lunes, julio 31, 2023

Los riesgos de abandonar la experiencia en las relaciones internacionales

 Por Alberto Hutschenreuter







Tal vez debido a un exceso de expectativas centradas en las tecnologías mayores, acaso por la falta de liderazgos de escala, o quizá por el alto grado de discordia existente entre los poderes preeminentes, pareciera que cada vez importa menos la experiencia en las relaciones internacionales, algo que no sólo se refleja en hechos importantes que tienen lugar en el mundo actual, sino que se trata de una realidad que nos lleva a planteos inquietantes sobre el curso del mismo.

  Como en otras disciplinas, la experiencia en las relaciones internacionales es un bien vital al momento de analizar situaciones. Las analogías tienen un carácter estratégico, pues permiten considerar posibles resultados sobre decisiones tomadas, y hasta permiten considerar eventuales escenarios. Podríamos decir que la experiencia es un activo o bien público casi único en las relaciones internacionales. Nadie como Maquiavelo supo advertirlo mejor: "Todo aquel que desee saber qué sucederá debe examinar qué ha sucedido: todas las cosas de este mundo en cualquier época tienen su réplica en la Antigüedad"".

  Por ejemplo, sabemos que sin orden internacional difícilmente habrá estabilidad, incluso si un orden resulta insuficiente o demasiado ideal, pues, precisamente, la experiencia nos permite trabajar sobre errores, omisiones y vulnerabilidades, más hoy cuando la tecnología nos puede aportar mucho en materia de análisis y prognosis estratégica.

  En alguna medida, el orden reduce la condición anárquica de las relaciones entre Estados. Un orden no eliminará nunca la competencia y el principio de la incertidumbre existente entre los "gladiadores", los Estados, pero reducirá el factor de imprevisibilidad y hasta evitará que determinados conflictos intra e interestatales acaben por desbordarse. Por ello, siempre será preferible un orden a una situación de aumento e incluso descontrol de todos los "tensiómetros" en las relaciones internacionales.

  Para utilizar un término de moda, el orden supone la resiliencia de los poderes mayores en lo que se considera la tragedia de la política entre Estados: la anarquía y rivalidad entre ellos. Y esto continúa siendo válido en tiempos de globalización, un fenómeno que para algunos supone cierto relajamiento del patrón clásico en la disciplina, pues, como muy bien sostiene Henry Kissinger: "El sistema económico internacional se ha vuelto global, mientras que la estructura política del mundo continúa basándose en la nación-Estado".

  Para tomar un caso actual que muestra el alejamiento de los poderes preeminentes de la lógica pretérita, la guerra en Ucrania es sin duda pertinente.

  En una situación de orden, e incluso de cierta discordia, dichos poderes habrían mantenido algunos patrones que impidieran el descenso de la seguridad internacional, es decir, nunca un Estado intermedio (como Ucrania en este caso) habría mantenido sus preferencias estratégicas hasta que producir una ruptura. La necesidad de equilibrio lo habría impedido, y el Estado perturbador, más allá de su soberanía e independencia, tendría que considerar otras opciones no desestabilizadoras del nivel superior de las relaciones internacionales.

  Sucede que el lugar del equilibrio ha sido sustituido por el de la supremacía monopolar internacional, un modelo que históricamente ha tendido a la inestabilidad, pues, como advierte Kenneth Waltz, la concentración excesiva de poder provoca, tarde o temprano, acciones de corrección a través de la violencia.

  Además, algo que corrobora también la experiencia, la ausencia de equilibrio dispara el incremento de la desconfianza y, por tanto, el aumento de las capacidades de los Estados, es decir, su grado de autoayuda.

  Nada nuevo aquí, hasta que en materia de capacidades aparece en escena el armamento nuclear. Hasta el momento no hemos vivido un estado de desorden internacional con armas nucleares. Lo estamos haciendo en los años que llevamos en este siglo. Y la realidad se torna cada vez más inquietante, pues los Estados nucleares mayores (Estados Unidos y Rusia) se han marchado de los marcos regulatorios, quedando con vida un solo tratado cuya prórroga vence en poco tiempo.

