miércoles, agosto 31, 2022

El audio de Construcción plural del 310822

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Gorbachov: el último líder del siglo XX

 Por Alberto Hutschenreuter





Con la muerte de Mijaíl Gorbachov, se fue el último líder del siglo XX. El profesor Carlos Fernández Pardo decía que ese siglo finalizó en los años setenta, cuando se fueron los últimos grandes protagonistas de una centuria letal: de Gaulle, Sukarno, Mao, Tito. Pero por el decisivo papel que le tocó desempeñar a Gorbachov como líder de la URSS, y por las consecuencias que tuvieron para este país sus decisiones (nada más y nada menos que su desaparición), sin duda, él ha sido el último.

El "séptimo secretario" fue un líder revolucionario, como lo fue Lenin en otro contexto. En absoluto se trató de un mandatario conservador: fue, como también lo fue su rival Boris Yeltsin, luego presidente del "Estado continuador" de la Unión Soviética, la Federación Rusa, un líder transformacional. Aunque los resultados no fueron los buscados, llevó adelante una política interna y externa novedosa y dinámica que se proponía revertir la caída libre hacia dentro y hacia fuera de la mega-potencia.

Tal vez, si el Partido-Estado lo hubiera ungido líder tras la muerte de Brezhnev ocurrida en 1982, evitando prolongar la agonía de una generación de burócratas ya viejos y enfermos, la historia podría haber sido otra. Pero solo es una conjetura; las fuerzas conservadoras del Politburó y del Comité Central del PCUS difícilmente hubieran aceptado que un joven proveniente del Cáucaso con conocimientos de leyes y agricultura intentará sacudir la anquilosada estructura burocrática, introdujera una nueva economía política (NEP, otro hecho que lo emparenta con Lenin) y planteara una relación de confianza estratégica con Estados Unidos, su rival desde 1945, e incluso desde 1917. De hecho, intentaron desplazarlo en agosto de 1991, y si bien no lo lograron (el apoyo de Yeltsin fue fundamental para el presidente en ese momento), Gorbachov salió de allí muy debilitado.

Tan debilitado, que poco tiempo después, el 8 de diciembre, los dirigentes de las repúblicas de Ucrania, Bielorrusia y Rusia reunidos en la localidad de Belavezha, cerca de Minsk, en calidad de Estados fundadores de la URSS y firmantes del Tratado de Unión de 1922, declararon que la URSS como sujeto internacional y realidad geopolítica dejaba de existir. Seguidamente, fundaron la Comunidad de Estados Independientes (CEI), la que quedaba abierta a todos los miembros de la URSS (ampliación que, con la excepción de Letonia, Estonia, Lituania y Georgia, se hizo efectiva el 21 de diciembre en Alma Ata, entonces capital de Kazajstán).

Mientras todo eso sucedía, Gorbachov se encontraba en el Kremlin. Seguirían dos semanas extremadamente formales en un país que había dejado de existir, hasta que el 25 de diciembre Gorbachov presentó su renuncia como presidente de la URSS.

Hay que decir que Gorbachov no deseaba la ruptura, y por ello planteó en agosto de 1991 (en Novo-Ogarevo) la creación de una nueva entidad que sustituyera a la URSS, una Unión de Estados Soberanos. El intento de golpe frustró ese intento.

En sus Memorias, Gorbachov señala que el 7 de diciembre de ese año el proceso de Novo-Ogarevo (lugar de residencia cerca de Moscú) conservaba todavía posibilidades de éxito, pero que fue deliberadamente "torpedeado" por Yeltsin, para quien la destrucción de la URSS era el medio para sacar a aquel del juego: "El presidente ruso y su entorno sacrificaron a la URSS para satisfacer su ardiente deseo de reinar en el Kremlin".

Será por ello que la visión de Yeltsin sobre la "victoria" de Rusia en la Guerra Fría era tan particular: como señala la gran experta Hèléne Carrère d'Encausse, el presidente ruso consideraba que Rusia y Occidente habían ganado la Guerra Fría porque habían derrotado al comunismo soviético.

