Los riesgos de abandonar la experiencia en las relaciones internacionales
Por Alberto Hutschenreuter
Etiquetas: geopolìtica
Etiquetas: geopolìtica
Por Alberto Hutschenreuter
Se cumplen diecisiete meses de guerra en Ucrania. Si bien no hay cifras precisas sobre el número de muertos, se calcula que cerca de 240.000 militares rusos y ucranianos han caído. A ello hay que sumar la muerte de civiles, los heridos, los desplazados y la destrucción material del país. En clave comparativa, en los casi diez meses que duró la batalla más larga y violenta de la Primera Guerra Mundial, la que enfrentó a galos y germanos en Verdún, murieron más de 300.000 soldados.
Además del descenso de la seguridad humana, la guerra ha implicado un descenso de la seguridad regional, europea y mundial, pues cualquier incidente casual o deliberado, por ejemplo, en el Mar Negro, Polonia o en alguno de los Estados del Báltico, el anillo sensible del teatro ucraniano, podría ampliar el número de participantes en la guerra y llevarla a otro nivel.
En este cuadro, se multiplican los debates sobre el curso de la guerra. Básicamente, hay dos posiciones: aquellos que consideran que hay que buscar la predominancia militar de Kiev, y para ello es imperativo no sólo continuar con el suministro de armas y dinero a Ucrania, sino pasar a otro grado de armamentos que le permitan a las fuerzas ucranianas recuperar el territorio del Donbas, incluida Crimea; y aquellos que consideran que ninguna de las dos partes podrá doblegar a la otra, es decir, la guerra continuará en un punto estático hasta que el desgaste y las impresionantes pérdidas impondrán un cese.
En relación con el primer escenario, hay que considerar que no hay un automatismo entre el incremento de armas a Ucrania y la capitulación rusa. Es cierto que durante un tiempo ello pareció funcionar, logrando Ucrania contraofensivas exitosas. Pero actualmente esto no se está repitiendo, y eso que Ucrania ha recibido capacidades mayores como misiles de largo rango, más artillería y poder aéreo. Además, no hay que olvidar que la relación en materia de recursos humanos favorece significativamente a Rusia. Por último, más capacidades implican más violencia y, por tanto, aumentan las posibilidades de pluralización de la guerra, un escenario reluctante para los valedores de Kiev.
En cuanto al segundo escenario, no sólo es más realista, sino que significaría el fin de la guerra. Tras el fracaso de Rusia en relación con no poder capturar la capital en las semanas siguientes al 24 de febrero de 2024, Moscú pasó a un plan (tal vez originario): el de conquistar y hacerse fuerte en las provincias del este del país (donde ya desde 2014 se libraba una guerra), las que integró unilateralmente al territorio de la Federación Rusa.
Parte del realismo de este escenario es que supone la posible salida de la guerra desde la fórmula "geopolítica por geopolítica", sin duda, difícil de digerir para Ucrania y para Occidente, e imposible de aceptar desde el derecho internacional. Para la primera, porque ello significará aceptar la mutilación territorial, el precio del desafío geográfico y geopolítico; para el segundo, porque Rusia habrá logrado ganancias de poder en una pugna con Occidente que lleva tres décadas; para el tercero, porque ello significaría pisotear los grandes principios de la norma internacional, y ello podría ser un renovado aliciente para otras situaciones de conflictos.
Pero esta guerra tiene una génesis geopolítica que, desde la lógica jerárquica interestatal, podía haberse evitado: la determinación a todo o nada de Ucrania por marchar hacia la OTAN (ahora en Occidente dicen que la admisión de Ucrania podría no suceder, pero desde 2008 mantuvo abierta la posibilidad de sumarla y nada dijo cuando Rusia comenzó a concentrar fuerzas en los meses previos a la operación militar).
Lo de obtener ganancias por parte de Rusia es ciertamente relativo. El escenario más congruente para Moscú (y casi para todos) habría sido el de una Ucrania neutral (pero no desarmada). Si finalmente hay un cese con Rusia en el Donbas, la protohistórica inseguridad territorial de este país se mantendrá, pues la garantía de seguridad de Europa oriental implicará un grado de militarización posiblemente superior al establecido por Estados Unidos en Asia-Pacífico (los análisis refieren cada vez más a los casos de la frontera entre las dos Coreas y el despliegue de fuerzas extranjeras en Corea del Sur y en Japón), panorama que inquieta económicamente a Occidente y tranquiliza estratégicamente a China en la región del Asia-Pacífico.