  En suma, desde hace tiempo las relaciones internacionales se mantienen en una especie de piloto automático, la globalización. Es un sucedáneo de orden, pero no es orden. Implica ganancias económicas, pero no soportes estratégicos. Además, la experiencia no respalda situaciones de estabilidad con base en la globalización. Si así fuera, la Primera Guerra Mundial no habría ocurrido.

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martes, julio 25, 2023

El AUDIO de Construcción Plural del 250723

Escucha"Construcción Plural - Programa 1039" en Spreaker.

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La geopolítica como casi única vía para salir de la guerra

 Por Alberto Hutschenreuter


 



            Se cumplen diecisiete meses de guerra en Ucrania. Si bien no hay cifras precisas sobre el número de muertos, se calcula que cerca de 240.000 militares rusos y ucranianos han caído. A ello hay que sumar la muerte de civiles, los heridos, los desplazados y la destrucción material del país. En clave comparativa, en los casi diez meses que duró la batalla más larga y violenta de la Primera Guerra Mundial, la que enfrentó a galos y germanos en Verdún, murieron más de 300.000 soldados.


Además del descenso de la seguridad humana, la guerra ha implicado un descenso de la seguridad regional, europea y mundial, pues cualquier incidente casual o deliberado, por ejemplo, en el Mar Negro, Polonia o en alguno de los Estados del Báltico, el anillo sensible del teatro ucraniano, podría ampliar el número de participantes en la guerra y llevarla a otro nivel.


En este cuadro, se multiplican los debates sobre el curso de la guerra. Básicamente, hay dos posiciones: aquellos que consideran que hay que buscar la predominancia militar de Kiev, y para ello es imperativo no sólo continuar con el suministro de armas y dinero a Ucrania, sino pasar a otro grado de armamentos que le permitan a las fuerzas ucranianas recuperar el territorio del Donbas, incluida Crimea; y aquellos que consideran que ninguna de las dos partes podrá doblegar a la otra, es decir, la guerra continuará en un punto estático hasta que el desgaste y las impresionantes pérdidas impondrán un cese.


En relación con el primer escenario, hay que considerar que no hay un automatismo entre el incremento de armas a Ucrania y la capitulación rusa. Es cierto que durante un tiempo ello pareció funcionar, logrando Ucrania contraofensivas exitosas. Pero actualmente esto no se está repitiendo, y eso que Ucrania ha recibido capacidades mayores como misiles de largo rango, más artillería y poder aéreo. Además, no hay que olvidar que la relación en materia de recursos humanos favorece significativamente a Rusia. Por último, más capacidades implican más violencia y, por tanto, aumentan las  posibilidades de pluralización de la guerra, un escenario reluctante para los valedores de Kiev.


En cuanto al segundo escenario, no sólo es más realista, sino que significaría el fin de la guerra. Tras el fracaso de Rusia en relación con no poder capturar la capital en las semanas siguientes al 24 de febrero de 2024, Moscú pasó a un plan (tal vez originario): el de conquistar y hacerse fuerte en las provincias del este del país (donde ya desde 2014 se libraba una guerra), las que integró unilateralmente al territorio de la Federación Rusa.


Parte del realismo de este escenario es que supone la posible salida de la guerra desde la fórmula "geopolítica por geopolítica", sin duda, difícil de digerir para Ucrania y para Occidente, e imposible de aceptar desde el derecho internacional. Para la primera, porque ello significará aceptar la mutilación territorial, el precio del desafío geográfico y geopolítico; para el segundo, porque Rusia habrá logrado ganancias de poder en una pugna con Occidente que lleva tres décadas; para el tercero, porque ello significaría pisotear los grandes principios de la norma internacional, y ello podría ser un renovado aliciente para otras situaciones de conflictos.