En suma, Gorbachov estaba convencido que la URSS de los años ochenta se hallaba en una situación límite. Como destacó otro gran experto, Seweryn Bialer, en los setenta la URSS de Brezhnev se expandió externamente mientras se hundía internamente. Esta fue "la paradoja soviética". A comienzo de los ochenta, su crecimiento económico era cero, como advirtió el economista de moda entonces, Abel Aganbegyan, y la baja productividad económica, un problema que arrastraba desde los años cincuenta, había empeorado.

En ese contexto, la dinámica que tenía lugar en el propio bloque ideológico-estratégico, donde Gorbachov renunció a toda aplicación de la "Doctrina Brezhnev", marcó un punto sin retorno para Moscú. Asimismo, la presión estadounidense a través del apoyo a las fuerzas antisoviéticas en Afganistán, Angola, Centroamérica, etc., le incrementó costos al imperio soviético en su anillo global. Además, la Revolución en los Asuntos Militares (RAM) que llevaba adelante Estados Unidos hacía prácticamente imposible que la URSS sostuviera la competencia.

Gorbachov tuvo voluntad, como Lenin, pero ya era tarde. Como sostuvo el francés Jacques Léveske, fue una verdadera ironía que el hombre elegido para fortalecer a la URSS acabó siendo el responsable de su final.


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jueves, agosto 25, 2022

Las voces más prestigiosas del continente repudian la persecución a Cristina


Por Alejandro Rofman
Columnista de Construcción plural


Con la declaración de los presidentes del segundo país de Iberoamérica (México), el tercero -nuestra Argentina-  y el cuarto que es Colombia, queda totalmente clara la persecución a Cristina por las voces más prestigiosas del continente.
 Lula no firmó todavía porque está en plena campaña electoral pero sí lo hizo Dilma en su nombre como primer país del continente. 

De este modo quedan definitivamente descartadas las acusaciones contra Cristina y el repudio al acoso judicial ilegal y mafioso de los fiscales contra ella. No más acusaciones de chorra pues el respaldo de los líderes de.los 4 partidos mayores de América Latina en la voz de sus presidentes cierra el coro de quienes equivocadamente siguen hostigando a Cristina.

Los prestigiosos presidentes de los mayores países de la región destruyen asi toda forma de injustificado intento de ensuciar la figura de Cristina Fernández de Kirchner.

