se están agotando las estrategias de salida.

Por ello, lo relevante no es tanto contar con datos para pensar el perfil de las eventuales guerras del futuro, sino cómo evitar que el  necesario orden se construya tras una guerra, como ha sucedido siempre en la historia, aunque si hoy tuviera lugar, sin duda ingresaríamos a territorios desconocidos.



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miércoles, enero 05, 2022

Presidir la CELAC no constituye una oportunidad para Argentina

Por JUAN PABLO LOHLE


La CELAC fue creada en 2010, idealizada por Fidel Castro y Hugo Chávez con el objeto de excluir a los Estados Unidos y Canadá, integrando al Caribe donde participan aliados de Cuba y Venezuela, ambos excluidos de la OEA, organismo que tiene más de cien años de antigüedad.

Hoy de la CELAC tampoco participa Brasil. En cambio, sí la integra México, aliado de los Estados Unidos y Canadá en el Nafta.

La ideología que prima es el populismo de izquierda. Sin consensos y con serios debilitamientos de los sistemas democráticos .

No hay flexibilidad regional donde conviven dictaduras con democracias vulneradas.

La CELAC configura la creación de un campo propicio para la avanzada de potencias extracontinentales como RUSIA y CHINA, en una región liberada por San Martín, Bolívar, Iturbide y muchos otros patriotas latinoamericanos.

Argentina pretende presidir la CELAC. Sin embargo, liderar
organizaciones conviviendo con países gobernados por dictaduras, no hace a la convergencia ni a la integración y menos aún a la mediación.

Presidir la CELAC no constituye una oportunidad. 

La Argentina se debe a su responsabilidad nacional e internacional donde los atajos no abren el camino.