Pero esta guerra tiene una génesis geopolítica que, desde la lógica jerárquica interestatal, podía haberse evitado: la determinación a todo o nada de Ucrania por marchar hacia la OTAN (ahora en Occidente dicen que la admisión de Ucrania podría no suceder, pero desde 2008 mantuvo abierta la posibilidad de sumarla y nada dijo cuando Rusia comenzó a concentrar fuerzas en los meses previos a la operación militar).


Lo de obtener ganancias por parte de Rusia es ciertamente relativo. El escenario más congruente para Moscú (y casi para todos) habría sido el de una Ucrania neutral (pero no desarmada). Si finalmente hay un cese con Rusia en el Donbas, la protohistórica inseguridad territorial de este país se mantendrá, pues la garantía de seguridad de Europa oriental implicará un grado de militarización posiblemente superior al establecido por Estados Unidos en Asia-Pacífico (los análisis refieren cada vez más a los casos de la frontera entre las dos Coreas y el despliegue de fuerzas extranjeras en Corea del Sur y en Japón), panorama que inquieta económicamente a Occidente y tranquiliza estratégicamente a China en la región del Asia-Pacífico.


Además, un eventual final de la guerra no supondrá el final de las hostilidades entre Ucrania y Rusia (por muchas décadas las heridas entre los dos pueblos eslavos se mantendrán abiertas).


Asimismo, las consecuencias de la guerra llevarán a la primacía de un orden internacional basado en los Estados y en las capacidades militares, es decir, el multilateralismo podría quedar más lateralizado todavía. No es que alguna vez haya existido una primacía de este último sobre aquel, pero sí hubo tiempos de una relativa moderación de intereses y fuerza y un mayor lugar para la cooperación, incluso cuando hubo un mal orden internacional, por caso, durante los años veinte, como lo demuestra un estudio de la historiadora británica Margaret MacMillan.


En breve, así como la geopolítica viene a nosotros en forma de guerra, también puede venir en forma de salida de la guerra, no justa con base en los principios, claro, aunque sí desde la política de poder, los intereses y la seguridad. La diplomacia será sumamente exigida entonces y sobre todo después de la guerra, pero es el único bien público internacional del que se dispone para llegar a configurar un ansiado orden, es decir, conseguir eso que denominan paz.