martes, agosto 23, 2022

El atentado en Rusia y su relación con la guerra

 Por Alberto Hutschenreuter 




El atentado que el sábado por la noche acabó con la vida de Darya Dugina, hija del conocido pensador ruso Alexandr Dugin, causó una tremenda conmoción y consternación en el país como así también a escala mundial.  No solo porque se trató de una violenta acción sobre una figura conocida, sino porque fue un impacto dentro de Rusia, a 40 kilómetros de su capital. 
Casi automáticamente se relacionó el atentado con la guerra, es decir, con la posibilidad de que agentes ucranianos se hayan infiltrado en Rusia para perpetrar un acto de terrorismo. A pocas horas del hecho, el servicio de seguridad ruso aseguraba que se trataba de agentes de Ucrania, incluso indicaron el nombre de una mujer. 
Es una hipótesis posible e inmediata. Rusia se encuentra en guerra con Ucrania, ocupa parte de su territorio y, desde la más alta instancia de poder, se ha negado la existencia de Ucrania. 
Por supuesto, no se trata de la única conjetura: también se ha considerado que el ataque pudo haber sido realizado por alguna agrupación rusa, incluso un denominado "Ejército Nacional Republicano", del que nadie nunca ha oído hablar, salvo un ex parlamentario ruso exiliado en Ucrania, quien fue el que afirmó que dicho ejército fue el que perpetró el atentado. 
También se ha considerado que podría haber sido una operación rusa de “falsa bandera” (en la terminología de los servicios: un “sacrificio sagrado”). 
Finalmente, un nuevo “ajuste de cuentas” entre facciones del segmento de seguridad. Y también se llegó a decir que se trataba de células reactivadas del otrora denominado “califato del Cáucaso”. 
En suma, una pluralidad de posibles responsables. Ninguna de las hipótesis de puede descartar, más allá que algunas presentan más fuerza que otras. 
La relativa con los servicios de inteligencia ucranianos merece que nos detengamos en ella. La pregunta que hay que hacerse aquí es si Alexandr Dugin, al que presuntamente estaba pensado y preparado el atentado, representa un valor para los responsables. Posiblemente, si solo se considera a Ucrania la respuesta es no; pero si incluimos a Estados Unidos (país que aporta más del 60 por ciento de la ayuda total que desde el exterior se hace llegar a Ucrania) como mentor del atentado, la respuesta es bastante más amplia. 
En esta conjetura ampliada, Dugin representa todo aquello que Occidente, es decir, Estados Unidos, desprecia de Rusia: conservadurismo, patriotismo, antioccidentalismo, ortodoxia, paneslavismo, geopolítica ofensiva, civilización marchante, antiglobalismo, militarismo, vínculo con Alemania, eurasianismo… Es decir, todos los componentes que, puestos en movimiento, desbaratan cualquier intento occidental por debilitar a Rusia por medio de una eventual instauración de un gobierno prooccidental, como el del “Yeltsin I”, es decir, un mandatario que entre 1992 y 1994 convirtió a Rusia en prácticamente un apéndice de Occidente.  
El enfoque estadounidense en materia de política exterior es de cuño revolucionario, es decir, es trotskista, en el sentido de revolución o movimiento permanente. Podríamos decir que, salvo el período de Donald Trump (a quien Dugin consideraba un “aliado” de Rusia por su lucha contra el globalismo), todas las administraciones, particularmente las demócratas, mantuvieron ese pulso en política exterior: un curso casi mesiánico que, como otrora era la ideología soviética, no negocia ni está interesada en pautas de poder que impliquen consenso o balance internacional.  
Podemos nombrar a muchos expertos y funcionarios estadounidenses que defienden y promueven esa línea, por caso, Robert Kagan, quien considera que solamente ejerciendo Washington una primacía sobre Rusia y China puede lograrse orden y estabilidad. En rigor, no importan tanto estos países, sino que Estados Unidos, el único país grande, rico y estratégico del mundo, no abandone el objetivo del ejercicio de la primacía. 
Volviendo a la guerra, en Occidente existe consenso que será prolongada y una Rusia debilitada acabará pidiendo un acuerdo. Pero, mientras, hay que continuar con la presión militar en Ucrania. En paralelo, comenzar a llevar la guerra al interior de Rusia (algo que Ucrania siempre ha querido pero que, hasta ahora, Estados Unidos se opuso). Se considera que es el momento propicio, pues Rusia está mostrando cada vez menos resultados en el teatro. La combinación no solo podría acelerar los problemas en el frente (falta de recursos), sino crear inestabilidad dentro del régimen y entre la sociedad y el régimen. 
No se trata de algo nuevo. Ya desde abril desde diferentes sectores aconsejan fomentar disturbios dentro de Rusia y debilitar al régimen desde adentro, incluso haciéndolo en lugares como Chechenia, Bielorrusia, Kazajstán, etc.   
Se trata de una estrategia riesgosa. En suma, el reciente atentado tendría una lógica con base en Ucrania, siempre y cuando se considere que Occidente está dispuesto a derrotar a Rusia. Pero ello supone el paso a una estrategia muy peligrosa. John Mearsheimer ha advertido recientemente sobre los peligros de “jugar con fuego”, pues, para este autor, Occidente está subestimando a Rusia. 