Además, un eventual final de la guerra no supondrá el final de las hostilidades entre Ucrania y Rusia (por muchas décadas las heridas entre los dos pueblos eslavos se mantendrán abiertas).
Asimismo, las consecuencias de la guerra llevarán a la primacía de un orden internacional basado en los Estados y en las capacidades militares, es decir, el multilateralismo podría quedar más lateralizado todavía. No es que alguna vez haya existido una primacía de este último sobre aquel, pero sí hubo tiempos de una relativa moderación de intereses y fuerza y un mayor lugar para la cooperación, incluso cuando hubo un mal orden internacional, por caso, durante los años veinte, como lo demuestra un estudio de la historiadora británica Margaret MacMillan.
En breve, así como la geopolítica viene a nosotros en forma de guerra, también puede venir en forma de salida de la guerra, no justa con base en los principios, claro, aunque sí desde la política de poder, los intereses y la seguridad. La diplomacia será sumamente exigida entonces y sobre todo después de la guerra, pero es el único bien público internacional del que se dispone para llegar a configurar un ansiado orden, es decir, conseguir eso que denominan paz.
Etiquetas: geopolìtica
Etiquetas: geopolìtica
Por Alberto Hutschenreuter
El 24 de febrero de 2022, el día que Rusia lanzó su "Operación Militar Especial" sobre Ucrania, la OTAN completó su legitimidad estratégica, es decir, quedó justificada su pervivencia más allá del final del reto que impulsó su nacimiento en 1949.
En buena medida, su prolongación no sólo una vez terminada la contienda bipolar, sino desaparecida la misma Unión Soviética, implicaba una anomalía estratégica: no existe en la historia un solo caso de una liga o alianza político-militar que, terminada la causa que hiciera posible su creación, continuara su existencia. La OTAN ni siquiera se reinventó, pues continuó con la misma denominación y, a juzgar por su marcha o movimiento hacia el este, con el mismo viejo propósito pos-1945: contener y vigilar a la "nueva" Rusia.
Su ampliación a los países de Europa central, a los denominados "huérfanos estratégicos", Polonia, República Checa y Hungría, y más tarde a los países del Báltico, Rumania, Bulgaria, Albania, Eslovenia, Eslovaquia y Macedonia del Norte, y recientemente a Finlandia, confirmó el cambio de orientación militar que realizó la Alianza en los años ochenta cuando consideró que podía llevar adelante una ofensiva en el teatro del Pacto de Varsovia, su rival, y lograr allí la decisión. Es decir, el incremento de capacidades a partir de la denominada revolución en los Asuntos Militares (RAM) la habilitó hace tiempo pasar de la condición defensiva a una condición de ataque.
La cuestión relativa con la continuidad de la OTAN más allá del final de la Guerra Fría siempre ha motivado preguntas, particularmente en relación con su ampliación, una decisión que se habría tomado incumpliendo "pactos de caballeros" entre Estados Unidos y la URSS hacia fines de los ochenta. Según la especialista Mary E. Sarotte, hubo por entonces hombres, por ejemplo, el ministro de Exteriores germano Hans Dietrich-Genscher, que pensaron la seguridad en términos de algún concepto común pos-alianzas. Pero Estados Unidos se oponía a la desaparición de la OTAN.
Entonces ocurrió la primera ampliación de la Alianza: el 3 de octubre de 1990 se reunificó Alemania, implicando ello que la OTAN se expandiera al este de Alemania, más allá de la que fuera la principal línea divisoria de la Guerra Fría. Por tanto, no sólo no desaparecía la OTAN, sino que se extendía sin ningún tipo de negociación con Moscú, ni siquiera, como sostiene la citada experta, en relación con las armas nucleares estacionadas en Alemania Occidental.
Estados Unidos jamás dejó de enfocar a Rusia como un eventual gran poder euroasiático que volviera a desafiarlo. Entre la inercia de la desconfianza del pasado reciente y la necesidad de contar con un nuevo enemigo, la OTAN fue considerada no sólo como el emblema de la victoria, sino como el instrumento de reaseguro estratégico y de unidad atlanto-occidental.