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martes, julio 18, 2023

Granos y guerra

Por Alberto Hutschenreuter






El gobierno ruso anunció hace tiempo que no prorrogaría el acuerdo sobre granos que mantiene con Ucrania desde mediados de 2022. Junto con los pactos sobre prisioneros y entrega de muertos y heridos, la denominada "Iniciativa de granos del Mar Negro", alcanzada entonces con la mediación de Turquía y la ONU, es el único punto de entendimiento entre Kiev y Moscú. Después, todo es guerra, acusaciones y búsqueda de ganancias que permitan lograr alguna ventaja que pueda resultar  decisiva en esta prolongada confrontación entre pueblos eslavos.
Dicho acuerdo se venía renovando cada cuatro meses, hasta que en marzo Moscú advirtió que, si no se levantaban algunos obstáculos para el comercio ruso, el crucial entendimiento no sería prorrogado.
La caída del acuerdo provocaría un impacto de escala en esa otra dimensión de la seguridad que es la alimentaria: se calcula que entre 15 y 22 millones de personas en Asia, Medio Oriente y sobre todo en el este de África se encontrarán pronto ante uno de los jinetes descritos en el libro del Apocalipsis: otra gran hambruna. Y si bien es cierto que hay alimentos suficientes para afrontar la interrupción proveniente de los dos grandes graneros del mundo, Ucrania y Rusia (este último también un actor clave en materia de fertilizantes), las distancias (un dato para aquellos que hablan sobre "la muerte de las distancias" o "el mundo plano”), los precios de los seguros del transporte marítimo y la logística, dificultarán el relevo de emergencia humanitaria mayor. Incluso si Ucrania se decidiera por utilizar vías como el Danubio, podrían surgir descontentos y barreras por parte de los granjeros del este de Europa (un dato que deberían registrar aquellos optimistas de otras latitudes sobre acuerdos comerciales con la UE).
Rusia sabe que el momento es favorable para ejercer presión: Ucrania está sufriendo pérdidas en el frente de guerra; podría haber aumentado en Occidente (sobre todo en países con elecciones próximamente y también en aquellos en los que de súbito regresaron los interrogantes y fantasmas geopolíticos) la inquietud sobre hasta cuándo hay que seguir con el apoyo financiero y militar a un país con altos índices de corrupción y obstinado empeñamiento en marchar hacia la OTAN; hay mayor visibilidad sobre la no universalidad de las sanciones; Ucrania se encuentra en plena cosecha de maíz, colza, pronto de trigo, etc.; China ha mostrado más preocupación; y los precios de los alimentos sufrirían aumentos (fueron, precisamente, las renovaciones del acuerdo sobre “el corredor del Mar Negro” las que mantuvieron los precios hacia abajo).
Sin duda que las sanciones pesan, pero según fuentes del Departamento de Agricultura de Estados Unidos, Rusia exportó más de 45 millones de toneladas de trigo durante el ciclo comercial 2022-2023, y se aguarda que esa cantidad sea mayor para 2023-2024. Por supuesto que si se dejaran caer las sanciones para aquellas entidades de Rusia vinculadas al comercio de granos, como el Banco Agrícola del Estado, los ingresos se multiplicarán. Pero ello significaría “aflojar” (en parte) con una de las piezas clave de las sanciones de primera generación: el sistema SWIFT, que facilita los pagos internacionales.
Tal vez, las negociaciones lograrán encontrar una salida para una situación que deja más que claro que la guerra la libran y sufren rusos y ucranianos, pero sus externalidades impactan cada vez más en dimensiones críticas de un mundo al que sólo el segmento geoeconómico pareciera estar preservándolo de no hundirse más.




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martes, julio 11, 2023

El audio de Construcciòn plural del 110723

Escucha"Construcción Plural - Programa 1033" en Spreaker.

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La última victoria de Occidente: la legitimidad estratégica de la OTAN

 Por Alberto Hutschenreuter





            El 24 de febrero de 2022, el día que Rusia lanzó su "Operación Militar Especial" sobre Ucrania, la OTAN completó su legitimidad estratégica, es decir, quedó justificada su pervivencia más allá del final del reto que impulsó su nacimiento en 1949.


            En buena medida, su prolongación no sólo una vez terminada la contienda bipolar, sino desaparecida la misma Unión Soviética, implicaba una anomalía estratégica: no existe en la historia un solo caso de una liga o alianza político-militar que, terminada la causa que hiciera posible su creación, continuara su existencia. La OTAN ni siquiera se reinventó, pues continuó con la misma denominación y, a juzgar por su marcha o movimiento hacia el este, con el mismo viejo propósito pos-1945: contener y vigilar a la "nueva" Rusia.


            Su ampliación a los países de Europa central, a los denominados "huérfanos estratégicos", Polonia, República Checa y Hungría, y más tarde a los países del Báltico, Rumania, Bulgaria, Albania, Eslovenia, Eslovaquia y Macedonia del Norte, y recientemente a Finlandia, confirmó el cambio de orientación militar que realizó la Alianza en los años ochenta cuando consideró que podía llevar adelante una ofensiva en el teatro del Pacto de Varsovia, su rival, y lograr allí la decisión. Es decir, el incremento de capacidades a partir de la denominada revolución en los Asuntos Militares (RAM) la habilitó hace tiempo pasar de la condición defensiva a una condición de ataque.