viernes, agosto 19, 2022

Escraches para camuflar impericia

Por Horacio Schick

Los funcionarios incriminan e insisten con la grieta, para camuflar su impericia.
En esta época de escraches, método inaugurado en los últimos 20 años, se sumó uno inédito: Malena Galmarini, presidente de Aysa y esposa del ministro de Economía Sergio Massa, identificó exponiendo fotos de tres “edificios emblemáticos” de la Capital Federal y una casa de San Isidro, al efectuar una gratuita incriminación de que abonaban tarifas irrisorias.
¿Eludieron o violaron la ley los propietarios e inquilinos que viven en esos edificios? ¿Acaso se aprovecharon de subsidios en las tarifas de los servicios de manera irregular?
No, simplemente fueron objeto y beneficiarios, como toda la población, de subsidios a los consumos energéticos, fruto de las políticas dominantes oficiales de los últimos 20 años. No son los consumidores los que fijan el valor de las tarifas, sino el Estado. 
El kirchnerismo en su política populista de dadivas regaló la energía, produciendo efectos negativos. Por un lado los subsidios incrementados a lo largo de los años, acentuaron el déficit fiscal, ya intolerable en el actual momento de escasez de divisas y crisis terminal. Otro efecto indeseado es la falta de conciencia de eficiencia energética de la población que al obtenerla a precios irrisorias, no la valora ni ahorra, mientras gasta recursos mayores en celulares o TV por cable. 
Por eso no se entendió, para qué ni por qué la conducta de la funcionaria Galmarini  de marcar, señalar y apuntar a tres ejemplos concretos, cuando estos desequilibrios son fruto de la absurda política general para toda la población de la fuerza política que ha gobernado la mayor parte de los últimos 20 años y que ella integra. 
¿Por qué no mostró una foto de la importante mansión que habita con su marido Sergio Massa y familia, explicando  lo que viene pagando de servicios y cuánto va a pasar a abonar a partir de la quita o reducción de los subsidios energéticos? 
¿No lo hizo, por un tema de seguridad y de pudor que cree que no es necesario aplicar a los habitantes de los edificios que mostró? Misterio del relato oficialista.

Smart cities: La disputa por la hegemonía

 Por LISANDRO ZAMORANO


En el afán por la sostenibilidad, por el desarrollo de estrategias que logren cumplir con un alto rendimiento urbanístico, se ha ido incorporando el anglicismo ‘’smart cities’’, que comienza a tener algo de repercusión a partir de fines de los 90’. Por un lado, en el sentido más habitual donde se apoya lo ‘’positivo’’ de las smart cities,  se encuentra la mirada holística donde ciudadanos y gestores tengan un intercambio frecuente que coincide con algunas de las nociones de e-government o gobierno electrónico que vienen siendo elaboradas en algunos sectores político-institucionales de los Estados Unidos.[i] 
Conceptualmente, está estrechamente ligado al contexto y no siempre se sigue mediante patrones determinados. En cuanto a su aspecto ‘’positivo’’ se encuadra con otras descripciones que abogan por la democratización de la innovación en tándem con la coordinación y la monitorización de la ciudad. Si bien hay un enfoque considerable hacia la atención que se le quiere prestar a este funcionamiento urbano (del cual, vemos algunos esbozos iniciales en la Argentina) existe también un equilibrio que se quiere establecer en la transversalidad multisectorial de las ciudades, y, pese a esta ‘’popularidad impopular’’ de las smart cities, de la que hay demasiada tela para cortar y una leve respuesta pública, también hay una mirada ‘’negativa’’ en contraposición a la ‘’positiva’’ y que hasta puede pensarse con un tinte revisionista al respecto. 
  En miras de lograr una mayor comprensión del mecanismo smart cities, se sugiere materializar una gestión visible de las ciudades inteligentes y brindar repercusión pública a la optimización de cada uno de los procesos donde ocurre dicha simbiosis entre grandes lugares urbanos y tecnología[ii]. Brasil ha sido uno de los países donde esto se fue ejecutando, más concretamente en Rio de Janeiro, donde IBM desarrolló una infraestructura de operaciones inteligentes, invirtiendo 14 millones donde confluyen datos climáticos, cámaras multifuncionales, patrullas policiales, sensores colocados en espacios recónditos, etcétera. El hecho a resaltar en la iniciativa es que se llega a agrupar una vasta estructura computacional que les da a sus gestores la posibilidad de regular la dinámica de la ciudad en tiempo real. Asimismo, en base a esta búsqueda de mejora son cada vez más las regiones del mundo que comienzan a trabajar con un sistema de ciudad inteligente o con recursos de similares características. En este sentido, su crecimiento avanza exponencialmente, ascendiendo en la manera que se ha ido ajustando a miles de millones en términos poblacionales. Para concebir las dimensiones de estos proyectos se pueden simplemente observar los datos duros: cientos de miles de millones de dólares invertidos, una importante utilización de los presupuestos nacionales y organización con grupos de trabajo mediante el objetivo de adaptar redes e información permanentemente en la gestión de muchas ciudades a lo largo de la próxima década. En definitiva, todo el conjunto mencionado, en su accionar, es lo que se lleva y llevará a cabo con el rotulo de ciudades inteligentes.[iii] 


[i] Edmiston, Kelly. State and Local E-government. Prospects and challenges 

[ii] Fernandez Gonzalez, Manu. La construcción del discurso de la smart city: mitos implícitos y sus consecuencias socio-politicas. URBS. Revista de Estudios Urbanos y Ciencias Sociales 

[iii] Nam, Taewoo. Pardo, Teresa. Smart city as urban innovation: Focusing on management, policy and context. 