Aunque se crearon instancias estratégicas entre Occidente y Rusia para mantener algo así como una convivencia entre ambos basada en la consulta frente a situaciones de crisis, las mismas acabaron teniendo una existencia formal: de hecho, cuando ocurrió lo de Kosovo jamás hubo consulta estratégica alguna. Occidente había ganado la contienda y consideraba que esa victoria otorgaba derechos. Y nunca dejó de ejercer o rentabilizar esos derechos, al punto que en ningún momento reparó en alcanzar equilibrio u orden geopolítico en Europa.
De modo que el código geopolítico ruso, es decir, eso que Stephen Kotkin denominó "geopolítica perpetua" de Rusia, fue la amenaza que legitimó la existencia y la expansión de la OTAN. Nunca hubo otra razón que Rusia. Incluso el despliegue del escudo antimisiles de la OTAN fue establecido considerando el reto de las armas rusas, si bien siempre se sostuvo que estaba pensado para neutralizar eventuales ataques provenientes de “Estados-armas” como Corea del Norte e Irán.
La adopción de una política exterior más afirmativa por parte de Rusia, particularmente tras los sucesos internos en Ucrania que determinaron la anexión de Crimea por parte de aquella, fue el epítome para que Occidente, sin ambages, considerara a Rusia como la principal amenaza a la seguridad europea. En la silenciosa guerra que tuvo lugar en el este de Ucrania entre las fuerzas regulares de este país y la insurgencia filo-rusa del este tras la anexión de Crimea, confrontación que fue la antesala de lo que ocurriría a partir de febrero de 2022, militares de la OTAN entrenaron a las fuerzas ucranianas.
Años antes, en 2008, en la cumbre de la OTAN en Bucarest, se aprobó una declaración relativa con el futuro ingreso de Georgia y Ucrania a la Alianza. Con ello quedaba claro que el propósito de la OTAN era contener a Rusia en sus mismas fronteras, un enfoque de pos-contención que no dejaba margen alguno para la existencia de aquello que la OTAN siempre sostuvo defender: la seguridad indivisible, pues una OTAN en las adyacencias del frente norte, centro y sur ruso suponía que todas las ganancias las conservaba la OTAN en detrimento de la seguridad de Rusia.
La invasión rusa el 24 de febrero de 2022 fue el acontecimiento que selló la justificación de la continuidad de la OTAN tras el final de la Guerra Fría treinta años antes. En clave de política de poder, fue el hecho que fungió funcional no solo para la legitimación de la OTAN, sino para señalar a Rusia como el principal problema para la seguridad regional y continental. A partir de entonces, la Alianza no necesitaría ninguna excusa para adoptar medidas que afectaran el poder territorial ruso.
Sin embargo, el punto muerto en que se halla la guerra está provocando divisiones en la Alianza entre aquellos partidarios de dar el paso final, es decir, otorgar a Ucrania la membresía, y aquellos que consideran que ello sería la peor de las decisiones.
Los primeros recurren al modelo Alemania, es decir, así como se sumó Alemania Occidental a la Alianza en 1955, se podría sumar la parte de la Ucrania soberana, es decir, la parte no ocupada por Rusia, a la Alianza; los segundos consideran que no hay que tomar ninguna medida hasta que cese la guerra, pues un eventual ingreso de Ucrania a la OTAN significaría la guerra directa entre Occidente y Rusia..
Considerando lo delicado del tema y que en la OTAN las decisiones implican la unanimidad de los miembros, es prácticamente imposible pensar que en la reunión de la Alianza en Lituania se adoptará alguna medida. Lo que probablemente sucederá, siempre en esta cuestión, será continuar con el incremento de capacidades en el frente oriental, pues, más allá del desenlace que tenga la guerra, la línea que se extiende desde el norte de Finlandia hasta Turquía será por mucho tiempo una de las zonas de mayor tensión y acumulación militar del mundo.
La OTAN ha justificado su existencia y ello ha significado una suerte de extensión de la victoria de Occidente en la Guerra Fría. Pero ello no ha resultado en un orden geopolítico en Europa del este y, por tanto, en toda Europa. Por el contrario, no solo no se alcanzó orden alguno, sino que hay guerra. Y no sabemos qué escenarios podrían ocurrir.
Cuánta razón tenía el prusiano Carl von Clausewitz cuando advertía que nunca hay que ir más allá de la victoria.
Por Alberto Hutschenreuter
Etiquetas: geopolìtica