            La cuestión relativa con la continuidad de la OTAN más allá del final de la Guerra Fría siempre ha motivado preguntas, particularmente en relación con su ampliación, una decisión que se habría tomado incumpliendo "pactos de caballeros" entre Estados Unidos y la URSS hacia fines de los ochenta. Según la especialista Mary E. Sarotte, hubo por entonces hombres, por ejemplo, el ministro de Exteriores germano Hans Dietrich-Genscher, que pensaron la seguridad en términos de algún concepto común pos-alianzas. Pero Estados Unidos se oponía a la desaparición de la OTAN.


            Entonces ocurrió la primera ampliación de la Alianza: el 3 de octubre de 1990 se reunificó Alemania, implicando ello que la OTAN se expandiera al este de Alemania, más allá de la que fuera la principal línea divisoria de la Guerra Fría.  Por tanto, no sólo no desaparecía la OTAN, sino que se extendía sin ningún tipo de negociación con Moscú, ni siquiera, como sostiene la citada experta, en relación con las armas nucleares estacionadas en Alemania Occidental.


            Estados Unidos jamás dejó de enfocar a Rusia como un eventual gran poder euroasiático que volviera a desafiarlo. Entre la inercia de la desconfianza del pasado reciente y la necesidad de contar con un nuevo enemigo, la OTAN fue considerada no sólo como el emblema de la victoria, sino como el instrumento de reaseguro estratégico y de unidad atlanto-occidental.


            Aunque se crearon instancias estratégicas entre Occidente y Rusia para mantener algo así como una convivencia entre ambos basada en la consulta frente a situaciones de crisis, las mismas acabaron teniendo una existencia formal: de hecho, cuando ocurrió lo de Kosovo jamás hubo consulta estratégica alguna. Occidente había ganado la contienda y consideraba que esa victoria otorgaba derechos. Y nunca dejó de ejercer o rentabilizar esos derechos, al punto que en ningún momento reparó en alcanzar equilibrio u orden geopolítico en Europa.


            De modo que el código geopolítico ruso, es decir, eso que Stephen Kotkin denominó "geopolítica perpetua" de Rusia, fue la amenaza que legitimó la existencia y la expansión de la OTANNunca hubo otra razón que Rusia. Incluso el despliegue del escudo antimisiles de la OTAN fue establecido considerando el reto de las armas rusas, si bien siempre se sostuvo que estaba pensado para neutralizar eventuales ataques provenientes de “Estados-armas” como Corea del Norte e Irán.


            La adopción de una política exterior más afirmativa por parte de Rusia, particularmente tras los sucesos internos en Ucrania que determinaron la anexión de Crimea por parte de aquella, fue el epítome para que Occidente, sin ambages, considerara a Rusia como la principal amenaza a la seguridad europea. En la  silenciosa guerra que tuvo lugar en el este de Ucrania entre las fuerzas regulares de este país y la insurgencia filo-rusa del este tras la anexión de Crimea, confrontación que fue la antesala de lo que ocurriría a partir de febrero de 2022, militares de la OTAN entrenaron a las fuerzas ucranianas.


            Años antes, en 2008, en la cumbre de la OTAN en Bucarest, se aprobó una declaración relativa con el futuro ingreso de Georgia y Ucrania a la Alianza. Con ello quedaba claro que el propósito de la OTAN era contener a Rusia en sus mismas fronteras, un enfoque de pos-contención que no dejaba margen alguno para la existencia de aquello que la OTAN siempre sostuvo defender: la seguridad indivisible, pues una OTAN en las adyacencias del frente norte, centro y sur ruso suponía que todas las ganancias las conservaba la OTAN en detrimento de la seguridad de Rusia.


            La invasión rusa el 24 de febrero de 2022 fue el acontecimiento que selló la justificación de la continuidad de la OTAN tras el final de la Guerra Fría treinta años antes. En clave de política de poder, fue el hecho que fungió funcional no solo para la legitimación de la OTAN, sino para señalar a Rusia como el principal problema para la seguridad regional y continental. A partir de entonces, la Alianza no necesitaría ninguna excusa para adoptar medidas que afectaran el poder territorial ruso.