   

 

 

 

 

 

miércoles, agosto 03, 2022

Estados Unidos, el pacificador ofensivo

 Por Alberto Hutschenreuter 




Las visiones de seguridad estratégica, tanto de Estados Unidos como de la OTAN, señalan: a Rusia como una amenaza directa para el orden mundial, y a China como el principal competidor y reto estratégico. Los hechos muestran que, frente a los dos actores, Washington ha descartado cualquier esquema o técnica de poder que implique la búsqueda de equilibrio. Es decir, la estrategia seguida se basa en la impugnación del concepto y la práctica de la seguridad indivisible. 

  

La seguridad indivisible implica un balance geopolítico entre poderes preeminentes, pues, en el caso de alterarse tal pauta, la seguridad de una de las partes se logra en detrimento de la otra parte. Por tanto, el resultado es la insatisfacción y la casi segura reacción por parte del que queda en desventaja. 

 

En estos términos, para los hacedores de la política exterior estadounidense nunca existió un "error fatídico" al ampliar la OTAN al este de Europa central (según la apreciación en clave de advertencia hecha por el diplomático George Kennan en 1997), es decir, la ampliación más allá de lo que fue el "ensanchamiento normal" de la Alianza para incluir a Polonia, Hungría y República Checa. 


Es cierto que desde 2014 Rusia desplegó una política exterior más arriesgada frente a Occidente (con quien hasta entonces había mantenido una política de cooperación); pero no menos cierto es que desde mucho antes, se podría decir desde el mismo final de la rivalidad bipolar, Estados Unidos ha basado su enfoque ante Rusia en una geopolítica de cuño ideológico-revolucionario, es decir, un enfoque que no se detendría hasta que Rusia cancelara su “gen geopolítico revisionista", olvidara convertirse en un super-poder euroasiático y "optara vivir junto a Occidente" (como lo intentó hacer a principios de los años noventa). En términos del experto Stephen Kotkin, el propósito consistía en que Rusia abandonara su "geopolítica perpetua". 


En este cuadro, ninguna lógica diplomática podía conceder a Rusia sus demandas estratégicas mayores antes del 24 de febrero pasado, esto es, una garantía de la OTAN de no expandirse al inmediato oeste y suroeste de Rusia, y que Kiev restableciera derechos a las poblaciones del este del territorio. Por tanto, el “fracaso” de la diplomacia implicó que Rusia invadiera Ucrania y comenzara una guerra, si no "funcional", al menos sospechosa de ser funcional en relación con aquellos propósitos. 


La invasión de Rusia también ha resultado “funcional” para el principal propósito de Estados Unidos en relación con sus aliados: evitar cualquier posibilidad de “fuga estratégica”, es decir, que (eventualmente) la Unión Europea o alguno de sus miembros más fuertes, digamos Alemania o Francia, se “emancipara” del ascendente que ejerce Washington sobre Europa. Hasta hoy, no solo ha logrado fortalecer la relación atlanto-occidental, sino que consiguió desacoplar energéticamente a la UE de Rusia, un propósito deseado desde hace tiempo, sobre todo desde que Estados Unidos alcanzara no solamente la autonomía energética nacional, sino la capacidad de ser uno de los principales productores de gas y petróleo. 

 

Esta concepción de “política de grandes potencias” se extiende también a China, el gran reto al poder estadounidense en el siglo XXI. 