            Sin embargo, el punto muerto en que se halla la guerra está provocando divisiones en la Alianza entre aquellos partidarios de dar el paso final, es decir, otorgar a Ucrania la membresía, y aquellos que consideran que ello sería la peor de las decisiones.


            Los primeros recurren al modelo Alemania, es decir, así como se sumó Alemania Occidental a la Alianza en 1955, se podría sumar la parte de la Ucrania soberana, es decir, la parte no ocupada por Rusia, a la Alianza; los segundos consideran que no hay que tomar ninguna medida hasta que cese la guerra, pues un eventual ingreso de Ucrania a la OTAN significaría la guerra directa entre Occidente y Rusia..


            Considerando lo delicado del tema y que en la OTAN las decisiones implican la unanimidad de los miembros, es prácticamente imposible pensar que en la reunión de la Alianza en Lituania se adoptará alguna medida. Lo que probablemente sucederá, siempre en esta cuestión, será continuar con el incremento de capacidades en el frente oriental, pues, más allá del desenlace que tenga la guerra, la línea que se extiende desde el norte de Finlandia hasta Turquía será por mucho tiempo una de las zonas de mayor tensión y acumulación militar del mundo.


            La OTAN ha justificado su existencia y ello ha significado una suerte de extensión de la victoria de Occidente en la Guerra Fría. Pero ello no ha resultado en un orden geopolítico en Europa del este y, por tanto, en toda Europa. Por el contrario, no solo no se alcanzó orden alguno, sino que hay guerra. Y no sabemos qué escenarios podrían ocurrir. 


      Cuánta razón tenía el prusiano Carl von Clausewitz cuando advertía que nunca hay que ir más allá de la victoria.

martes, julio 04, 2023

La rivalidad internacional: el mundo podría estar en las puertas de otra caída

 Por Alberto Hutschenreuter




Los recientes acontecimientos que tuvieron lugar en Rusia dispararon todo tipo de interrogantes en relación con Putin, el régimen, la guerra y sus perspectivas.


Superada (aparentemente) lo que fue una rebelión encabezada por el líder de una fuerza irregular, es pertinente decir que el hecho aconteció en Rusia, pero acaso es más pertinente considerarlo desde una perspectiva más amplia, pues el mismo forma parte o es resultado de un proceso internacional en clave de descomposición cuyas consecuencias no estamos en condiciones de asegurar, pero sí de advertir que redujo sensiblemente el margen para el optimismo, entendiendo por este nada más que una necesaria vía de compromisos interestatales de mínima que eviten una nueva frustración y derrumbe de la política mundial en los años siguientes.


Tal escepticismo lo reflejan los mismos panoramas que regularmente nos ofrecen entidades como el World Economic Forum, que en su edición 2023 sobre “Riesgos globales” presenta perspectivas muy inquietantes para los próximos diez años, particularmente en relación con la fragmentación geopolítica como impulsora de conflictos geoeconómicos, y la tecnología como factor de desigualdades (ver link).


En este contexto de descenso de la política internacional y mundial, el levantamiento en Rusia ha sucedido centralmente por disensos sobre la conducción de la guerra; pero la guerra obedece a causas relativas con lógicas de poder y de geopolítica que fueron más allá de los necesarios equilibrios geopolíticos y estratégicos entre poderes preeminentes.


Por supuesto que Rusia fue quien el 24 de febrero de 2022 vulneró los grandes principios del derecho internacional al invadir un país. Ello es indiscutible. Pero, más allá de ese acto, ello es como sostener que la responsabilidad de la Primera Guerra Mundial recae en Austria-Hungría por declarar la guerra a Serbia. Fue así, pero este solo fue el hecho que abrió las compuertas de múltiples conflictos y rivalidades que existían bajo presión en Europa. El presidente Woodrow Wilson sostenía en 1917 que la mayoría de las guerras podían explicarse de forma bastante sencilla pero no era fácil explicar la guerra de 1914, pues "sus causas estaban arraigadas en los oscuros subsuelos de la historia".


La Segunda Guerra Mundial pareciera tener causas más directas centradas en las ambiciones de una Alemania geopolíticamente revolucionaria; sin embargo, la catástrofe que se inició en 1939 no se explica si no se consideran las consecuencias del Tratado de Versalles y las políticas europeas de apaciguamiento en los años treinta, como bien lo describe el historiador británico Tim Bouverie en su excelente libro “Apaciguar a Hitler. Chamberlain, Churchill y el camino a la guerra”.


Aludir a los casos de las guerras mundiales no sólo es pertinente en relación con los procesos y causas que acaban llevando a la caída, sino también porque el estado actual de discordia internacional, la guerra y la insuficiencia de la diplomacia preventiva y el sistema multilateral,  por considerar las principales realidades, llevan cada vez más a identificar paralelos con los tiempos de extravíos internacionales de antes de 1914 y de 1939, aunque con las diferencias que suman las novedosas situaciones del mundo de hoy, es decir, armas nucleares, ciber-rivalidades, tecnologías de predominancia, etc.


Los recientes acontecimientos en Rusia pueden que solo hayan sido una manifestación de descontentos militares, pero también podrían ser el comienzo de disturbios que tengan correlato en la (in) seguridad internacional, sobre todo si la (muy lenta) contraofensiva de Ucrania empuja al este a las fuerzas rusas. Pero también el segmento de la (in) seguridad podría deteriorarse sin que ocurrieran disturbios en Rusia, sino como consecuencia de un incidente (casual o deliberado) que tensione al límite el nivel estratégico de esta guerra innecesaria, es decir, el que peligrosamente confronta a Occidente con Rusia.


Porque esta guerra nunca habría tenido lugar si ese nivel mayor no se hubiese llevado a un grado de desmesura geopolítica y estratégica. La cultura de la Guerra Fría, es decir, de reconocimiento o jerarquía estratégica entre poderes mayores y, por tanto, de defensa del equilibrio, nunca fue reemplazada por una nueva cultura estratégica que proporcionara estabilidad a las relaciones entre Estados.


Quizá ello se debió a que tras la contienda bipolar Estados Unidos dejó de tener rivales y prevaleció un enfoque de predominancia casi absoluta, particularmente en relación con el rival que había dejado de serlo hasta desaparecer, pero que (eventualmente) continuaría siéndolo cuando se recuperara. Por entonces, China no era un rival, situación que según expertos como John Mearsheimer fue desaprovechada por Washington para ralentizar su crecimiento de poder.


Desde entonces nunca se consideró un equilibrio con Rusia, ni siquiera cuando hubo convergencia de intereses en relación con el enemigo común, el terrorismo de cuño transnacional. Más tarde se hizo más difícil, pues Moscú consideró, recordando a George Kennan en sentido contrario, que solo el uso de la fuerza podría detener la ampliación de la OTAN. Ello sucedió en 2014, y desde entonces el escenario internacional y global fue desmejorando sensiblemente hasta encontrarnos hoy en una situación de guerra indirecta entre la OTAN y Rusia y de rivalidad en ascenso entre Estados Unidos y China, el denominado “G-2” como casi única posibilidad  de orden internacional, por centrarnos en los tres poderes de mayor actividad geopolítica y en los dos de mayor actividad geoeconómica-tecnológica.


Hacia 2019, con la pandemia casi en puerta, las posibilidades de una configuración internacional centrada en la diplomacia preventiva y la disuasión, el comercio y la tecnología y los aliados e instituciones, como proponían por entonces Antony Blinken (hoy Secretario de Estado) y Robert Kagan, llegaban tarde y parecían más orientadas a criticar la administración Trump que a salvar el mundo.


En el mundo de hoy no solo “nadie está a cargo”, sino que a nadie parece importarle algún tipo de esbozo de configuración. Como bien advierten Charles Kupchan y William Gaston, un sistema internacional sin orden es un orden  estocástico, sin duda, la más peligrosa de las situaciones.


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