 

En el Asia-Pacífico, el ascendente de Estados Unidos también ha buscado robustecerse a partir de lo que sucedió en Ucrania, sobre todo con los principales aliados de Nor-Asia (actualmente, Japón, que en 2014 aprobó una reinterpretación constitucional que le permite a las Fuerzas de Autodefensa apoyar con recursos a los aliados en caso de guerra, se encuentra en plena concentración de sus capacidades militares), pero también con los de la zona del Índico-Pacífico, particularmente, Australia, India y Nueva Zelanda. 

 

Aquí también predomina una concepción que excluye el balance o equilibrio de poder con el actor preeminente, China. La visita de la presidente de la Cámara de Representantes a Taiwán para reunirse con su presidente Tsai en momentos que ha crecido la tensión entre los dos grandes poderes, precisamente por la “provincia rebelde”, no es un acontecimiento ajeno a la estrategia de post-contención o de provocación creciente que aplica Estados Unidos sobre Pekín, una estrategia que supone el destierro categórico de lo que tradicionalmente fue la “ambigüedad” estadounidense en relación con el compromiso de defensa de Taiwán. En 2020, Richard Haass y David Sacks lo expresaban sutilmente del siguiente modo: “La mejor manera de garantizar que Estados Unidos no necesita salir en defensa de Taiwán es indicarle a China que está preparada para hacerlo. Lo que suceda o deje de suceder en el Estrecho de Taiwán bien puede definir el futuro de Asia”. 

 

Dicha estrategia se complementa con la ofensiva geoeconómica que lleva adelante Washington en la región: restringir mercados para los productos de China a través de acuerdos o marco comerciales entre Estados Unidos y los pujantes países del Asia-Pacífico. Tal vez, el propósito también apunta a impactar la economía china antes que la misma se revitalice con el impulso de la ruta de la seda euroasiática, una estrategia de Pekín que la “aleja” de las provocaciones estadounidenses en la región del Asia-Pacífico. 

 

En breve, ante Rusia y China, Estados Unidos se manifiesta decidido a aplicar estrategias de primacías sobre enfoques centrados en el equilibrio y la seguridad inseparable. Con el primero lo viene haciendo hace tiempo, al punto que quizá la guerra fue el resultado del uso de la técnica más riesgosa de poder. A juzgar por los hechos, ante China también predomina un enfoque que busca reducir la influencia de Pekín a través de una proyección de poder firme en su entorno, e incluso se muestra dispuesto a desafiarla militarmente si es necesario. 

 

La experiencia nos dice que es arriesgado sostener enfoques de primacía por largo tiempo. Una de las pocas lecciones del realismo es que la concentración excesiva de poder por parte de un actor acaba siendo retada por la acción de otros en ascenso. Como bien advierte John Mearsheimer, hace un cuarto de siglo Estados Unidos estuvo en condiciones de restringir o demorar el ascenso de China controlando, por caso, las exportaciones de tecnologías sofisticadas al país asiático. Pero no lo hizo porque predominó entonces el triunfalismo liberal: “No hay un ejemplo comparable de una gran potencia que fomente activamente el surgimiento de un competidor par”. Concluye el experto que hoy es tarde para ralentizar el crecimiento chino. 

 

Frente a Rusia, sin duda que el prestigio internacional de este país quedó dañado. Pero si el propósito era lograr impactar el frente socio-económico y, por tanto, el frente político con el fin de un posible desplazamiento de Putin por una elite propensa a occidentalizar la política externa rusa, ello no solo no se ha logrado, sino que posiblemente las relación ruso-china se afiance más en los próximos tiempos. 

 

Estados Unidos continuará siendo el único país grande, rico y estratégico del mundo, pero no por siempre. China se ha fijado plazos relativos con el ascenso de su poder militar, y su proyección de poder blando le ha permitido “colonizar” buena parte de los bienes públicos internacionales creados por Estados Unidos en 1945.  

 

En este contexto, persistir con un enfoque de supremacía en un mundo donde la estructura de poder está cambiando, y donde hay cuestiones domésticas que requieren atención tras el vendaval de la pandemia y las secuelas de la guerra, implica un alto riesgo, no solo para el “pacificador ofensivo”, sino para la seguridad internacional.   

 

La diagonal del consenso y el equilibrio no implica ninguna señal de apaciguamiento, y hoy es más necesaria que nunca si queremos evitar un nuevo siglo de perturbaciones y escenarios desconocidos.